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La gaceta
25 de octubre de 2010
Caribeño
gaditano
con
trompeta
VERÓNICA LÓPEZ GARCÍA
L
a geografía musical del
trompetista y compositor
Wynton Marsalis transformó
el paisaje sonoro. El Missisipi llegó a Cádiz, New Orleans albergó a Sancti Petri y el Caribe extendió
el vaivén de sus sones para atravesar el Atlántico. Con el Duende en la
sordina, el blues en la flamenquería
gaditana de Chano Domínguez y el
brillo de tres exquisitas filas de metales de la Jazz at Lincoln Center
Orchestra (JLCO), la noche del sábado 16 de octubre enloqueció a los
asistentes al Auditorio Telmex con
el programa Celebremos América.
Marsalis al micrófono anuncia
que ha venido para festejar el espíritu americano. Para ello presenta
al pianista gaditano Chano Domínguez, famoso por acercar la tradición flamenca al jazz. Domínguez
aparece con una extraña chabacanería caribeña combinada con el espíritu de los jazzistas de Louisiana.
Así comenzó “Cádiz-New Orleans”
la Suite de Domínguez. El cantaor
Blas Córdoba irrumpió la sesión de
sonidos no imaginados con lamentos acompañados por palmas, cajón
y trompetas. El cantaor comenzó
con un delicioso arrullo que engañó
a todos: “Con la luna el niño juega,
con la luna y las estrellas”, la fuerza de la trompeta se volvió dulzura
para besar al niño que buscaba el
sueño en la gimiente voz. “Duerme
lucero, duerme tu sueño, cuando
despiertes te espero”. El contrabajo
comparte la gravedad de su voz al
cantaor, mientras el bailaor Daniel
Navarro cae como un rayo vertical.
Sus brazos son escudo, alas de paloma y dagas. Un sorpresivo saxofón
rompe el poder del piano para hacer
volver la cadencia del sueño, la respiración lenta de las aguas de Cádiz
y New Orleans.
Llegó la Suite Victoria, cuya
composición enfrenta los doce compases del blues con los doce tiempos de la bulería. Para aumentar el
peligro de la alquimia musical, apareció el bailarín y coreógrafo Jared
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Winton Marsalis
dio cátedra en
sus visitas a
México.
Foto: Archivo
jazz
El concierto que ofreció la Jazz at
Lincoln Center Orchestra, en el
Auditorio Telmex, fue un suceso para
los melómanos tapatíos. La trompeta
de Wynton Marsalis dio la pauta
para el viaje musical de esa noche
memorable
Grimes para sorprender con un tap
explosivo mientras los trompetistas
flamenqueaban con sus palmas. El
beat de los platillos, la velocidad
del piano y la fuga de la trompeta,
eran, además del bailarín, los grandes protagonistas. No había tiempo
para explicarse aquella extrañísima
y deliciosa fusión, sólo para gozar
los trombones y saxofones que entraban para vestir con electricidad
el cuerpo de Grimes.
Nadie sabe porqué Marsalis
permanece atrás, en la última esquina de las tres líneas metálicas
de la orquesta. Todos esperábamos el momento de su presentación, de la ejecución en solitario de
su asombrosa trompeta. Las luces
estaban sobre el baterista mexicano Antonio Sánchez, el trompetista argentino Diego Urcola, el arpista colombiano Edmar Castañeda y
el bajista peruano Óscar Stagnaro,
quienes acompañados y dirigidos
por el clarinetista cubano Paquito de Rivera, interpretaban piezas como Libertango de Piazzolla,
La Llorona que gemía con voz de
trombón y un singular arreglo jazzístico de La Adelita. En un exceso musical bien logrado, surgieron
más sonidos imposibles: el arpa
llanera suramericana, las palmas
flamencas, la negrura del swing y
una gitanería marcada con metales de jazz. La Bulería de la Suite
Victoria enfrentó a dos bateristas
en el juego de los doce compases,
de los doce tiempos, de los doce
lamentos del cante y de dos bailarines que confrontaban sus golpes
de tarima y la exaltación de sus
cuerpos en una estética danza de
minúsculas vibraciones.
El nombre del espectáculo se
cumplía como un vaticinio que excluía a Marsalis, que lo dejaba como
el gran protagonista acotado. Quizá
fue un exceso de humildad, quizá
el mismo perfil del espectáculo y
su vocación bicentenaria privilegió
piezas como “El Sinaloense” y “Contigo aprendí” por sobre el jazz de la
JLCO. Por último llegó la potencia
de un Duke Ellington cubanizado,
un mambo jazz enloquecido que
viajaba hasta el Llano colombiano
con sabor de Dixieland Jass Band
y ragtime. La gente sentía, gritaba
y torpemente trataba de reproducir
con sus palmas una síncopa inimitable. Marsalis guardó el poder de
su trompeta y dejó que una América caribeña recibiera el honor y los
aplausos. [
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