Buenas noches a todos: Sr. Rector, Sres. Decanos, autoridades y funcionarios de la Universidad, profesores, mis compañeros de la Generación 2000 de Derecho, familiares y amigos que nos acompañan hoy, en este día que parecía no llegar nunca. Creo que cada uno de nosotros sabe cuánto trabajo nos costó el poder estar acá y también el compromiso que ello implica. Me siento honrada, y bastante nerviosa, de tener la posibilidad de hablar en nombre de mis compañeros de generación. Espero no fallarles. Así que por favor, si alguno no está de acuerdo con lo que voy diciendo, me avisa y lo charlamos. Hace cinco años, llegamos a la Universidad buscando respuestas. Con más o menos convicción, según los casos, habíamos elegido una carrera y creíamos que solo necesitábamos los conocimientos, las herramientas técnicas para poder desarrollarla. Encontramos mucho más que eso. La Universidad no solo nos dio respuestas, sino que nos hizo plantearnos nuevas preguntas, y nos hizo asumir responsabilidades y compromisos que se van a ver reflejados tanto en nuestra vida profesional como en nuestra vida diaria. Para ello, a lo largo de este tiempo, contamos con los conocimientos, la ética, el profesionalismo y la resistencia de nuestros profesores, quienes en general, nos demostraron tolerancia, respeto e interés (y muchos hasta cariño) en nuestra formación. No voy a nombrar a ninguno, porque sé que hay distintos profesores con los que cada uno siente una afinidad especial. Lo que es seguro es que todos podemos pensar en al menos un profesor que nos haya desafiado a asumir el compromiso de valorar en forma crítica nuestro propio quehacer y el de los demás, y por lo tanto de transformar al mundo que nos rodea y a nosotros mismos. A todas nuestras familias y a nuestros amigos, gracias también por su tolerancia y su apoyo. Seguramente (la mía lo ha hecho) han tenido que sufrir, sobre todo en períodos de examen, arranques de mal humor, nervios, ansiedades, y quejas contra los profesores, contra nuestros compañeros, contra la administración de la Universidad, contra las propias materias, contra el sistema de evaluación. Podría seguir, pero, básicamente, quejas contra todo lo que tuviera relación, incluso remota, con el próximo examen. Hoy veo a muchos acá, y me imagino que deben estar repasando mentalmente esos momentos y agradeciendo que hayan terminado. En muchas caras, más que orgullo, veo alivio, y lo entiendo. Si me disculpan, y aunque no les veo bien las caras porque no me puse los lentes, voy a hablarle un minuto a mis compañeros. Si bien después de cinco años, esta ceremonia se siente como la culminación de una etapa en realidad su significado es de iniciación. Y eso lo sabemos todos. De hecho, hace ya unos meses que dejamos el nidito del salón de clases y nos levantamos todas las mañanas a enfrentar el mundo “real”. Y esta ceremonia es eso: un rito de iniciación, de bienvenida a la vida adulta. De todas maneras, no podemos dejar de sentirnos satisfechos. Somos abogados y tenemos que festejarlo. Como les decía hoy, parecía que este día no iba a llegar nunca, pero estamos acá después de cinco años en que compartimos nuestras limitaciones, nuestras tristezas, nuestros miedos, nuestros problemas (y hasta nuestros deberes de portugués), pero también compartimos grandes momentos de realización personal y profesional, nuestros éxitos, nuestras alegrías, nuestras experiencias, nuestras emociones y nuestros sueños. A ustedes, solo tengo para decirles: Gracias y los voy a extrañar mucho. Antes de terminar, quiero leerles algo. Es un extracto del Quijote, de cuando este y Sancho vuelven a su casa, después de todas las aventuras y desventuras vividas. Finalmente, rodeados de muchachos y acompañados del cura y del bachiller, entraron en el pueblo, y se fueron a casa de Don Quijote y hallaron a la puerta de ella al ama y a su sobrina, a quien ya habían llegado las nuevas de su venida. Ni más ni menos se las habían dado a Teresa Panza, mujer de Sancho, la cual, desgreñada y medio desnuda, trayendo de la mano a Sanchica, su hija, acudió a ver a su marido, y viéndole no tan bien adeliñado como ella pensaba que había de estar un gobernador, le dijo: - ¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que venís a pie y despeado, y más traéis semejanza de desgobernado que de gobernador? - Calla, Teresa –respondió Sancho-; que muchas veces donde hay estacas no hay tocinos, y vámonos a nuestra casa, que allá oirás maravillas. Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria, y sin daño de nadie. - Traed vos dineros, mi buen marido –dijo Teresa-, y sean ganados por aquí o por allí; que como quiera que los hayáis ganado, no habréis hecho usanza nueva en el mundo. Abrazó Sanchica a su padre, y preguntóle si traía algo; que le estaba esperando como el agua de mayo; y asiéndole de un lado del cinto, y su mujer de la mano, tirando su hija del rucio, se fueron a su casa, dejando a Don Quijote en la suya, en poder de su sobrina y de su ama, y en compañía del cura y del bachiller. La primera vez que leí esta parte del libro, pensé: “Pobre Sancho. Acaba de volver y ya tiene a su esposa recriminándole y a su hija pidiéndole cosas”. Pero después lo entendí. Sancho estaba volviendo a su casa, y cuando uno vuelve a su casa, el tiempo durante el cual se estuvo ausente no existe. Para mí, y acá sí me animo a decir que hablo por todos, la Universidad es mi casa. Por eso, sé que aunque ahora terminemos una etapa, y perdamos el contacto diario con la Universidad y con la gente que la forma, el día que volvamos nos van a preguntar, simplemente, como le preguntó Sanchica a su padre, qué fue lo que le trajimos. Gracias.