EL REINADO DE FERNANDO VII (1814 -­‐1833) Tras el desastre del ejército napoleónico en Rusia, las dificultades de Francia para mantener el control sobre España son cada vez mayores. Las guerrillas se han desarrollado y evolucionado hasta formar auténticos cuerpos de ejército que colaboran estrechamente con ingleses y portugueses. La batalla de Vitoria puso fin a la invasión en 1813. Por el Tratado de Valençay del 11 de diciembre del mismo año, Fernando VII quedaba restablecido como rey de España. En enero de 1814 hace su entrada en el país. El reinado de Fernando VII se prolongó por casi veinte años, de 1814 a 1833 y en él distinguimos tres fases: El Sexenio Absolutista (1814-­‐1820), el Trienio Liberal o Constitucional (1820-­‐1823) y la Década Ominosa (1823-­‐1833). EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-­‐1820) Durante la guerra y como ya hemos visto, la labor de la Junta Central y de las Cortes de Cádiz se había encaminado a una reforma de las estructuras económicas, sociales y políticas del país en un sentido modernizador. El objetivo era, en lo económico, establecer las bases para un desarrollo capitalista y en lo político, limitar el poder absoluto del rey mediante una constitución (la de 1812) que establecía la soberanía nacional y la separación de poderes. Con el retorno del rey, los partidarios del absolutismo incitan a éste a desconocer la obra de las Cortes de Cádiz y efectivamente, Fernando VII decide anular la Constitución de 1812 y toda la legislación ordinaria desarrollada por las cortes gaditanas. Queda restablecido el absolutismo y se inicia una dura represión contra los liberales, quienes se ven obligados a exiliarse u organizarse en sociedades secretas. Sin embargo, el ejército forjado en la Guerra de Independencia, tenía un componente popular muy importante y las ideas liberales estaban sólidamente implantadas en muchos de sus jefes y oficiales. Algunos de ellos tratarán de restablecer la Constitución de 1812 por medio de pronunciamientos (golpes de Estado), entre los que destacan los de los generales Díaz Porlier, Milans del Bosch y Lacy. Al mismo tiempo estalla la insurrección de las colonias españolas en América, bajo la doble inspiración del independentismo y el liberalismo. En 1820, un grupo de tropas que debían embarcar para reprimir a los rebeldes americanos, se sublevan contra Fernando VII y, encabezadas por el comandante Rafael del Riego, restablecen la Constitución de 1812. EL TRIENIO LIBERAL (1820-­‐1823) El 1 de enero de 1820, el pronunciamiento del comandante Riego parece estar, como los anteriores, destinado al fracaso, pero poco después se empiezan a adherir nuevas guarniciones, lo que obliga a Fernando VII a aceptar el restablecimiento del régimen constitucional. Restauración de la legislación liberal Las nuevas Cortes, además de restaurar la Constitución de Cádiz, ponen en marcha nuevas medidas modernizadoras en línea con las ya iniciadas diez años antes por las Cortes gaditanas: de entre estas medidas tiene especial importancia la supresión de mayorazgos, la prohibición a la Iglesia de adquirir bienes inmuebles (tierras y edificios), la preparación para una desamortización de tierras de la Iglesia y la abolición del régimen señorial Reacción absolutista Pese a su aceptación formal, Fernando VII rechazaba el nuevo régimen y conspiró continua y secretamente para restablecer su poder absoluto. Lo hizo por dos vías: Colaborando con la oposición interior: aquellas fuerzas que dentro del país tratan de derribar el régimen liberal. Estas fuerzas, que son el precedente inmediato del carlismo, establecen la Regencia de Urgel, una especie de gobierno alternativo que defiende el poder absolutista de Fernando VII. Colaborando con las potencias extranjeras partidarias del absolutismo. Tras la derrota de Napoleón en 1814, en casi toda Europa se había restablecido el absolutismo. Las potencias (Francia, Austria, Prusia y Rusia, fundamentalmente), habían decidido crear una alianza para evitar nuevas revoluciones liberales en el continente, interviniendo con sus ejércitos si fuera necesario. Ante la situación española, la alianza de potencias absolutistas (la Santa Alianza), decide intervenir. Francia envía un ejército de unos cien mil hombres, bajo el mando del duque de Angulema, para restablecer a Fernando VII como rey absoluto. El ejército francés (los Cien Mil Hijos de San Luis), apenas encuentran oposición y Fernando VII es repuesto en todos sus poderes. LA DÉCADA OMINOSA (1823-­‐1833) La intervención francesa restableció en España la monarquía absoluta. La constitución de Cádiz y la legislación liberal del trienio fueron nuevamente suprimidas. Sin embargo, en esta ocasión no se produce un simple regreso al absolutismo, la experiencia de los tres años precedentes provocó reacciones tanto entre los absolutistas como entre los liberales, unas reacciones que llevaron a la división interna de ambos bandos. En el bando absolutista aparece un sector, apoyado por el rey, que comprende la necesidad de hacer tímidas reformas, que no cambien lo esencial del sistema, si quieren evitar nuevos movimientos revolucionarios. Frente a ellos, los absolutistas exaltados, que rechazan cualquier tipo de compromiso reformista. Este sector, que se aglutina en torno a los Voluntarios Realistas que formaron la Regencia de Urgel durante el Trienio, empieza a aproximarse a la figura de Carlos María Isidro, el hermano del rey, como futuro sucesor. A la muerte de Fernando VII, se convertirán en "carlistas". Entre los liberales también se producen divisiones: por un lado, los que defienden una revolución "moderada" que mantenga a las masas alejadas del poder mediante el sufragio censitario y un sistema de doble cámara. Por otro, los liberales exaltados, que defienden una profundización democrática en la revolución. Los primeros se irán aproximando cada vez más a los absolutistas moderados en defensa de Isabel, hija de Fernando VII como sucesora en el trono frente a la opción carlista. En 1829 el rey Fernando publica la Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica, abriendo el camino para la sucesión femenina. Al año siguiente, 1830, la medida cobra toda su importancia al nacer Isabel, primogénita del rey. Se abre entonces la lucha sucesoria, que culmina en 1833 a la muerte de Fernando, con la proclamación de Isabel como reina de España y la oposición desde Portugal del Infante don Carlos, autotitulado Carlos V. Se inicia así la primera guerra carlista. LA INDEPENDENCIA DE HISPANOAMÉRICA La América colonial El siglo XVI fue el del descubrimiento del territorio, su conquista y su organización, correspondiéndose las tres etapas, grosso modo a los reinados de Isabel I, Carlos I y Felipe II. Es un siglo en que queda configurada social y administrativamente la América española. La sociedad americana se estratificó rígidamente en grupos étnicos, ocupando el nivel inferior una minoría de esclavos de origen africano (abundantes sobre todo en el Caribe y las Antillas), a los que sigue la gran masa indígena, en condiciones de servidumbre y los criollos, de ascendencia española, que formaban casi el 95% de la población blanca y dominaban las actividades económicas. En la cúspide, una exigua minoría blanca de origen peninsular, que se encargaba de las funciones de gobierno. Administrativamente, el territorio se organiza en dos grandes virreinatos: el de Nueva España, al norte de la actual Panamá y el de Perú, al sur; el nivel intermedio de gobierno lo ocupan Capitanías Generales, Audiencias y Gobernaciones y el inferior, los municipios. Económicamente, las llamadas Indias españolas, quedaban estrictamente sometidas a un monopolio comercial centralizado en Sevilla, de manera que todo el comercio debía estar controlado por la metrópoli y pasar necesariamente por dicho enclave. En el siglo XVII, el declive por el que atraviesa la Corona española, favorece una cierta emancipación de los territorios ultramarinos: la incapacidad de la metrópoli para abastecer a sus colonias de los productos necesarios, fomentó la aparición de pequeñas industrias y el desarrollo de un comercio intercolonial, controlados por los criollos, así como también incrementó el contrabando con potencias extranjeras, particularmente Gran Bretaña y los Países Bajos. Por otra parte, los ataques piratas y de potencias enemigas a enclaves coloniales y la incapacidad española para poner freno a tales incursiones, estimuló el desarrollo de milicias locales constituidas por criollos. En el siglo XVIII, la llegada de la nueva dinastía al trono de España supuso para las colonias el inicio de una “reconquista” en el sentido de recuperación del control que se había relajado durante el siglo anterior. Se procedió a una reorganización administrativa, que trajo consigo la constitución de dos nuevos virreinatos: los de Nueva Granada y Río de la Plata, segregados del de Perú; asimismo, se establecieron las intendencias para poner orden en el caótico sistema de audiencias, capitanías, etc... Toda esta reforma administrativa tenía como último objetivo el de asegurar un mejor control y una gestión económica más eficaz de las colonias en beneficio de la metrópoli; se puso coto al desarrollo económico interior (comercio e industria) y se fortaleció el monopolio comercial español, centralizado desde ahora en Cádiz. Estas medidas perjudicaron gravemente los intereses económicos de los hacendados, comerciantes e industriales criollos, además de que el fortalecimiento del control real en una época en que ya empezaban a calar las ideas liberales, generó un creciente malestar y favoreció el desarrollo de posiciones autonomistas primero e independentistas más tarde. Los procesos de emancipación La Guerra de Independencia española fue el punto de partida de la emancipación americana, que podemos desarrollar en dos etapas. a) 1808 -­‐1815. Esta etapa coincide a grandes rasgos con la propia Guerra de Independencia española. Se inicia, en América, como en la metrópoli, con la formación de Juntas de Gobierno locales que salvan así el vacío de poder generado tras los sucesos de Bayona. Estas Juntas, dominadas por criollos, pronto actúan con independencia de los poderes virreinales y provocan los primeros enfrentamientos entre realistas e independentistas. Con el fin de la guerra en España y la llegada de refuerzos a partir de 1814, los realistas lograron imponerse, si bien no llegaron a controlar de nuevo todo el territorio. Un caso especial fue el de México, donde la insurrección independentista no fue protagonizada por los criollos, sino por las masas de campesinos indígenas, animados por líderes como el sacerdote Miguel Hidalgo. esta circunstancia, en la que el deseo de independencia política se mezcló con una auténtica revolución social, asustó a la oligarquía criolla, que cerró filas con los realistas para conjurar la amenaza. b) 1816-­‐1824. La segunda etapa está marcada por las figuras de los libertadores: Simón Bolívar en el norte y José San Martín en el sur, así como por el interesado apoyo de británicos y estadounidenses a la insurgencia independentista. Bolívar, libertador de Venezuela, Colombia y Ecuador, se reunió en 1822 en la ciudad de Guayaquil con San Martín, libertador de Argentina y Chile. Ambos cerraron un acuerdo de colaboración que permitió cerrar como una tenaza el cerco sobre Perú, bastión realista, que cae definitivamente ante el ejército de Bolívar en la Batalla de Ayacucho, en 1824, abriendo paso a las independencias de todos los territorios sudamericanos. En México, mientras tanto, la colaboración entre criollos y peninsulares para acabar con la revuelta indígena, se concretó en el Plan de Iguala de 1821, que permitiría una independencia pactada de los territorios que integraban el Virreinato de Nueva España, bajo un gobierno independiente que adoptaba la forma de monarquía moderada. Estas emancipaciones pusieron punto final al Imperio español, forjado tres siglos atrás y del que sólo quedarían, durante setenta y cinco años más, las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.