380 LA RBVI8T& BLAirCA defecto del individualismo, tan egoísta y exagerado, que ie hace inferior al buey, al caballo y demás auxiliares de la producción, preocupándole sólo las necesidades del momento; ofreciéndose á ser esquirol, soldado, verdugo y policía; abandonando á la explotación ó lascivia de los lobos burgueses la débil compañera y las indefensas criaturas; desertando de las filas del trabajo y pagándose, con arrftas y bagajes, al enemigo, por un miserable jornal que le sigue matando de hambre lentamente. Cocea el macho, al cual se le aprieta la cincha demasiado; échase al suelo, sin querer levan tarse ni ca.minar, el camello y el jumento, cargados con exceso: únicamente eljrabajador soporta, con increíble estupidez, la fatiga y el ayuno que no aguantan los cuadrúpedos. La chispa divina... la inteligencia, ¿dónde la tiene, ni de qué le vale al mozo de cuadra, servidor del caballo de regalo de aquel magnate, que gasta miles de duros en el adorno de la caballeriza, otros miles en la jauría, etc., etc.? Y hasta en las mismas casas de labranza, ¿quién está mejor cuidado y mantenido, el gañán que da los piensos y abreva, ó el ganado? Recorramos el inmenso campo de la industria y busquemos una fábrica, un taller, un establecimiento cualquiera donde el dueño preste más atención al obrero que á las máquinas, artefactos ó animales, empleados en el trabajo. No lo hay. En todos, absolutamente ea todos los ramos de la producción, lo que menos cuesta menos se estima, y como dentro de la organización burguesa ni siquieía hay que comprar esclavos, pues éstos se brindan, sin precio, por la empeñada lucha de la miseria, la máquina hombre no tiene valor en el mercado. Y no te exceptúes, ilustre escritor ó literato pobre, no huyas del sambenito de animal doméstico, tt'i, presumidor de inteligencia, cuando para comer [tienes que venderlal Cuantos trabajamos á sueldo, jornal, pakrio ó estipendio pagado por otro, no somos hombres, sino criados, servidores, subditos, que por fuerza carecemos de autonomía, libertad y vergüenza, ignoradas por quienes, abdicando de su yo, reconocen derecho y justicia al mandato ajeno. Se cree, y es cierto, que, mediante la instrucción, romperemos las cadenas de la servidumbre. Pero ¿cómo lograr esa instrucción, si los que la poseen son los primeros interesados en que no se difunda? ¿Cómo un doctor en ciencias sacaría las botas ó barrería el gabinete de un salvaje negrero, enriquecido con el látigo en sus ingenios? Los g>.bierno8 pueden gobernar á brutos; pero á inteligentes, de ningún modo. Los curas pueden embaucar á estúpidos; pero agentes de criterio, nunca. Los generales manejan á placer esas piaran de inscouscientes matadores, solteros é imberbes que se llaman soldados; pero á hombres que tuvieran familia y entendimiento, jamás. •Los capitalistas podrán hacer creer en la licitud de sus negocios á los no explotados por ellos; pero no convencerán á los infelices que, ganando ocho, fueron pagados con dos. Los legisladores, jutcts y demás REPBESENTANTES de la justicia, persuadirán de la bondad de las leyes á los favorecidos por ellas, pero no á la inmensa mayoría de perjudicados. De ahí que la instrucción verdadera y emancipadora, la instrucción pura del deber para todos, nadie la espera de los gobernantes que la explotan, ni de las clases directoras que la detentan. Estas constituyen el supremo obstáculo para que se generalice, y éstas son las que, antes que la ignorancia, deben desaparecer. Apetezcamos y vayamos á la instrucción que nos redima y dignifique; que de ani-