aprender a pensar en positivo

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APRENDER A PENSAR EN
POSITIVO
«No hay árbol que no haya sido fuertemente azotado por el viento. La
vida es la gran maestra. La vida enseña más que muchos libros. Eso es la
denominada experiencia de la vida: un saber acumulado de
acontecimientos de muchos años»
EL optimismo es una forma positiva de captar la realidad. Ser una persona
positiva es algo que se aprende. Es una tarea personal que lleva tiempo. Un
trabajo artesanal. ¿Qué definición podemos dar que cubra el espectro de este
concepto? El optimismo es una actitud caracterizada por la tendencia a
descubrir más lo positivo que lo negativo y a ver o esperar lo mejor, a pesar de
las apariencias. Trataré de explicar la definición que propongo. Es ante todo una
actitud, lo que quiere decir que una disposición, el modo habitual de reaccionar
ante algo, es como una postura, un ademán. No es algo genético, sino adquirido.
No está en el equipaje hereditario, sin más, sino que es algo que se ha ido
alcanzando mediante esfuerzos repetidos.
La siguiente palabra que empleo es la tendencia a, que quiere expresar una
inclinación que es un aprendizaje que nos va llevando de la mano a descubrir lo
que está debajo de las apariencias. Hay cosas que se ven, hechos que se
observan con claridad… pero hay otros que se esconden por debajo, que se
camuflan, y es menester un trabajo de espeleología para perforar la superficie e
irnos hacia la profundidad. Es desvelar lo que está oculto. Pensemos en tantas
circunstancias de la vida ordinaria, en donde aparece el fracaso, algo que nos ha
salido mal: un problema económico grave, una enfermedad, una humillación
contemplada por muchos… La lista de experiencias negativas de la vida es el
cuento de nunca acabar.
En Psicología debemos distinguir dos tipos de traumas. Los macrotraumas,
que son impactos de gran alcance que son históricos en la vida de una persona,
por la importancia y magnitud de los hechos. Desde la ruina económica, el
perder un trabajo, la muerte de un ser querido en primer grado de forma
inesperada y accidental, pasando por un inventario amplio y diverso. Y de otra
parte están los microtraumas, que son vivencias pequeñas, de mucho menos
nivel de intensidad, pero que forman un glosario, un sumatorio que pesa en
exceso.
No hay árbol que no haya sido fuertemente azotado por el viento. La vida es
la gran maestra. La vida enseña más que muchos libros. Eso es la denominada
experiencia de la vida: un saber acumulado de acontecimientos de muchos años,
que forman un magma en nuestro subsuelo y nos muestran unas lecciones
rotundas. Es una sabiduría almacenada en los archivos de nuestra memoria. Y
está ahí.
Pero ¿cómo podemos aprender a pensar en positivo?, ¿qué hacer para
educar la mirada psicológica para que se detenga más en lo bueno que en lo
malo?, ¿cómo hacer? Se trata de una educación de la mirada psicológica que
anota lo negativo y lo positivo de cada circunstancia, pero sabe quedarse más
con lo segundo, y eso le lleva a pensar que aquello puede y debe cambiar. Y pone
los medios adecuados para intentarlo, a pesar de los pesares. Educar es seducir
con lo valioso; es convertir a alguien en persona cada vez más libre. Educar es
enseñar a pensar. La cultura consiste en enseñar a vivir.
Uno de los padres de la denominada Psicología positiva es Martín Seligman,
que ha dedicado su vida a esta corriente y que viene a subrayar que el
optimismo es una pretensión que se alcanza teniendo la idea en la cabeza de que
todo puede mejorar, por muy adversos que sean los acontecimientos personales.
De hecho, ningún pesimista ha investigado nada a fondo, ni ha sido capaz de
embarcarse en descubrir algo que ayude al ser humano a mejorar en la ciencia,
en la medicina, en la tecnología. El optimista propone soluciones, otea el
horizonte buscando una alternativa, se cuela por los entresijos de lo sucedido
buscando un atajo que le lleve a un paisaje mejor.
No olvidemos que nuestra primera aproximación a la realidad es afectiva. Y
lo decimos con claridad: me gustó aquel sitio, esa persona no me cayó bien, etc.
Dicho de otro modo: los sentimientos influyen en nuestra forma de pensar. Y
esto lo sabemos bien los psicólogos y los psiquiatras. Cuando nos sentimos bien,
vemos las cosas de otra manera. Hay una parte de nuestro cerebro que regula
las emociones y modifica la forma de organizar nuestras ideas. Esto lo ha
estudiado con detenimiento el psicólogo y más tarde economista, y finalmente
premio Nobel de Economía, Daniel Khaneman, y lo expone en su libro Pensar
rápido, pensar despacio (Ed. Debate. Madrid, 2013), que viene a decir que todo
depende del análisis que uno hace de los sucesos que está estudiando. Todo está
en nuestra cabeza. La clave está en entrar en el carril mental positivo para
interpretar mejor la realidad.
Bien, quiero concretar y espigar algunos argumentos para enseñar a tener
un pensamiento más positivo:
1. Por debajo de los acontecimientos negativos, se esconde una carta buena
que toca a cada uno descubrir. Hay que colarse por ese pasadizo y llegar a ese
punto luminoso. Se necesita querer y pa- ciencia. Lo primero es determinación;
lo segundo, saber esperar y saber continuar.
2. Hay que levantar la mirada, dejar lo inmediato por lo mediato. La
respuesta está en la lejanía. Hay que tener una visión larga de la jugada. De ese
modo, hay derrotas fuertes que en el curso de un cierto tiempo se convierten en
auténticas victorias. No quedarse en el hoy y ahora. El cortoplacismo no es buen
camino. Nos vamos al medio y largo plazo. Esa es la mirada inteligente.
3. Hay que aprender a crecerse ante las dificultades. Hay dos notas
fundamentales que se hospedan en el pesimista: el derrotismo, que no es otra
cosa que adelantarse en negativo, pensar que las cosas saldrán mal; y el
victimismo, creer a pies juntillas que uno siempre sufre daños y es perjudicado y
que las cosas son así y a menudo circulan por ese derrotero.
4. El optimista es un luchador nato. No se viene abajo cuando las cosas se
ponen difíciles o no salen como él esperaba. Enseguida viene la perseverancia
para echar una mano y por eso lucha, se esfuerza, insiste, vuelve a empezar, se
levanta, es el tesón el que tira de él, el empeño por no darse por vencido. Lo dice
Unamuno en su Diario íntimo: «No darse por vencido, ni aun vencido; no darse
por esclavo, ni aun esclavo». Si esto se va practicando, poco a poco,
gradualmente, se convierte en una segunda naturaleza.
Quiero poner dos ejemplos históricos de lo que acabo de comentar.
Empezaré por Tomás Moro. Enrique VIII lo manda a la cárcel por no firmar los
documentos de su nulidad conyugal y muere en la Torre de Londres en 1535. En
las páginas de su último libro, Cartas des-de la cárcel, dice que está contento,
que se siente feliz, «porque muero fiel a mi Dios y amigo del Rey». La felicidad
no depende de la realidad, sino de la interpretación de la realidad que uno hace.
No ha tenido Inglaterra en cinco siglos un personaje del calado moral de él.
Otro ejemplo: Steve Jobs. Fundó Apple en 1976 en el garaje de su casa. En
1982 fue portada del Time y ya era un personaje en su país. Hijo de la relación
de un emigrante sirio y una americana de origen suizo. Lo entregaron en
adopción a una pareja de clase media-baja, Paul y Clara, de origen armenio. Él
era maquinista ferroviario, y ella, ama de casa. Se metió en la droga, se arruinó y
en 1985 vendió todas sus acciones. Pero siguió luchando y volvió a empezar. Y
en 1997, la compañía Apple le pidió que volviera. Cuenta en sus Memorias que
el optimismo era el rasgo más característico de su personalidad. Murió en 2011:
su fortuna la valoró la revista «Forbes» entre las cien más importantes del
mundo.
Voy a terminar. El pesimismo goza de un prestigio intelectual que no
merece. Hay dos piezas con las que trabajar en el puzle de la ingeniería de la
conducta: la confianza y la seguridad en uno mismo. De ese modo, somos
enanos a hombros de los gigantes. Decía Winston Churchill que «el optimista ve
una oportunidad en toda calamidad».
La vida es como la navegación a vela. El pesimista se queja del viento. El
optimista espera que cambie. Y el realista ajusta las velas.
El optimismo es el arte de vivir con esperanza.
Enrique Rojas, Catedrático de Psiquiatría
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