Entrevista con Paola Falchi, la última pareja de Maurizio Gucci El crímen casi perfecto de la 'viuda negra' de Gucci Por Soraya Melguizo Menuda, con una larga cabellera oscura y los ojos escondidos tras unas grandes gafas de sol, Patrizia Raggiani, ex mujer de Maurizio Gucci, el heredero de la casa de moda asesinado en 1995 a los 46 años, abandonó el pasado mes de septiembre la cárcel de Milán donde ha pasado los últimos 15. En 1998 fue condenada a 25 años de prisión acusada de haber pagado 400.000 euros a un delincuente de poca monta para que se deshiciera de su ex marido. “Si soy sincera a mí no me cambia nada que esté dentro o fuera de la cárcel, pero no es justo” dice en una entrevista a Vanity Fair Paola Franchi, quien fuera la última pareja del empresario de la moda. “Para mí ella no existe. Mis recuerdos son míos y eso no me los podrá quitar nunca”. Recuerdos que abarcan cinco años de convivencia y una vida de lujo que quedó rota por culpa de la ambición y la locura de otra mujer. Maurizio y Paola se conocieron en un pueblo costero cerca de Portofino. Ambos frecuentaban el mismo grupo de amigos, todos hijos de importantes familias de Milán. “Él ya salía con Patrizia. Pocos meses más tarde se casaron y me invitaron a su boda, pero después del matrimonio no volví a saber nada de ellos. Años más tarde encontré a Maurizio en un restaurante de Sant Moritz, en una fiesta”. Ya en Milán, y un par de cenas más tarde, comenzaron un romance clandestino. La relación duró varios meses hasta que Paola decidió separarse de su segundo marido, Giorgio, padre de su único hijo, y comenzar una vida juntos. Maurizio Gucci acababa de volver de Suiza, a donde había huido para evitar la cárcel en Italia. En 1972 se había casado con Patrizia Raggiani en contra de la voluntad de su padre, Rodolfo Gucci, quien siempre vio en la joven una aprovechada que sólo buscaba el dinero y la fama de su familia. Por eso, tras la muerte del patriarca de la familia, Maurizio sólo heredó el 50% de la empresa. El otro 50% fue a parar a su primo Paolo Gucci. Poco después, éste acusó a Maurizio de fraude fiscal y de haber falsificado las firmas de su padre, comenzando una guerra por el control de la empresa que se alargó durante años. Fue entonces cuando Maurizio huyó a Suiza y no volvió a Italia hasta que fue finalmente absuelto por los tribunales. Según Franchi la relación de Gucci con su mujer estaba rota. “Estaban separados desde hacía tres o cuatro años pero no divorciados por lo que Patrizia seguía utilizando el apellido Gucci”. Hasta que llegó Paola y Patrizia vio peligrar su privilegiado estatus de señora de. “Ella no estaba enamorada de Maurizio, lo único que la interesaba era mantener su nivel social, su imagen. Quería seguir siendo la señora Gucci”, asegura Paola. Es por eso que al irse a vivir juntos, Patrizia comenzó a hacerles la vida imposible. Según se acercaba la fecha del juicio definitivo de divorcio, Maurizio comenzó a recibir cartas amenazantes y llamadas a todas horas en las que Patrizia le insultaba. “Te quiero ver muerto”, decía Patrizia en un mensaje grabado en el contestador telefónico. Amenazas a las que Maurizio restaba importancia. “Está enfadada. Es todo un teatro”, decía. En una ocasión, el abogado de Patrizia se puso en contacto con Maurizio para advertirle que su ex mujer le había consultado los riesgos penales a los que se enfrentaría en el caso de que contratase un asesino para matarle. El abogado había quedado tan sorprendido por la consulta que había decidido avisar directamente al empresario. “Cuando lo supe –cuenta Paola-- le pedí que contratara a personal de seguridad para protegerse, pero él no lo consideró oportuno. Me dijo que Patrizia no hablaba en serio”. Sin embargo Maurizio si buscó protección en una maga. Estaba convencido que su ex mujer estaba utilizando la magia negra en contra de la pareja. Patrizia estaba obsesionada con los adivinos desde muy joven. En unas vacaciones en el sur de Italia había conocido a Pina Auriemma, una maga que se convirtió en su mejor consejera y amiga. Ella fue una de los colaboradores que ayudaron a Patrizia a organizar el asesinato de Gucci. Fue condenada a 25 años de cárcel. Los otros tres fueron Benedetto Ceraulo, acusado de ser el autor material del asesinato y condenado a 29 años de cárcel, Orazio Cicala, que conducía el coche en el que escapó Ceraulo, e Ivano Savione, portero de un hotel de Milán encargado de contratar a los dos primeros y condenados a 25 y 26 años de cárcel respectivamente. Paola habla de la muerte de Maurizio Gucci desde su residencia de Milán con la tranquilidad de quien ha definitivamente pasado página. Pero en su cabeza permanecen intactos los recuerdos de aquella mañana del 27 de marzo de 1995. “Esa mañana nos despedimos como un día cualquiera. Me dio un beso y salió de casa. Unos quince minutos después la maga que Maurizio consultaba frecuentemente para protegerse se presentó en casa y me dijo que había llegado a la puerta de la oficina, a pocos metros de nuestra casa, y que la policía no la había dejado entrar; que había pasado algo terrible. Corrimos hacía allí para ver que había sucedido. Al llegar vi mucha gente. Fotógrafos, policía... Pensé lo peor y pregunté si Maurizio había muerto. En aquel momento se me hundió el mundo. No recuerdo lo que pasó en aquellas primeras horas. No recuerdo cuando llegué a casa. No recuerdo nada de aquellos momentos.” La misma noche en la que murió Maurizio, Patrizia se presentó en casa de Paola. “Le dije que no quería verla en ese momento y veinte días después se presentó en mi casa con el abogado para ver las cosas que estaban en casa y para controlar que yo no tocase nada”, explica la ex modelo. “Tenía que dejar la casa porque al no estar casada con Maurizio, toda la herencia le correspondía a las hijas. Tuve que dejar todo, incluso cosas que eran mías, que habíamos comprado entre los dos. Su comportamiento era prepotente, humillante hacia mí”, recuerda con tristeza. “Cuando se divorciaron Maurizio le había dejado un apartamento en Nueva York, un ático en Milán, y mucho dinero. Era inmensamente rica, pero quería nuestra casa porque era su modo de vengarse”. Paola no recibió nada de la herencia de Maurizio Gucci pero hace 10 años ganó la causa civil contra Patrizia Reggiani y los jueces le concedieron una indemnización que nunca cobró porque Patrizia se declaró insolvente. “Más allá del tema económico, mi satisfación ha sido conseguir demostrar que yo no era la amante ni teníamos una relación pasajera, que era lo que decían los abogados de Patrizia. Nosotros pensábamos tener una vida juntos, una familia, un futuro”. Dos años después de la muerte del empresario las escuchas telefónicas de la policía descubrieron que Pina Auriemma, consejera y maga de Patrizia Reggiani, había contactado a Savioni y que Patrizia le había pagado 400.000 euros para deshacerse de su marido. Cuando la policía fue a buscarla a su casa no se mostró sorprendida. “¿Vienen por lo de mi marido?”, dijo a los agentes. Más tarde se descubrió que diez días antes del asesinato de Gucci, Patrizia había escrito en su agenda personal: “No hay crimen que no se pueda comprar”. Toda una declaración de intenciones. “Una de las cosas que mi vienen en mente a menudo es que si yo no me hubiese reencontrado con Maurizio aquella noche en Sant Moritz, probablemente él estaría vivo porque no se habría creado esa situación de odio que acabó con su vida”, confiesa con tristeza Franchi. Maurizio fue enterrado entre las montañas de Sant Moritz. El mismo lugar donde se reencontraron cinco años antes de su muerte y que se convirtió en el escondite particular de la pareja. Durante algunos años Paola visitó su tumba hasta que en el año 2000 su hijo Charly se quitó la vida con a penas 16 años. “Dejé de visitar su sepultura cuando Charly murió. El dolor inmenso por la pérdida de mi hijo ha disuelto en parte el dolor por la muerte de Maurizio”, dice Paola. “Ahora, cuando pienso en ambos, los imagino juntos”.