¿CAPITALISMO CODICIOSO?

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¿CAPITALISMO
CODICIOSO?
Carlos González Barberán
Director de la revista Santelmo. AD-1, Sevilla, 85
cgonzalez@santelmo.org
kasimir Malevich. La casa roja. Museo Estatal Ruso. Moscú.
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opinión
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La visión limitante de
Kolakowski deriva,
probablemente, de su
rebote del socialismo
marxista inicial, que le
impide contemplar el
capitalismo liberal en
su compleja y positiva
dimensión.
En Julio próximo se habrá cumplido un
año del fallecimiento del ilustre pensador
y filósofo polaco Leszek Kolakowski (Radom, Polonia, 1927- Oxford, Inglaterra,
2009), de renombre universal, aunque
poco conocido en España a nivel del español medio.
En la hagiografía de Kolakowski que Alvaro Delgado-Gal publicó en la tercera
de ABC, en Diciembre pasado, parece
que hace suyas las manifestaciones
del pensador polaco desaparecido, en
especial, de la codicia, que liga indefectiblemente al capitalismo. Al mismo
tiempo, asigna al socialismo la cualidad
benefactora de la solidaridad humana.
Son manifestaciones claramente sesgadas de dos aspectos contrapuestos de
las complejas composiciones de ambas
corrientes político-filosóficas. Yo diría que
ha destacado lo peor del capitalismo y
lo mejor del socialismo. Menos mal que,
como Kolakowski, reconoce que, en la
práctica, es mejor para la humanidad el
capitalismo codicioso que el socialismo
de solidaridad obligada por la fuerza, por
simples consideraciones de resultados
experimentales. En efecto,¿quién duda
de que en Norteamérica, la potencia
capitalista por excelencia, se vive mejor
que se vivía que en la antigua Unión Soviética, la patria del socialismo a ultranza?
La visión limitante de Kolakowski deriva,
probablemente, de su rebote del socialismo marxista inicial, que le impide
contemplar el capitalismo liberal en su
compleja y positiva dimensión. En mi
opinión, Delgado-Gal confunde codicia
con ambición y olvida que la aplicación
de la fuerza significa la privación de las
libertades humanas. Precisamente,
Kolakowski llegó a ser un decidido defensor de la libertad del individuo en la
sociedad, por lo que recibió el premio
Jerusalén en el 2007, al tiempo que se
manifestaba distante del individualismo
posesivo del capitalismo, al que consideraba responsable de las modernas
catástrofes sociales y ecológicas.
La deriva de Kolakowski se inicia en
1967 cuando, enfrentado a la corriente
totalitaria del comunismo polaco, emigra primero a California, Estados Unidos (Universidad de Berkeley) y, poco
después, a Inglaterra (Universidad de
Oxford), todavía imbuido por la ideología
marxista que pretende rescatar, como
expone en su libro “Hacia un marxismo
humanista. Ensayos sobre la izquierda
de hoy” (1968). También visita otros países occidentales y ejerce de profesor en
varias universidades americanas y europeas. En este largo peregrinaje ideológico, después de criticar definitivamente
al marxismo (“Las principales corrientes
del marxismo”, 1976), se posiciona definitivamente con la democracia contra los
totalitarismos y llega a un eclecticismo
político-filosófico de difícil maridaje, ya
que, simultáneamente, se consideraba
un conservador-liberal-socialista. Todo
ello, como resultado de su herencia católica polaca, de su evolución en defensa
de la libertad y de su pasado ideológico
marxista que se resiste a abandonar. En
efecto, de su formación inicial destaca la
importancia de la familia y de la religión,
de su pasado socialista mantiene su
desconfianza en el juego del mercado y
la necesidad de una intervención estatal
y de su evolución posterior se pronuncia
por preservar la libertad y la iniciativa individual fuente de la creatividad.
Pero no se puede admitir, como expone
Delgado-Gal, deducido de Kolakowski, que la aceptación del capitalismo
se deba, únicamente, a sus resultados
experimentales. El capitalismo se caracteriza por la propiedad privada de
los medios de producción y la libre concurrencia de los factores productivos
(tierra, capital y trabajo) en el mercado,
sometidos al juego de la oferta y la demanda. Ello supone que en este mercado libre sólo prosperan aquellos bienes con mejor relación calidad/precio, a
modo de una selección natural que nos
recuerda a Darwin con su selección de
los mejor dotados para el medio en que
se encuentran.
Esta situación se organiza por medio
de empresas de titularidad privada y
también pública (al mercado pueden
concurrir todos), que producen bienes y
servicios. Ello nos conduce a considerar
la figura del empresario, que es de todo
menos codicioso, es decir, no tiene la
obsesión exagerada por la riqueza, sino
un justo deseo de conseguir prosperidad, fama y bienestar para él y su familia que, con frecuencia, trasciende para
su pueblo, su región y su patria. Y ello
también está ligado al respeto a la propiedad privada, que le impulsa a trabajar
con ilusión para legar a su descendencia el fruto de su trabajo e inteligencia, lo
cual está entroncado íntimamente con
un mandato biológico de protección de
los suyos.
Porque todas las empresas nacen con
afán de permanencia en el tiempo, sin
el carácter especulativo del “pelotazo”
que algunos le aplican, un periodo que
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El Estado, que no sabe ser empresario, debe ceñirse a lo que sabe hacer
bien sin trabajar: realizar la redistribución de la riqueza mediante el
impuesto.
sobrepasa, con mucho, la vida del empresario fundador, para prolongarse en
varias generaciones. Y habrá que admitir que la codicia, si es que la hay, no
se transmite por herencia. También conviene hacer notar que la mayoría de las
empresas se inician con carácter familiar y, en su progresión generacional, se
complejizan y transforman en grandes
empresas de carácter anónimo. ¿La codicia es anónima?
El empresario privado, en defensa de
lo suyo, contemplando los condicionamientos del mercado, procura la mejora de sus instalaciones, fomenta la formación de sus colaboradores y la suya
propia, para un mejor rendimiento de
sus productos, en un continuo juego de
emulación frente a terceros, de enorme
eficacia.
A veces, el estado socialista puro, en su
afán “solidario”, interviene en la economía con un dirigismo visceral que anula
el libre juego del mercado y, por tanto,
el mecanismo de mejora continua de
bienes y servicios. Recuérdese que, tras
la caída del muro de Berlín, la República
Democrática Alemana (socialismo comunista) dejó un legado de empresas
estatales destinado a la chatarra.
Pero, incluso en la socialdemocracia, que
ha llegado a admitir la economía libre de
mercado, este afán intervencionista, por
el que se pronuncia Kolakowski, todavía
deja secuelas en forma de sociedades
públicas a nivel estatal o autonómico,
que no resisten la más tolerante comparación con las privadas del sector. ¿Qué
le impulsa al funcionario dirigente de dichas empresas a mejorar? ¿Quién trabaja día y noche en periodos de crisis para
salir del bache? ¿Quién se esmera por
proteger los bienes públicos? ¿Quién expone el propio patrimonio para avalar la
solvencia de la empresa? Las empresas
públicas tendrían que estar compuestas
por miles de San Francisco de Asís para
asegurar la aplicación de la solidaridad
humana de forma adecuada. El intervencionismo, de raíz marxista, perturba el juego del mercado y no se debe
confundir con la necesaria vigilancia de
los poderes públicos para evitar el abuso de los especuladores o de posiciones
dominantes con concertación de intereses. Lo mismo que antes denunciamos
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la confusión entre codicia y ambición,
ahora lo hacemos entre intervención y
vigilancia.
La socialdemocracia es el recinto teórico
donde se han refugiado los comunistas
fracasados y los socialistas puros vergonzantes, con resabios de intervencionismo estatal, que se traduce en la
socialización de las principales manifestaciones de la actividad humana, como
la educación pública excluyente y la
sanidad pública, susceptibles de condicionar el pensamiento con orientaciones
tendenciosas y de prácticas “sanitarias”
antinaturales, con el pretexto de asegurar la igualdad de prestaciones a todos
los estratos de la sociedad.
El incremento de la acción del estado
en casi todas las actividades humanas
anula el estímulo individual del trabajo bien hecho y las motivaciones de la
mejor remuneración correspondiente.
Tiene como consecuencia el fomento
de las burocracias estatales igualitarias e
improductivas, con un creciente colectivo funcionarial, en el que pagan justos
por pecadores, que supone una carga
excesiva para los trabajadores verdaderamente productivos de las empresas
privadas que financian con sus impuestos tal situación desmesurada. Estos
ciudadanos se ven forzados a sufragar
el consumo de otros improductivos. Tal
situación se ve agravada por el mantenimientos de las ayudas y subvenciones
típicas de la socialdemocracia a actividades y colectivos mediocres, con frekasimir Malevich. Caballería roja. Museo Estatal Ruso. Moscú.
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cuencia pseudoculturales, que no son
capaces de resistir la más mínima competencia de las correspondientes de la
economía libre del mercado.
El creciente intervencionismo estatal, incluso con empresas públicas de escasa
rentabilidad, perjudica el funcionamiento
libre del mercado y, por tanto, el mundo de las empresas privadas, que se
ven forzadas a intervenir en un juego de
mercado con las cartas marcadas. Es la
economía mixta de propiedad pública y
privada, característica de la socialdemocracia, de resultados poco rentables.
Por tanto, hay que insistir en la acción
de vigilancia del estado por los posibles
excesos de la actividad humana y no en
la acción de intervención sustitutiva porque, con frecuencia, es peor el remedio
que la enfermedad, al contrastar que la
acción pública poco competente puede
derivar, incluso, en mayores excesos que
los que se pretendía corregir.
El Estado, que no sabe ser empresario,
debe ceñirse a lo que sabe hacer bien
sin trabajar: realizar la redistribución de
la riqueza mediante el impuesto. Pero
también sin pasarse, porque apretar
demasiado las tuercas impositivas tiene efectos disuasorios de la actividad
empresarial. No se puede trabajar toda
la vida para el Fisco, hay que dejar un
cierto remanente para que el empresario
siga encelado en el trabajo de la gleba de
su propia empresa, ordeñándolo con frecuencia por medio de impuestos, bajo
la vigilancia de la Agencia Tributaria.
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