M.Alberta (23 Abril 09) Dios para venir a nosotros nos quiere en paz! Dejemos a un lado nuestras preocupaciones, dejemos nuestro corazón en paz, para poder dar Gracias a Dios desde lo profundo de nosotras mismas por una vida, la vida de Alberta Giménez, la vida de la Madre, quién entregándose a la voluntad de Dios hizo posible la vida de la Pureza, en la que hoy nosotras nos entregamos a Él y en Él a los demás. No quiero nada más que cumplir la voluntad de Dios en todo y siempre! Un día como hoy, el 23 de Abril de 1870 una mujer entra con paso decidido en el castillo encantado de Ca’n Clapers. Quizá su vida en aquellos momentos no tenía un aspecto tan diferente al del viejo caserón; había perdido a su querido esposo y a tres de las criaturas que el Amor había engendrado en ellos. Pero Dios tuvo la iniciativa de poner a la Madre al frente de su obra, ella era consciente de dónde provenía el encargo que tocaba a su puerta de parte del Obispo, aún en medio de la noche no había perdido su instinto para descubrir a Dios en cada cosa. En poco tiempo el Real Colegio de la Pureza, arruinado y agónico, volvía a ser aquella insigne institución que atraía las miradas y los elogios de las mejores familias de Palma. Alberta resistía ante las dificultades, su fe iluminaba su vida interior y la sostenía, sembrando en ella el deseo de vivir por Él y para Él en un espíritu de fidelidad y obediencia en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Su vida también recibía aires nuevos, esperanza, vida nueva de Dios. Es la Madre que sabe hacer de cada detalle, de cada acontecimiento, un motivo para alzar los ojos al cielo y llenar de sentido cada momento. Es la Madre que sufre pero acepta la voluntad del Padre porque siempre la busca. Quiero decididamente seguir a Cristo La Madre se siente pertenencia de ese Dios al que con fidelidad va siguiendo y a quién entrega toda su vida. Porque su amor estuvo muy cerca del amor de Dios, Alberta Giménez pudo pasar de un amor propio a un amor libre, capaz de olvidarse y entregarse. Quiso andar el camino que el Señor le tenía preparado, camino arduo en muchas ocasiones, camino lleno de piedras y espinas. Pero la fatiga no podía vencer el deseo profundo de ir tras las huellas del Maestro, quien no le había dejado de enseñar que el amor siempre es más fuerte, que en el Amor renace la Vida. Y esa vida que había recibido de Dios no se la guardaba para ella sino que se derramaba a su paso por el sendero apenas descubierto, se derramaba en sus hermanas, en las alumnas, en su familia… en todas esas personas en las que ella vislumbraba el rostro de Aquel que cada día la atraía con fuerza hacia Él. Oración y confianza en Dios Su vida fue un constante abandono a la voluntad de Dios, nos sentimos admiradas de ver cómo la Madre se abandonaba en una actitud de escucha hacia el Señor, que la hacía capaz de responder ante las dificultades luchando contra aquellas cosas que le apartaban de su fin último. Su confianza en Dios le hacía sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, la fatiga y ese misterio de dolor que vivía en su corazón. La fe dio valor a su vida ante los sufrimientos y las dificultades. La vida de la Madre es una vida abierta al Misterio, un corazón hambriento de luz y verdad, siempre en búsqueda y siempre alerta, despojado en el desierto, renovado y transformado en lo más cotidiano. Si quisiéramos podríamos desgranar sus días, sus preocupaciones e intuiciones pero lo importante es que en esos días se descubre a una mujer que amaba y se sentía amada por Dios, se sentía segura abandonada a sus manos. Tenía un espíritu de oración muy profundo, sabía que para llevar a cabo la obra del Señor necesitaba de mucha confianza y esperanza, porque tenía plena intimidad con Él. Pensaré que sólo Dios puede llenar y satisfacer mi corazón Y M. Alberta sabía en quién se apoyaba, quién era su más fiel compañero y guía, su descanso, su ánimo y sostén, ella sabía que abandonarse a las manos de Dios no era salir perdiendo sino tener en las manos una seguridad y en el corazón la certeza de que todo sería a “mayor gloria de Dios y bien de nuestras almas.” Podemos pensar que M. Alberta debió levantar en muchos momentos los ojos al cielo, debió buscar con la mirada un Cristo crucificado, para encontrar respuesta a esos acontecimientos incomprensibles y dolorosos, pequeños y grandes, de su vida diaria, que le sumergían en la oración profunda de un encuentro silencioso con su Dios. Y así dejándose acariciar el corazón iba sintiendo que nada más que su Dios podía hacerle feliz, que nada más que su Dios podía realizar en ella aquella obra que poco a poco iba surgiendo en la que se sentía la más pequeña criatura amada de Dios. Para mí sólo tiene importancia lo que agrada a Dios. Si alguien tiene experiencia de un encuentro profundo con una persona, sus posteriores acciones y obras van impregnadas de esa misma experiencia vivida con profundidad. Alberta tuvo que tener una experiencia de encuentro profundo con la persona de Jesucristo, no hubiera sido capaz de educar en la fe si no hubiera sido gracias a ese Encuentro que transformaba su vida entera hasta pertenecer a Otro, ese en quien ponía toda su esperanza, de quien recibía toda la fortaleza. Decidió tomar entre sus propias manos su vida apropiándose del mensaje de Jesús, decidió hacer lo que Dios quiere, vivir lo ordinario de una manera extraordinaria y así comenzó a tener importancia absoluta el deseo de Dios en ella, la obra soñada en aquella mujer que se dejaba hacer como barro en manos del alfarero. Madre… sí ese es el adjetivo que mejor te describe, porque tu vida fue llena de detalles, delicadezas, abnegación, sacrificio, entrega, ternura, fortaleza, consejo, corrección… todo eso que bien sabe hacer una madre. Madre… tú que fuiste capaz de engendrar vida a tu alrededor enséñanos a nosotras a engendrar esa vida de Dios que llevamos en el interior como semilla que ha de germinar en aquellas personas que Él ha puesto a nuestro cargo. Madre… tú que viviste en la Verdad, siendo auténtica y coherente ayúdanos a cuidar en nosotras ese SER PUREZA, transparencia de Aquel que llevamos dentro. Madre… sencilla y tierna, concédenos el don de acercarnos a los pequeños de la tierra desde esa delicadeza con la que tú tocabas los corazones y los llevabas a Dios. Madre… tú que estuviste abierta a la acción de Dios, cuida nuestra vocación y consagración para que seamos fieles al que nos ha amado en nuestra debilidad y estemos abiertas a su voluntad. Y ahora desde nuestro sentirnos hijas tuyas queremos elevar nuestro agradecimiento a Dios por la obra que hizo en ti y de la que hoy nosotras somos continuadoras pues así nos habla D. Jacinto María Cervera: “…deben procurar con especial cuidado ser y parecer dignas del nombre que las distingue.” Y este nombre es Pureza de María. Es un nombre, es una vocación, es un estilo de vida… una vida ya toda de Jesús, del TODO y PARA SIEMPRE. Él nos ha llamado, ha querido que dejáramos nuestra barca, nuestras redes, nuestra gente, nuestras comodidades… para adentrarnos en una vida sin fondo, una vida en plenitud, una vida para siempre consagrada a Dios en Pureza de María, en la Pureza de M. Alberta.