COMENTARIOS ¡NACIONALES José Joaquín Brunner La democracia ambigua Se ha dicho frecuentemente, y ya es un lugar común afirmarlo, que Chile se encuentra en una etapa de transición. Proyectado hacia la constitución de una sociedad moderna y desarrollada, el país no supera aún la mayoría de las instituciones y estructuras tradicionales. En el plano político este fenómeno se refleja por la contradicción creciente entre las aspiraciones populares por una mayor y más efectiva participación en el proceso político nacional y la frustración de esas aspiraciones por la existencia de obstáculos que limitan o hacen imposible la participación. Por una parte, perduran rasgos oligárquicos en nuestra sociedad, (minorías que controlan >' monopolizan las decisiones políticas más importantes, que manejan lux medios de difusión, que concentran e ' poder económico o lo comparten con los capitalistas exIranjeros, que copan el acceso n la educación universitaria, etc.); por otra, el pueblo abandona su pasividad >' ¡je moviliza para exigir un lugar en la construcción de Ia sociedad futura. El proceso de urbanización, la influencia (Je kis ideologías revolucionarias, la multiplicación de l a s informaciones v del conocimiento por los modernos medios de comunicación sociales, ta elevación de los niveles culturales de las masas, el efecto de demostración que produce ta coexistencia de países altamente desarrollados y pueblos que viven en la miseria, el efecto dinamizador que han tenido procesos revolucionarios triunfantes en otros lugares de la tierra, han constribuído a producir la movilización de las masas y la expansión ilimitada de sus expectativas y aspiraciones. El desequilibrio entre las mayores demandas de participación y una oferta —condicionada por estructuras tradicionales— que no es capaz de absorberlas, genera una serie de problemas que es importante analizar. El voto no es suficiente Encontrándose el país en plena etapa de transición, se ha producido un hecho que ha venido a profundizar el proceso de desadaptación entre las expectativas populares de mayor incorporación al proceso político y las estructuras e instituciones vigentes. En 1962 se dictó una ley obligando a los electores potenciales (ciudadanos que supieran leer y escribir) a inscribirse en los registros electorales, para poder cumplir diversos actos civiles y mercantiles. De esta forma se amplió bruscamente la base electoral del país. Mientras en 195S el 53% de la población de! Gran Santiago no estaba inscrita, en IW4 el porcentaje descendió al 16%; la población electoral de Chile creció a su vez, entre 1958 y 1964, de un 429-4 a un 719o. Actualmente, cerca del 90% del electorado potencial de Chile se encuentra inscrito en los registros respectivos y debe —teóricamente— ejercer su derecho de voto1. Esta mayor participación electoral, unida a la expansión acelerada de tas más diversas organizaciones populares, ha colocado a amplios sectores de la población, hasta ayer marginados de la vida política, en disposición de influir en la designación de las élites gobernantes y de reivindicar sus derechos a una amplia participación en la vida nacional. Pero en la medida que el poder del voto y de la organización no han servido a! pueblo para satisfacer sus aspiraciones de liberación y dignificación, a través de SU incorporación a los beneficios de la sociedad moderna 1 Dalos toniudos del csiudio "Chile: un protcsu tle democralización fundamental", de Eduardo Hamuy. v ÍÍ\ ejercicio real del poder, d sistema político en general entra en crisis de legitimidad, pues se ha hecho incapaz de "engendrar y mantener la creencia de que las instituciones políticas existentes son las más apropiadas para la sociedad" (Lipset). Al frustrarse en la práctica las expectativas de una participación igualitaria en el poder y en los bienes sociales (educación, riquezas, salud, previsión social, oportunidades de ascenso, etc.) las masas pierden confian/a en los gobernantes y en las instituciones políticas. Se cuestiona su legitimidad y se produce la apatía ante las acontecimientos políticos. Se afirma que los procedimientos electorales no son un instrumenlo para crear condiciones de cambio en la sociedad (posición adoptada por amplios círculos de la izquierda marxisla); se desprecia la actividad del Parlamento por inoperante; se ataca al poder judicial por estar al servicio de intereses; se desintegran los partidos políticos en innumerables facciones y grupos que terminan por constituirse en nuevos partidos, etc. En resumen, a medida que aumenta la movilización popular y su presión por influir en el proceso político a través de una participación amplia y directa —que es percibida como la vía más expedita para transformar el orden económico y producir una real redistribución de oportunidades en todos los aspectos de la vida social— aumenta también la "desilusión" frente a estructuras c instituciones políticas tradicionales. Estas, creadas para una sociedad estática y rígidamente estratificada, donde las relaciones de dominación de las mayorías por minorías selectas eran aceptadas, son boy incapaces de responder a las nuevas exigencias y de adaptarse a la dinámica de los cambios sociales. buena medida— a acentuar la crisis de legitimidad del Mstcma político imperante. El pueblo no alcanza a comprender por qué un Gobierno elegido soberanamente por una mayoría nacional amplia y vigorosa, sea incapaz de encabezar un proceso de reformas lo suficientemente radical y profundo como para abrir las compuertas del sistema vigente y pcrmilir la incorporación masiva de tos trabajadores a los centros de poder y producir de Cita forma las condiciones necesarias para la construcción de una auténtica democracia y un acelerado desarrollo económico. En Chile, y dentro de las espeetativas de participación que se han engendrado en el pueblo y su "concienti/.acion" en vías de constituir una conciencia revolucionaria, la democracia y el desarrollo no se podran alcanzar sin su incorporación activa en el proceso políticosocial. Las masas tienen que encontrar tina ubicación formalmente sancionada, o de hecho, en la gestión del fuLuro del país. Tendrán que compartir la conducción del proceso con la burguesía gobernante —si esto es posible— o sustituirla en esa función. Pero no es posible pensar que se les podría mantener en una situación de marginalidad o aprovecharlas para consolidar el sistema vigente, a menos que se emplee la fuerza en forma desembozada (dictadura militar) o que se establezca un gobierno de "mano dura", con una rígida disciplina social y con la consiguiente eliminación de derechos democráticos hace tiempo consagrados en nuestro régimen legal básico, como e! derecho de huelga, el derecho de asociación, la libertad de prensa, etc. (dictadura legal). Ambigüedad y vacilaciones Desarrollo comprometido Ante esta situación, el Gobierno demócrata cristiano ha mostrado una conduela mus bien ambigua. Por una parle radicaliza y acelera el proceso de movilización popular, por ejemplo, al promover la reforma agraria, al sancionar legalmentc la constitución de sindicatos y federaciones de campesinos que ciertamente están desquiciando la tradicional dependencia de esos trabajadores de sus patrones, al fomentar la creación de organizaciones populares, al extender —como nunca había ocurrido en la historia de Chile— las oportunidades de educación, etc.: por otro, lo frustra y frena, al mantener ¡mocadas estructuras tradicionales y no crear nuevos y amplios canales de participación. Las actitudes vacilantes de! Gobierno frente a inicialivas, algunas de sus propios par laméntanos, como la que extiende el derecho a voto a los mayores de 18 años y a los analfabetos; ta ausencia de una política para incorporar a los trabajadores en la gestión y dirección de las empresas; la conducta, hecha hábito, de desconocer a determinadas organizaciones de trabajadores (por ejemplo la CUT), que representan legítimamente a imporianies sectores obreros y que son un factor decisivo en cualquiera estrategia seria del cambio social; la política laboral concretada a través de organismos gubernamentales, que ha producido un alejamiento casi antagónico entre los trabajadores y el Gobierno; la idea de suprimir los conflictos colectivos por motivos económicos (para obtener mejores sueldos y salarios), incluida en el proyecto de ley de reajustes para 1968, etc., son otros tantos ejemplos de esa ambigüedad. La mayoría de los partidos políticos que pretenden intetpretar las esperanzas populares y sus reivindicaciones básicas de democracia y desarrollo no han podido adecuarse a las exigencias, y condiciones de una sociedad en transición como la que se ha descrito. Su actividad se limita, hoy como hace cincuenta o más años, a un interminable "juego político y parlamentario", sin vinculaciones permanentes y eficaces con las masas a las cuales pretenden liderear y encuadrar dentro de una ideología y una acción. Sin organización de sus cuadros, sin una racionalidad en sus acciones, con una escasa valoración de la ciencia y la técnica, con ideologías las más de las veces difusas y aún contradictorias, los partidos políticos juegan cada día más un rol secundario en la vida política nacional. No son capaces de interpretar la sorda inquietud de las masas ni de encauzar su energía para presionar la formación de estructuras de participación eficientes y amplias. Tienden a cristalizarse como superestructuras que operan "por encima" de las fuer/as sociales del país y a las cuales sólo tocan accidentalmente. Esta disociación, que es más visible en el campo respecto a los trabajadores agrícolas pero que también existe en relación a los pobladores, a amplios sectores de trabajadores industriales y de la juventud, agrava la situación de faJla de participación y el fenómeno de desrepresentación tan propio de nuestra sociedad en el momento presente. Los partidos, que podrían ser a la vez canales de participación y representación populares, y elementos de efectiva presión por los cambios que aseguren y sancionen nuevas formas estructurales de participación en los diversos aspectos de ta vida social, restringen así su No es aventurado afirmar que esta línea de conducción política sinuosa y contradictoria, ha contribuido —en acción a solucionar querellas internas, a atender las "clientelas electorales", a agotar las posibilidades de la actividad parlamentaria y —no pocas veces— a situar a sus militantes en la jerarquía del poder. El pueblo, en cambio, pierde un valioso instrumento para concretar sus aspiraciones y multiplicar las energías liberadas por su movilización y su mayor conciencia revolucionaria. Este fenómeno de inadecuación de los partidos a las condiciones de una sociedad en transición hacia formas democráticas de organización social repercute —a su vez— en la forma de desarrollo del proceso político chileno, Imprimiéndole un sello de alia irracionalidad. Coma han observado diversos analistas, las luchas políticas en el país no responden a ningún "esquema-tipo", ya sea de enl remamiento de clases antagónicas, de grupos ideológicos claramente perfilados, de fuer/as contrarias por motivos raciales o religiosos, eíc. La lucha por el poder ha sido más bien, tradicuinalmente, una lucha entre diversos sectores de la minoría dominante, que utilizaban a las clases papulares para presionar por sus intereses. Ciertamente este cuadro se ha alterado a partir de la segunda década "del presente siglo; pero lo creciente participación popular en el proceso electoral y su toma de conciencia y movilización, no han producido aún un ordenamiento de fuerzas tal, que se pueda hablar de los antagonismos políticos como del choque de fuerzas sociales que luchan por el poder, en la perspectiva de imponer una política adecuada a sus intereses. Aún subsisten v son dominantes los conflictos en el seno de grupos con idénticos intereses, (no sólo entre lo que se ha llamado la nueva burguesa industrial y la vieja oligarquía del agro; sino también en el seno de las clases populares, entre sectores incorporados al sislema, con un alto grado de organización y que Trabajan en las industrias más modernas, y sectores marginales, atomizados y sin solidaridad de grupo, que venden su fuerza de trabajo en industrias de escaso desarrollo y acentuado tradicionalismo, tanto en las formas de pro- ducción como en el sistema de organización de las relaciones entre los obreros y los capitalistas o sus representantes). Estos hechos son, a la vez, causa y efecto de que los partidos políticos, en su gran mayoría, no sean vanguardia consciente y lúcida de determinadas fuerzas sociales, sino una especie de asociación más o menos inestable, en torno a una personalidad o a una vaga ideología, de diversos grupos con intereses muchas veces contrapuestos. A la vez, este fenómeno influye poderosamente en el modelo de desarrollo que el o los partidos gobernantes se ven obligados a impulsar, que es siempre el resultado de una suerte de compromiso entre los diversos grupos que han accedido al poder. Pensamos que en la ambigüedad del gobierno demócrata cristiano y del partido de gobierno esto se refleja claramente. Opción De todo lo anterior se desprende que el futuro del pais está indisolublemente ligado a su capacidad para superar, radicalmente, la crisis de legitimidad que comienza a afectar al sistema político en su totalidad. Crear nuevos mecanismos de participación popular y acelerar la incorporación del pueblo al ejercicio del poder político y económico son imperativos ineludibles para u-iLiíurar el desarrollo del país y construir una efectiva democracia. En la medida que estos objetivos sean postergados, no es improbable que el dinamismo del proceso de desarrollo llegue prácticamente a paralizarse, con la consiguiente frustración de las masas, cada día más conscientes de sus potencialidades renovadoras. En esa alternativa, sólo el autoritarismo o el gobierno de "un homhre fuerte", o la explosión incontrolable de las energías populares podrían volver a crear las condiciones necesarias pata producir el "despegue" del país. Santiago, 5 de Enero de 1968.