CARTA DEL ADMINISTRADOR DIOCESANO S. V. GABRIEL-ÁNGEL RODRÍGUEZ MILLÁN Cruz e identidad El crucifijo tiene un profundo valor humanístico. Se trata de un símbolo cristiano que arranca de un hecho histórico: un hombre llamado Jesús fue condenado a muerte en la cruz por el prefecto romano Poncio Pilato hacia el año 30, y de ello dan testimonio los historiadores judíos y romanos del siglo I. De este hecho voluntariamente aceptado por Cristo y de su resurrección anunciada por sus apóstoles nació el Cristianismo. Desde entonces, el crucifijo se ha convertido en símbolo de fe para millones de personas y, más todavía, en símbolo de amor. De esta manera, Jesús ha cambiado radicalmente el sentido de la cruz: muriendo en ella ha dado significado al hecho de dar la vida por los demás. Así, la cruz, independientemente incluso de la fe cristiana, tiene desde entonces un profundo significado humanístico: y es que dar la vida para salvar a otros es el acto humano más noble. En nuestra sociedad, lastrada frecuentemente por la violencia en todas sus formas, emerge el significado de la cruz como antítesis de toda violencia. Lo dice el apóstol san Pablo en la carta que escribe a los cristianos de Éfeso: “Ahora, gracias a Cristo Jesús, los que un tiempo estabais lejos estáis cerca por la sangre de Cristo. Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y decretos, para crear, de los dos, en sí mismo, un único hombre nuevo, haciendo las paces. Reconcilió con Dios a los dos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en Él, a la hostilidad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca” (2, 13-17). Es verdad que el crucifijo tiene un significado particular para el cristiano, pero puede tener un significado humanista bellísimo para todo ser humano, y es en este sentido como el no cristiano lo debe tomar. Puesto que el cristianismo ha modelado la historia de España, como la de tantos otros países, es cierto que se ha convertido en un elemento profundísimo de nuestra cultura y de modo particular el crucifijo, el cual enseña a renunciar a uno mismo hasta dar la propia vida por amor, enseña a soportar las dificultades y los sufrimientos de la vida cotidiana como elemento normal de la condición humana sin por esto tener que resignarnos al destino, enseña a no ceder nunca a la violencia contra los demás, enseña el respeto al otro… El símbolo de la cruz es un símbolo que impresiona precisamente porque es un símbolo que une, que va más allá de las diferencias, también de las diferencias de religión. Cuando hoy muchos en nuestro país y en la vieja Europa consideran que el crucifijo es un símbolo a retirar porque se le considera enemigo de algunas formas de entender la vida y las costumbres, debemos preguntarnos hacia dónde estamos caminando. A veces se tiene la impresión de que identidades ajenas a nuestra cultura española y europea tienen más derecho a existir que la milenaria identidad cristiana que ha hecho a esta Europa foco de civilización para todo el mundo. No caigamos en la tentación de rebajar nuestra identidad hasta el punto de volverla inconcreta y gaseosa; si hacemos esto puede ser que evitemos el conflicto, puesto que los gases no chocan, pero también es cierto que los gases son atravesados por los sólidos… Gabriel-Ángel Rodríguez Millán Administrador diocesano Sede Vacante