LA CRUZ " La última palabra de la doctrina de Cristo se la recibe cuando uno se decide a poner sus pasos tras los pasos de Jesús condenado a muerte y marchando inocente al suplicio (...) Cristo reinó desde la cruz. Desde la cruz venció el pecado, la muerte, el infierno. El reino de Cristo se fundó en el Calvario y se mantiene sobre todo en la prolongación del Calvario que es la Eucaristía (...) Uno es soldado de Cristo en la medida en que acepta incorporarse al sacrificio del Jefe, en la medida en que acepta su Pasión sin escándalo (...) en que vive realmente del sacrificio eucarístico" (19,20,3). "Considerad los dolores y Pasión del Señor para tener fuerzas para una donación total que (es) la que exige de cada uno de nosotros: Cristo por mí dejó su bienestar material y humano: nació pobre. Señor, qué vergüenza me da, cómo sufres Tú por mí, y yo sigo con mis comodidades... “La importancia del Crucifijo. Para los santos, era todo el Crucifijo. Para el cristiano, lo más grande que puede tener es el crucifijo. El consuelo es el crucifijo... En las humillaciones de la vida, sólo el crucifijo es el único consuelo, él nos dará la verdadera humildad. Cuando nos venga la tentación, el crucifijo. Donde se sacan las fuerzas para trabajar por Cristo, cuando El nos llame, el crucifijo" (47,5,39). "La muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios, a Dios a quien ha buscado durante toda su vida. Es el encuentro del hijo con el Padre; es la inteligencia que halla la suprema verdad, la inteligencia que se apodera del sumo bien. En la Gloria lo veremos a El cara a cara, a nuestra Madre la Virgen María, a los Santos; hallaremos a nuestros padres, parientes y a aquellos seres cuya partida nos precedió" (8,9,1). "Feliz porque he de morir". "Quiero morir en Cristo". "El justo espera su muerte. El malo teme su muerte". "Yo que procuro vivir en Cristo ¿por qué he de temer? Al contrario: esperar". "Deme el Señor muerte cristiana y renuncio a todo: que al verme morir no digan 'pobrecito', sino 'descansó en Cristo' con la alegría en la pupila. Para morir muerte cristiana hemos nacido y para nada más" (33,1). El 13 de agosto de 1952, el Viceprovincial escribe al Padre General de la Compañía de Jesús: "Si en toda la vida nos ha edificado, ahora es extraordinario, y no se puede imaginar una mayor, ya no resignación, sino santa alegría que redunda de su corazón, de sus palabras, de su rostro y de todo su ser. El sabe perfectamente lo que tiene y los síntomas agravantes y con serenidad, virilidad, o mejor dicho virtud sobrenatural, lo que teme es no estar indiferente para no morir e irse al cielo" (Su enfermedad, 85-87). El 7 de septiembre, el Padre Lavín informa al Superior General de los jesuitas de su fallecimiento. Le dice que hasta el final el Padre Hurtado había podido "ejercitar un fructuoso apostolado". "Es increíble el bien que hizo en su enfermedad". "Murió con una tranquilidad y paz máximas". "Creo no cegarme en mi gran cariño por el Padre, al creer que el deseo de ver al Padre en los altares no es ni absurdo ni falto de muy buenas razones" (Su enfermedad, 87-91).