“Yo no soy racista, pero…” Luchar contra el racismo empezando por uno mismo Al pensar en el racismo tal vez nos imaginemos un enorme monstruo contra el que no podemos luchar, o nos desentendamos bajo el pretexto de que es problema de quienes lo defienden o quienes lo sufren. El objetivo de este artículo es mostrar el racismo y la xenofobia como problemas sociales que dañan no sólo a las personas inmigradas, no blancas o pertenecientes a minorías étnicas, sino al conjunto de nuestras sociedades. Por ello, es responsabilidad de todas posicionarnos activamente a favor de la igualdad de derechos y el respeto a la diversidad. El racismo se extiende y refuerza a través de prejuicios que posicionan a las personas contra otras por el simple hecho de pertenecer a un grupo étnico concreto al que se le asignan estereotipos negativos. De esa forma, se generan reacciones como miedo o desconfianza que a veces se reprimen y controlan, pero otras llegan a motivar acciones contra miembros del grupo discriminado. Los prejuicios son inherentes al ser humano porque actúan como mecanismo de defensa ante lo desconocido: sin ellos, la realidad nos resultaría demasiado incierta. Sin embargo, limitan a quienes los sienten, alimentan actitudes que castigan a los colectivos discriminados y minan la convivencia y la cohesión social. El primer paso para combatir el racismo es reconocer que existe no sólo en nuestra sociedad, sino también dentro de cada una de las personas que la integran. Una de las expresiones de moda es “yo no soy racista, pero...” Ese “pero” va siempre seguido por un prejuicio o estereotipo discriminatorio. Nos hemos criado escuchando mensajes que estigmatizan tanto al pueblo gitano como a las inmigrantes, mostrándolos como una amenaza, sinónimo de inseguridad y de conflictos. Es imposible que ese bombardeo no nos haya condicionado, pero no se trata de castigarnos sino de admitirlo para empezar a desactivar poco a poco dichos prejuicios. No hay grandes recetas para ello, sino pequeñas actitudes cotidianas: conocernos para que se diluya la desconfianza, acercarnos las unas a las otras, ponernos en el lugar de las demás… Ser estudiante Erasmus es una gran oportunidad, ya que la experiencia facilita entender el sentimiento de desarraigo; lo difícil que es empezar desde cero en otro país; las limitaciones del idioma; qué se siente ante comentarios xenófobos… A partir de ese ejercicio de empatía seguro que os animáis a dar nuevos pasos, como no tolerar comentarios ofensivos, animar al profesorado a incorporar la perspectiva intercultural en clase o proponer en las asociaciones de estudiantes iniciativas que favorezcan el intercambio y la convivencia entre diferentes. Hasta ahora nos hemos referido al racismo social, pero este se alimenta de otros dos tipos: el institucional y el que promueven los medios de comunicación. Un claro ejemplo de racismo institucional son las diferentes leyes de extranjería: normas sobre las que se articula la desigualdad y la discriminación de las personas extranjeras extracomunitarias. Esta legislación especial restringe los derechos de las personas inmigradas y les afecta de manera muy negativa en sus vidas: a la hora de encontrar trabajo, vivir en familia, denunciar abusos, participar en espacios políticos y sociales, etc. La política europea de blindaje de fronteras es una de las muestras más graves de racismo, con consecuencias tan dramáticas como la muerte de alrededor de un millar de personas cada año al intentar llegar a las costas europeas. Las medidas y discursos políticos transmiten a la ciudadanía una imagen distorsionada de la inmigración ligada a peligros tales como la delincuencia, el cuestionamiento de los valores occidentales o la pérdida de los privilegios económicos de la población local. La crisis económica se utiliza por los diferentes gobiernos como pretexto para recortar los derechos de las personas inmigradas, para extender la idea xenófoba de la prioridad nacional (“los europeos primero”) y una visión utilitarista de las inmigrantes como simple mano de obra que, dependiendo del contexto económico, hace falta o nos sobra. Por último, los medios de comunicación, quienes actúan como mediadores entre las instituciones y la ciudadanía, tienen un papel fundamental en crear opinión. Lamentablemente, son más numerosas las noticias que echan leña al fuego en la creación de prejuicios y percepciones distorsionadas sobre la inmigración y el pueblo gitano que las que sensibilizan sobre la igualdad de derechos y el respeto a la diversidad. Estos tres tipos de racismo están interrelacionados y generan círculos viciosos en los que no se puede determinar quién puso la primera semilla: las instituciones se mueven por las demandas de la ciudadanía y responden a las alarmas sociales creadas por la prensa; la ciudadanía recibe los discursos que emite la clase política a través de los medios de comunicación; los medios de comunicación utilizan a la clase política como fuente privilegiada y tratan de ofrecer los contenidos que más le atrae a la ciudadanía. Cada una de nosotras tenemos mucho que aportar para combatir los tres tipos de racismo, no sólo participando en organizaciones antirracistas (a lo cuál os animamos), sino también en el día a día: detectando y desactivando nuestros propios prejuicios; denunciando las injusticias a las que asistamos; presionando como ciudadanas contra las políticas discriminatorias (a través del voto, las movilizaciones o las quejas a los Ombudsman); haciendo un periodismo social que da voz a los discriminados y sensibiliza a favor de la diversidad; haciendo un análisis crítico de los discursos políticos, mediáticos y sociales para que no nos condicionen… Con esos pequeños pasos podremos avanzar hacia una sociedad más libre de miedos, basada en el la igualdad, el respeto y el enriquecimiento mutuo.