Pobreza, sobreexplotación y salud mental Victor Giorgi Editorial Roca Viva Los fenómenos de la pobreza y la marginación social son largamente conocidos en América Latina. La estructura socio-económica de nuestro continente determina que importantes sectores de la población vivan en tales condiciones. Ecologicamente, tienden a acumularse en las llamadas "áreas de pobreza" dentro de las ciudades o en la periferia, en asentamientos que reciben distintos nombres según los países: "favelas" en Brasil, "villas miserias" en Argentina, "callampas" en Chile, "barriadas" en Perú, "cantegriles" en Uruguay. La Sociología ha empleado el término "marginados" para designar estos sectores que parecen carecer de papel protagónico en la sociedad. No obstante, numerosos estudios (3-4) muestran que Tejos de estar "al margen" de la economía, son producto de ésta. Tienen una inserción particular en los procesas productivos ocupando un lugar especialmente desventajoso, por debajo del resto de los trabajadores asalariados en cuanto a su acceso al "producto social". En su lucha por sobrevivir desarrollan una multiplicidad de tareas asociadas al llamado "mercado informal de trabajo": recolección de deshechos, venta callejera, servicio doméstico, trabajo; ocasionales (changas), tareas zafrales, etc., proporcionando mano de obra barata que repercute en un descenso general de los salarios. En el sistema capitalista; el salario es el costo necesario para la manutención del trabajador, o sea, para conservar y en algunos casos mejorar la mano de obra y permitir que continúe generando ganancia. Pero, en este "mercado informal de trabajo" las ocupa-dones son inestables, los salarios bajos e irregulares, insuficientes para cubrir las necesidades básicas: alimentación, vivienda, cobertura sanitaria, educación. El déficit en el acceso a bienes y servicios configura descriptivamente el llamado "síndrome de pobreza crítica" (Altimir). Pero, en esencia se trata de una situación de sobreexplotación donde no interesa la preservación de los sujetos, ni siquiera por la fuerza de trabajo que ellos aportan. tal En estas condiciones se desarrolla una "cultura", una "forma de vida", cuyo "tema eje" es la preocupación por la supervivencia, sobre un horizonte de carencia e insatisfacción de necesidades básicas. En Uruguay, tradicionalmente esta situación abarcaba sectores reducidos de la población, no obstante, en la última década, coincidiendo con el régimen dictatorial y la aplicación del modelo económico neoliberal, la pobreza urbana se ha incrementado alcanzando índices alarmantes, en especial en lo referido a la población infantil. En Montevideo, en 1984, existían 100.000 niños en condiciones de indigencia, o sea el 30% de los menores de 14 años: uno de cada tres (14). En este trabajo nos proponemos comprender como opera el proceso de constitución del psiquismo en condiciones de "pobreza critica"; las modalidades vinculares que determina y la significación que dicho funcionamiento psíquico adquiere, inserto en la estructura social. Nuestra hipótesis de partida es a la inversa de la máxima cartesiana. Existo, luego pienso, o mejor dicho: existimos, luego pensamos, ya que lo hacemos desde nuestra como seres sociales atravesados y producidos por diversos grupos e instituciones que transitamos desde el inicio de nuestra existencia. Por tanto, el origen de la particular forma de sentir, pensar y actuar de esta población lo buscamos en su vida cotidiana. Es éste el ámbito privilegiado donde se opera la "producción social de la vida''. Tomamos el término "producción" en un sentido múltiple; abarcaría la producción de bienes materiales, pero también de significados y valores culturales, así corno la propia producción de los sujetos, producidos en y por las relaciones sociales y a la vez, reproductores de ellas. El centro de esta praxis productiva es la vida cotidiana misma, y dentro de ella existen dos aspectos que tendrían especial peso en la determinación de la estructura psiquica de los sujetos: la familia y la inserción en el sistema productivo, o sea: el trabajo. La familia es un dispositivo social. Sus funciones sería preservar la vida y satisfacer las demandas sociales mediante la regulación de las actividades de procreación, afectivo-sexuales y educativas prescriptas por el sistema social del que forma parte. Es el agente socializador básico en cuyo ámbito el sujeto construye su identidad y su posición individual en la red de relaciones sociales. Algunas de sus funciones han variado en distintas situaciones y periodos históricos. Pero su tarea central, la que la define como institución es la de la reproducción, y no solo biológica sino ideológica, de sujetos llamados a reproducir las relaciones sociales características del sistema socio-económico del cual forman parte. Comenzaremos el análisis de esta estructura familiar por la vivienda, dado que es el escenario donde se desarrolla su vida cotidiana. Estudios transculturales muestran una intima relación entre la valoración, uso y apropiación de los espacios domésticos y los factores culturales y psicosociales (Levi Strauss, 1963; Tarnbiah, 1969; Lawrence, 1980) (11). Podría decirse que la ubicación espacial y la forma que toman los asentamientos marginales son la expresión metafórica del que estos sectores ocupan en la estructura social: el de un desarrollo urbano defectuoso y fallido en ese "cinturón de pobreza" que rodea las ciudades o en los "espacios urbanos" dejados por el deterioro de esa misma estructura: derruidos edificios céntricos convertidos en "conventillos" u "hogares de emergencia". Son ocupantes, intrusos, simples pobladores sin derecho de propiedad ni de uso reconocido sobre su vivienda, expresando así la negación de un lugar social. La vivienda precaria con escasa privacidad e indiferenciación de espacios internos, condiciona el hacinamiento y la indiscriminación de roles familiares. No existe un lugar para cada uno. Este tipo de vivienda resulta insuficiente cono protección ante las inclemencias del entorno, deficitaria como continente, lo que constituiría una clara metáfora de cómo estas familias cumplen su función de protección y sostén durante el período de socialización del niño. Esto se asocia con la propia estructura familiar y el ejercicio de los roles parentales. En nuestra cultura el padre aparece como responsable absoluto del sostén económico del grupo y nexo entre éste y la cultura. La inserción laboral caracterizada por la sub o desocupación y el salario bajo, hace que esta responsabilidad económica resulte excesiva para sus posibilidades reales. Esta situación socialmente determinada, genera fuertes sentimientos de culpa e inferioridad, que se reforzarían con la desvalorización de los roles laborales que debe desempeñar. Muchas veces, realiza trabajos infrahumanos, socialmente despreciados y hasta negados como "de abajo", confundiéndose con la mendicidad. Esta encubriría la fantasía de que no es capaz de ganar su sustento, pudiendo aspirar sólo a lo que otro le da. La base de la construcción de una "identidad personal" es su reconocimiento intersubjetivo. Este se basa en la permanencia y la delimitación respecto al universo simbólico del grupo social a que se pertenece, así corno a la posibilidad de localización concreta en el proceso productivo. Sabernos, que en la tarea productiva no sólo se produce el objeto, sino que se produce el propio tal trabajador. ¿Cómo inciden entonces en la imagen de si mismo las características de la actividad laboral que desempeña y la valoración que la sociedad hace de ella? En nuestro trabajo con esta población nos imparta escuchar de ellos mismos expresiones tales como: "La gente que nace acá no sirve para nada", "Unos pocos son recuperables", "Fanfarronean mucho pero no hacen nada por cambiar". Paulo Freire se refiere a este fenómeno: "El desprecio a sí mismo y a los de su condición proviene de la interiorización de la opinión que los sectores dominantes tienen sobre ellos. Escuchan tan a menudo decir que no sirven para nada, que no pueden cambiar, que son haraganes e improductivos, que acaban por convencerse de su propia incapacidad". No obstante, en el ámbito grupa! algunos logran expresas cierta conciencia del peso que en esto tendrían las determinaciones sociales. Nos dice un veterano recolector: "Uno después de revolver basura toda la noche termina sintiéndose un animal. ¿Cómo vamos a pensar que servimos para algo, que podernos proponer cosas? Somos corno el perro que le tiran un pedazo de comida y se queda contento". Otro recuerda una anécdota: "Una vez, por las elecciones, vinieron acá de la televisión. Me preguntaron si nosotros no queríamos trabajar y andábamos así para sentimos "libres como golondrinas". Yo lo quedé mirando. Pero este hombre, no sabe que las golondrinas van de un lado para otro porque sino se mueren. A nosotros nos pasa lo mismo. Andamos así para no morirnos de hambre". Ante el deterioro de su autoestima, el hombre marginado recurre, compensatoriamente a la mística el "machismo" como forma de sostener su "ser hombre", y a actuaciones agresivas, con la fantasía de imponer ante sus iguales el respeto y el temor que él mismo experimenta frente a quienes vive como superiores (patrones, autoridades). Dentro de la familia, el fracaso en su rol de sostén económico conlleva la pérdida de autoridad. El grupo deposita en él la frustración y la agresividad que su inserción social genera, y aparece como responsable de las carencias materiales. De esta manera, en el padre de familia se superponen las responsabilidades del sustento del núcleo, la real imposibilidad de cumplir con irse demanda y el desprecio que recibe-tanto del exogrupo como desde su propia familia. . En estas condiciones se produce, lo que podríamos denominar un "avasallamiento del Yo". Sus dispositivos de adaptación y manejo de la realidad se verían superados, quedando la negación y la evasión como únicos mecanismos para sobrellevar tal situación. El abandono del hogar y el alcoholismo suelen aparecer como actuaciones frecuentes. Durante las crisis alcohólicas suelen darse agresiones a mujer e hijos, como fallido intento de recuperar su autoridad, a la vez que descargando en ellos la agresividad acumulada en sus relaciones con la sociedad. Esto daría a la figura paterna un carácter inestable; el abandono del hogar ante el fracaso, deja lugar a una nueva Unión, muchas veces concebida utilitariamente como "alianza para la sobrevivencia" y en la cual, en general, se tiende a reeditar la situación anterior. Estas características de la función paterna hacen que la madre adquiera un poder casi absoluto sobre los hijos. Siente que debe protegerlos de un entorno cargado de peligros, tratando más de aislarlos y preservarlos que de elaborar su crecimiento, buscando la inserción en el medio que los rodea. En estas madres se observa un fuerte componente narcisista; sienten que sus hijos les pertenecen, y fantasean lograr a través de ellos su propia realización, revivir su infancia, superar la situación de sometimiento. Expectativas éstas, destinadas a frustrarse en el choque con la realidad. A su vez, estas madres viven conflictos internos básicos no resueltos, derivados de su propia infancia, que limitarían capacidad de maternalización. Mary Langer (1951), insiste en que la aceptación de la maternidad se basa en la identificación con los aspectos buenos de la propia madre. Una imagen materna destruida y destructora, asociada a experiencias de privación, desprotección y vivencias persecutorias se convertiría en obstáculo que interferiría el vínculo materno-filial (2). Cabe señalar que en este medio la maternidad no es un -hecho- esperado- ni anticipado, sino el resultado de una actuación sexual generalmente ocurrida durante la pubertad. .Marca el fin de la niñez y el abrupto pasaje a una adultez signada por la frustración, la carencia y la impotencia de pertenecer a un sector socialmente rechazado. Al entrevistar a estas madres púberes vivimos contra transferencialmente un sentimiento confuso: el de estar frente a una personalidad infantil en un cuerpo adolescente, con una problemática adulta, que gira en torno a la maternidad y el sustento. El embarazo es vivido inicialmente como un castigo frente a la actuación sexual; moviliza fantasías tal de competencia con la propia madre y luego, a través de una identificación de los aspectos infantiles de ella misma con su bebé, se convierte en una especie de proyección que daría continuidad a la propia infancia perdida. En esta dinámica inconsciente, el lugar del hijo como "sujeto deseante" queda negado y cubierto por la proyección de deseos maternos. El vínculo simbiótico ende madre e hijo se prolonga más de lo habitual. Las condiciones de vida, las características de la vivienda, el hacinamiento, el colecho múltiple, etc., son factores que favorecerían la indiscriminación, dificultando el proceso de individualización del niño. El niño no tiene un lugar en su casa como no lo tiene en su familia. Esto anticipa y condiciona un proceso que culminará con la conformación de un adulto negado de deseos y necesidades, invalidado corno agente social. En síntesis: un marginado. El desarrollo del niño marginado no se da por el interjuego entre maduración psicofísica y adjudicación de roles sociales, sino qué estaría dado por una cadena de actuaciones y hechos biológicos que marcan un proceso irreversible no deseado ni acompañado de una elaboración interna adecuada. El bebé pasa el tiempo dentro de los estrechos límites de su vivienda. El "cajón" usado como cuna o el lecho compartido operan como prolongación del "útero materno", lo que a su vez implica carencia de estímulos que favorezcan su desarrollo. Cuando adquiere la marcha, el rancho ya no resulta un continente adecuado para sus actividades, produciéndose un precoz pasaje al exterior, en general sin el apoyo de personas adultas. Esta precocidad se alterna con el restablecimiento de la simbiosis en el colecho nocturno o el hacinamiento que se produce cuando las condiciones climáticas obligan a refugiarse en la vivienda. También el pasaje a la adultez surge abruptamente. El cuerpo y las exigencias sociales marchan a un ritmo inexorable, mientras el desarrollo personal parece detenerse. En nuestra sociedad, la adolescencia constituye un largo y complejo período de transición entre niñez y adultez. Su iridio está marrado por los cambios biológicos de la pubertad y su finalización por la asunción de los roles adultos: constitución de pareja, de maternidad o paternidad e inserción en el proceso productivo. En esta población el fin de la niñez estaría marcado por la primera unión, muchas veces precipitada por un "embarazo accidental" producto de actuaciones sexuales mediante las cuales el adolescente buscaría salir de su confusión y obtener gratificaciones inmediatas pero que no hacen sino reeditar el ciclo que marca su real e inequívoca pertenencia a este sector social. Ahora deberá asumir roles parentales sin haber elaborado sus conflictos infantiles, los cuales, fatalmente se reeditarán desde el nuevo rol. El período de la adolescencia en estos jóvenes es especialmente breve. No hay un transito que permita elaborar los cambios, sino una sucesión de hechos vividos cómo ex ternos que lo empujan a situaciones que debe enfrentar con los recursos de que dispone. No cuenta con la continentación y el apoyo familiar necesarios para contener la tendencia a la actuación. Los modelos identificatorios aparecen deteriorados y, en buena parte rechazados, entre otras cosas porque implican una condición social de la cual se intenta renegar. Lino de los ejes centrales para la comprensión de la problemática del adolescente marginal es el de su identidad y su autoestima. Identidad en tanto implica el reconocimiento y la aceptación de las pertenencias familiares y sociales como parte de su historia. Autoestima en tanto aparece sumamente comprometida por estas mismas pertenencias. Como intento de revalorización, el joven recurre a la fabulación, al ocultamiento. En nuestra sociedad, uno de los recursos del adolescente para recuperar autoestima es el acceso abienes de consumo que simbolizan su pertenencia generacional. El adolescente de este sector social recibe ese mensaje junto con la imposibilidad de acceder a ellos. Experimenta así la vivencia de marginación. Este conflicto entre deseo e imposibilidad genera frustración y agresividad que puede canalizarse en acciones delictivas, agresiones a jóvenes de otra extracción, prostitución que, en última instancia son fallidos intentos de escapar a su condición socialmente determinada. El final de la adolescencia no aparece delimitado por logros internos ni opciones personales, sino por aspectos externas que no contemplan sus necesidades personales. El cumplimiento de la mayoría de edad determina comportamientos institucionales que le exigen que sea adulto. La realidad es, en las jóvenes, otra barrera. La inserción laboral no constituye, como en otros niveles sociales un elemento rea-segurador. Retomamos aquí lo que decíamos al comienzo: sujetos con personalidad infantil y cuerpos de adolescentes enfrentados a una problemática adulta que los desborda. De este modo se opera la "reproducción de los sujetos psíquicos" condenadas- a ocupar ese "lugar social" de la marginación. Veamos las características de la comunicación y el pensamiento de los sujetos producidos por esta estructura familiar. tal En nuestra práctica clínica hemos observado que predomina un pensamiento de tipo concreto y pragmático, en general inmediatista, con escasa capacidad de simbolización. Esto se asocia a un "código verbal" restringido, con predominio de elementos preverbales y corporales. La expresión gestual y la "actuación" serían las formas de decir lo que piensa, siente o desea. En un primer abordaje, el pragmatismo y el inmediatismo se presentarían corno rasgos adaptativos a estas condiciones de vida. La lucha por sobrevivir es absoluta. El horizonte de carencia hace que el manejo diferido de la realidad, operado mediante el pensamiento parezca superfluo. De este modo se privilegia un modelo de conducta que funciona como modelo identificatorio en la socialización de las nuevas generaciones. Sabemos que en su génesis los procesos de simbolización descansan sobre la mediatización básica del deseo, que permite pensar lo ausente en base a la diferenciación palabra-cosa. Las representaciones de palabra permiten manipular a nivel del pensamiento objetos y situaciones sin necesidad de su presencia real y concrete. Se accede así al orden de lo simbólico. Cabe preguntarse si puede desarrollarse este proceso en condiciones de insatisfacción de las necesidades básicas. Esta situación social, sumada a la historia personal, dificulta la "continencia" materna ante las ansiedades infantiles, con imposibilidad de metabolizar la angustia y devolverla en términos de proceso secundario, lo cual explicaría las deficiencias en el desarrollo de la función simbólica y la tendencia a la actuación irreflexiva. En términos de Bion (5) no se produciría una adecuada "relación comensal" entre continente (madre) y contenido (bebé), que al ser introyectada por el lactante, establezca las bases de la capacidad de pensar y aprender No se desarrollaría así lo que este autor denomina "función alfa", función ordenadora que sostiene el logro de la Simbolización y posibilita el aprendizaje a través de la experiencia. Cuando las vivencias persecutorias son muy intensas y el continente materno no logra mitigarlas, el lactante inhibe su capacidad de incorporar, no obstante el instinto de conservación lo fuerza a alimentarse. Se daría así una división ("split") entre satisfacción material (alimento) y psíquica (afecto). Toma de su madre los "cuidados materiales" sin incorporar el "objeto vivo" que los proporciona. Los vínculos se cosifican, las relaciones maternales se desligan de las afectivas. Se pierde la "función alfa' y el sujeto sólo podrá incorporar elementos "beta" no pensables, destinados a ser evacuados mediante la actuación. Pierde así la posibilidad de "aprender de la experiencia". El vínculo utilitario desconoce el valor del otro corno persona, pero se vuelve sobre el propio sujeto, quien pierde su condición de ser pensante y deseante. Crea así las condiciones para establecer relaciones de sobreexplotación. Otro aporte significativo para comprender la ontogénesis de esta forma de ser, pensar y actuar es el que realiza Winnicott (15). Este autor rastrea el fenómeno de la creatividad humana hasta las más tempranas experiencias vitales del individuo. Insiste en la importancia teórica y práctica de lo que llama "tercera zona" o "zona intermedia"; la del juego infantil que luego dará lugar al vivir creador y a la creación cultural. Ubica esta zona de experiencia en el espacio potencial que se abre entre el individuo y el ambiente, que al principio une y a la vez separa al bebé y a la madre. El amor matemo otorga al bebe' el sentimiento de confianza en el ambiente, necesario para enfrentar la experiencia creadora. Ese espacio potencial sólo se desarrolla en función de un sentimiento de confianza del bebé, resultante de la introyección de la confiabilidad materna y ambiental. La zona intermedia es necesaria para que el niño pueda "jugar con el mundo", pero esto exige del sostén dado por la estabilidad emocional del mundo externo y la constancia de ciertos elementos físicos que otorguen la seguridad necesaria. Todo lo que el bebé vive en sus inicios tiene el carácter de algo nuevo; es la primera vez que ocurre. Si esto lo transita satisfactoriamente estará dispuesto para enfrentar nuevas experiencias creadoras. Si por el contrario prevalece la desconfianza, esta zona intermedia se cierra, el niño queda refugiado en su fantasía, ante un mundo vivido como hostil y peligroso; al no poder jugar en el mundo, su capacidad creadora no se desarrolla. En nuestro trabajo con grupos de adultos hemos constatado, un profundo sentimiento de desconfianza en sí mismos, en sus iguales y en los agentes externos, que dificulta la comunicación. Es sumamente trabajoso construir esa confianza necesaria para que el adulto pueda jugar con su pensamiento, intercambiar, fantasear grupalmente, realizar propuestas alternativas. Esto condicionaría una especial dificultad para el funcionamiento colectivo, que muchas veces bloquea las posibilidades de organización y cuestionamiento social. Los aportes de Bion y Winnicott nos permiten comprender desde la óptica psicogenética lo que tal podría denominarse como "carácter social", propio de estos sectores: el inmediatismo, la dificultad de expresión simbólico-verbal, el utlitarismo en los vínculos, la resistencia al cambio, la dificultad para aprender de la experiencia. Pero debemos subrayar la significación de este funcionamiento psíquico, inserto en la estructura socio-económica. Dicho carácter es un "producto social" que si bien denuncia la crueldad del racionalismo capitalista, resulta en última instancia, funcional a él, en tanto neutraliza el potencial transformador propio de todo ser humano y crea las condiciones psíquicas propias para la sobreexplotación Un ser desvalorizado, negado en sus derechos y necesidades, con aspiraciones sólo inmediatas, dispuesto a hacer sin pensar, proporcionando mano de obra barata a cambio de la mera sobrevivencia, cuyas rebeldías están condenadas a agotarse en actuaciones impulsivas, sin poder transformador, y lo que resulta más claro, condenado a no aprender de le experiencia; es decir a no descubrir por sí solo el hondo significado social que encierran sus experiencias cotidianas. Es por, tanto un hombre sometido, anulado en su capacidad de pensar, crear y transformar. Podemos así postular una complementariedad entre alienación! social y empobrecimiento del funcionamiento psíquico. El segundo surge como consecuencia del primero, pero a su vez lo refuerza y reproduce, presentándolo corno un hecho-natural y por tanto inmutable. ¿Cuál seria entonces la estrategia adecuada para revertir esta realidad? Si la génesis del "carácter social", que hemos descripto te encuentra en las condiciones concretas de vida, trabajar en una estrategia clínica individual, partiendo de Categoría diagnósticas preestablecidas, implicaría una complicidad con la medicalización de un conflicto cuya raíz es socio-económica. Pensamos que el trabajo en Salud Mental debe pasar prioritariamente por el análisis de esa cotidianeidad, de los diversos factores que la determinan, procurando que los sujetos puedan rescatarse como tales, recuperando su capacidad de pensar la realidad y de actuar sobre ella. El objetivo seria entonces, partiendo del análisis de hechos cotidianos concretos, llegar a la comprensión de una parte cada vez más extensa de las relaciones sociales que los determinan y del lugar que los individuos ocupan en ellas. Esto implicaría "aprender a pensar": tenemos la convicción de que tal tarea sólo puede realizarse mediante un trabajo grupa]. El grupo constituye un dispositivo de análisis, provee del sostén necesario pan desarrollar la capacidad de pensar y crear. Estos grupos exigen una especial función de soporte desde la coordinación y desde el encuadre, dada la dificultad que los integrantes muestran al inicio pan autoapoyarse y sostener la ansiedad que genera el encuentro con el otro. Aquí vivenciamos directamente la desconfianza a la que se refiere Winnicott y la necesidad de la "función alfa" que postula Bion. La tarea no es sencilla. Existe una marcada tendencia a la pasividad y a la dependencia. Cuando el grupo se instala, lo primero que emerge es el "antigrupo": el silencio de la desconfianza. Sentimos que nos miran "desde adentro", ausencia de palabras, "no tener qué decir" algunas veces el diálogo de a dos, con exclusión del resto. Otras, el discurso narcisista compensatorio de la profunda desvalorización. Fantasías rigidizadas, repetitivas. Aceptación pasiva de las propuestas del coordinador o de ciertos "portavoces" surgidos del grupo en un ejercicio estereotipado del rol. Como si fuera el único que tiene palabra. La comunicación, el pensar juntos, parecen metas lejanas. El grupo aparece como algo frágil que difícilmente soporta el desgaste del silencio prolongado o el monopolio ce la palabra por parte de algunos integrantes. Esta situación exige gran energía de parte del coordinador, quien debe recurrir a diversas tácticas para facilitar la comunicación: dramatizaciones, decodificación de láminas, juegos dramáticos dramáticos que permitan rescatar el nivel maternal de la comunicación. Muchas veces se percibe cierto nivel de comunicación entre los integrantes, pero en un código propio, al cual los coordinadores, ajenos a esa "cultura" no acceden. No obstante, la experiencia nos muestra el potencial de este trabajo. Los grupos alcanzan momentos de productividad. Se plantean y ejecutan acciones concretas tales como, la organización de ollas barriales, gestiones ante el Estado, reuniones con vecinos de otros barrios que han logrado reivindicaciones. Estas experiencias son analizadas, pensadas conjuntamente, problematizadas en el grupo. Estos "momentos productivos" nos confirman e! potencial del grupo, como instancia para revertir el empobrecimiento del pensar, a la vez que nos enfrentan a la limitación de nuestras tácticas y de nuestra formación como trabajadores de la salud mental Bibliografía tal Altamir: La dimensión de la pobreza en América Latina. Cepal, 1970 Barrios Rivas, A.: La marginalidad psicológica en la marginalidad social. Galerna, Síntesis Dosmil. Bs.As., Caracas, 1973 Baudron, S. Estudio socioeconómico de algunos barrios marginales de Montevideo. FCU, CIEDUR. Montevideo, 1972 BLACER, J. Psicohigiene y Psicologia Institucional. Paidós, Bs.As. 1972 BION, W.R. Aprendiendo de la experiencia. Paidós, Bs.As., 1972 D.E.S.A.L.: Marginación en América Latina. Herder, Barcelon, 1969 FERRANDO, J. MARINONI, M.: Psicología del marginado. Banda Oriental, Montevideo. 1983 FREIRE, Paulo. Concientización FROMM, E.; MACCOBY, M.: Sociopsicoanálisis del campesino mexicano. FCE, México, 1973 HARARI, R. (comp.) 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