en diferentes guerras con los cachiqueles y los mam durante los años anteriores, se vieron sometidos a un modelo administrativo impuesto por la Corona española. Un modelo racista que excluía a los indígenas de los ayuntamientos, dejándoles así la puerta abierta para su autogobierno. Este modelo maya quiché de organización comunitaria a través de concejos de sabios o ancianos siguió funcionando y en los siglos XVII y XVIII, relata Ixchiú, se desplazaron en dos ocasiones a Europa en barco, cargados de oro, y compraron los títulos de propiedad de su bosque. Unos títulos que se preservan hasta el día de hoy y donde el bosque de este municipio está inscrito a nombre comunal del pueblo indígena de Totonicapán. Una de las veces más significativas en que esta organización entró en contacto con la Corona española fue entre 1811 y 1812. Atanasio Tzul, un líder comunitario al que habían llegado noticias de una nueva constitución en la que los indígenas ya no debían pagar tributos a la Corona, se desplazó nuevamente a Europa, a las Cortes de Cádiz, a denunciar que los intermediarios seguían requiriendo el pago de tributos. «El rey les dice a los indígenas, encabezados por Atanasio Tzul, que se habían abolido los tributos. Pero cuando regresan al país, los funcionarios de la Corona dicen que se tiene que seguir pagando. Por eso, en el monumento de Totonicapán, lo que tiene en la mano izquierda Atanasio Tzul es un papel, y es la Constitución de Cádiz». En 1820, un año antes de la independencia de Centroamérica del dominio español, Tzul encabezó un levantamiento indígena que logró apartar al alcalde mayor y establecerle durante 29 días como rey quiché. Un mes de gobierno independiente que terminó con Tzul capturado, azotado y encarcelado. Así, a pesar de la existencia previa de un modelo administrativo, Atanasio Tzul es considerado el primer presidente de los 48 cantones de Totonicapán. «Totonicapán era un bastión de resistencia a la colonización y entonces se le va aislando. Se le aísla, no se le da educación y tampoco acceso a las armas y de esa manera se le reduce a su mínima expresión», explica Pedro Ixchiú. Justicia maya. «Yo soy el presidente 196», cuenta Geremías Álvarez Xalic, alcalde comunitario de la aldea Barreneché y presidente durante 2016 de los 48 cantones de Totonicapán, quien nos atiende en la alcaldía indígena al regreso del bosque. Geremías, de profesión médico, fue elegido alcalde de esta comunidad en agosto de 2015 y en noviembre fue uno de los postulantes a ocupar el puesto de presidente de la Junta Directiva de 48 cantones. Aquella asamblea, celebrada en la casa comunal, fue, como todos los años, en presencia de los 48 alcaldes salientes y los 48 entrantes. Geremías tuvo tres minutos, bajo la luz de una bombilla verde, para convencer a los demás de que él era la mejor opción para presidir la Junta. A día de hoy, aunque ha tenido que dejar su trabajo en el centro médico de Santa Cruz del Quiché para poder desempeñar el cargo, con el gran esfuerzo económico que implica, afirma que asumir el cargo implica un honor, «porque es historia. Es el abuelo Atanasio Tzul, que usaba la sabiduría maya para resolver los problemas». Una de las principales atribuciones de los alcaldes comunitarios es actuar como una suerte de juez de paz. Se tratan, en general, de labores conciliatorias ejercidas por todas las autoridades comunitarias del altiplano del país. Debido a la falta de presencia del Estado, el mal funcionamiento de la justicia oficial y el fuerte sentimiento comunitario, los alcaldes indígenas muchas veces son llamados para resolver todo tipo de conflictos a través de justicia maya, incluyendo casos penales. Dentro de esta justicia ancestral se aplican tres castigos en función del tipo de delito: el consejo, que implica la exposición pública, el látigo y, por último, el destierro. En el caso de Totonicapán, debido a la influencia de los 48 cantones, se ha logrado que el sistema oficial de justicia haya convalidado en varias ocasiones los asuntos resueltos por alcaldes comunitarios. Le pedimos al alcalde de esta aldea, este año presidente de los 48 cantones, fotografiar el título de propiedad, adquirido a un particular en 1882 y también inscrito a nombre de la comunidad. El alcalde explica que no es posible. Para tener acceso a las escrituras, son necesarias cinco llaves, en posesión de él mismo, otros tres cargos electos y el hombre más anciano de la comunidad. Además, para sacar las escrituras del cofre donde se encuentran resguardadas, deben estar presentes quince ancianos. En el caso de las escrituras del bosque de Totonicapán, guardadas en la casa comunal del municipio, es todavía más complicado. Estas se encuentran en una bóveda protegida día y noche, y para abrir el cofre es necesaria la presencia de los 48 alcaldes comunitarios. Al salir del despacho, cientos de habitantes de la aldea están llegando a una asamblea convocada por el zazpika 3 5