LA ESCRIBANÍA DE MABILLON Germán Antía Entre laúdes y maitines se narra esta historia. El gusto por la escritura, por el detalle de forma y color en esta nota. Muy cerca de la iglesia de Santa Sofía en Constantinopla quedaba el monasterio de San Gmunden de los Campos, construido en madera por monjes cistirciences. Transcurría el año 1098 cuando los ermitaños dedicados a la meditación y la lectura construyeron su monasterio en medio de un bosque de encinos, cipreses y olivos. El lugar fue llamado monastiraki, se distinguía desde lontananza por sus colores gris y rosa. Hubo amanuenses en aquella abadía dirigidos por Mabillon, un copista con especiales conocimientos de caligrafía, la iluminación, la epigrafía y la diplomática que adquirió por sus estudios de la historia hebraica, helenística y de la Roma imperial. Los calígrafos dirigidos por Mabillón dedicaban las mañanas de los viernes a buscar gansos para extraerles las plumas remeras para la escritura sobre pergaminos. En un sótano del monasterio las dejaban remojar por varios días en jofainas con agua y mirra. Después las calentaban en arena y las pulimentaban sobre planchas de metal Otros secaban y tallaban cañas con cuchillos. Los instrumentos más preciados por aquellos cartularios eran: el punzón, el cálamo heredado de los calígrafos árabes y la péñola. Apreciaban las plumas de oca o de gallo porque tenían el cañón largo limpio y vigoroso. Con esmero las desbarbaban y limpiaban por los lados, en forma de horquilla y les hacía un corte en el medio para que fluyera la tinta. Después igualaban las dos puntas dejando la derecha un poco más larga que la izquierda; así obtenían los perfiles delgados y gruesos de las letras. Apreciaban en grado sumo las plumas de los canutillos del Nilo que les enviaban los cruzados desde los mercados de Jerusalén. Entre maitines y laúdes los escribanos estudiaban diferentes estilos caligráficos. La capitalis cuadrata les apasionó porque era la forma original de la letra latina que sirvió para imponer edictos imperiales con esplendor y fue desarrollada en el siglo I a. de C. en los lapidarius romanos. Los aprendices fueron entrenados en el arte cartulario y con todo lo relacionado con la preparación de la tinta ferro-gálica de color negro y la adecuada proporción de tres partes de nuez de agallas, dos de alumbre y tres de goma de Senegal. Se les enseñaba a los novicios la elaboración de la tinta marrón con la corteza de endrino que sólo se cortaba en abril y mayo, la preparación de las recetas de las tintas para escribir en papel pergamino, hacer el tornasol bermellón, el color roseta, el agua gomada y las propiedades de la clara de huevo destemplada; también se les indicaba la temperatura del cocimiento, el uso de los filtros y la conservación del material preparado en tinteros de plomo o de cuerno de carnero virgen y finalmente se les instruía sobre la manera más adecuada de tapar los tinteros. En lo recóndito de la abadía y bajo la mirada estricta del prior estaba un anaquel de roble rojo donde se guardaban láminas de pan de oro puro para iluminar las figuras sacras. Uno de los mayores placeres de los monjes pendolistas era salir de paseo por las campiñas aledañas al monasterio a buscar hembras de cochinilla para preparar tinta roja. Los monjes miniaturistas cultivaron morella de donde extraían el azul de tornasol que le daba una experiencia mística y celestial a las iluminaciones de los códices. El anaquel de roble rojo de las tintas tenía la magia de encantar los sentidos del olfato y de la vista mientras la visión se extasiaba con los colores azules índigo, tornasol y ultramarino, los rojos de la tinta verde de España, el verde de malaquita y la de tierra verde de Verona, la roja de cinabrio, la bermellón chino, la de minio y la rojo carmín. Mientras tanto el olfato se deleitaba con el olor de los solventes de las tintas a base de cerveza de Gizeh, vinagre de Modena, miel de abejas florentinas que garantizaba la excelencia del color negro, trementina de pinos de Corfu, jengibre de Bombay y vino de Macedonia. En lo más alto de la abadía estaba el scriptorium de Mabillón donde las nueces iluminaban y rubricaban con tinta roja cada nomina sacra de los libros sagrados y escribían los códices con letras góticas y carolingias. Después de las fiestas de pascua de Pentecostés monjes venidos de San Florián de la Calzada visitaban el scriptorium de Mabillón y compartían experiencias sobre la elaboración de los códices, les enseñaban a sus hermanos que para la elaboración de un códice de pergamino de 600 hojas necesitaban un rebaño completo de ovejas, es decir, entre 300 o 400 pieles de ovejas sanas sin picaduras nicicatrices de fracturas y que para elaborar una Biblia monumental necesitaban cerca de 500 corderos. Y mientras que unos monjes se dedicaban a lavar los pellejos en cal, pulimentarlos y tensarlos, otros se dedicaban a elaborar salterios, misales, libros de horas y temporales; esto preocupaba a los monjes, el procedimiento era costoso y deseaban enriquecer sus bibliotecas con nuevos libros. La abadía de San Gmunden de los campos tenía 40 libros. Por la premura de elaborar libros para la actividad espiritual Mabillón obligó a los amanuenses a confeccionar libros de perícopas o pequeños libros con fragmentos de los evangelios y empastado sencillo, salterios que contenían cerca de 150 salmos del Antiguo Testamento y herbolarios donde se enseñaban las propiedades de las plantas medicinales cultivadas en el monasterio. Los copistas trabajaban 12 horas diarias. Para la elaboración de una Biblia un monje requería 1.200 folios y tres años de trabajo. Aunque el prior no era copista visionaba una gran biblioteca con textos de filosofía, teología y botánica. Todas las mañanas en el refrectorio mientras desayunaban les entonaba: “El hombre santo debe copiar libros, mejorarlos, adornarlos y anotarlos; la vida espiritual de un hombre no es nada sin los libros.” También les exhortaba a predicar y traer conversos con el arte de la caligrafía y no con la palabra. Pasaron los años y el criptorium de Mabillón produjo una gran cantidad de manuscritos en letra carolina. La letra que se utilizaba en Roma en aquel entonces era la litera romana; los calígrafos de Mabillón copiaban sus códices en la letra más conocida en oriente: la carolina. La litera gallica o carolina con una apariencia de moldes pequeños, deja espacio entre cada línea y separa cada palabra con un espacio en blanco; la s es larga y en forma de f, la t se caracteriza por su barra horizontal y la letra y parece rematada por un punto. Después de 1124 llegaron al scriptorium de Mabillón monjes germanos y normandos y con ellos un nuevo estilo caligráfico. Los códices empezaron a tener una influencia gotizante y se fueron cotizando. Por un misal finalmente decorado en oro el monje librario cobraba un viñedo completo; un libro de oro lo cambiaba a 200 ovejas, y grandes cantidades de trigo y centeno; por un antifonario sencillo cobraba tres sólidos de oro; un buey valía 1,3 sólidos de oro. Aquel librario vendía a precios justos, pues consideraba que quien compraba sus libros podía pagarlos sin dificultad. Con las ganancias el prior continuó la construcción del monasterio. Con sus hermanos arquitectos diseñó el ábside de la iglesia y lo decoró con capiteles en mármol rosa y una imponente bóveda construida con 3.000 bloques de piedra caliza. Pasaron los siglos y en 1470 el monasterio de San Gmunden de los Campos llegó a tener 1.500 manuscritos, fue la abadía con más códices. Para este entonces se habían desarrollado estilos caligráficos como la uncial carente de minúsculas, de poder evocador y que cautivaba la mirada; era utilizada en los libros religiosos de lujo, la gótica de textura de trama apretada, la de fractura de inspiración alemana y heredada del renacimiento y del barroco alemán, cursiva gótica influida por la carolina y nacida de la necesidad de los estudiantes, juristas y escribanos públicos de hacer escritos, la humanística nacida en Bolonia y Florencia caracterizada por la fractura de las curvas, la ligadura de las letras redondas. La cancilleresca procedente de los breves apostólicos y utilizados por la cancillería vaticana, letra desprovista de florituras. Para entonces la escribanía de mabillón había desarrollado su propio estilo caligráfico, el carolingio. Con la llegada de la Reforma muchas bibliotecas monacales fueron arrasadas y saqueadas por ladrones que buscaban los códices para raspar la laminilla y el pan de oro de las iluminaciones, también por los metales y piedras preciosas que adornaban los libros.