Heraldo de Aragón l Jueves 22 de enero de 2015 EDITA: HERALDO DE ARAGÓN EDITORA, S. L. U. Presidenta Editora: Pilar de Yarza Mompeón Vicepresidente: Fernando de Yarza Mompeón Director General: José Manuel Lozano Orús TRIBUNA l 21 Director: Miguel Iturbe Mach Subdirectores: Encarna Samitier (Opinión), Ángel Gorri (Información). Redactores Jefe: Enrique Mored (Aragón), Santiago Mendive. Jefe de Política: José Luis Valero. España, Mundo y Economía: José Javier Rueda. Deportes: José Miguel Tafalla. Cultura: Santiago Paniagua. Internet: Esperanza Pamplona. Cierre: Mariano Gállego. Gerente: José Andrés Nalda Mejino Comercializa: Metha. Gestión & Medios, S. L. Imprime: Impresa Norte, S. L. Distribuye: DASA. Distribuidora de Aragón, S. L. ŢŢ I Los límites que separan la broma del insulto no están claros y, en muchas ocasiones, dependen más del receptor que del emisor del mensaje. Pero debemos aprender a reír y a criticarnos unos a otros Por Chaime Marcuello Servós, profesor de la Universidad de Zaragoza \Ţ Ţ::Ţ Víctor Orcástegui La broma y el insulto UNAS IMÁGENES ATROCES SIC ES curioso. A los yihadistas, por ejemplo a los del Estado Islámico, les parece irrespetuoso que se represente a Mahoma –un hombre, a fin de cuentas– en dibujos o esculturas; pero, en cambio, no solo no sienten compasión por sus víctimas, a las que asesinan con crueldad, sino que ni siquiera muestran el más mínimo respeto por su dignidad como personas. Los vídeos con los que los terroristas quieren amedrentar al mundo muestran a sus prisioneros sometidos y arrodillados, indefensos ante el cuchillo preparado para darles muerte. Esas imágenes sí que son ofensivas para todos. Esas imágenes sí que hieren principios y valores que deberían ser comunes y servir de guía a todos los hombres y mujeres. De guía y de freno para el odio y para el instinto sanguinario. El Estado Islámico ya ha asesinado a cinco rehenes occidentales, dos periodistas y tres cooperantes. Ahora, vuelve a difundir imágenes atroces de dos ciudadanos japoneses a los que tiene secuestrados y sobre los que lanza una amenaza devastadora. Pero, en el fondo, es a todos nosotros a quienes están amenazando. Y a sus hermanos musulmanes, también. Porque quien viola la dignidad de las personas ataca a la humanidad. vorcastegui@heraldo.es MI esposa sostiene que no está bien burlarse de aquello que es importante para otra persona. Ella tiende a ponerse en el lugar del otro. No le gustan las situaciones de tensión y procura evitar los enfrentamientos. Prefiere retirarse antes que comenzar una discusión. Prefiere ceder antes que pelear. Aunque luego, cuando tiene claro que hay que defender algo, ni se achanta ni cede. Pero lo de burlarse y hacer bromas no es precisamente algo que le entusiasme. Algunas veces le digo que eso le pasa porque tiene muy poco sentido del humor y ella me rebate diciendo que soy yo quien tiene poco pudor y respeto. Y es posible. En el fondo, la burla, la broma, el humor y también la crítica tienen un punto de enfrentamiento con el orden establecido. Tienen un punto de falta de respeto, de falta de pleitesía y ausencia de adulación a lo que hay. Y ciertamente, por eso mismo, se tienen ganas de sacar al otro de su lugar. Otros dicen que son meras ganas de llamar la atención y de conseguir reconocimiento, que se desea como si fuera una pulsión narcisista insatisfecha. De una u otra manera, se entra en un territorio simbólico y semántico que tiene varias capas y estilos. Una es la broma del fuerte que se ríe del débil; lo cual no deja de ser una forma de abuso de poder. Suele producir sonrisas sádicas en quienes disfrutan de esa asimetría. Otra es la burla frente al poderoso o al poder de turno, que es también asimétrica, pero se hace para romper el desequilibrio y, en ocasiones, para denunciar el mundo en el que se vive. Ambas siempre tienen efectos imprevistos. Cuando se hacen bromas y, si es el caso, se llega a irritar al otro o a los otros que forman par- te de un mismo mundo de valores y de significados, no se puede estar seguro nunca de cómo van a ser las respuestas. Te pueden devolver una torta, cortarte la cabeza o censurarte para siempre jamás. Cuando las críticas o las bromas son de buen gusto, cuando el humor encaja con los límites de tolerancia de los afectados, entonces se produce un placer intelectual que algunos consideran la poesía de la inteligencia. Cuando se rompen las formas y se hiere la sensibilidad ajena, entonces no es fácil prever la reacción del otro. Aquello que parecía ser un mero ejercicio de humor se interpreta como un insulto. Y la broma ya no hace gracia. El humor y la crítica son formas de activar modos de comunicación e interacción social. Y hemos de saber que, como en todo acto comunicativo, la clave del proceso no está en el emisor –en quien dice algo– sino en el receptor –en quien percibe y recibe la información–. Por un lado, como dice el refrán, no ofende quien quiere sino quien puede. Por otro, la libertad del decir es infinitamente menor que el espectro de las sensibilidades ajenas. Uno le puede decir a su jefe que no sabe gestionar, que es incapaz y l1)*Ţ'.Ţ-Đ/$.Ţ*Ţ'.Ţ -*(.Ţ.*)Ţ Ţ1 )Ţ"1./*Ţ 5Ţ )%)Ţ*)Ţ'Ţ/*' -)$Ţ Ţ'*.Ţ! /*.\Ţ. Ţ+-*1 Ţ 1)Ţ+' -Ţ$)/ ' /1'Ţ,1 Ţ .Ţ 'Ţ+* .ĐŢ Ţ'Ţ$)/ '$" )$m que nos está llevando al abismo. Puede incluso bromear y hacer una caricatura o lanzar una andanada como las que gustaban a Quevedo. Pero ha de saber que cruza un límite que ya no va a controlar. Acción, reacción. El poderoso y también el débil devolverán, en la medida de sus posibilidades, la cantidad equivalente a lo percibido. Y la broma se puede percibir como insulto. Este puede ser premeditado o no, y puede convertirse en ofensa. La burla y el chiste pueden ser de mal gusto, pueden ser recibidos por otros como blasfemos y sacrílegos. Ahora, ¿qué? ¿Quién distingue qué es cada cosa? No es lo mismo decir «Je suis ‘Charlie Hebdo», que «Je suis Coulibaly». Si no, que se lo digan a Dieudonné. Según qué palabras decimos nos pueden acusar de apología del terrorismo y de incitar a la violencia. No es nada fácil definir los límites. Quizá por eso no hay que ponerlos. En los tiempos actuales, en los que priman la cobardía, la sumisión mojigata y un pseudopuritanismo creciente, hemos de aprender a reír y criticarnos unos a otros para crecer. Esto es cada vez más necesario. Es también la oportunidad para reconocer que la clave de la libertad radica en el valor del otro y el cuidado mutuo. Lo que no podemos tolerar es la violencia que aniquila y mata. Eso no. Y menos porque alguien te ha tomado el pelo. O le ha puesto un turbante a un moñaco maldibujado y unas palabras sacadas de contexto. Por cierto, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. La mejor forma de no dar pábulo a la burla es no entrar al trapo. ‘Charlie Hebdo’ estaba en números rojos. Casi nadie habría leído a Salman Rushdie si no le hubieran amenazado de muerte. ŢŢ Fernando Jáuregui Los pasillos del Congreso HERVÍAN este miércoles, día de sesión de control parlamentario al Gobierno, los pasillos del Congreso de los Diputados. Mis colegas y yo mismo nos lanzábamos sobre Rajoy para preguntarle acerca de la que parecía ya inminente libertad del extesorero del PP Luis Bárcenas. Fue este un acoso periodístico claramente incómodo para el presidente, que acababa de adelantar, de manera quizá no del todo reglamentaria, que la EPA que se conocerá hoy será particularmente buena. Soltó como pudo Rajoy la patata caliente, remarcando que hace tiempo que Bárcenas no está en el PP y demostrando que le sigue faltando una estrategia de comunicación para afrontar este caso, que, con el extesorero en la calle, y sin gran cosa ya que perder, puede ser una caja de bombas preelectorales para el partido que gobierna en España. Luego, el acoso fue para Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE. Quien, no menos incómodo ante el aluvión de periodistas que querían saber las últimas noticias acerca de lo que pueda o no hacer la presidenta andaluza, Susana Díaz, acerca de un adelanto de las elecciones autonómicas, se zafó como pudo: «No contribuiré a incrementar el ruido», me pareció oírle (o algo semejante), mientras escapaba por una escalera. No quisiera hoy entrar en el fondo de ambos asuntos, muy jugosos por cierto, sino comentar las obvias deficiencias que, en días de gran tensión política –últimamente, casi todos–, muestran esos pasillos de la Cámara Baja –y los de la Alta–, cuando precisamente se haría más necesaria una buena comunicación entre la clase política y la mediática, al fin y al cabo intermediaria de la ciudadanía. Los diputados, incluyendo a muchos de a pie, llegan a la sede parlamentaria mirando hacia el infinito, sin ver a los periodistas que quieren recabar sus opiniones. Y se me ocurrió, en este día de sesión de control, que es cuando más informadores nos congregamos en sede parlamentaria, que también en estos detalles ha de percibirse esa nueva forma de gobernar a los españoles que muchos venimos reclamando. Porque eso, atender con amabilidad y eficacia a los chicos de la prensa, también forma parte –y parte importante– de la transparencia. ¿O no?