El humillado que sedujo Damián Le Moal “Los personajes de Roberto Arlt son humillados que seducen” Enrique S. Discépolo. Buenos Aires cambió para siempre entrado el siglo XX. Ya no fue pampa y casas bajas, ni su política fue la de caudillos gauchos confrontados con los pensadores de la civilización. En cambio, se pobló de infinitos tonos y culturas acarreadas por los inmigrantes, se desarrolló una arquitectura propia de Europa, y comenzó a agotarse el gobierno oligárquico, elitista y conservador. La trasformación de pampa difícil a gran metrópolis del Río de la Plata originó diversos matices de gris: el nuevo mapa político y la infraestructura de la ciudad nunca respondieron a la avalancha de inmigrantes invitados a poblar esta tierra, tan fructífera. Hacinamiento, desempleo, abusos y explotación eran el marco para los nuevos habitantes, que no tardaron en conformar su propia clase social, con sus lugares, modos de ser y sus propias respuestas a la política represora de la clase dirigente. En este nuevo Buenos Aires, surgió un modo de cultura que unía la heterogeneidad de los inmigrantes ante sus carencias y desprotección. Mestizaje raro de europeos que bajaban del puerto y caían en la marginalidad, y de criollos y pampeanos que se instalaban en la ciudad ante el ocaso del campo. Agrupados en conventillos superpoblados, fusionando sus costumbres y construyendo su voz social mediante huelgas y nuevos partidos políticos, estos hijos de la mezcla crearon su lugar: mundo oscuro, doblez de la gran ciudad, allí donde nació el tango y el arrabal, rodeado de prostíbulos, delitos y seres desoladores; donde también, como eco escrito de este sub mundo, surgió la escritura de Roberto Arlt. Un escritor tiene diversas maneras de contar acerca de su tiempo e inclusive de sí mismo. Puede optar por una autobiografía o bien inmiscuirse subyacentemente en sus narraciones. Pero el modo en que Arlt existe en sus libros se basa sencillamente en vivir como viven sus creaciones. Arlt y sus personajes llevaron la misma vida difícil, limitada económicamente, condenados al trabajo continuo, lo cual significaba para él un modo de opresión social. El escritor y sus personajes hablaron con el lunfardo que dio ese mestizaje raro, vagaron por los rincones turbios de la ciudad contrastante, donde la dignidad y el honor tienen perspectivas diferentes, donde la identidad se forja en la miseria, en el crimen, en el mundo del hampa tan presente en los años 30. Las producciones literarias y periodísticas de Roberto Arlt reflejaron y revindicaron de un modo casi filosófico esta clase pobre y maltratada, a la que él mismo perteneció. “Socialmente me interesa más el trato de los canallas y charlatanes que el de las personas decentes”, afirmaba. Nacido en el barrio de Flores en 1900, e hijo de una inmigrante italiana y un soldado desertor del imperio austrohúngaro, Arlt sufrió una infancia de pobreza y duros reveces. Trabajó desde muy joven en diferentes empleos: mecánico, ayudante del puerto y aprendiz de oficios varios. Al margen de su infancia y adolescencia tan común a la mayoría de hijos de inmigrantes, Arlt creó su propia versión de vida excéntrica: se agregó el nombre Godofredo, el cual no aparecía en el registro civil; se dedicó a la lectura de Flaubert y Dostoievski, como también a artículos de esoterismo y ocultismo, y se formó de manera autodidacta ante su supuesto incompleto tercer grado. La vida de este escritor enmarcada en el ahogo continuo de fracasos y decepciones se ve en sus obras, en la transmutación poética de su propia vida y de la época convulsionada que vivió. En sus relatos de crímenes, engaños y malas vidas; en sus personajes sombríos, humildes, marginados y con marcados defectos físicos. Arlt trazó el existencialismo que exige entender y sentir un mundo pobre y desdichado. ¿Cuál es la identidad de alguien que no tiene nada? La respuesta está en las obras como Juguete Rabioso o Los Siete Locos, en muchas de sus Aguafuertes o en sus obras de teatro: el mundo del hampa como espacio de identidad colectiva, como consecuencia de la marginalidad y la ausencia de futuro; el crimen y el delito como modo de trascender, de ser en un mundo donde no se tenía voz, donde no se era (donde aún no se es). Dentro de este existencialismo, propio de Nieztche o de Albert Camus, Arlt cuenta historias de personas sin posibilidades, que crean desde sus espacios sus propias maneras de ser. Arlt, mezcló su oficio de escritor y periodista con sus ideas de inventor: medias para mujer irrompibles fue el proyecto que le llevó toda su vida y nunca dio sus frutos. Como periodista trabajó en el diario Crítica, de perfil sensacionalista y popular, donde era el encargado de la sección policial, lo cual profundizó su relación con el mundo del crimen. Hacia 1920 ingresó en la redacción de diario El Mundo, donde se consagró con sus Aguafuertes Porteñas, retratando la nueva urbe moderna y sus habitantes. Las aguafuertes tuvieron sus versiones españolas y africanas; Arlt fue el tercer periodista mejor pago de la redacción. Habiendo mejorado su condición económica, y ya con un nombre en el mundo intelectual, Arlt se entregó a una sucesión de obras durante los años 30, que confirmaron su visión triste sobre el mundo. Editó la segunda parte de Los siete locos, Los lanzallamas (1931), que en su conjunto simbolizaron aquel presente de la política argentina, especialmente al golpe de Estado a Hipólito Yrigoyen y al comienzo de la década infame. También publicó la novela El amor brujo (1931), los libros de cuentos El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941), y las obras teatrales Trescientos millones (1932), África (1938), y La fiesta del hierro (1940), entre otros. Roberto Arlt murió en 1942, justo donde comenzaba otra etapa en el país, otra era de cambios y contradicciones. Dejó una extensa obra empapada de porteñismo, de lunfardo, de “ese otro mundo” que él había vivido desde adentro. Una obra que trataba de entender por qué el crimen, por qué el delito. Arlt nunca leyó la realidad empezando por el final. Nació con la modernización trunca de Buenos Aires y murió cuando la máquina de las transformaciones iba a ponerse andar otra vez. Mientras vivió, reflejó con precisión matemática el perfil más humillado de una sociedad que se construía a sí misma al mismo tiempo que se marginaba.