La gaceta 13 de julio de 2009 7 Premio y condena desde el cosmos Femenina o masculina, pasiva o guerrera, la Luna ha tenido una influencia directa en la vida de los seres humanos. Su presencia ha sido siempre un elemento decorativo y poderoso en la escenografía mitológica de casi todas las civilizaciones L os ojos de todas las generaciones han dado sentido a su propia vida a partir de la lumínica presencia lunar. Desde la tierra, todas las culturas han admirado y explicado la extraña y maravillosa figura de este satélite. Unidos por la gravedad, la luna y la tierra relacionan sus periodos orbitales a partir de la cercanía de sus cuerpos, con la misma tensión que produce la dualidad de género que la luna representa. Personificada como hombre y mujer, dios y demonio, la luna ha dibujado a lo largo de nuestra historia el reflejo de lo que somos. Hoy la ciencia comprueba el vínculo extraordinario de muchos fenómenos naturales que, como un efecto de la luna y sus ciclos, son vividos en nuestro planeta. Sin embargo, desde hace más de tres mil años el hombre ya se explicaba su universo a partir de esta voluble visitante nocturna. El dios varón En la ciudad de Ur, Mesopotamia, adoraban a Sin, el dios de la Luna. Representado como un fiero toro, hacía lucir sus gruesos cuernos cuando había luna creciente. Luego se convertía en Nanna, la luna llena, y finalmente en Asimbabbar, quien marcaba el comienzo de cada ciclo. Relacionado con la fuerza viril, el dios lunar era representado con todo el poder del semental. De extremidades sólidas, se paraba retador mostrando el brillo de sus astas. Adorado a través de exquisitos rituales, Soma era el dios de la Luna para el hinduismo. Esta divinidad masculina atravesaba el cielo en una carroza tirada por caballos blancos. La importancia de Soma radicaba en que era él quien marcaba principio y fin de cada periodo, la renovación y la muerte. Además de ello, encarnaba en el mágico elíxir de la inmortalidad que sólo nutría a los dioses. Conforme las divinidades lo bebían, unos perdían y otros ganaban poder, hasta que el ciclo se revertía para que la luna iluminara todo por las noches. Para el sintoísmo japonés, la luna también fue un dios varón. Su nombre era Tsuki-Yomi, hermano de Amaterasu, divinidad femenina que representaba al sol. Enviado por su hermana ante la diosa del sustento, Tsuki-Yomi decide asesinarla. Avergonzada por esa acción, su hermana no quiso saber nada más de él. Condenados a estar separados para siempre, Sol y Luna alternan su presencia en el cielo. Igual ocurre con Anningan, dios que representa a la luna para la cultura inuit, de Groenlandia. Él también persigue incansablemente a su hermana Malina, la diosa del sol. Este recorrido interminable impide que el dios/luna se alimente, por ello adelgaza y mengua durante esta persecución, hasta que desaparece completamente para alimentarse durante tres días completos y así regresar entero para seguir con el rastro de su querida hermana. La diosa Hija de los titanes Hiperión y Tea, Selene era una antigua diosa lunar para los griegos. Endimión, un hermoso cazador, dormía en una cueva del monte Lamos. Apenas despertó, se enamoraron. Al saberse vulnerable, Selene pidió a Zeus que concediera a su enamorado la vida eterna para que nunca le abandonase. Lo que finalmente ocurrió fue que Endimión durmió un sueño profundo, del que sólo despertaba –en luna llena– para recibir a Selene. Juntos engendraron a Pandia, la “completamente brillante”. Luego los griegos suplantaron su figura por la de Artemisa, la diosa virgen de la caza, hermana de Apolo, quien encarnaba al sol. Los griegos también representaban a la divinidad femenina del satélite con el nombre de Febe. Para esta diosa, el conocimiento de lo humano se obtenía a partir del enamoramiento de un mortal, de ahí su influjo y poder sobre los hombres. mitología VERÓNICA LÓPEZ GARCÍA Artemisa, Selene o Febe, extendía su velo arqueado por el cielo mientras montaba un carro tirado por robustos bueyes blancos. En la mitología griega, el símbolo de la diosa Rea es la luna. Ella encarnaba la fertilidad a través del poder de flujos femeninos, como el menstrual y el líquido amniótico. Se le representaba como un cisne delicado. Para las mitologías teotihuacana y maya, la luna era mujer. En la primera de éstas su nombre fue Coyolxauhqui, hija de Coatlicue, la diosa de la Tierra. Esta diosa encabezó la lucha contra su propia madre. Luego de saberla preñada y ante la deshonra, anima a sus 400 hermanos a darle muerte. Huitzilopochtli sale del vientre de su madre para asesinar a todos. Es él quien le arranca la cabeza a Coyolxauhqui y la arroja al cielo, en donde se convierte en la luna. Menos violenta que la azteca-teotihuacana, Ix Chel (la “Señora del arcoiris”), fue la vieja diosa de la luna, quien no sólo controlaba las mareas, sino a toda el agua. La representaban como una anciana con una serpiente, misma que le ayudaba con las labores celestes. La Luna no sólo se encargaba de las lluvias, tormentas, inundaciones, mareas altas, sino que también asistía a las mujeres en la gestación y las curaba. Femenina y masculina, la Luna ha estado siempre cargada de poder. Es la cuerda de violín que tensa estas dos caras de lo humano. De entre todas las mitologías, quizá la más furiosa sea la más reveladora. Para los maoríes Sol y Luna, hombre y mujer, se turnan para devorarse uno al otro. Ese es su afán, la única lucha que estamos condenados –desde la tierra– a presenciar y a vivir. [