Neurociencias y terapia sistémica. O el final de cuatro mitos. Publicado en Rev. MOSAICO, nº 47 (2011) pp.72-80 Alberto Carreras Profesor de la universidad de Zaragoza acaras@unizar.es Resumen: Interesan las neurociencias y la interacción entre el cerebro, la vida social y la psicoterapia. Se referencian aquí algunas investigaciones sobre la manera cómo la vida relacional moldea nuestro cerebro, igual que lo hace la psicoterapia. La alianza entre las neurociencias y las psicoterapias nos permitirá avanzar en el conocimiento y tratamiento de las enfermedades mentales. También debilitará algunos mitos de nuestra cultura, sobre todo postmodernos. Palabras clave: ciencias cognitivas, psicoterapia, neurociencia social. Introducción La terapia sistémica no permanece al margen del actual desarrollo de las neurociencias. Muchos terapeutas están interesados en ellas1 aunque, por el momento, faltan los puentes entre la terapia familiar y las investigaciones sobre el cerebro. Existen, desde luego, numerosos puentes entre el cerebro y la psique, pero suelen tener un solo sentido de circulación: el que va del órgano (el cerebro) a sus producciones (la psique interna o la conducta social). Esta dirección aparece ya en todos los manuales de neuropsicología. Por contra, el que propongo activar ahora es el sentido inverso, el que muestra cómo las relaciones familiares y sociales van moldeando nuestro cerebro a lo largo de la vida. Del mismo modo que las psicoterapias pueden ayudar a reequilibrar ciertos funcionamientos patológicos del cerebro. Avanzar en esta dirección pondría fin a varios mitos que abundan en nuestra cultura y que afectan a los psicoterapeutas, tales como la oposición entre lo físico y lo orgánico, o las falaces alternativas genético/cultural, interno/externo, cognitivo/emocional y otras; por añadidura también ayudaría a terminar con la fe en la omnipresencia y omnipotencia del lenguaje creador de mundos. Algunos de estos mitos han sido promovidos por las psicoterapias llamadas postmodernas. Mito 1. El dualismo. El mito dualista es el más antiguo; tuvo su origen en el animismo, en los filósofos pitagóricos, en el cristianismo platonizante, en Descartes, a través de una larga cadena. Contrapone lo corporal a lo psicológico, considerado éste como algo inmaterial. Damasio (1994) atribuye al dualismo el prolongado divorcio entre la neurología y la psicología; entre la fisiología y las psicoterapias. Divorcio o ignorancia mutua, pues muchos psicoterapeutas parecen ignorar que todo lo psíquico es físico, aunque su materialidad sea distinta a la de las neuronas que lo producen, como la sinfonía es distinta de la orquesta que la ejecuta. O quieren desconocer que todos nuestros recuerdos, emociones, traumas y aprendizajes tienen su sede en el cerebro. Al resaltar cómo la vida familiar y social moldea nuestro cerebro pensamos contribuir también al fin del siguiente mito. Mito 2. La oposición entre lo genético y lo adquirido. Pues si consideramos que todo lo psíquico es físico (aunque no todo lo físico sea psíquico), el anterior mito se desplaza hacia la falsa oposición entre lo genético y lo que es debido a la biografía de cada uno. Autores importantes2 mezclan los dos problemas y plantean las relaciones mente/cerebro como relaciones entre las influencias sociales y el innatismo. Como si lo social influyese sólo en la psique (y no en el cerebro), o como si todo lo cerebral estuviese genéticamente determinado. Sabemos que los genes no son nada sin un medio apropiado y que se expresan de distinta manera según muchas variables contextuales. Pero también debemos saber que nada de lo que hagamos, pensemos, digamos o sintamos, podríamos hacerlo si nuestra dotación genética no nos lo permitiera. De manera que no debemos confundir la tesis del determinismo de los genes (negación de los condicionantes ambientales), con el error anterior, el del reduccionismo organicista o fisicalista, el cual ignora la importancia de la subjetividad y la conciencia, a las que desprecia como cosas intangibles existiendo fuera del “verdadero” mundo material, del que se ocupa la ciencia. La controversia entre los partidarios de la herencia (o del determinismo de los genes) y los de la educación o socialización también es antigua, pues ya fue descrita por Platón y no tiene visos de terminar debido a sus enormes connotaciones sociales, éticas, políticas y económicas. Desde hace decenios, los genetistas gozan de mucho prestigio, disponen de subvenciones e inversiones millonarias, mientras que los ambientalistas –entre los que se encuentran casi todos los terapeutas familiares- parecemos pequeños David ante Goliat. Ahora bien, si Goliat nos subestima o nos desprecia, no debemos caer en la trampa de pagarle con la misma moneda, ignorando o menospreciando los genes. Pues llegar a discriminar cómo y en qué medida la herencia y el ambiente influyen sobre nosotros constituye un programa de investigación de común interés; los pasos que se den por ambas partes supondrán grandes avances para la prevención y el tratamiento de los problemas psíquicos. Cómo la vida relacional moldea nuestro cerebro. La plasticidad cerebral. Han sido muy estudiados los mecanismos cerebrales de aprendizaje por asociación y mediante recompensa (refuerzo). En esencia consisten en establecer nuevas conexiones entre neuronas y reforzarlas o debilitarlas, aumentando así o disminuyendo sus “pesos sinápticos”, esto es, su tendencia a activar o inhibir neuronas vecinas. Desde Cajal -a quien debemos la frase “cada uno esculpe su propio cerebro”- sabemos que las neuronas son importantes por ser puntos de conexión, nódulos de redes mayores. El sistema nervioso constituye una red de redes, conectada con muchísimas células de nuestro cuerpo y en contacto con el medio. Una red que se halla centralizada en el cerebro desde tiempos muy lejanos en la evolución; éste constituye un centro o un conjunto de centros que rigen tanto nuestra vida vegetativa como la relacional, lo consciente como lo inconsciente. Todo estado mental consciente (y por tal se puede entender cualquier sensación, emoción, pensamiento, recuerdo o decisión...) supone un estado de esa red; es el fruto, entre otras cosas, de un conjunto de conexiones, en el que muchas neuronas sincronizan rítmicamente su activación produciendo ondas, campos electromagnéticos o melodías neuronales (fenómeno conocido como coherence). Otros procesos de conexiones sinápticas, de sus refuerzos y sus extinciones siguen un curso ciego o inconsciente, en el que unos conjuntos de neuronas computan la actividad de otras neuronas produciendo nuevas activaciones sin que nos apercibamos de ello, como es el caso de todos aquellos procesos que rigen el sistema nervioso autónomo. Ahora bien, el mecanismo básico de cualquier proceso de aprendizaje, consciente o inconsciente, el mecanismo que nos permite conectar unas ideas con otras, está en las “sinapsis”. Ellas posibilitan esa gran plasticidad que caracteriza nuestro cerebro, o capacidad de cambio, de aprendizaje, de adaptación. Sólo en su arquitectura más general las sinapsis están programadas genéticamente; pues es la experiencia la que va conectando los detalles decisivos; ella favorece la creación de neuronas, su fijación en unos lugares, el establecimiento de conexiones y el refuerzo o extinción de las mismas, modulando así nuestra vida afectiva y relacional. En 1949 Hebb estableció su conocida ley: dos neuronas que se disparan a la vez tenderán a dispararse de nuevo conjuntamente. Supuso que tenían lugar cambios metabólicos o estructurales en una o en las dos células, aunque no pudo demostrarlo. Hoy sin embargo tenemos ya conocimiento de algunos de estos mecanismos, del papel de la dopamina en ellos y de las familias de sus receptores. Ya en 1966 Terje Lomo descubrió la “potenciación a largo plazo” o el aumento de la eficacia sináptica, que tenía lugar, sobre todo, en el hipocampo (importante región del aprendizaje y de la memoria). A partir de estos mediados años 60 son ya numerosos los estudios de la plasticidad neuronal en gatos, monos y otros animales, mostrándose en estas investigaciones el papel de la experiencia en el desarrollo del cerebro al observarse cambios anatómicos neuronales de gran importancia en función de la estimulación o ausencia de ella, o del tipo de actividad desarrollada. También muestran nuestra capacidad de establecer nuevos circuitos que compensen los que han sido deteriorados. Fueron famosos al respecto los trabajos de rehabilitación dirigidos Luria durante las décadas que siguieron II guerra mundial. En la década de los 70, destacaron los experimentos de los Nobel Wiesel y Hubel, que mostraron las consecuencias neurológicas (anatómicas y estructurales) de la privación de estimulación visual durante los dos primeros meses del gato. Mientras se iba avanzando en el conocimiento de los procesos neurales que explicaban los clásicos sistemas de aprendizaje (por asociación y por recompensa), en 1996 Rizzolatti y colaboradores descubrieron3 las neuronas espejo, que podrían dar cuenta de los mecanismos neurológicos del aprendizaje por imitación y mimesis hasta llegar a los símbolos y la comunicación semiótica. 1. Las adicciones. Según Corominas, Roncero y Casas (2007, 2009)4, hay probadas evidencias de que el consumo crónico de drogas produce alteraciones en los mecanismos neuronales del aprendizaje y el sistema dopaminérgico. Pero no solo en el caso de drogas químicas (cocaína, hachis, alcohol, nicotina...) sino en el de cualquier adicción (ludopatía, cleptomanía, adicción al deporte, al consumo, al trabajo, al ordenador, etc.). Las sustancias adictivas parecen actuar igual que las recompensas naturales (comida, bebida o sexo) aumentando la liberación de dopamina, aunque las drogas químicas pueden provocar una liberación mayor, más intensa y que no se extingue con el tiempo. Entre otros mecanismos, las drogas cambian paulatinamente la estructura del cerebro, a partir de pequeños cambios en el equilibro entre las dos principales familias de receptores de Dopamina (las facilitadoras y las que limitan su secreción y su recepción) en las superficies sinápticas. Estos cambios pasan al cuerpo de la neurona donde se activa la proteína CREB que influye en la producción de otras proteínas que, a su vez, influyen en el grado de tolerancia o habituación a la droga, exigiendo progresivamente un mayor consumo para lograr los mismos efectos. Allí llegan a influir en los genes que favorecen la recepción del glucamato (esencial para el control de búsqueda), aumentando los efectos de la droga. 2. Las profesiones ( músicos, taxistas...) y los lectores. Bastantes experimentos han mostrado que los cambios producidos por la experiencia en el cerebro alcanzan dimensiones anatómicas notables. Se conoce desde hace tiempo que una deficiente estimulación provoca un desarrollo insuficiente (no solo desorganizado) de zonas del cerebro. Lo contrario sucede con la especialización. Por ejemplo, Michel Merzenich observó cómo variaba la representación de la mano en el área sensorial de la corteza de un mono que tocaba asiduamente con sólo tres dedos un disco giratorio. Investigadores del University College de Londres pretenden haber demostrado que los taxistas tienen un hipocampo mayor de lo habitual, y tanto más cuantos más años llevaban en la profesión. Otra profesión estudiada ha sido la de los músicos, desde que Gaser y Schlaug (2003), dieron a conocer un mayor desarrollo cerebral de las áreas relacionadas con el oído, con la vista, con los movimientos precisos y con las conexiones interhemisféricas en ellos5. Actualmente existe un centro en Boston, el Institute for Music & Brain Science que estudia las diferencias específicas que se encuentran en el cerebro de los músicos profesionales. Parece que si bien en algunos casos una mejor dotación cerebral produce un buen músico, en otros momentos es el ejercicio de la profesión el que desarrolla el cerebro. En 2009, el equipo del Centro vasco para el estudio del cerebro y el lenguaje, dirigido por Manuel Carreiras, publicó en la revista Nature6 un estudio del que parecía desprenderse que, con el aprendizaje de la lectura, varias áreas del cortex, como el giro angular (con una función predictiva o anticipatoria), desarrollaban más materia gris o mayor densidad de cuerpos neuronales. En el caso del cuerpo calloso lo que aumentaba era la materia blanca de los axones que ligan los dos hemisferios. Dado que el tamaño de estas áreas suele ser menor en los disléxicos, la mayoría de los autores interpretaban que su déficit neuronal era la causa de su dislexia; la propuesta de Carreiras invertía el orden: las diferencias cerebrales de los disléxicos no son la causa de sus dificultades en el aprendizaje de la lectura; sino que son su consecuencia. Puede discutirse cada uno de estos experimentos, sobre todo este último, dado el escaso número de casos estudiados en esta experiencia. Pero la idea de fondo está bastante demostrada: el cerebro se esculpe; pues –como afirmaba Luria- todas nuestras experiencias dejan su huella en él. 3. Neuropsicología prenatal Bastantes investigaciones se centran actualmente en las vicisitudes de la gestación y su influencia sobre el desarrollo neurológico y psicológico del niño. Las experiencias de Benoist Schaal en el Centro europeo del gusto y del olfato en Dijon7 muestran que las reacciones de agrado o desagrado ante estímulos olfativos no son innatas, a pesar de su temprana manifestación. Por el contrario, la familiaridad con un olor conocido o su conexión azarosa con otras sensaciones placenteras también condiciona las preferencias olfativas. Así un recién nacido puede reaccionar de diferente manera ante olores que le son familiares (porque han atravesado la placenta materna y circulado por el líquido amniótico) que ante olores extraños, teniendo en cuenta que el sistema nervioso olfativo comienza a ser sensible a las experiencias a partir de los 7 meses desde la fecundación. Muy recientemente Grossmann (2010)8, continuando una serie de trabajos anteriores, ha mostrado que las regiones del cerebro sensibles a la voz, es decir, a la entonación o prosodia, que trasmite las emociones, están ya disponibles a los 7 meses. Otros estudios han tenido como objeto el estado emocional de la madre durante la gestación. Su influencia había sido señalada desde una perspectiva psicoanalítica: el deseo o rechazo de la madre hacia el hijo, sus temores y fantasías, influían desde el embarazo en las futuras relaciones materno-filiales9. También se conocía desde hace tiempo que si la madre bebe, fuma o toma drogas durante la gestación se producen deficiencias y enfermedades en el hijo. Las novedades actuales surgen del estudio de los mecanismos bioquímicos mediante los cuales la situación psicológica de la madre influye en el desarrollo neurológico del feto y aún del embrión. En lo que conozco, lo más estudiado ha sido el estrés materno durante el embarazo y la acción del cortisol que atraviesa la placenta. Desde los años 50 del siglo pasado ya se sabía que el estrés de las ratas y las monas preñadas producía dañinos efectos sobre el desarrollo del feto. Pero sólo recientemente se han realizado experiencias controladas con humanos. Por Eduardo Punset hemos conocido que Vivette Glover y el Fetal and Neonatal Stress Research Group10 han llevado a cabo un estudio en Bristol con 14.000 mujeres embarazadas, con un largo seguimiento. El 15% de las mujeres que estuvieron más ansiosas durante el embarazo correlacionó muy significativamente con problemas de atención e hiperactividad de los hijos (en concreto, multiplicaba por 2 las probabilidades). La molécula fundamental que se supone que actúa en los humanos y animales es el cortisol u hormona del estrés, que altera el ya mencionado sistema de la dopamina. También se ha observado en animales que cuanto mayor sea el nivel de cortisol en el líquido amniótico menor es el coeficiente intelectual del recién nacido. En el caso de madres ansiosas parece que hay más cortisol que atraviesa la placenta, lo que puede ser debido11 a la disminución de la acción protectora de la enzima 11ß-HSD2. Estos efectos del estrés materno varían según se produzca en uno u otro momento del embarazo, pues en cada momento son distintos los sistemas neuronales que se forman y diferente su etapa de consolidación. Glover llega a afirmar alguna correlación entre un estrés intenso (como el producido por la muerte de otro hijo) y la esquizofrenia, si aquél tuvo lugar en las primeras tres semanas del embarazo o hasta los tres primeros meses. Los efectos serían diferentes en otras etapas de la gestación. Tal estrés puede provenir de accidentes, muertes familiares, trabajo... pero también de la relación de pareja, como muestran las investigaciones de Glover y de otros estudios. Ella señala, en consecuencia, el papel positivo o negativo que puede jugar el padre en la formación de su hijo ya durante el embarazo12. 4. El estrés neonatal y posterior Por supuesto que las investigaciones con animales y con humanos inciden también sobre los efectos del estrés neonatal en diversas zonas cerebrales. Por ejemplo, Simona Spinelli y otros13 (2009) detectan cambios volumétricos en el cerebro de primates con experiencias traumáticas durante la primera infancia. Podemos encontrar en Katarina Dedovic y otros (2009)14 una revisión del estado actual de estas investigaciones. El estrés ha sido muy estudiado, pues resulta bastante fácil cuantificarlo. Quizás por ello muchas teorías psicológicas, como la Emoción Expresada (utilizada hoy en los estudios sobre esquizofrenia) se centran en él. Sin embargo hay muchos tipos de estrés, que deberían producir efectos diferentes; pero un análisis cualitativo de ellos resulta todavía muy difícil. Por ejemplo ¿qué sucede con el estrés que provoca el doble vínculo, tal como fue definido por Bateson, o con la comunicación paradójica? ¿Cuál es su efecto en el cerebro? Bateson (1956) señaló que el sujeto perdía la capacidad para interpretar el sentido de las comunicaciones. ¿Qué sustrato neurológico tiene esta capacidad de discriminar contextos relacionales? Pues bien, el tema no es ajeno a las ciencias cognitivas. Por ejemplo, Natalia AriasTrejo investigó en Oxford los efectos de sencillas paradojas en el cerebro infantil, como la incongruencia entre imagen presentada y palabra escuchada15. Por otro lado, queda pendiente de encontrar el sustrato neurológico de la capacidad humana de encuadrar una comunicación dentro de un contexto, algo que nos diferencia todavía de las máquinas lingüísticas; es un problema al que se enfrentan los ingenieros de la Inteligencia Artificial, relacionado también con el problema del marco (frame problem). La importancia que Bateson otorgó al contexto en su teoría de la comunicación ocupa un lugar central. Los malos tratos en la infancia, las emociones y la neurociencia social No podemos comentar muchos campos donde los científicos evidencien la influencia del medio sobre el cerebro. Pero uno de los más estudiados son los malos tratos durante la infancia. Entre nosotros son bien conocidos los trabajos de Jorge Barudy desde un modelo ecosistémico. En sus últimos libros16 describe los efectos neuro-endócrinos de los buenos tratos en el niño, así como los de las negligencias, privaciones, estrés continuado y otros malos tratos: el deterioro de sus capacidades sensoriales y emocionales; los trastornos del afecto, el apego y la empatía; las huellas permanentes e inconscientes de los traumas en el sistema límbico; las alteraciones de la corteza prefrontal para el autocontrol; las disociaciones (cognitivo-lingüística, cognitivo-emocional...), etc. Algunos de estos daños son irreversibles, pero, gracias a la gran plasticidad del cerebro, otros pueden ser restaurados o recuperados, dando lugar a fenómenos de resiliencia o de superación de los traumas. Un libro inspirador es el de Siegel, 1999.17 Si los malos tratos están siendo ya muy estudiados desde el punto de vista del cerebro, no digamos nada del extenso campo de las emociones, su localización en el sistema límbico, sus complejas relaciones con el cortex racional, etc. La literatura aquí es inmensa. A las figuras de referencia como los neurólogos LeDoux (1998) o Damasio (1994) les siguió muy pronto Goleman (1995)18 abriendo al público y a las psicoterapias el campo de la Inteligencia Emocional, tan enormemente extendido hoy día que sería imposible e innecesario dar cuenta aquí de sus avances. Para terminar estas pinceladas nos referiremos a la neurociencia social, que se desarrolla a partir de diversas ciencias sociales como la psicología social, la psicofisiología social o la sociofisiología que se van transformando en neurociencias. En Grande-García (2009)19 podemos encontrar un panorama de los objetivos y logros de esta ciencia emergente, que busca los sustratos hormonales y neurales de los comportamientos sociales como el amor materno y paterno, la agresividad y la cooperación, la jerarquía y las formas de liderazgo, los prejuicios, la defensa del territorio, la socialización y el aislamiento, la sexualidad y el juego, etc. Pero no se queda en la acción del cerebro sobre la conducta. La neurociencia social debe intresarse también por la dirección contraria: cómo la vida social moldea el cerebro. Es lo que afirma el subtítulo del mencionado libro de Siegel, y lo que sostiene también Gazzaniga en su libro sobre “El cerebro social”20. Y ambos en consonancia con dos pilares de esta nueva neurociencia: Goleman y Rizzolatti. El primero, después de haber popularizado el término de “inteligencia emocional” ha entrado en nuestros tradicionales dominios de la comunicación y de las relaciones humanas al tratar de su inteligencia “social” (por cierto que ligando la comunicación analógica con la emocional). El segundo se ha convertido en un eje de actualidad gracias a las puertas que han abierto las neuronas espejo para la comprensión de la empatía, el aprendizaje por imitación y el lenguaje21. En este sentido y sin lugar a dudas, las psicoterapias pueden hacer parte de la Neurociencia social. ¿Final de otros dos mitos (mito 3 y mito 4)? Tengo también esperanza de que el desarrollo de las neurociencias deje atrás otros dos mitos: el del subjetivismo e individualismo de la cibernética de segundo grado, así como el mito de la omnipotencia del lenguaje (logocentrismo). Muchos terapeutas familiares han hecho suyas, sin críticas, las tesis de Maturana, que, sin embargo, conllevan postulados antagónicos con aquéllos que fundaron la terapia sistémica; al menos a dos de ellos: 1) que la conducta aparentemente incongruente del enfermo se entiende si conocemos el medio familiar o social en el que ha vivido y 2) la comunicación no verbal es esencial para el establecimiento y la negociación de las relaciones. Pero fiel a la filosofía fenomenológica que le ha inspirado, Maturana nos ha prohibido afirmar algo positivo acerca de una realidad exterior, si es que aceptamos su existencia. Su teoría de la autopoiesis presenta a los organismos como determinados por su organización y no condicionados por su medio físico o social, sobre el que sólo podemos afirmar que el organismo está acoplado a él. Como su inspirador Heidegger, Maturana ha separado la comprensión del individuo de la de su contexto social, afirmando el predominio casi absoluto de la subjetividad. Lo que le facilitó también la convivencia política. Para él no existe la interacción entre el organismo y el medio (pues sólo la hay si un observador la quiere percibir como tal). Es cierto que más tarde nos diría que nuestros estados mentales (sensaciones, pensamientos, emociones, decisiones, etc.), en cuanto estados cerebrales, hacen parte de un sistema nervioso, el cual está acoplado a un organismo, que a su vez está acoplado al medio. Por lo que podrá decir que hay una cierta dependencia negativa: nuestros pensamientos sobre el mundo no nos han hecho perecer hasta el momento. Nada más. Nos prohíbe establecer cualquier correlación positiva entre el medio y los estados mentales del sujeto. Afortunadamente el desarrollo de la neurología y otras ciencias cognitivas contradice este mito que Maturana ha logrado difundir más entre los terapeutas familiares que entre sus colegas. Multitud de experimentos desmienten que el organismo y el sistema nervioso estén sólo determinados por su propia organización y demuestran que la conectividad del cerebro se va estableciendo en función de la biografía del individuo, aunque esta dependencia del medio no sea simple, determinista ni igual para todos los seres humanos. El mismo desarrollo de las ciencias cognitivas también puede acabar con un cuarto mito complementario; uno que nos saca del subjetivismo individualista para llevarnos a la intersubjetividad. Se trata del mito de la omnipresencia y omnipotencia (cualidades divinas) del lenguaje. Un mito muy antiguo también. De ningún modo creado en el siglo XX y su “giro lingüístico” o por los autores postmodernos. Su primera formulación filosófica la debemos al sofista Gorgias, pero ha tenido otras apologías religiosas22 antiguas. El logocentrismo o el mito del “logos” (“verbum”, “palabra”) divinizado, presenta el lenguaje como creador de mundos, algo que bien conocen los terapeutas postmodernos. Según ellos, sólo el lenguaje da sentido a una experiencia bruta, de la cual podemos prescindir mientras no haya sido verbalizada. Por ello, las descripciones, metáforas y, sobre todo, las narraciones, han constituido su centro del interés terapéutico. Por supuesto que las ciencias cognitivas nunca han ignorado la importancia del lenguaje. Sin embargo, lo colocan en un lugar menos divino considerando que esta característica tan específica del ser humano no es la única forma que tenemos para organizar nuestra experiencia y para comunicarla. Hay otras formas prelingüísticas y subsimbólicas más antiguas en la evolución y, quizás por ello, más básicas- de las que el lenguaje verbal es sólo un apéndice o un instrumento especializado. De suyo, la neurolingüística, la psicolingüística y la sociolingüística han ido ampliando desde hace más de medio siglo los horizontes de la lingüística clásica. Asimismo, la pragmática del lenguaje, desde William J. Austin y pasando por Teun A.Van Dijk, se ha desarrollado en paralelo con la “pragmática de la comunicación humana” que axiomatizaron Paul Watzlawick y cols. en Palo Alto. Aunque todas estas ciencias concuerdan en afirmar que el lenguaje organiza socialmente nuestra psique y nuestra experiencia, también muestran que él no tiene la exclusiva en esta función. El lenguaje se superpone a otras formas de organizar nuestras vivencias, organizaciones que pueden permanecer inconscientes, cuyos mecanismos podemos compartir con muchos animales, y que no son suprimidas por el lenguaje. Las neurociencias estudian cómo se establecen diversos órdenes a través de conexiones neuronales, dando lugar a todos los aprendizajes inconscientes. Algunos de ellos tienen su comienzo en los últimos meses de desarrollo del feto en el seno de la madre, otros (como todos las que Piaget denominaba “inteligencia sensorio-motriz” ) se van consolidando durante los primeros meses y años del bebé, antes del uso de la palabra. Constituyen lo que los ingenieros de Inteligencia Artificial han denominado “background” o conocimiento de fondo, así como marcos de referencia o contextuales. También las emociones se organizan con y sin palabras, permaneciendo su huella pronta a reactivarse, aunque se haya hecho imposible su recuerdo. La mayor parte de estas formas prelingüísticas de organizar la experiencia continúan actuando a lo largo de nuestra vida, en paralelo o en combinación con el lenguaje. No siempre coinciden con el lenguaje social ni con el privado y, desde luego, nunca lo hacen enteramente. A veces pueden llegar a estar disociadas de él, e incluso en abierta contradicción, pues el lenguaje no sólo es una nueva e imperfecta digitalización de la experiencia, sino que también puede ser un instrumento para encubrir realidades y para engañar abiertamente a los demás y autoengañarnos. La psicoterapia deberá revindicar como suyo el estudio de esas incongruencias, contradicciones y disociaciones que se dan entre el llamado orden lingüístico (consciente) y las organizaciones prelingüísticas e inconscientes de la experiencia, siguiendo una honorable tradición a la que Freud quiso dar rango de ciencia. Psicoterapia y cerebro Terminaré señalando que un mayor conocimiento del cerebro ha permitido ya investigar los modos cómo la psicoterapia puede modificarlo. Es cierto que los experimentos en este campo no son numerosos ni con muestras muy significativas, resultando difíciles de corroborar. Por lo que habrá que esperar el desarrollo de técnicas no invasivas de observación del cerebro para que se fomenten estas investigaciones que tanto pueden ayudarnos a evaluar adecuadamente las teorías y técnicas psicoterapéuticas. Hay algo obvio y hasta trivial en estos estudios pioneros que, sin embargo, han sorprendido a aquellos profesionales del cerebro que no ven en su funcionamiento sino la ejecución ciega de programas genéticamente dictados y que sólo pueden ser modificados mediante intervenciones bioquímicas sobre los genes y sus productos. Estos organicistas miopes se admiran (sin llegar a creérselas del todo) ante las evidencias de que las psicoterapias pueden modificar el cerebro haciéndolo más funcional. Sin embargo, esto resulta obvio para quien piensa que nuestra vida psíquica no está fuera del cerebro y que todas nuestras experiencias dejan su huella en él: aumentando o disminuyendo la producción de neurotransmisores y receptores, creando, reforzando o extinguiendo sinapsis, y aun produciendo y asentando neuronas en zonas diferentes, etc. Parece lógico que las psicoterapias, en cuanto conjunto de experiencias y comunicaciones controladas, pueden modificar, de forma orientada, la conducta y el cerebro que la manda. Algunas de las investigaciones en este campo han versado sobre el trastorno obsesivo compulsivo (Baxter)23; el trastorno límite de personalidad; la depresión (Goldapple, también Brody ); los trastornos fóbicos (Furmark, Paquita) y otros, apreciándose significativos cambios neurológicos tras terapias conductuales, cognitivo-conductuales e interpersonales; así como cambios fisiológicos generales, como es el caso de los enfermos de cáncer24. Hasta el momento, las investigaciones no han ido más allá que patentizar la reversibilidad de algunos procesos cerebrales, como la deficiencia o la hiperproducción de neurotransmisores y sus receptores. Procesos que habían sido detectados en diversas patologías. Y lo que han demostrado es que los resultados de las psicoterapias en algunos casos son equiparables a los obtenidos mediante las terapias bioquímicas del momento (a veces, con ventaja para las primeras) o con una combinación de ambas. Sin embargo se acerca el momento de poder precisar más, mediante experimentos controlados, los efectos neurológicos de las intervenciones psicoterapéuticas, permitiéndonos así profundizar en el conocimiento de las enfermedades mentales. 1 Este artículo constituye el guión (que no se llegó a exponer totalmente) de un taller que tuvo lugar en el I Congreso Ibérico/XXX Jornadas Españolas de Terapia Familiar, en Barcelona (2009). Los comentarios de los asistentes y de otros colegas me confirmaron el interés que muchos terapeutas sienten por el tema. Actualmente estoy trabajando por crear un nuevo espacio de información y discusión sobre el mismo. 2 Esta confusión inconsciente se puede rastrear incluso en autores que hablan de la total interacción entre lo social y lo genético, pero lo hacen en términos de interacción mente/cerebro, como es el caso de Gazzaniga y algunos textos de “El cervell social”. 3 Ver Rizzolatti, G. Y Sinigaglia, C. (2006): Las neuronas espejo, Paidós. El primer decubrimiento fue publicado en Gallese et al. (1996). Action recognition in the premotor cortex, Brain, vol. 119, no. 2, 593-609. 4 Ver Corminas, M., Roncero, C., Bruguera, E. y Casas, M. (2007). Sistema dopaminérgico y adicciones, Revista de Neurología, 44 (1), 23-31. Así como Corminas, M., Roncero, C., y Casas, M. (2009). El sistema dopaminérgico en las adicciones, Mente y cerebro, 35, 3-9 5 Gaser, C. Y Schlaug, G. (2003). Brain Structures Differ between Musicians and Non-Musicians, Journal of Neuroscience, October 8, 23(27), pp.9240-9245. 6 Carreiras, M. y cols. (2009). An anatomical signature for literacy, Nature 461, 983-986 7 Ver Schaal, B. y Delaunay-El Allam, M. (2009). Formación de las preferencias olfativa. Mente y cerebro, nº 35, 30-35. Y también Schaal et al. (2004). Olfaction in the fetal and premature infant: functional status and clinical implications. Clinics in Perinatology, vol. 31, 261-285. 8 Grossmann, T. et al. (2010). The Developmental Origins of Voice Processing in the Human Brain. Neuron, Vol. 65, Issue 6, 852-858, 9 Ver, por ejemplo, Bayle, B. (2003). L’embrion sur le divan: psychopathologie de la conception humain, Paris, Masson, así como Missonnier, S., Golse, B., Soulé, M. (2004). La grossesse, l’enfant virtuel et la parentalité. Éléments de psycho(patho)logie périnatale. Paris, PUF 10 En < http://www1.imperial.ac.uk/medicine/about/institutes/irdb/fetalmaternal/vglover/> puede verse la preentación de Glover y de este grupo con una lista de muchas de sus publicaciones. 11 Welberg, L. y Seckl, J. (2001). “Prenatal Stress, Glucocorticoids and the Programming of the Brain “, Journal of Neuroendocrinology, Volume 13, Number 2, pp. 113-128(16) Cottrell EC, Seckl JR. (2009). Prenatal stress, glucocorticoids and the programming of adult disease, Front Behav Neurosci.3:19. 12 Ver Entrevista con Punset en programa Redes Título: “Educación emocional desde el útero materno” – emisión 40 (04/10/2009, 21:00 hs) – temporada 14. Puede verse la trascripción de la entrevista en http://www.redesparalaciencia.com/wp-content/uploads/2009/10/entrev040.pdf 13 Simona Spinelli; Svetlana Chefer; Stephen J. Suomi...(et.al) (2009). Early-Life Stress Induces Long-term Morphologic Changes in Primate Brain, en Archives of General Psychiatry, 6, pp. 658-665. 14 Katarina Dedovic; Catherine D’Aguiar; Jens C Pruessner (2009). What Stress Does to Your Brain: A Review of Neuroimaging Studies”, The Canadian Journal of Psychiatry, Vol 54, No 1, pag. 6-15 15 16 No publicado. Presentado como Poster. Pero habla en el programa de E. Punsert “Redes”, nº 447, “El cerebro del bebé”. Barudy, J. Y Dantagnan, M. (2007). Los buenos tratos a la infncia. Parentalidad, apego y resiliencia, Barcelona, Gedisa. Así como Barudy, J. Y Dantagnan, M. (2010). Los desafíos invisibles de ser madre o padre, Gedisa. 17 Siegel, Daniel J. (1999). La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser, Bilbao, Desclée de Brouwer. 18 Ledoux, J.E. (1998). El cerebro emocional, Barcelona, Ariel/Planeta. Damasio, Antonio R. (1994). El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano, Barcelona, Crítica. Goleman, Daniel (1995), Inteligencia emocional, Barcelona, Ed. Kairós. 19 Grande-García, Israel (2009). Neurociencia social: El maridaje entre la psicología social y las neurociencias cognitivas. Revisión e introducción a un nueva disciplina, Anales de psicología, vol. 25, 1, pp. 1-20 20 Gazzaniga, M.S. (1985). El cerebro social, Madrid, Alianza. 21 Goleman, Daniel (2006). Inteligencia social, Editorial Planeta Mexicana. Rizzolatti, G.; Sinigaglia, C. (2006). Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional. Barcelona, Paidós. 22 Ver, por ejemplo, “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe”. Así comienza el evangelio de San Juan, en el que se cristianiza la teoría estoica del “Logos” y la hebrea del Libro de la Sabiduría. 23 Sobre la investigación de Baxter, ver también JENIKE, M. A., BAER, L. & MINICHIELLO, W.E. (1998). Trastornos obsesivos compulsives, Madrid, Harcourt, p. 305.) 24 En numerosas páginas de Internet podemos encontrar el informe de Joan Arehart-Treichel: “Evidence Is in: Psychotherapy Changes the Brain” publicado por la American Psychiatric Association en Psychiatric News, vol. 36 Nº13, Page 33 (July 6, 2001). Igualmente el de Joshua Roffman “How Does Psychotherapy Change The Brain: What Neuroimaging Has Taught Us About Psychotherapy”, publicado en Psychiatry Academy del Massachusetts General Hospital en 2005 que daba un panorama sobre las investigaciones en este dominio, incluyendo las referencias bibliográficas de los trabajos de Baxter, Brody, Goldapple, Furmark y otros. Desde entonces se están llevado a cabo nuevos experimentos.