SEMBLANZAS DE DON PABLO MORILLO EN LA POESÍA GALLEGA I Conocemos la narración como la habilidad que uno tiene en referir las cosas o lo que significa el arte de hablar bien y con adecuado fundamento lo que se dice. Es aquello de lo que tanto se habla ahora: la narrativa de determinados hechos cuyos protagonistas son determinadas personas, conocidas o extrañas, como pueden ser los fenómenos impersonales al no tener aquéllas en éstos participación alguna. Pero siempre deben ser expresados con la propia realidad con que acontecieron como tales sucesos, ya que muchas veces acostumbran a ser modelos de inspiración para la descripción de tales conductas; otras también al objeto de dar a conocer algunos caracteres y costumbres de ficción cuyo género literario es la novela, y más aún llega a transcender hacia ese medio de exaltación de la belleza para ser la poesía. De aquí que ahora volvamos nosotros a contemplar algo que ya fue objeto estimable de una narrativa dignamente descrita desde tiempo atrás y literariamente mantenida en aras de la figura humana cuyo valor se ha estado reconociendo en ella. Antonio Baso Andreu También sucede que cuando por primera vez llegamos a un pueblo o ciudad, de momento nos apresuramos a irlo conociendo de una forma rápida y superficial si tenemos tiempo medido; en cambio, si nuestra estancia va a ser más prolongada, será entonces cuando nos adentraremos más profundamente en la propia existencia de lo que fue o es ese sitio, tanto por nuestra propia visión al caminar por las entrecrucijadas de su propio ambiente, o por lo que quienes vayan saliendo a nuestro encuentro vayan ilustrándonos como transmisores de sus conocimientos a nosotros. Y esta traslación ha venido siendo el hecho real del que hemos sido receptores muchos de los que transitoriamente hemos fondeado en este sugestivo “puerto” dentro de la ría, donde las aguas del mar abierto se remansan al unirse con las de tierra adentro. De aquí que en estos pasos, ya de día o en las penumbras de la noche, hayamos ido viendo todo aquello que nos depara el presente lo mismo que nos llegan las voces mudas que nos hablan de su pasado. También existe la palabra escrita que de aquí hace narración del espacio vital y gentes que lo ocupan, llevando al lector hacia la cautividad de la belleza, en una “terra” amable y acogedora, aunque de abnegación y sacrificio como suele ser al hallarse frente a los embates marineros y, a su vez, a un accidentado espacio geográfico, muy bello, sometido a la peculiar climatología que lo envuelve. Así hemos sido llevados de la mano de algunos narradores de dentro y de fuera, que nos han ido ilustrando sobre cosas que vienen desde los más lejanos tiempos hasta ahora, como han sido el padre Sarmiento, el jesuita Amoedo, o don Jorgito el Inglés, de nombre Jorge Borrow, así como otro de la misma nacionalidad, Milford, que permaneció en Galicia durante la guerra de la Independencia, y más aquí Castelao y Álvarez Gallego, Filgueira Valverde, Landín Tobío, Sampedro y Folgar, Otero Pedrayo, o Fernández Otero, o Rafael Fontoira Surís o tantos más a los que por falta de espacio no podemos relacionar aquí. Todos ellos y cada uno en particular son quienes nos han ido dando fe de ese maravilloso pasado “da terra” que pisaron, a veces con ese natural sentimiento y añoranza como lo hacía el padre Amo159 edo, a la expulsión de los jesuitas en el siglo XVIII, refugiado en Bolonia, 1787, que recordando a su patria lejana “celebraba con amor filial cada calle, fiesta, costumbres y familia amiga, evocando con profunda emoción, desde los clásicos soportales boloñeses los pórticos nativos”, decía de él Otero Pedrayo. Cuyos legendarios personajes fueron transmitidos a nosotros por su popularidad o porque por sus hechos fueran acreedores de perpetua memoria, muchos de ellos hayan llegado a figurar en la páginas impresas en ese estilo expresivo que es la crónica, o tradición escrita; lo mismo que el enunciado de sus nombres ha podido ser grabado sobre las piedras y placas de bronce como glorificación suya. Y uno de estos personajes es en la ciudad de Pontevedra un soldado español, nacido del pueblo, cuyo nombre está estrechamente unido a su historia en la primera parte del siglo XIX, época de la guerra de la Independencia y más tarde en la vida política de Galicia, ya en las postrimerías de la vida del propio personaje; nos referimos ahora al Excmº Sr. don Pablo Morillo, conde de Cartagena, marqués de la Puerta, teniente general de los Ejércitos españoles, gentil-hombre de Cámara de su Majestad, hombre culto que perteneció a la Ilustración. II Según sus biógrafos, nos encontramos ante un destacado personaje que nació en la pobreza de una familia con escasos bienes, a la que dejaba de niño para entrar en un cuartel para poder vivir, y que a partir de ello haría carrera, según sus luces naturales, llegando a alcanzar los entorchados de mayor grado en la milicia. Además de que le fueran abiertas las puertas de la nobleza debido a sus propios méritos. Don Pablo Morillo nacía en Fuente-Seca, provincia de Zamora, el 5 de mayo de 1778, en el seno de una familia de labriegos que apenas contaba con recursos suficientes para ir saliendo adelante; quizá aquella precaria situación hiciera que el pequeño Pablo fuera un rapaz despierto cuando se criaba entre las cuatro 160 paredes de su casa, en un ambiente natural de abiertos horizontes pero de escasos recursos que ofrecerle, lo que haría que de niño tuviera que salir al campo como pastorcillo. Eran tiempos de penuria que venían arrastrándose desde la Guerra de Sucesión con los Decretos de Nueva Planta para determinadas regiones españolas; los primeros brotes independentistas en los territorios de Ultramar; la política europea y la entente con Inglaterra pese a la usurpación de Gibraltar; los devaneos de Carlos IV y las diferencias de su heredero; la independencia de América del Norte; la Revolución Francesa y la Convención, etc. etc. Eran momentos de nuestra Historia en los que muchos de los españoles de entonces apenas contaban con medios suficientes para subsistir, en tanto que gran parte de las tierras de cultivo eran pertenencia de la Iglesia, Municipios y señoríos gracias a anteriores concesiones dadas por la Corona. Esta situación haría que aquel niño sentara plaza en la milicia cuando apenas tenía doce años de edad. Aquel paso sin duda debió ser algo así como una salida u opción, que muchos tenían a su alcance para abrazar la carrera de las armas desde soldado raso, o bien que ingresaran en el seminario conciliar en la sede de la diócesis llevados de la mano del cura del lugar. Así este Morillo, siendo aún niño, el 19 de marzo de 1791 entraba en el servicio como soldado voluntario del Regimiento de la Marina –dada su corta edad posiblemente lo hiciera como educando de banda o como pequeño asistente en la camareta de mando–, lo que no impediría que tuviera que partir a las diversas operaciones en las que participara aquel Cuerpo. En octubre de 1797 obtenía los galones de sargento, debido a su meritorio comportamiento en dichas campañas: el sitio de Tolón; los combates navales del cabo de San Vicente o la batalla de Trafalgar en la que recibió varias heridas. Aquí, según su Hoja de Servicios probó su valor cuando con gran arrojo salvó una bandera que había caído al mar1. Aquellas luchas eran trascendentes en la política interior y exterior patria, que irían extendiéndose con mayores complicaciones con la invasión de Vizcaya y Álava, primeramente, con la paz de Basilea y la pérdida de Santo Domingo, 1795. Seguido de la ruptura con Inglaterra, con los reveses para las tropas españolas en las costas portuguesas de San Vicente –en cuyos combatres se distinguió este Morillo–, con los ataques a Cádiz y Tenerife, 1796. A los que sucedió la conferencia de Lille y la política de colaboración en el Directorio francés2. Hay quien asegura que fue muy rápido el desarrollo de la carrera militar de Pablo Morillo, sobre todo a partir del 2 de julio de 1808, que era promovido a subteniente en virtud de sus méritos contraídos en la batalla de Bailén, en la que participó el batallón de Marina al que estaba adscrito. Por lo que con esta categoría de subalterno pasó a servir a los Ejércitos de Galicia por orden de la Junta de Sevilla. Observamos que ambas designaciones se llevaban a efecto dos meses después de la dramática jornada del mayo anterior a la ocupación de gran parte de las ciudades y fortalezas españolas por las tropas francesas; la puesta en pie de guerra de nuestro territorio nacional con la creación de las Juntas de Defensa regionales, entre ellas la de Sevilla; la vejatoria abdicación de Carlos IV y la de su hijo Fernando VII en Bayona; las sangrientas luchas callejeras entre el pueblo y los invasores... Era ésta la situación en que se encontraba nuestra patria cuando Morillo llegaba al “finisterre” español, por el que también aquí se distinguía por su bravura y al poner en juego sus conocimientos aprendidos en las campañas pasadas3. Sabido era que algunos mariscales de las invasiones franceses procedían de las clases de tropa, promovidos a ello en la Revolución de 1789-1815; y algo semejante sucedió en España durante la guerra de la Independencia en casos como el de Pablo Morillo al ser proclamado coronel de los patriotas que sitiaban la plaza de Vigo el 27 de abril de 1809, dado que el gobernador francés únicamente quería capitular de forma “honrosa” ante un Jefe caracterizado, pero en modo alguno ante la gente que le atacaba. Proclamación El teniente general don Pablo Morillo, pintado por Horacio Vernet (Museo Naval, Madrid). Fot. Moreno. que tuvo su efecto además de que este empleo le fuera inmediatamente confirmado. En tal graduación le fue conferida a Morillo la organización del Regimiento de La Unión, a cuyos hombres, con escasos recursos, pudo con fusiles, armas blancas, chuzos y cuanto tuvo a su alcance para hostigar al enemigo, ante cuya deficiencia de medios en una de sus patrióticas alocuciones a sus soldados les dijo: “Los fusiles debéis quitárselos a los franceses”, además de que con ello mostraran su propio valor. Desde entonces para todos los pontevedreses y, para los que somos de fuera, el legendario nombre de Pablo Morillo está unido al del lugar de Puente-Sampayo. Aunque por nuestra parte, ahora, al ser conocida con mayor detalle el desarrollo de aquella gesta únicamente podemos referirnos de forma breve sobre ella; el valor de aquellos defensores y el significado histórico de esta villa en las gloriosas jornadas de 7 y 8 de junio de 1809. Como así sucedió a raíz del avance del general francés Suiy por el sur de Galicia, en tanto que su compatriota general Ney lo hacía por la costa, de manera que las tropas españolas, mandadas por el marqués de La Romana, llegado de su campaña en Dinamarca, y por el conde de Noreña por la zona del Miño, quedaran estranguladas en una bolsa. Es justo recordar que también actuaban guerrilleros independientemente4. Entonces La Romana se mantenía a la izquierda, en tanto que Noreña cubría la línea del Oitabén, al este, de gran dificultad de acceso, no dejando otro punto abierto para cruzar el río que el puente de Sampayo. Lugar donde se escribiría una de las más brillantes páginas de la guerra de la Independencia y también de la Historia de Galicia, debido al sitio en que sucedió y la naturaleza de sus protagonistas, en gran parte capitaneados por el coronel Pablo Morillo; los cuales, pegados a su propio terreno, durante dichas jornadas frenaron la ofensiva de Ney sin apenas perder efectivos, haciéndoles salir en retirada humillante pese a su superioridad y medios de combate ulitizados, para establecer la línea de fuego en las orillas del Oitabén. En tanto que su jefe Ney proseguiría hacia León, y Soult hacia Monforte de Lemos, acantonando aquí sus tropas en lugar de ayu- dar a su compañero de armas. Se dice que, con aquella acción defensiva, quedaba totalmente liquidada la campaña que había partido del norte de Portugal por parte de los franceses y también mejorada la situación del territorio gallego5. Consecuencia de ello fue que Morillo, el 14 de marzo de 1811, sería ascendido a brigadier del Ejército español. Contaba con treinta y un años de edad. Era joven. Por lo tanto se daba en él la máxima de Napoleón Bonaparte de que: “Cada granadero es portador en su mochila del bastón de mando de mariscal”6. La guerra proseguía con las operaciones de Portugal y Extremadura. Sult era derrotado en Albuera y Suchet, que había luchado en Aragón, actuaba en Levante –este había sido el incendiario de San Juan de la Peña, cuna de las Reconquistas aragonesa, en represalia a la tenacidad de sus defensores montañeses–. Y, el 13 de julio de 1813, don Pablo Morillo recibía la faja de mariscal de campo, en atención a su destacada actuación en la batalla de Vitoria, mandando la Primera División del IV Ejército. La ofensiva del mariscal Wellesley, con la retirada de 161 José I a la frontera; con Vitoria, San Marcial y la capitulación de Pamplona como puntos claves de la misma batalla que decidió el final de la contienda encendida por Francia; y la organización de la Junta Militar. A propuesta de la cual, Morillo recibía la condecoración especial, consistente en escudo de plata, bordado en campo verde con el lema: Premio a la Unión7. Lograda la paz en el territorio peninsular después de ser vencidos y arrojados los franceses de España, en 1814 era nombrado don Pablo Morillo capitán general de las provincias de Venezuela, y hallándose en el desempeño de este mando, en abril de 1815, ascendía a teniente general por los méritos contraídos en la expedición al Río de la Plata, donde había sido herido de un lanzazo. En aquella época la cirugía de guerra tenía la especialidad de atender en campaña la curación de tan dolorosas heridas y tramáticas lesiones habidas desde las luchas de la más lejana antigüedad; aunque las técnicas operatorias por entonces ya fueran más avanzadas y de tenor menos doloroso, en gran parte debido a las plantas tropicales, como la adormidera o la quinina, desconocidas por la terapéutica hasta el Descubrimiento. Hemos visto de otro militar, Mariano Ricafort Palacín, que luchó junto a Morillo y sufrió heridas de igual etiología como tantos otros8. Esta época del héroe que estamos viendo coincidió con el momento en el que dadas sus probadas dotes como soldado y méritos que llevaba contraídos, en el mismo 1815 era enviado por el recién coronado monarca, Fernando VII, a combatir a los americanos alzados en armas contra la metrópoli. Su actuación fue llevada por él con positivos resultados en sus luchas contra las fuerzas que acaudillaba Simón Bolívar, y que incluso éste se decidió a aceptar la llamada “tregua de Trujillo”, ya en 26 de abril de 1820, por la que por espacio de seis meses se suspendieron las hostilidades, a la vista del cambio que experimentaba la política española9. En aquel preciso instante ambos militares: Morillo por una parte y Bolívar por laotra, mantuvieron respetuosas entre162 vistas y sin acritud alguna entre ellos. No obstante aquél regresaría a España, donde se entremezclara con los acontecimientos políticos nacionales derivados de la llegada de Fernando VII, declarándose fedatario del régimen tradicional, si bien luego pasaba al bando opuesto siendo uno, Morillo, de los que lucharon junto a “las milicias” en los acontecimientos de Madrid, de 7 de julio de 1922; a la sublevación de los batallones de la Guardia; la dimisión de Martínez de la Rosa; la subida de Evaristo Sanguel, entre otras contingencias más. Mientras tanto se luchaba por Cataluña siendo Espoz y Mina el que atacaba a los realistas. Otro fue que las Cortes extraordinarias de 1822 adoptaron mediadas de fuerza a fin de mantener la autodefensa del régimen constitucional. Consecuencia de ello fue que el teniente general Morillo saliera de la Corte y se confinara en Francia en 1823; en gran parte debido a que el gobierno liberal, a raíz de la llegada de “Los cien mil hijos de San Luis” a nuestra península, y que antes de entrar en lucha contra ellos decidió capitular ante su jefe, el general Bourke10. Volvía entonces a reconocer al Gobierno absolutista; y hallándose como consecuencia de ello ante el temor de que fuera perseguido tomó la decisión de cruzar el Pirineo para permanecer en el vecino país hasta 1832, en que regresaba a España por haber sido nombrado capitán general de Galicia. Observamos una vez más cuál fue la azarosa vida de Morillo y las condiciones que concurrían en él para merecer la confianza del mandato que se le entregaba11. III El general Torrijos había fracasado en el movimiento liberal que acaudillaba, 1831, con su entrega en Cabezas de San Juan y su posterior fusilamiento con sus compañeros en la playa de Málaga. También la cuestión sucesoria de la Corona por la enfermedad de Fernando VII daba lugar a un problema de gran calado nacional, aunque, restablecido el monarca, su esposa doña María Cristina se hacía cargo de la regencia, adaptándose en consecuencia medidas de corte liberal, con la declaración de amnistía y supresión del codicilo de 18 de septiembre. Aunque no tardarían en reavivarse los rescoldos del carlismo y por lo tanto la guerra en el norte. Ésta era, pues, la situación interior de España cuando a tenor de aquellas disposiciones conciliadoras el general Morillo era amnistiado también, 1830, siéndole restituidos los grados, honores y distinciones con que contaba en la indicada fecha de 7 de marzo de 1820. Por ello quedaba de cuartel hasta que en 1832 se producía el nombramiento citado con anterioridad. Dada esta circunstancia, Morillo partía nuevamente hacia este Reino aquel mismo año, incorporándose al servicio en la capitalidad de Santiago de Compostela, si bien a petición suya al poco de su llegada sería trasladado a A Coruña. Por aquí, entonces, en cuanto a los contingentes armados dependientes de aquel mando, Galicia numéricamente contaba 32.000 efectivos realistas –según el lenguaje castrense de ahora referido a hombres en acción–, muchísimos más que soldados, lo que hizo que Morillo, como jefe militar y político que era, con gran habilidad y destreza llevara a cabo el desarme de los primeros. Por otra parte, acompañado por su cuartel general prontamente se decidió a recorrer el territorio de su mando, llegando incluso a las vecinas tierras del Principado de Asturias. Por todas estas cosas y otras anteriores entonces reconocidas le era concedida la Gran Cruz de Carlos III; además de que sumiso a la Reina Gobernadora, doña María Cristina, ésta llegase a decir de él que: “confío en Morillo por su apoyo, su celo, su sagacidad y su tino”12. Hombre de temple, curtido su cuerpo arrogante y bien parecido en muchas latitudes desde su modesto origen hasta el encumbramiento de su legendaria persona, el mismo por aquí prontamente empezó a sentir los preocupantes síntomas de una salud resquebrajada, pese a tener una edad media para aquella época y joven en nuestros tiempos. Lo cual no sería óbice para que al entonces ministro de la guerra don Francisco Fernández del Pino le escribiera así: “Cuando las circunstancias lo exijan me encargaré del mando del Ejército; puesto que tratándose de la Reina Nuestra Señora –se refería a doña Isabel II– y de su excelsa madre la Reina Gobernadora, no me arredra mi propia existencia, si a costa de ella puedo corresponder a las singulares distinciones con que me honra”. Pero aquellos males físicos no se daban solamente en él, puesto que su esposa doña María Josefa del Villar también adolecía de algunos achaques13. Aquella estadía del teniente general Morillo en la Capitanía General de Galicia, siendo el último período de su vida militar activa, fue muy posiblemente una época para él de apacible bonanza y sosiego para el espíritu después de tan intensas andaduras por tan quebrados caminos y procelosos mares, además de que su cuerpo estuviera salpicado de costurones cicatrizados, después de que los sufrimientos por la patria se le aliviaran por la satisfacción del deber cumplido. Además de que aquella presencia suya al cabo del tiempo por las tierras galaicas suponía traer a la memoria de sus gentes aquellas gloriosas jornadas del 7 y 8 de junio de 1809, de las que fue partícipe en Puente-Sampaio. Morillo llegó a ser un hombre de letras pese a la modestia de su origen. Se formó a sí mismo intelectualmente, lo que haría que dejara escritas algunas obras y documentos de brillante pluma, como por ejemplo sus “Memorias relativas a los principales acontecimientos de las campañas de América”, o el “Manifiesto a la nación española”, o la proclama que redactó cuando la matanza de los frailes hallándose al mendo de Galicia. Fue un personaje considerado como de gran cultura, propia de la ilustración de su tiempo surgida del movimiento intelectual que nació en Francia, donde aquél permaneció desterrado durante algún tiempo, consecuencia todo ello de la admiración que había surgido hacia las corrientes culturales inglesas de la primera mitad de XVIII, el “siglo de las luces”; esto nos induce a considerar a Morillo comprendido entre aquellos es- clarecidos hombres de su misma profesión para los que sus armas iban unidas a los libros. Cultivador del arte de la guerra era, pues, or dedicarse al estudio de la estrategia militar y los métodos castrenses, aunque inicialmente no hubiera sido formado en colegio alguno, tal como sucedió con el conde de Aranda, el marqués de la Romana, don Antonio Ricardos o el general Palafox, hijo del marqués de Lazán, que después de pasar por las Escuelas Pías de Zaragoza se incorporaba a los diez y seis años a la compañía flamenca de los Reales Guardias de Corps, que para él fue su verdadera academia militar. IV Como consecuencia de todo este historial de don Pablo Morillo y de las dotes intelectuales de su persona, algunos escritores gallegos en varias ocasiones le tributaron homenajes de admiración y respeto, lo mismo que a su esposa, hallándose ellos en la Capitanía General de Galicia. De uno de ellos, Francisco Rodríguez, con la frescura de cuando lo escribió, leemos este poema: Soneto “Resume el eco grato y respetuoso, experto General, en vuestro día, y acreciente el placer mi poesía en momento oportuno y venturoso. Sobre sí Orbe que sois un valeroso, que no quiere apoyar la tiranía, y de España revive la alegría al ver contribuía a su reposo. Vuestra esposa querida y bellos frutos que el amor ha rendido, os acompañen, y sean a la vez sabios y astutos. Por do quiera que vayan no les dañen, antes logren tal grado tal victoria, que en valor os igualen y en la gloria”14. Era escrito este soneto por Francisco Rodríguez, en 1833, cuando celebraba su día “el Excmº Sr. Conde de Cartagena y digno Capitán general de este Ejército y reino de Galicia”, felicitando a él y a su esposa, deseando que los bellos frutos de su amor –refiriéndose a sus hijos– lograran iguales timbres de grado y victoria igualándole en valor y en la gloria. Observamos, pues, que esta sencilla pero bella composición podía enmarcarse dentro del género de la poesía épica que desde antigua ha servido para magnificar a los héroes y ensalzar sus glorias, al haber sido los paladines de los hechos que se les atribuyen. También observamos que ésta fue la forma que el autor tuvo a su alcance para exaltar la figura a la que tuvo acceso, y que, aún ahora, literariamente se acostumbra a usar por medio del italianizante “soneto” procedente del latino “sonus” compuesto de estos catorce versos de gran sonoridad lingüística, distribuídos en forma métrica en ambas cuartetas y los dos tercetos siguientes. De exaltación al capitán general en su fecha las primeras y de parabienes a los suyos los segundos. A continuación vemos que el editor de la Gaceta del Gobierno de Santa Fe de Bogotá insertaba en ella otro soneto dedicado a Morillo, y que, según suscribía el Dr. Juan Manuel García del Castillo, dicho editor se hallaba “de capellán mayor de Carmelitas Descalzas de la Baronesa en esta Corte” y que “ha estado a visitar sus respetos a S. E.” Muy semejante al anterior, así era este soneto: En las alas del Genio arrebatado vi el templo de la fama, que la Historia á los varones del inmortal memoria con docto acierto tiene consagrado. Allí, a la par de Marte colocado, un héroe ví que lleva la victoria vinculada en su brazo y que la gloria la tiene de laureles coronado. ¿Quién es, pregunto a la parlera Fama, el que se ve rodeado de tal brillo?... al punto mismo con su trompa clama: Este es en ambos mundos un caudillo que en amor a su Rey siempre se inflama y siempre triunfa: el General Morillo15. Aquí hemos vuelto a leer otra expresiva versificación escrita en el elevado estilo grandilocuente de la época, cuyo pensamiento se traducía en uno sólo y propio también de los sonetos dedicados a cantar victorias y a perdurar la memoria de los inmortales. Desarrollado aquí gradualmente desde el primero hasta el último verso, dentro de los estrechos límites de estos catorce versos en los que no cabe nada que no contribuya a realzar al personaje que vemos, para el que los epítetos en modo alguno han tenido que ser 163 Emblema honorífico a los combatientes de Ponte Sampaio (Pontevedra), en 1809. vagos ni las expresiones poco enérgicas, por lo que el autor llega a mitificarlo arrebatándole de sí mismo en las alas de la Fama: la deidad que representa el carácter o la energía y, para los antiguos gentiles, la representación de cuanto atesora la Naturaleza; llegando así poéticamente al templo de la Fama, otra deidad que en figura de mujer bellamente simbolizaba: la gloria, la celebridad y la reputación de quienes las poseen; actualmente referida a la opinión sobre cada uno por las gentes entre los españoles, o la renommé de la que hablan los franceses. Y tras este etéreo viático es al lado de Marte donde el poeta coloca al hombre, siendo el dios de la guerra el que lo acoge y lo hace como aceptación de su vigor y probada energía –siempre supuesta en los militares en acción de guerra–, con el significado que para los alquimistas y químicos del pasado tenía el hierro como símbolo de la misma deidad, identificada entre los romanos con el Ares del Olimpo, y adorada por los sabinos en la punta de sus lanzas; el arma de las cargas de caballería de cuyas lesiones y heridas en combate Morillo tenían su cuerpo salpicado. 164 Otro poema dedicado: “Al Excmo. Sr. D. Pablo Morillo y Morillo, Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta, Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando y de la de Isabel la Católica, Teniente General de los Reales Ejércitos [...], en celebridad del feliz acierto de SS. MM. en nombrarle Capitán general del Ejército y reino de Galicia” era el siguiente: “Ilustre exarco, honor de los caudillos, nuncio de paz, y de potentes Reyes ministro fiel, salud: así te aclaman con la mano en el pecho los hijos de Belona: así te invocan cuantos testigos de tus altas glorias te fían la mayor; jamás mancillen bajo tu sombra las pasiones viles la tierrra do supiste con brío heroico y esforzado aliento coger el primer lauro que tu corona inmarcesible enmarca. Muy mayor hoy te espera si, como place al Dios de los humanos, nos vuelves entonces como hermanos”16. Estos quince versos fueron imprimidos en la imprenta de Ares en 1832, el año en el que don Pablo Morillo y Morillo se hacía cargo del mando militar de Galicia; y el anónimo autor en ellos parece que desea darle su bienvenida, ahora como nuncia de paz y ministro de potentes reyes sus señores, en tanto que son los hijos de Belona los que le aclaman refiriéndose a sus propias tropas al ser esta imagen la diosa de la guerra en Roma, que de origen sabino también su templo era donde el Senado romano recibía las embajadas extranjeras. Aunque también previene al recién llegado de las pasiones viles que a su sombra puedan suscitarse, confiando en el brío heroico y esforzado aliento que demostró en el pasado y, finalizando, que su vuelta es como hermanos. Es esta otra bella composición en la que el recuerdo y gratitud de los gallegos fluye de la pluma del poeta, aunque su estilo sea del propio que transciende a la exaltación de la persona encumbrada por los laureles de la fama, tan repetida en la historia de los fabulosos dioses, los mitos de la Antigüedad. Los literarios de Santiago de Compostela también así le mostraban el sentimiento de admiración al Excmº Sr. conde de Cartagena con el siguiente poema: “¿No ves, ¡oh ilustre Conde! en tus blasones al lauro de Platea que al vigoroso viento libre ondea y suena tus acciones? Y fecundo en tus palmas este suelo ¡oh Conde bienhadado!, ¿no le ves jubilarse afortunado y alzar tu nombre al cielo? ¡Pues si al hado conservar le agrada, faltando a su codicia, si don de tu existencia bien preciada, tan cara a tu Galicia! ¿No oyes un grato y delicioso acento que vierte la alegría, tu nombre hiriendo el indeleznable viento en dulce melodía? Del hijo escucha de la sabia Diosa, escucha, escucha el ruego más inocente que el ángel que reposa en plácido sosiego. Dichoso, ¡oh noble Conde!, aquel momento mil y mil veces sea que tu destino aquí fijó su asiento y en nuestro bien se emplea. Que entretejiendo a tu laurel la oliva del templo de Minerva tu mano a par que invicta compasiva, su dignidad conserva. ¡Al cielo plegue, cual en algún día, que al tendernos sus alas tu protección, en sincera armonía Minerva se una a Palas! ¡Ay, como entonces en sonoro verso y de entusiasmo lleno, dará tu claro nombre al universo un vate más ameno! A par de ti elevando el firmamento ese ángel, esa diosa más dulce que de abril el manso viento, más bella que la rosa. Tus delicias, tu amor, y a tu fatiga el más grato consuelo; el que más tierno a hombre le mitiga el más acerbo duelo”17. Estos expresivos versos que los literarios compostelanos dedicaban a Morillo tienen el carácter propio del romance, de la misma suerte que los sonetos anteriores, como simple composición poética, caracterizado desde su tono peculiar y sencillo para ser elevado y sublime desde sus primeras estrofas: en ellas se le pregunta si entre sus blasones ve al lauro de Platea, equiparando sus acciones victoriosas con las que Gracia salió triunfante en la histórica batalla de Platea librada entre los persas y los griegos –479 años a. de J. C.– en la II Guerra Médica en la Beocia Meridional. Y así desde el principio estas once combinaciones métricas compuestas de cuatro versos constituyen un bello poema en el que lo lírico se entremezcla con lo épico. Escrito en castellano, aunque sea corto y resumido, a manera de romance concuerda en su estilo literario al propio del XVIII-XIX, en la exaltación de la vida social, política o religiosa de nuestra nación, cuyos triunfos, gloria, infortunios y costumbres quedan reflejados por esta expresión, una de las más bellas formas de dar sentido a la palabra desde los tiempos más antiguos. Que aquí se repite con loor mitológico, al ser del templo de Minerva la oliva que se entreteje en los lauros del héroe que los literarios ensalzan. Aquí Minerva es la misma Atenea, la legendaria hija de Zeus, que se trae al poema para simbolizar con ella la sabiduría, las ciencias y la guerra como atributos que aquellos veían en el conde de Cartagena, don Pablo Morillo y Morillo. Así pues, en la invocación que a éste hacen fuera tenderles sus alas de protección hacia ellos, y que en armonía Minerva se una a Palas, o sea Atenea. Nos hallamos, pues, ante una pieza que puede enmarcarse entre las que testimonian la verdadera epopeya, cuyo género “romanesco”, a veces imponderable, se ha caracterizado dentro de la variedad y riqueza de nuestra literatura por medio de las clásicos Romanceros, muchos de ellos muy bellos desde los primeros monumentos escritos en el galaico-castellano..., para llegar a Góngora, seguido de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo..., Meléndez Valdés, el duque de Rivas y hasta Rosalía de Castro, pues apenas hay autor que no haya escrito alguno. Como ya hemos dicho anteriormente, la esposa del general Morillo también fue objeto de iguales homenajes poéticos. Firmado por J. M. P. la imprenta Ares de A Coruña, año 1833, editaba un soneto con la siguiente dedicatoria: “A la Excma. Sra. doña Josefa Villar de Morillo, Condesa de Cartagena, Marquesa de la Puerta [...], con motivo de su feliz lle- gada a La Coruña”. Con refinada gentileza hacia la que entonces era la primera dama de Galicia dada la alta representación que ostentaba su marido, aquel bello poema estaba escrito con estas estrofas: “Del héroe a embellecer ven, dulce esposa, el digno lauro que a su invicta frente llevó un tiempo Galicia reverente, y hoy más que nunca acata reverente. Al seno de la paz morar dichosa veo, donde el alma enternecida siente dióle del trono la deidad hermosa. Amor y gratitud en lazo estrecho aquí siempre hallarás: noble ternura, candorosa amistad, franco y sencillo. El corazón, desentrañable el pecho, y, algo osa turbar tanta ventura, en ofrenda la vida por Morillo”18. Es un canto al amor el significado primordial de este soneto, lleno de dulzura y de sincera gratitud a la persona del heroico personaje por conducto de su esposa. Ambos comparten los mismos lauros; y, de aquí que Galicia se sienta agradecida y reverente ante ellos. Y una gratitud y honroso homenaje es igualmente el siguiente soneto anónimo, en el que su autor desconocido solicita además la protección del capitán general de esta forma: LA SÚPLICA Soneto “Si el héroe de San Payo, valeroso, bondad tanta benévolo atesora, ¿la merced negará que justa implora en ruego humilde un labio candoroso? Si está su pecho, dulce y generoso, abierto a la piedad consoladora, ¿lágrimas tristes turbarán la aurora del día de Fernando venturoso? No, que Galicia protector le aclama: padre, le dice con amante anhelo, y esa que véis cruzar, heroica fama, por la región del viento en raudo vuelo, su nombre ilustre con buril de llama lo escribe en mármol y lo eleva al cielo”19. Larga podría ser la antología de poetas gallegos que dedicaran a glorificar con sus versos la figura de don Pablo Morillo y Morillo. Uno de ellos fue Pascual Fernández Baeza, el cual en 1835 publicaba otro soneto en el “Boletin de la provincia de La Coruña”, jueves 15 de 165 enero, titulado: “Al Excmo. Sr. Conde de Cartagena en los días de su santo”, escrito con estas letras: “A Galicia de un yugo que la humilla en Vigo un tiempo libertó tu espada, y el Águila francesa amedrentada persigues en los campos de Castilla. A la América vas, tu acero brilla; Cartagena a tus pies se ve postrada, y Galicia otra vez por ti salvada, mira a su frente un héroe sin mancilla. Así hoy en América la historia, espada de terror la tuya llama, y la llena de espanto la memoria. Por su Morillo la Castilla clama, titulándose el hijo de su gloria, y su padre, Galicia le proclama”20. Ésta es la última exaltación que transcribimos, en la que se cuenta que el adalid desde su Castilla de origen se traslada a la Galicia que liberó su espada; lo mismo que le recuerda el poeta el brillo del mismo acero en América, al tener a Cartagena ante él postrada. Y finaliza, viéndole como un hijo glorioso de Castilla, en tanto que como padre Galicia le proclama. Son, por consiguiente, todos estos poemas una serie de narraciones en verso de los que transciende la epopeya y lo épico de su asunto, en los que a Morillo se le asciende a la cumbre de su reconocida fama por ser caudillo de grandes acciones, memorables y extraordinarias, que le hicieron capaz de enardecer a todo un pueblo. Expresados poéticamente con unas acciones, personaje, estilo literario y versificación que así los caracteriza desde el comienzo hasta el fin en cada uno de ellos. Incluso muestran la preceptiva unidad entre las acciones principales y aquellas otras secundarias expresadas con el clásico simbolismo o belleza dados por sus autores. Lo que hace que su necesaria integridad y verisimilitud los transformen en discursos testimoniales de la propia historia con su importancia y valor propios de la epopeya, la cual –como dice Hegel– puede considerarse como la Biblia de un pueblo al quedar escrita dentro de sus propios límites. De aquí que la producción de poemas épicos desde las edades primitivas de las naciones hasta los que en la actualidad se escriben, pasando por 166 otros como los que acabamos de transcribir en loor del capitán general de Galicia, don Pablo Morillo y Morillo, en los que la voz del poeta se convierte en arenga y diálogo para dar carácter al sentido que le anima. Es lo que ya Lucano expresaba en sus Diez Cantos en la guerra civil entre César y Pompeyo, mostrándose como propagador de asuntos heroicos; lo mismo que Dante lo haría en los tercetos; o Milton en su versificación libre; para ir siguiendo por los siglos XVIII y XIX con sus conocidas octavas reales, aunque nos fueran éstas la única combinación métrica. V Pero aquella glorificación del mismo personaje no llegaría a colmar de plenas satisfacciones la vida de sí mismo y consecuentemente la de su familia, dada la precariedad de la que su salud adolecía. El doctor José Lorenzo Suand era el médico que le atendía en A Coruña, y sus partes clínicos diagnosticaban al paciente de colitis crónica, a veces desatendida por este mismo, agravándose al entregarse de lleno a las actividades de su cargo como vino a suceder al regresar del viaje realizado con su cuartel general por Ourense, La Puebla y Portillas. Su intervención en las operaciones de la guerra civil también repercutieron en aquel estado de salud. Por lo que aun no siendo viejo se hallaba cansado después del trabajo, a lo que se unían las depresiones por los sinsabores anteriormente sufridos y el alma acongojada a veces; todo ello le obligó a que tomara una licencia de cuatro meses, trasladándose a Madrid, de clima más seco que el de A Coruña, con el fin de reponerse21. Hallándose en esta situación decidió viajar a los Baños de Baréges en Francia, donde ya no recuperaría su salud, dado que allí fallecía el 27 de julio de 1837. Sin ninguna pompa sus restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Luz-Saint-Sauveur en el departamento de los Altos Pirineos, donde reposaron hasta el 8 de agosto de 1843 que fueron trasladados a Madrid y depositados en la Sacramental de San Isidro, patio antiguo, bajo, de San Andrés, en el número 436. Su sepultura-panteón erigida allí constaba de una plancha de bronce que contiene en el centro una lápida de cobre, coronada por las armas de Morillo y flanqueada de sus enseñas y glorias militares. Otras lápidas del mismo metal a ambos lados recuerdan a familiares suyos que allí también reposan. El epitafio de la principal inscripción mortuoria reza así: El Excmo., S. D. Pablo Morillo Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta, Teniente General de los Ejércitos españoles, Gentil-hombre de Cámara de S. M. Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden de Carlos III, de la de S. Fernando, de la Isabel la Católica y otras por acciones de guerra. Falleció el 27 de julio de 1837, en Baréges, lugar de Francia. Los restos mortales traladados por el celo y cariño de su amante esposa en 2 de septiembre de 1843, fueron depositados en este panteón en obsequio y conservación de su buena memeoria. R.I.P. Éste era el último tributo de amor que Morillo recibía de su esposa, doña María Josefa del Villar, que aún le sobreviviría treinta y ocho años más. Fallecía en París el 1º de enero de 1875 cuando Francia estaba bajo la III República y en España se había restaurado la monarquía con la subida al trono de Alfonso XIII22. VI A manera de epílogo puede decirse que el monumento de la Alameda pontevedresa y esta sencilla sepultura de la Sacramental madrileña representan, en síntesis, el alfa y omega de una vida legendaria en la que la abnegación y el heroísmo fueron las motivaciones más importantes del ser humano al que le tocó vivirla. Desde soldado inicialmente y primeras campañas, para iniciar su fulgurante carrera de las armas al ser proclamado coronel en Vigo; con los seis años que como generalísimo permaneció en América, donde dio pruebas de talento, sencillez y una honradez ejemplar y aleccionadora para todo gobernante. Ha llegado a decirse de don Pablo Morillo y Morillo que en tanto que él alcanzó los más ilustres timbres de honor y respeto, Figura ecuestre del teniente general don Pablo Morillo y Morillo, conde de Cartagena, marqués de la Puerta, gentil-hombre de Cámara de S. M. (Biblioteca Nacional). Fot. Moreno. moría con escasos recursos y sin bienes que legar a sus deudos. Una situación que rayando con la pobreza dio lugar a que su viuda tuviera que acudir a la reina en demanda de socorro, ya que su matriarcado contaba con cinco niños a los que obligadamente tenía que atender. Éste era el abandono y miseria en el que las familias de tantos servidores de la Patria quedaban a su desaparición, en tanto que por nuestras tierras peninsulares o por aquellas otras transoceánicas –Ultramar– se enriquecían y escrituraban para sí grandes extensiones que sus descendientes aún conservan en la actualidad, muchos de ellos absolutamente ajenos al noble oficio del cultivador directo y personal. Mucha fue la grandeza de aquel primer conde de Cartagena pero su desamparo era algo consuetudinario en los usos y costumbres del Erario Público, comprobable por la carta que doña María Josefa del Villar escribía a la pegaduría correspondiente, ya en 1840, comunicando no haberse ejecutado parte de los haberes devengados y no percibidos por su esposo en tiempos de la guerra de la Independencia, ni tampoco unos restos que a ella correspondían como derechohabiente. Casos como éste se multiplicaban en tanto que grandes fortunas se amasaban y cocían a hornadas, a veces obtenidas por privilegio real. Pero existen en la vida cosas que están a veces muy por encima de los bienes materiales que una persona pueda tener a su alcance como vino a suceder en el caso que estamos contemplando, pues así lo comprueba la serie de distinciones y trofeos reconocidos a su protagonista y los hombres con los que compartió sus hazañas. Un ejemplo para la posteridad es, por citar alguno, el Escudo de Distinción otorgado a los triunfadores del combate librado sobre el puente de Sampayo, orlados con ramas de palma y laurel, con la leyenda: “Sn. Payo 7 y 8 de junio de 1809”, con el puente cortado al centro del río. Entre otros más el Museo Nacional del Ejército de Madrid en memoria de aquellas gloriosas jornadas conserva la Bandera Coronela del Regimiento Peninsular La Unión, de seda blanca con el escudo de armas reales en el centro, ornado del collar del Toisón de Oro y de Carlos III, todo ello sobre cruz de Borgoña, en cuyos extremos lleva escudos del Puen- te Sampayo con una custodia circundada por seis estrellas en campo matizado de azul y plata, leyéndose la inscripción: Sampayo, 7 y 8 de junio de 1809, y a los costados una lista con letras de oro: Regimiento Peninsular de la Unión, Segundo Ligero23. Procedente del Regimiento de Marina, Morillo organizaba aquel Regimiento Peninsular de La Unión y la memoria de sus gestas perdurarían manteniendo su nombre en el recuerdo. Así en el citado Museo Militar existe otra Bandera de seda blanca con la cruz de Borgoña en su centro, teniendo sus aspas rematadas por escudos orlados por coronas de palmas y laureles. Dos de estos escudos están formados por un puente cortado, sobre el río, y alrededor el lema: “Luchana, 24 de diciembre de 1836”; en los otros figura el mismo puente, pero sobre la cortadura de uno lleva la cruz de San Fernando y sobre la del otro la medalla. Ostenta la corbata de San Fernando por la histórica acción del general Espartero de la Nochebuena de Luchana. Era en la campaña del Norte, meses antes de que Morillo falleciera en Baréges, en el mediodía de Francia24. 167 Unido a estos simbólicos recuerdos al conde de Cartagena se le considera como un militar ilustrado que, convertido en aristócrata, llegó a cultivar su afición a las letras y al conocimiento del buen gusto, una inclinación por su parte que llegó a tener su lugar en el mundo de las Bellas Artes españolas con la Fundación cultural que bajo el patrocinio de este título nobiliario –conde de Cartagena– se han venido otorgando becas al estudio a pintores, escultores, arquitectos y músicos en España, Europa y América, de las que fueron beneficiarios de ellas muchos estudiosos e investigadores desaparecidos y otros que en la actualidad subsisten como ilustres académicos, catedráticos, historiadores o artistas de reconocida fama, algunos de ellos con los que mantenemos estrecha relación en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Inicialmente, hemos dirigido nuestros primeros pasos por esas apacibles veredas por las que desde la marina de costa recortada se alcanza la cumbre de la ciudad, moderna ahora aunque salpicada de remembranzas testimoniales que a cada instante nos salen al encuentro. Y para los que hemos llegado de fuera ascendiendo desde el Lérez tomando como referencia Santa María, es a continuación el monumento que al visitante detiene antes de solazarse por la fronda de La Alameda. Es aquí donde está el emotivo lugar pontevedrés sobre el que se erige el conjunto dedicado a recordar la heroica gesta de la gente gallega ante las tropas francesas, que capitaneadas por aquel Pablo Morillo en Ponte-Sampaio hicieron poner en retirada al general Ney; estaba formado aquel ejército de unos aguerridos luchadores integrados patrióticamente por labradores, estudiantes y menestrales en los memorables días de junio de 1809. Son los mismos que en bronce figuran en el pedestal, siempre acompañados por las palomas que, revoloteando, los alcanzan para posar en sus hombros. Es obra del escultor Julio González Pola, de gran belleza artística y que a primera vista sugestiona y conmueve al que la contempla. Es como si fuera un cantar de 168 gesta vaciado en bronce a la altura del pétreo pedestal que al grupo que Morillo acaudilla soporta. La apropiada dedicatoria es la siguiente: “A/ los/ Héroes/ de/ Puente Sampayo/ Acaudillados/ por Morillo, Primer Centenario/ 1909”. Para quien sus pasos le llevan por los entresijos de la ciudad que recorre pronto palpa el espíritu que transcendió a este homenaje y el reconocimiento de la deuda contraída a aquellos héroes, lo mismo que lo iban haciendo: Madrid a sus héroes del 2 de mayo; Zaragoza en el Centenario de los Sitios; a la batalla de Vitoria en esta ciudad; Gerona, al general Álvarez de Castro en Figueras o en Tarragona a sus héroes es el bello monumento escultórico que el jovencísimo Julio Antonio cincelaba poco antes de su muerte. Una efemérides en las conmemoraciones del Primer Centenario de la Guerra de la Independencia en Galicia que revistió solemnidad fue el 27 de agosto de 1911, al inaugurarse este monumento de Pontevedra, estando presente el presidente del Senado don Eugenio Montero Ríos, en representación del Gobierno de la nación, el cual pronunció un brillante discurso al ser descubierto el monumento. El acto se celebró en olor de multitud al que llegaron muchos gallegos ausentes “da terra”, entre los que se encontraba una nutrida representación del Centro Gallego en Madrid encabezada por su presidente señor Vicente Reguera; las autoridades provinciales y locales con la Corporación Municipal de la que era alcalde el señor Pérez Llanos; además de distintas fuerzas vivas. Hubo ofrendas de flores a los héroes aquéllos, músicas y honras militares en su memoria25. Creemos, finalmente, que unido a la perenne memoria que se guarda al inicio del paseo de Pontevedra a Morillo y los héroes de Puente Sampayo, puede sumarse el conjunto de poemas que en vida le fueron dedicados por las letras gallegas. Su lección al cabo del tiempo observamos que puede estimular a un ejercicio de reflexión en varias direcciones al leerlos sin prisa alguna, siendo una especial el ver a aquellos inspirados poetas como contemporáneos de la persona que honraban; otra era que sus versificaciones necesariamente las escribían con ineludibles epítetos, de elevados adjetivos, sonoros en su estilo para una mayor gradación de su ensalzamiento; que al rendir pleitesía al héroe en la culminación de su existencia transcendían la rememoración del pasado al presente que se hallaban; cada poeta firmante o anónimo con estilos semejantes trataba de aproximar a su héroe al lector, no como un ser misterioso y hasta míticamente imaginativo, sino realmente existente y poéticamente mostrado como razón de amor y acto de fe. Lo que viene a ser forma de ensalzar las glorias, de proclamar las virtudes y revivir las almas por medio de la palabra escrita o esculpida, ya que los silencios a veces se pierden en la oscuridad del pasado o bajo las losas de las tumbas. DOCUMENTACIÓN Y BIBLIOGRAFÍA 1. Hoja de Servicios del Excmº Sr. don Pablo Morillo y Morillo, teniente general de los Ejércitos Españoles. Archivo Histórico Militar, Alcázar de Segovia. 2. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 3. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 4. “La Guerra de la Independencia Española”, Ramón Solís, pags. 219, 220, 221. Editorial Noguer S. A., Barcelona-Madrid, 1973. 5. Historial del Regimiento Peninsular de la Unión, Servicio Histórico Militar, Sección de Historiales de Cuerpos, Madrid. 6. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 7. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 8. “Un oscense casi olvidado: Mariano Ricafort Palacín” (en 5 de abril de 1815 Ricafort mandó la división enviada por Morillo al Perú), Antonio Baso Andréu. Argensola, pags. 278 y ss. Núm. 36, Huesca, 1958. 9. “Historia de España. Gran Historia de los Pueblos Hispanos” (ss. XVIII-XX), Luis Pericot Gar- cía y otros, tomo V, pags. 258, 259. Instituto Gallach de Librería y Publicaciones, Barcelona, 1959. 10. “Historia de España”, Luis Pericot y otros. Tomo V, pags. 326, 237. 11. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 12. “Milicia de España. Teniente general don Pablo Morillo, primer conde de Cartagena”, Andrés Révesz. Editorial Gran Capitán, Madrid, 1947. 13. Andrés Révesz, op. cit. 14. “Teniente general don Pablo Morillo, primer conde de Cartagena, marqués de la Puerta (17781837), Estudio Biográfico documentado”. Antonio Rodríguez Villa (contiene los documentos justificativos de su estancia en América, regreso a España y los mandos que obtuvo hasta 1837 que falleció), Antonio Rodríguez Villa, tomo IV, págs. 570, 571. Imprime Real Academia de la Historia, Madrid, 1908. 15. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. pág. 571. 16. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. pág. 572. 17. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. págs. 572, 573. 18. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. pág. 574. 19. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. pág. 574, 575. 20. “Teniente general don Pablo Morillo”, op. cit. pág. 575. 21. Hoja de Servicios del tte. general don Pablo Morillo y Morillo. 22. Andrés Révesz, op. cit. págs. 196, 197. 23. Bandera del Regimiento Peninsular de La Unión. Catálogo del Museo del Ejército de Madrid, Banderas núm. 21064, tomo II, pág. 126. Ediciones A-R-E-S, Madrid, 1954. 24. Bandera de Batallón del Regimiento de La Unión. Catálogo Museo de Ejército, Banderas núm. 21134, tomo II, pág. 136. 25. El imparcial, Madrid 28-8-1909. 169