16.1 La transición a la democracia. La Constitución de 1978. Principios constitucionales y desarrollo institucional. El estado de las autonomías y su evolución. Muerto Franco en noviembre de 1975 y con la crisis internacional del petróleo de 1973, la fase de expansión económica de los países ricos se interrumpió y sus economías se tambalearon, y arrastraron en sus caídas a economías débiles como la española. En el caso de España la etapa de incertidumbre que se abrió tras la muerte del dictador contribuyó a agudizar aún más los factores de la crisis. En definitiva, España se enfrentaba a una difícil situación económica, que se manifestaba de diversas formas: a) aumento del déficit exterior, ya que disminuyeron los ingresos y aumentaron los pagos; b) se disparó la inflación, sobre todo por el aumento de los costes de producción; d) cayeron los beneficios de las empresas y las más débiles quebraron; e) el paro aumentó, lo que contribuyó al retorno de los emigrantes españoles desde Europa. Esta depresión económica se prolongó hasta 1985 y dificultó, aún más, el camino hacia la democracia. La muerte de Franco coincidió con la crisis económica, por lo que algunos sectores sociales responsabilizaron a la democracia del hundimiento de la economía, reivindicando el franquismo de los años sesenta. Pero la transición era imparable. A la muerte del dictador las diferentes fuerzas políticas se alienaban a favor de alguna de las tres alternativas posibles para el futuro del país: 1. La continuidad del régimen franquista, con el mantenimiento de sus viejas estructuras, o con alguna ligera modificación. Era la posición defendida por el llamado “búnker”, integrado por los más reaccionarios e inmovilistas del régimen. 2. La reforma política a partir de leyes e instituciones del franquismo, que pretendía la liberalización paulatina del régimen desde dentro hasta su equiparación con las democracias occidentales. Era la vía propuesta por los aperturistas del régimen, conscientes del que franquismo sin Franco era inviable y de que la definitiva integración de España en Europa requería una evolución política hacia formas más democráticas. Ésta estrategia fue la que se impuso al final. 3. La ruptura democrática, que propugnaba acabar de forma inmediata con el viejo régimen dictatorial y restaurar una verdadera democracia. Era la estrategia defendida por la izquierda antifranquista y por la mayoría de la oposición democrática. En la transición el papel de D. Juan Carlos I fue determinante. Dos días después de la muerte de Franco, de acuerdo con lo establecido por la Ley Orgánica del Estado, asumía ante las Cortes franquistas la jefatura del Estado y juraba lealtad a los Principios del Movimiento nacional y a las leyes Fundamentales. Su padre, D. Juan de Borbón, que había sido privado por Franco de sus derechos dinásticos, no renunciaría a ellos, a favor de su hijo, hasta año y medio después. En su discurso de proclamación como jefe de Estado, Juan Carlos I dejó entrever su voluntad democrática y días después se concedió un indulto parcial que sacó de las cárceles a algunos presos políticos, como Marcelino Camacho y otros dirigentes de Comisiones Obreras. Sin embargo, las intenciones del monarca representaban una incógnita para la gran mayoría. Los más reaccionarios lo veían como un joven advenedizo y desconfiaban de su fidelidad al régimen. En cambio, un amplio sector de la oposición, mayoritariamente republicana, recelaba de lo contrario y veía en él la reposición de la desacreditada monarquía, con la agravante añadida de venir impuesta por Franco. Su labor fue fundamental, pero no puede ignorarse la labor de miles de personas que lucharon día a día y durante años por la restauración de la democracia. En cualquier caso, Juan Carlos I contribuyó de forma esencial a restaurar la democracia en España, aunque ello le supuso renunciar al enorme poder personal que había heredado de Franco. En un principio el rey decidió mantener en el cargo al que había sido el presidente del último gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro, quien formó un nuevo gabinete. Su confirmación en el cargo decepcionó a la oposición democrática y sorprendió a los reformistas del régimen, que le consideraban incapaz de llevar a cabo la mínima y necesaria renovación política. Entre tanto, el clima social estaba cada vez más agitado y el talante represivo de Arias Navarro quedó patente en los sucesos de Vitoria, donde con motivo de una huelga general en marzo de 1976, se emprendió una brutal represión policial que se saldó con un centenar de heridos y cinco muertos. Ante esto el rey nombró presidente del Gobierno a Adolfo Suárez; este nombramiento sorprendió a todos y provocó un rechazo general, pues era considerado un político de segunda fila y estaba vinculado al Movimiento nacional. Sin embargo, formó gobierno con figuras poco destacadas de las filas del franquismo, pero con talante reformista. En la primera declaración del nuevo gobierno se reconocían los derechos y libertades fundamentales, así como la legitimidad de los partidos políticos y de las autonomías históricas. Se anunciaba, también, la concesión de una amplia amnistía política y la convocatoria de elecciones generales antes de un año. También se declaraba la intención de dialogar con todos los grupos políticos, incluidos los de la oposición. Así, una de las primeras medidas del Gobierno fue la amnistía para los presos políticos; después, Adolfo Suárez mantuvo entrevistas personales con dirigentes de la oposición democrática, y contactos secretos con santiago Carrillo, secretario general del PCE. El camino hacia la democracia se había iniciado, pero para conseguirlo institucionalmente era necesaria una reforma desde las leyes franquistas, por este motivo se redactó la Ley para la Reforma Política (diciembre de 1976), pieza clave que permitió al gobierno de Suárez despejar el camino hacia la democracia desde la propia legalidad franquista, recogiendo gran parte de las aspiraciones de la oposición. Se trataba de una ley de carácter transitorio, con rango máximo de Ley Fundamental, en la que se establecía el procedimiento para la creación de unas nuevas Cortes elegidas por sufragio universal directo, cuyo cometido sería emprender las reformas que estimasen oportunas. Pero la naturaleza de esta ley era peculiar, ya que como ley Fundamental, su promulgación debía ser aprobada en las Cortes y un referéndum; por tanto, era necesario que las Cortes franquistas votaran la ley que pretendía poner fin a su propia existencia, cosa que parecía imposible. Sin embargo, en noviembre de 1976 una amplia mayoría de las Cortes aprobó la ley, consumando su harakiri. Sólo quedaba su aceptación mediante referéndum nacional, que fue convocado para diciembre de ese mismo año. Entre tanto, la oposición democrática rechazaba la ley por considerarla insuficiente e impuesta por el Gobierno, ya que no había sido fruto de la negociación, pero no se oponía abiertamente a ella. Por esto hizo una tímida campaña a favor de la abstención. Finalmente, la participación en el referendum fue alta y la ley fue respaldada por el 94% de los votantes. La vía reformista hacia la democracia se había impuesto definitivamente y la figura de Suárez salió con ella muy reforzada. Sin embargo, el camino hacia la democracia y la cita electoral no iba a ser fácil, ya que el terrorismo se recrudeció especialmente, tanto el de la extrema derecha que en enero de 1977, en Madrid, asesinaron a un estudiante en una manifestación y al día siguiente provocaron la matanza de la calle Atocha (tres pistoleros irrumpieron en un despacho de abogados laboralistas del PCE y de CCOO, y asesinaron a tiros a cinco de ellos e hirieron de gravedad a otros cuatro); como el de ETA y los GRAPO, cuyas provocaciones hicieron temer la posibilidad de un golpe de Estado militar. (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre. Organización terrorista fundada en 1975 como brazo armado de un minoritario y recién creado Partido Comunista de España, que no tenía ninguna relación con el PCE. Tomó el nombre de Primero de Octubre porque fue el día 1 de este mes cuando asesinó en Madrid a cuatro policías, en ese mismo año, en represalia por las últimas ejecuciones del régimen de Franco. Secuestró, también, a altas personalidades y desempeñó una labor desestabilizadora durante la transición). A pesar de esto, el Gobierno mantuvo sus contactos y negociaciones con la oposición, y el programa de reformas salió a delante; una d las reformas más importantes fue la modificación de la ley d Asociaciones Políticas para que todos los partidos democráticos se pudieran legalizar y presentar a las próximas elecciones. Sin embargo, la legalización del Partido Comunista quedó aplazada por no considerársele democrático por estar subordinado a la Unión Soviética. Para Suárez, el problema del PCE se convirtió en un quebradero de cabeza: si no era legalizado, la democracia no sería plena y creíble; si era legalizado, los grupos franquistas y un amplio sector del Ejército podrían reaccionar de forma impredecible, incluso con un golpe de Estado. Por su parte, el PCE presionó para forzar su legalización, pues se consideraba casi el único partido que había luchado por la democracia durante el franquismo. Finalmente Suárez decidió, tras un complicado proceso jurídico, legalizar el PCE en abril de 1977 (jueves Santo) dos meses antes de las elecciones. A partir de ese momento, empezaron a retornar los exiliados comunistas, entre ellos, la presidenta del partido Dolores Ibárruri –la Pasionaria- exiliada en Moscú, o el poeta Rafael Alberti. La noticia sorprendió a todos, incluidos los ministros militares, que se enteraron por la radio. La reacción del Ejército no se hizo esperar: el Ministro de Marina presentó su dimisión y el Consejo Superior del Ejército emitió un comunicado de repulsa, aunque lo aceptaba por sentido de la disciplina militar. Las elecciones generales fueron convocadas para el 15 de junio de 1977, eran las primeras elecciones democráticas celebradas en España desde febrero de 1936. El número de candidaturas políticas que concurrieron fue muy elevado. España había pasado de la prohibición de los partidos políticos a una proliferación excesiva, que los resultados electorales se encargaron de cribar. Las principales fuerzas políticas que obtuvieron representación parlamentaria fueron: a) b) c) d) e) f) Unión de Centro Democrático (UCD) fue una creación de última hora del presidente Adolfo Suárez, quien necesitaba una organización política para presentarse a las elecciones. La UCD nació como coalición de numerosos partidos minoritarios cuyo espectro ideológico estaba en torno al centro y la derecha más moderada (democristianos, socialdemócratas y liberales). Un alto porcentaje de sus miembros había estado vinculado a los círculos políticos del franquismo, aunque desde posiciones moderadas y reformistas. Alianza Popular (AP), Presidida por Manuel Fraga, representaba a la derecha política. EL partido Socialista Obrero Español (PSOE), Bajo la dirección de Felipe González y Alfonso Guerra, ofrecía una imagen de juventud y entusiasmo acorde con el anhelo de cambio de gran parte de la sociedad. La posible falta de experiencia de sus dirigentes, la compensaba con el apoyo internacional de los socialistas europeos más importantes. Su discurso político era de un acusado radicalismo de izquierdas. El Partido Comunista de España (PCE), que, a diferencia del PSOE, no había renovado su vieja dirección: Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo. Sin embargo, tenía a su favor el prestigio adquirido por sus militantes a lo largo de muchos años de lucha contra el franquismo en todos los frentes. El nacionalismo catalán. Se manifestaba a través de dos corrientes ideológicas de signo contrario: una radical y de izquierdas, cuyo representante era la histórica Esquerra Republicana de Catalunya (ERC); y otra de derechas, moderada, representada en la coalición Pacte Democratic per Catalunya (PDC), cuyo núcleo principal era Convergencia Democràtica de Catalunya (CDC) de Jordi Pujol, que seguía la tradición de la histórica Lliga Regionalista. El nacionalismo vasco. Éste se canalizaba a través del histórico Partido Nacionalista Vasco (PNV) conservador, y de Euskadiko Eskerra, donde se integraron antiguos militantes de ETA que decidieron abandonar las armas. La participación electoral fue alta y se cumplieron, en general, las previsiones: la UCD ganó, aunque no obtuvo mayoría absoluta. El PSOE se convirtió en la primera fuerza política de la oposición y de la izquierda. El PCE y AP quedaron muy por debajo de sus expectativas. Tanto en Cataluña como en el País Vasco se confirmó la victoria nacionalista moderada, aunque también obtuvieron representación los radicales. En vista de los resultados electorales, el rey mandó formar Gobierno a Adolfo Suárez, formándose el primer Gobierno democrático. El objetivo del nuevo Gobierno era nombrar una serie de representantes de las Cortes elegidas para que elaborasen un proyecto constitucional en el que poder asentarse nuestra democracia. La prioridad por resolver los problemas políticos había relegado a un segundo plano la adopción de medidas de choque para atajar la crisis económica. Pero una vez sentadas las bases y con un Gobierno elegido democráticamente, había llegado el momento de afrontar una situación económica que no admitía demoras. La inflación y el paro no dejaban de crecer y la tendencia deficitaria de la balanza de pagos amenazaba con llevar a la quiebra a la economía española. Aunque se aplicaron algunas medidas urgentes, como la devaluación de la peseta, la gravedad de la crisis exigía un amplio abanico de medidas, algunas muy problemáticas e impopulares. Por ello, lo más recomendable era llegar a un acuerdo social, que se materializó en los llamados PACTOS DE LA MONCLOA. Estos pactos ponían de acuerdo a los principales partidos democráticos para tomar una serie de medidas que fueron ratificadas por los líderes sindicales y la patronal. Su objetivo era llegar a un consenso sobre política económica que garantizase la estabilidad social, mientras se elaboraba la Constitución y se consolidaba la incipiente democracia. El programa consistía en un plan de estabilización económica que incluía un conjunto de disposiciones inmediatas y de reformas a corto plazo, orientadas sobre todo a frenar la inflación y estabilizar los precios. Aunque una de las medidas que se tomaron fue la contención salarial, los acuerdos fueron firmados en octubre de 1977. Los resultados previstos solo se cumplieron en parte: se disminuyó de forma notable la inflación, aumentaron las reservas de divisas y las empresas empezaron a obtener beneficios, pero algunas de las reformas no se produjeron y el paro siguió creciendo. Tampoco se pudo evitar la conflictividad laboral ni el descontento social, sobre todo en los sectores más izquierdistas, que se consideraban engañados y no aceptaban que partidos de izquierdas y sindicatos hubiesen firmado un pacto que cargaba el coste de la crisis sobre los trabajadores. A demás del problema económico también estaba el problema de las autonomías históricas, que Suárez tuvo que afrontar por los buenos resultados obtenidos por los partidos nacionalistas en las elecciones. También contribuyó a ello el terrorismo de ETA, pues pensaron que satisfaciendo las reivindicaciones nacionalistas, ETA dejaría de actuar. Pero esto debía esperar a que se redactase y estableciese la nueva Constitución, en cuyo marco jurídico debían desenvolverse los nuevos gobiernos autónomos. Mientras tanto, solo quedaba la posibilidad de reestablecer parcialmente las instituciones regionales establecidas durante la Segunda República y disueltas durante el Franquismo. La Generalitat de Catalunya, tras la caída de la Segunda República, se había mantenido en el exilio y en 1977 estaba presidida por Joseph Tarradellas, un histórico de Esquerra Republicana. El Gobierno mantuvo conversaciones con la Generalitat en el Exilio y el 29 de septiembre de 1977 decretó su reestablecimiento. Un mes después Tarradellas regresaba a Barcelona como presidente de la misma. El texto preautonómico para las tres provincias vascas se publicó en noviembre y se constituyó el Consejo General Vasco, integrado por los partidos políticos con representación parlamentaria. El presidente del gobierno autónomo vasco en el exilio dimitió, para ceder la presidencia del Consejo a Garaicoechea, también del PNV. Sin embargo, gran parte de los representantes vascos consideraban imprescindible para la pacificación del territorio una negociación sobre las exigencias de ETA: el derecho de autodeterminación, la retirada de la Policía Nacional y su sustitución por una policía autónoma. Así, en contra de lo esperado por el Gobierno, la preautonomía del País Vasco no logró acabar con las actuaciones de ETA. Es más, la organización terrorista no sólo no abandonó la lucha armada, sino que incrementó el número de atentados con el objetivo de imponer sus exigencias. En este marco, las nuevas Cortes democráticas iniciaron el camino de elaborar la Constitución que culminara la transición española hacia la democracia; por este motivo, las Cortes, se convirtieron en constituyentes, aunque las elecciones no se habían celebrado con esa finalidad explícita. Primero se creó una comisión formada por representantes de los diferentes grupos parlamentarios, de la que salieron elegidos siete miembros, la Ponencia, cuyo cometido consistía en redactar un anteproyecto de Constitución. En la Ponencia estaban representados UCD, AP, PSOE, PCE y Pacte Democratic per Catalunya; cada uno de ellos con un miembro, excepto UCD que tenía tres. Entre los grupos minoritarios que quedaron fuera estaban el Partido Socialista Popular, por exigencias del PSOE; y el Partido Nacionalista Vasco, por razones técnicas derivadas de la exclusión del PSP. La marginación de los nacionalistas vascos tuvo nefastas consecuencias, ya que el PNV no votaría la Constitución y, en lo sucesivo, la calificaría de imposición española para justificar sus aspiraciones de independencia. Finalmente, superados todos los trámites parlamentarios, el texto definitivo fue aprobado por amplísima mayoría en el Congreso y en el Senado el 31 de octubre de 1978. Menos entusiasta fue la respuesta del pueblo español en el referendum convocado para el 6 de diciembre de ese mismo año, ya que la abstención fue muy alta, aunque los votos emitidos fueron favorables a la carta magna. Conviene resaltar una característica de la Constitución española de 1978: fue el resultado de un verdadero consenso entre grupos políticos de ideologías muy dispares, en un afán de integrar a todos en un proyecto común que hiciera del pasado “borrón y cuenta nueva” (Ley de la Memoria Histórica). Solo desde este modelo se podía unir a las dos Españas en un camino nuevo y democrático. Pero este camino estuvo a punto de ser truncado por la llamada “Operación Galaxia”reunión de un grupo de oficiales que el 11 de noviembre de1978 se reunieron en esta cafetería de Madrid para detener los procesos de reforma política iniciados mediante un golpe de Estado en el Palacio de la Moncloa en la reunión del Consejo de Ministros, arrestándose al Gobierno en pleno para crear un Gabinete de salvación nacional. El golpe estaba previsto para el 17 de noviembre, pero oficiales que estuvieron presentes en esta reunión informaron del plan golpista y los dirigentes, Saenz de Inestriyas y Tejero fueron arrestados y encarcelados. La Constitución española es un texto extenso y detallado que empieza por definir a España como un “Estado Social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” (art. 1º, 1). Acto seguido se declara que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (art.1º,2) Estos enunciados implican una concepción política democrática representativa de la voluntad popular, sustituyendo al régimen dictatorial y personalista de Franco. Una de las partes fundamentales de la Constitución es su Título I “de los derechos y deberes fundamentales”, que refleja claramente el carácter progresista de algunos de sus redactores, por la defensa de los derechos individuales (a la vida, de pensamiento, religión y de culto, expresión, reunión, manifestación, asociación, sindicación, huelga, etc.) El carácter de Estado social queda plasmado en el reconocimiento de los principios que deben regir la política económica y social del Estado. En cuanto a la parte orgánica, establece como sistema político para España una Monarquía Parlamentaria: a) El Jefe del Estado es el monarca, que actúa como árbitro y moderador, cuyo poder está muy limitado. b) El poder ejecutivo recae esencialmente en el Gobierno, cuyo presidente es nombrado de forma oficial por el rey, como Jefe de Estado, pero en realidad su designación depende de la composición política del Congreso, ya que es la votación de los diputados la que ratifica, o no, al presidente del Gobierno. c) El poder legislativo reside en las Cortes, que son bicamerales: Congreso y Senado, y cuyos miembros son elegidos por sufragio universal directo. El Congreso, a demás, controla al Gobierno, al que puede exigir responsabilidades sobre su actuación y ratifica o rechaza al presidente del Gobierno designado por el rey. d) El poder judicial lo integran jueces y magistrados independientes, inamovibles, responsables y sometidos sólo al imperio de la ley. El aspecto más original y polémico, es la organización territorial del Estado, que se podría definir como Estado unitario de las autonomías o descentralizado: Es un Estado unitario porque la Constitución establece la indisoluble unidad de la Nación español, patria común e indivisible de todos los españoles. Sin embargo, se reconocen las diferentes comunidades históricas de España, a las que se concede un amplio margen de autonomía con importantes competencias y con la posibilidad de elaborar leyes propias en los ámbitos que no son materia exclusiva del Estado. Tras la aprobación de la Constitución el Gobierno optó por disolver las Cortes y convocar elecciones generales para el 1 de marzo de 1979, cuyos resultados fueron similares a los de 1977, con un nuevo triunfo de Adolfo Suárez que formaba su tercer gobierno, el segundo democrático y el primero constitucional. Una vez consolidado el nuevo gobierno, se convocaron elecciones municipales para abril de 1979, cuyos resultados fueron: la UCD obtuvo la alcaldía en las mitad de las capitales de provincia, pero en las grandes capitales y en gran número de ciudades importantes la alcaldía recayó en socialistas y comunistas; pues, aunque en muchas de ellas la candidatura de UCD fue la más votada, al no obtener la mayoría absoluta, socialistas y comunistas pactaron y formaron gobiernos de coalición. En Cataluña y País Vasco, la mayoría de sus alcaldes fueron nacionalistas. El último Gobierno de Suárez se caracterizó por una profunda inestabilidad política y por una crítica permanente a su gestión, tanto desde dentro como desde fuera de UCD. Entre los muchos problemas habría que destacar los siguientes: a) Las divergencias internas en el seno de UCD. Al ser una coalición heterogénea, resultaba muy difícil conciliar las diferentes posiciones de sus miembros en cuestiones claves, como la ley del divorcio, política educativa, etc., sobre las que había que tomar decisiones de gobierno. Las discrepancias fueron aumentando con el tiempo teniendo que remodelar dos veces, Suárez, su Gobierno. b) El problema d las autonomías. La Constitución no era precisa en las competencias, extensión territorial y formas de acceder a la instauración de gobiernos autónomos. Esto generó dentro de UCD una división entre los partidarios de autorizar la creación de autonomías para todos los territorios que lo desearan, y aquellos que querían restringir este derecho. El resultado fue una política vacilante e impopular. c) La crisis económica. El Gobierno era incapaz de resolver el problema del paro y la deteriorada situación económica, agravada por la segunda crisis del petróleo, iniciada en 1979 y acentuada con la guerra entre Irán e Irak. d) El azote del terrorismo. En especial la actividad de ETA, pero también del GRAPO y de la extrema derecha. e) La amenaza de un golpe de Estado Militar. Desde los comienzo de la transición a la democracia esta amenaza representó una gran preocupación. Esta amenaza crecía con los atentados terroristas que estaban especialmente dirigidos contra las Fuerzas Armadas. f) El acoso del PSOE. Los socialistas emprendieron una dura y permanente campaña contra el Gobierno, con el objetivo de desacreditarlo y presentarse ante la opinión pública como alternativa de poder. Esto culminó a finales de mayo de 1980 con la presentación de una moción de censura contra el Gobierno que no fue aprobada pero reforzó la imagen de González y desgastó, aún más, la de Suárez. Abrumado por estas circunstancias, en enero de 1981 Adolfo Suárez presentó su dimisión irrevocable como presidente de UCD y del Gobierno. Como sucesor impuso al vicepresidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, no adscrito a ninguno de los grupos ideológicos de UCD, quien para ocupar el cargo debía ser previamente investido en el Congreso por la mayoría de los votos de los diputados. En la tarde del 23 de febrero de 1981, mientras se procedía a la votación de Calvo Sotelo como nuevo presidente del Gobierno, el Congreso de los Diputados fue asaltado por un grupo de guardias civiles al mando del teniente coronel Tejero, que retuvieron por la fuerza al Gobierno y al Congreso en pleno durante la noche; mientras se mantenían conversaciones y contactos que todavía están por aclarar. De madrugada el rey desautorizó el golpe y reivindicaba la legitimidad de la Constitución, haciendo que los golpistas se rindieran. Una vez investido como presidente del Gobierno, Calvo Sotelo mantuvo casi intacto el gabinete de Suárez. Lo más destacable de su política interior fue el relanzamiento del proceso autonómico. Los acuerdos con el PSOE permitieron salir del estancamiento y elaborar nuevos Estatutos de Autonomía entre 1981 y 1982. Al final sólo quedaban pendientes las autonomías de Madrid, Castilla y León, Extremadura y Baleares, que se resolverían en 1983 con el gobierno socialista. En cuanto a la política exterior seguida por Calvo Sotelo, éste dio los pasos para que España formara parte de la OTAN, cuya adhesión fue uno de los aspectos más conflictivos de su gobierno, pues la integración contaba con el rechazo de socialistas, comunistas y de sectores sociales partidarios de una posición neutral frente a la política de bloques imperante desde la Segunda Guerra Mundial. Pero Calvo Sotelo manifestó desde el primer momento su intención de integrar a España en la OTAN y dio los pasos necesarios para ello. En mayo de 1982 se formalizó el ingreso pero sin concretar el grado de participación en la misma. Esta actuación levantó una ola de protestas y manifestaciones populares rompiéndose el consenso seguido hasta ahora en política exterior. El PSOE se comprometió, si ganaba las elecciones, a someter a referendum nacional la permanencia de España en la OTAN. Una vez en el poder, convocaron el referendum, pero solicitaron el voto a favor de la permanencia, que se impuso por una ajustadísima mayoría (el 52%). Con el paso del tiempo, la descomposición interna de UCD se acentuó, debido a las divergencias ideológicas de sus miembros y a los desfavorables resultados de las sucesivas elecciones autonómicas. Entre 1981 y 1982 se fueron escindiendo grupos y personajes relevantes. El golpe final lo asestó Adolfo Suárez, que abandonó UCD en julio de 1982 y fundó un nuevo partido: Centro Democrático y Social (CDS). Ante una situación tan crítica, Calvo Sotelo decidió disolver anticipadamente las Cortes y convocar nuevas elecciones para octubre de 1982, seis meses antes de que terminara la legislatura. El gran ganador de estas elecciones será el PSOE, iniciándose una nueva andadura en la democracia española que marcará toda una época, por su duración y trascendencia.