Elecciones y democracia. Sinaloa 1909 Ronaldo González Valdés Azalia López González, Rumbo a la democracia: 1909. Cobaes/UAS, Culiacán, 2003, 160 pp. Con la publicación de Rumbo a la democracia: 1909, Azalia López González hace hablar a los hechos pasados, “labor sin la cual el espejo roto de la memoria no hubiera cobrado vida y nuevos ímpetus”; su detallada y rigurosa indagación abre una ventana al estudio de un episodio fundacional de la historia regional, inscrito en un ancho cambio de época en todo el país. Pero no sólo eso, tiene también la enorme virtud de obligarnos a pensar el presente a partir de la comprensión del pasado. Más allá del insoslayable lugar común (“el estudio del pasado debe servir para explicar el presente”), esta es mi clave de lectura de la obra de Azalia López: curiosamente, Sinaloa abrió el siglo con la lucha democrática, e inicia el nuevo siglo ocupado en esa misma brega. Rumbo a la Democracia: 1909 se compone de cuatro capítulos que van desde el surgimiento de los candidatos Redo y Ferrel, hasta el Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 ostentoso fraude electoral perpetrado bajo la mirada complaciente del presidente Díaz, que así abonaba un poco más el camino hacía su reelección. Contiene también un anexo que da cuenta de los clubes políticos que enarbolaron ambas candidaturas, e ilustraciones alusivas al tema del libro (caricaturas, recortes de periódicos, fotografías, etc.), provenientes de una ardua hemerografía consultada en archivos nacionales y de la entidad. Como queda meridianamente demostrado en la acuciosa compilación archivística que con datos de primera mano, sustentan la investigación de la autora, las aspiraciones ferrelistas fracasaron en Sinaloa porque, en verdad, no existía el andamiaje institucional que procesara la demanda democrática. Tal me parece una tesis básica que sugiere el texto y que ilustra el provecho y la utilidad de estudios históricos de esta naturaleza. La ingenuidad de Ferrel y sus correligionarios todos (incluidos don Francisco Valadés, Heriberto Frías y demás conspicuos personajes de la época) al confiar en la palabra de Porfirio Díaz pasa aquí a segundo término. La candidatura de Diego Redo pudo imponerse porque en un sistema político centralista no florece la democracia. En dicho sentido, una de las lecciones mayores que instruye este episodio intenso y romántico es justamente esta: antes que su decantación en rutinas prácticas, la democracia supone un cambio institucional. Sin instituciones democráticas no hay democracia moderna posible; puede haber, ciertamente, cesarismo, populismo carismático (del que tanto hemos sabido en América Latina), pero no democracia moderna. De aquí la oportunidad del parangón: hoy, a más de noventa años de aquel proditorio fraude, Sinaloa está preparado institucionalmente para la democracia. Lo que, sin embargo, no ofrece certeza absoluta a nuestro arduo tránsito hacia formas políticas civilizatorias modernas y avanzadas. De algún modo, ahora vivimos una situación inversa a la de 1909. En aquel entonces lo que sobraban eran disposiciones, anhelos, aspiraciones democráticas y populares, pero faltaban los resguardos institucionales que dieran cauce y salida a esa efervescente inquietud social. Tan fue así, que el recurso de la violencia no pudo ser evitado: resultó necesaria una gran revolución armada para construir una nueva institucionalidad. En nuestro tiempo, en cambio, con una cada vez más sólida institucionalidad democrática, es posible que lo que falte sea lo contrario, es decir, la motivación, la aspiración, el insumo ciudadano, la materia prima del requerimiento democrático sin el cual las instituciones son cascarones vacíos. El 178 agobio de las mil crisis moleculares que se padecen, la globalización, la interdependencia comercial y cultural, el influjo avasallador de los mass media, ese gringo llamado televisión que tenemos en casa, la perniciosa influencia del simbolismo narco y las secuelas de violencia cotidiana que nos atraviesan a todos, todos los días y en todo lugar, han desbrozado un camino que puede conducir al sano pluralismo democrático o a la patológica fragmentación social. Tal es, en estos momentos, la asignatura mayor de nuestra agenda política regional y nacional. Expresada la tesis que, reitero, ilustra con abundancia la utilidad de este tipo de investigaciones para entender la necesidad de hacer historia y respondernos, de manera muy concisa, la pregunta acerca de los servicios que esta disciplina presta a la comprensión –y virtual resolución- de nuestros problemas actuales, vale destacar, por último, dos cuestiones: Primero: el rigor metodológico que preside la investigación de la autora, su pionero trabajo de archivo. Al respecto, conviene destacar las palabras de Pedro Castro, en la presentación del libro de marras: “…este tipo de libros tienen el mérito adicional de superar uno de los problemas más serios a los que se enfrentan los investigadores mexicanos que no viven en la capital del país, que es remontar el absurdo Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 centralismo documental”. No se tata, entonces, de un ejercicio lírico; Azalia López supo escapar a esa tentación anacrónica, parroquial y provinciana. Segundo: sin embargo, tampoco se trata de un ejercicio de interpretación histórica estricto sensu. Precisamente por ello, la indagación ofrece la posibilidad de proseguir por la brecha que ella ha contribuido abrir. Hacer la interpretación, encontrar los “hechos de masa”, como los llama Pierre Vilar, los factores de orden estructural que dieron al traste con las aspiraciones democráticas encarnadas por el ferrelismo en Sinaloa, es el segundo capítulo, el que desearíamos leer pronto para pasar de la reseña documental al ejercicio histórico cabal y completo. Eso sería muy enriquecedor y saludable. El edén subvertido Matías Hiram Lazcano Armienta Sergio Ortega Noriega, El Edén Subvertido. La Colonización de Topolobampo. 1886-1896. Siglo XXI editores, México, 2003, 232 pp. El miércoles 17 de noviembre de 1886 un pequeño grupo de estadounidenses formado por 22 adultos y 5 menores, a bordo de la goleta “Newbern”, llegó a la bahía de Topolobampo, al norte de Sinaloa. Habían salido de San Francisco el día Clío, 2004, Nueva Época, vol. 4, núm. 32 8. Estas personas fueron las primeras del total de 1245 que respondieron a la convocatoria de Albert Kimsey Owen, para fundar una colonia basada en ideas socialistas de corte utópico. Acerca de este episodio histórico –de su origen, sus protagonistas, sus trabajos, sus problemas, sus alegrías y sinsabores y finalmente su fracaso– trata El edén subvertido. La colonización de Topolobampo. 18861896, libro de Sergio Ortega Noriega publicado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia en 1978 y que en 2003 ha salido de nuevo a la luz, ahora bajo el sello de Siglo XXI editores en coedición con la Universidad de Occidente, DIFOCUR, el Ayuntamiento de Ahome y El Colegio de Sinaloa. En 232 páginas repartidas en siete capítulos y un epílogo, un apéndice formado por una relación muy amplia de fuentes para el estudio de la colonización de Topolobampo, 13 cuadros y gráficas, cinco fotos y siete mapas, el autor, con una prosa muy reflexiva y precisa –dando la impresión de que presenciamos un hábil cirujano– nos presenta el problema histórico de su interés, como anotamos e indica el título de su obra, la colonización, pero además la pretensión de Owen de construir el ferrocarril que partiría de Texas y llegaría justamente hasta el citado puerto sinaloense. Estos dos objetivos forman el proyecto de este hombre, 179