contexto histórico - Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón

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CONTEXTO HISTÓRICO
En la España de 1936
La vida de las Siervas de Dios, Madre Rita Dolores Pujalte Sánchez y
Francisca Aldea Araujo del Corazón de Jesús, fueron testigos de un siglo
que finalizaba y de una España que entraba en el siglo XX, con pasos
tímidos, hacia un horizonte de progreso y modernidad. Este período se
corresponde con el reinado de Alfonso XIII, la pérdida de las colonias, la
instauración de la segunda República, marcada por un carácter antirreligioso
y fundamentalmente persecutorio frente a la Iglesia y, tras su fracaso, la
llegada de la guerra civil, escenario turbulento que marcaría la existencia de
Rita Dolores y Francisca.
El 18 de julio de 1936 se inició una larga y trágica guerra fratricida. La
convivencia saltó en mil pedazos, golpeando a amigos y hermanos durante
una generación. Al amparo de una situación de crisis, se refugiaron miserias
humanas, venganzas, desaprensiones, rencores...
España quedó dividida, y la represión fue patrimonio de los dos bandos;
pero, con anterioridad a la contienda, se dio la descristianización, un
fenómeno creciente que derivó en un fanatismo anticlerical y antirreligioso,
puesto
de
manifiesto
violentamente.
El conflicto encuadró a
grandes grupos armados, que
actuaron
con
toda
contundencia, especialmente
en la capital de España. En
este
ambiente
fueron
sorprendidas las Siervas de
Dios,
Rita
Dolores
y
Francisca, en el Colegio de
Santa Susana, de Madrid, el
20 de julio de 1936. Ser religiosas fue el único motivo para merecer la
muerte. Al salir del Colegio, asaltado y tiroteado por los milicianos, llevaron
por equipaje el amor y la confianza total en Jesús y el perdón generoso, por
anticipado, para sus agresores.
La Iglesia ha proclamado el Decreto de su Martirio y reconoce que,
por su fe y por el testimonio de su caridad, siguieron a Jesús hasta la
entrega total de sus vidas.
Fueron beatificadas por el Papa Juan Pablo II el día 10 de mayo de
1998, en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Con palabras de Madre Isabel
Larrañaga, nuestra Fundadora, expresamos nuestro agradecimiento al
Señor: “Dad gracias a Dios por todo, por todo”.
Unidas en la muerte
Las dos habían pasado parte de su vida en el
Colegio de Santa Susana. Juntas salieron de él
para recorrer un camino que las convertiría en
testigos de su fe. El Colegio estaba enclavado en
el Barrio de las Ventas, entonces una de las zonas
suburbanas de Madrid. Fue uno de los primeros
abiertos por Madre Isabel Larrañaga, en 1889.
Este Colegio funcionaba como Curia General, y
acogía, además de a las religiosas, a niñas pobres
y
huérfanas.
Aunque
la
situación
era
extremadamente peligrosa, en medio de un
ambiente general de crispación, la Comunidad optó
por permanecer en el Colegio para atender a las
niñas.
La Madre Rita Dolores había sido invitada en reiteradas ocasiones a
dejar el Colegio y buscar un lugar más seguro, pero, según su lógica, perdía
más que ganaba, y rehusó siempre. La Madre Francisca, movida por su
caridad, se comprometió a no abandonarla, siendo consciente del riesgo que
asumía. El 20 de julio de 1936 el Colegio fue asaltado y tiroteado.
Las Madres Rita Dolores y Francisca, en cuanto tuvieron noticias de que
la llegada de los milicianos era inminente, se dirigieron a la Capilla para
prepararse al martirio. Prodigaron con generosidad el perdón anticipado
para sus verdugos, y se dispusieron a la muerte, que presentían segura,
poniendo el presente y el futuro en las manos providentes del Padre.
“Echémonos en sus brazos y que sea su santísima voluntad”, dijo Madre
Dolores.
En la portería, momentos antes de salir, recitaron el Credo en presencia
de los milicianos, quienes más tarde, fingiendo ayudarlas, porque su
intención era darles muerte, las acompañaron hasta un piso cercano de una
familia conocida. Allí rezaron el rosario y dieron gracias a Dios por la
posibilidad que habían tenido para prepararse al martirio ya tan cercano.
Hacia el mediodía fueron conducidas violentamente al interior de una
furgoneta. Ellas no opusieron resistencia; al contrario, esperaron sin
desmayo la muerte. El 20 de julio de 1936, hacia las tres y media de la
tarde, fueron fusiladas en la carretera de Barajas. Su fama de martirio se
divulgó muy pronto.
Testigos presenciales se maravillaron de la serenidad de sus rostros y
del perfume que desprendían sus restos mortales. Por todas partes dejaron
una estela de santidad y sencillez. Fueron coherentes hasta el final en el
camino elegido para hacer el bien en servicio y entrega a los hombres y
mujeres de su tiempo. Ellas nos enseñan a descubrir más profundamente la
vida como regalo y como tarea, en clave de entrega y servicio, con el talante
de Jesús de Nazaret, en el empeño por construir un mundo más humano y
más fraterno.
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