c. 273 Libro II. Pueblo de Dios Caput III De clericorum obligationibus et iuribus C. III. De las obligaciones y derechos de los clérigos 273 Clerici speciali obligatione tenentur Summo Pontifici et suo quisque Ordinario reverentiam et oboedientiam exhibendi. Los clérigos tienen especial obligación de mostrar respeto y obediencia al Sumo Pontífice y a su Ordinario propio. FUENTES: c. 127; PO 7; PAULUS PP. VI, All., 1 mar. 1965 (AAS 57 [1965] 326) CONEXOS: cc. 274 § 2, 276, 495-502, 1371,2.º COMENTARIO Jorge de Otaduy Este canon, que abre el capítulo del CIC sobre el estatuto de los clérigos, sintetiza con el lenguaje propio del Derecho aquello que, en el orden de las relaciones sociales, se sigue de una cuestión de amplio calado teológico: las relaciones entre el presbítero y el Ordinario propio y, particularmente, entre aquél y el Romano Pontífice 1. Como ha recordado Juan Pablo II, «la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo» (PDV, 12). La comunión, como característica del sacerdocio, añade el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, «se funda en la unicidad de la Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, que es Cristo. En esta comunión ministerial toman forma también algunos precisos vínculos en relación, sobre todo, con el Papa, con el Colegio episcopal y con el propio Obispo» 2. Concretamente, «cada presbíte1. Recientemente, el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31.I.1994, de la CpC, ha llevado a cabo una reflexión teológica sobre el sacerdocio, deteniéndose particularmente en el tema específico de la comunión, «exigencia hoy particularmente sentida —se lee en uno de los párrafos introductorios—, dada su incidencia en la vida del sacerdote». Una Aclaración del Consejo para la interpretación de los textos legislativos, de 22 de octubre de 1994, precisa que las normas de los directorios que determinan modos de ejecución de leyes universales pertenecen a la categoría de los decretos generales ejecutorios (cfr c. 32 CIC). El texto de la Aclaración, en Sacrum Ministerium, 1995, pp. 263-273. 2. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.994, n. 22. 318 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 273 ro ha de tener un profundo, humilde y filial vínculo de caridad con la persona del Santo Padre y debe adherir a su ministerio petrino —de magisterio, de santificación y de gobierno— con docilidad ejemplar» 3. La obligación de adherirse al Magisterio en materia de fe y de moral, se lee en otro lugar del mismo Directorio, «está intrínsecamente ligada a todas las funciones que el sacerdote debe desarrollar en la Iglesia. Disentir en este campo debe considerarse algo grave, en cuanto que produce escándalo y desorientación entre los fieles» 4. Además, «el presbítero realizará la comunión requerida por el ejercicio de su ministerio sacerdotal por medio de su fidelidad y de su servicio a la autoridad del propio Obispo» 5. Las actitudes de respeto y obediencia de los clérigos hacia las autoridades eclesiales, mencionadas en este canon, no responden simplemente a manifestaciones del ejercicio del poder de jurisdicción ni a meras motivaciones de índole pastoral, sino que expresan aspectos esenciales de la naturaleza y de la misión de los presbíteros. El Concilio Vaticano II habla a este propósito de una comunión jerárquica con el orden de los Obispos (cfr PO, 7), para expresar que el sacerdocio de los presbíteros se ejercita en ayuda del orden episcopal y bajo su autoridad. «Todos los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos —añade el Concilio en otro lugar— están adscritos al orden episcopal, por razón del orden y del ministerio» (LG, 28). El Directorio de 31.I.1994 —después de recordar el continuado empeño de la Iglesia en favor del reconocimiento de la igual dignidad de todos los hombres— advierte que «no son transferibles automáticamente a la Iglesia la mentalidad y la praxis que se dan en algunas corrientes culturales sociopolíticas de nuestro tiempo (...). El así llamado democraticismo constituye una tentación gravísima, pues lleva a no reconocer la autoridad y la gracia capital de Cristo y a desnaturalizar la Iglesia, como si ésta no fuese más que una sociedad humana. Una concepción así acaba con la misma constitución jerárquica, tal como ha sido querida por su Divino Fundador, como siempre ha enseñado claramente el Magisterio y como la misma Iglesia ha vivido ininterrumpidamente» 6. Este vínculo entre los sacerdotes de cualquier condición y grado y los Obispos es esencial en el ejercicio del ministerio presbiteral. Los sacerdotes reciben del Obispo la potestad sacramental y la autorización jerárquica para dicho ministerio. También los religiosos, precisa Juan Pablo II, «reciben esa potestad del Obispo que les ordena sacerdotes, y de quien gobierna la diócesis en la que desempeñan su ministerio. Incluso los que pertenecen a órdenes exentas de la jurisdicción de los Obispos diocesanos, por su régimen interno, 3. 4. 5. 6. Ibidem, n. 24. Ibidem, n. 62. Ibidem. Ibidem, n. 17. 319 c. 273 Libro II. Pueblo de Dios reciben del Obispo, de acuerdo con las leyes canónicas, el mandato y la aprobación para su incorporación y su actividad en el ámbito de la diócesis, quedando a salvo siempre la autoridad con la que el Romano Pontífice, como Cabeza de la Iglesia, puede conferir a las órdenes religiosas y a otros institutos el poder de regirse conforme a sus constituciones y de actuar a nivel mundial» 7. La situación genérica de los presbíteros como cooperadores del orden episcopal necesita ser determinada mediante la incardinación —que supone la adscripción a una estructura pastoral para el servicio de los fieles— y la misión canónica —que se confiere al presbítero en orden a su ministerio específico. El principio teológico de participación del sacerdocio de segundo grado en el sacerdocio del Obispo no oscurece de ningún modo la referencia esencial a Cristo, Mediador único, a quien ciertamente los presbíteros representan y en cuyo nombre actúan. Pero lo hacen sólo como colaboradores del Obispo, extendiendo así el ministerio del pastor diocesano en las comunidades locales. Las relaciones entre Obispos y presbíteros han de desarrollarse, de este modo, en un clima de profunda espiritualidad. «Por esta participación en el sacerdocio y en la misión, los presbíteros reconozcan verdaderamente al Obispo como padre suyo y obedézcanle reverentemente» (LG, 28). Caridad y obediencia constituyen el binomio esencial del espíritu que regula el comportamiento del presbítero para con el propio Obispo. «Se trata de una obediencia —concluye Juan Pablo II— animada por la caridad. El presbítero, en su ministerio, ha de tener como intención fundamental cooperar con su Obispo. Si tiene espíritu de fe, reconoce la voluntad de Cristo en las decisiones de su Obispo» 8. El Directorio de la Congregación para el clero afirma por su parte que el presbítero, respetando plenamente la subordinación jerárquica, «ha de ser promotor de una relación afable con el propio Obispo, llena de sincera confianza, de amistad cordial, de un verdadero esfuerzo de armonía y de una convergencia ideal y programática, que no quita nada a una inteligente capacidad de iniciativa personal y empuje pastoral» 9. El canon que comentamos contempla a los presbíteros como destinatarios inmediatos de la norma. Sin embargo, la consideración de las mutuas relaciones desde la perspectiva de los Obispos configura una amplia gama de deberes episcopales, que fundamentan buena parte de las normas definitorias del estatuto de los presbíteros. En términos generales cabe aludir aquí a la solicitud por el bienestar material y, sobre todo, espiritual de sus sacerdotes; a la grave responsabilidad de 7. JUAN PABLO II, Audiencia general, 25.VIII.1993, en «L’Osservatore Romano», ed. en lengua española, 27.VIII.1993, p. 3. 8. Ibidem. 9. CpC, Directorio..., cit., n. 24. 320 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 273 promover su santificación, cuidando de su formación permanente; y también a la obligación de examinar con ellos los problemas relativos a las necesidades del trabajo pastoral y del bien de la diócesis (cfr PO, 7). La colaboración de los presbíteros en la función pastoral del Obispo presenta unos definidos contenidos jurídicos, hasta el punto de dar lugar a la creación de formas institucionalizadas de participación en el gobierno, como son los consejos presbiterales (cfr cc. 495-502). La unión de los presbíteros con los Obispos resulta también necesaria, finalmente, por motivos de eficacia pastoral. En nuestro tiempo, por diversas causas, «los proyectos apostólicos no sólo revisten múltiples formas —recuerda el Concilio Vaticano II— sino que además es necesario que desborden los límites de una parroquia o de una diócesis. Ningún presbítero, por tanto, puede realizar bien su misión de manera aislada o individualista, sino únicamente juntando las fuerzas con otros presbíteros bajo la dirección de los que presiden la Iglesia» (PO, 7). La disposición que comentamos es, evidentemente, de aplicación a los diáconos. El Directorio para el ministerio y vida de los diáconos permanentes encarece el espíritu de comunión entre aquellos que trabajan en la diócesis y con el propio Obispo, al tiempo que exhorta a evitar «la formulación de aquel corporativismo que influyó en la desaparición del diaconado permanente en los siglos pasados» 10. 10. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, 22-II-1998, n. 6. 321 c. 274 274 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Soli clerici obtinere possunt officia ad quorum exercitium requiritur potestas ordinis aut potestas regiminis ecclesiastici. § 2. Clerici, nisi legitimo impedimento excusentur, munus, quod ipsis a suo Ordinario commissum fuerit, suscipere ac fideliter adimplere tenentur. § 1. Sólo los clérigos pueden obtener oficios para cuyo ejercicio se requiera la potestad de orden o la potestad de régimen eclesiástico. § 2. A no ser que estén excusados por un impedimento legítimo, los clérigos deben aceptar y desempeñar fielmente la tarea que les encomiende su Ordinario. FUENTES: § 1: c. 118; SCDF Ep. (Prot. 151/76), 8 feb. 1977 § 2: c. 128 CONEXOS: cc. 129, 273, 494, 1421 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. Los dos parágrafos de este canon —que aluden a realidades heterogéneas— tienen en común la referencia al oficio eclesiástico. El primero no enuncia derecho ni deber, sino que, simplemente, reconoce una aptitud o habilidad genérica de los clérigos para el desempeño de los oficios cuyo ejercicio requiere la potestad de orden o la potestad de régimen eclesiástico. Expresada en estos términos, tal afirmación resulta incuestionable. El sacerdocio supone una participación de la autoridad misma con la que Cristo edifica, santifica y gobierna su Cuerpo, contenida en los tria munera —docendi, sanctificandi et regendi— recibidos mediante el sacramento del Orden. Sucede, sin embargo, que, según el tenor literal del canon, el ejercicio de la potestad de régimen eclesiástico quedaría circunscrito al ámbito de los clérigos, con exclusión de los demás fieles. No hay duda, por una parte, de que solamente los clérigos poseen la potestad de orden, recibida mediante el sacramento. Pero es también cierto que los laicos pueden cooperar a tenor del Derecho en el ejercicio de la potestad de régimen (c. 129), así como participar en la potestad judicial (c. 1421 § 2), o ser llamados para desempeñar oficios eclesiásticos (c. 228). Tras las aparentes paradojas legislativas se encuentra, como fácilmente se advierte, la difícil cuestión del origen y fundamentación de la potestad que existe en la Iglesia por disposición divina 1. 1. Vide comentario al c. 129 e introducción al Lib. I, tit. VIII, «De potestate regiminis». 322 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 274 No es éste el lugar adecuado para tratar el fondo del asunto ni para presentar las distintas posiciones de la amplia doctrina científica formulada al respecto. Para nuestro propósito basten estas dos precisiones: a) que existe una evidente dificultad para llegar a una interpretación armonizadora de los cánones destinados a determinar los sujetos del ejercicio de la potestad de régimen eclesiástico, y que tal dificultad se prolonga en la legislación especial posterior al CIC 2; b) y que la dicción literal del c. 274 § 1 excluye a los fieles no ordenados de la titularidad de oficios y funciones que requieren objetivamente el orden sagrado o que históricamente han sido atribuidos al ordo clericorum, pero no impide el reconocimiento de una cooperación verdaderamente jurisdiccional —ejercicio estricto de la potestad eclesiástica— por parte de los fieles laicos. 2. El § 2 del c. 274 señala el deber de obediencia canónica y de disponibilidad para el ministerio propio de los clérigos. El presupuesto de esta obligación es la dependencia esencial del presbítero respecto al Obispo, como consecuencia de su participación en el ministerio episcopal (vide comentario al c. 273). «El ministerio sacerdotal —afirma el Concilio Vaticano II— es el ministerio de la Iglesia misma. Por eso, sólo se puede realizar en la comunión jerárquica de todo el Pueblo de Dios» (PO, 15). El fundamento inmediato de este deber descansa sobre la incardinación, que pretende, justamente, concretar el servicio ministerial del ordenado a la Iglesia particular o a la estructura pastoral a la que se incorpore. El Concilio Vaticano II ha promovido decididamente la libertad del Obispo en la colación de cargos (cfr CD, 28 y 31). Esta línea de actuación tiende, evidentemente, a lograr un mejor servicio a la tarea pastoral de la Iglesia, pero requiere el equilibrio de unas precisas garantías jurídicas que permitan subsanar errores de gobierno o abusos de poder que lesionen la justicia. No ha de olvidarse que, si bien el c. 274 § 2 formaliza uno de los deberes de los clérigos, reconoce al mismo tiempo —aunque de manera implícita— uno de sus más radicales derechos: a que su Obispo le confíe una misión concreta, un ministerio eclesiástico. «Como todo derecho subjetivo, éste tiene también sus límites —ha escrito Rincón-Pérez— pero han de ser razones graves fundadas en la salus animarum las que justifiquen una limitación o negación de este derecho» 3. El ámbito de la obediencia sacerdotal llega más lejos, obviamente, de lo que señala el c. 274. La incardinación vincula al presbítero no sólo con el Obispo, sino con los restantes componentes de esa porción del Pueblo de Dios en que se concreta su ministerio: prebiterio y pueblo cristiano. 2. Me refiero, en particular, a la Const. Ap. Pastor Bonus. 3. J. FERRER ORTIZ-T. RINCÓN-PÉREZ, Los sujetos del ordenamiento canónico, en Manual de Derecho canónico, 2.ª ed., Pamplona 1991, p. 194. 323 c. 274 Libro II. Pueblo de Dios Esta relación tridimensional del ministerio ha permitido a Juan Pablo II señalar las características de la obediencia del sacerdote. La primera relación —establecida con el Papa y el Obispo— hace que sea una obediencia apostólica; de la segunda nace la exigencia comunitaria, puesto que el presbítero está profundamente inserto en la unidad del presbiterio; y finalmente, el carácter de pastoralidad de la obediencia sacerdotal significa la constante disponibilidad al servicio de la grey 4. De lo dicho hasta ahora se desprende con claridad que el ámbito de la obediencia canónica y de la disponibilidad está determinado por el ministerio sagrado y por todo aquello que diga relación objetiva directa e inmediata con el ministerio 5. En otros ámbitos de la vida el presbítero goza de un amplio espacio de autonomía. Así, por ejemplo, en lo que atañe a su formación cultural, a la administración de sus bienes, a sus relaciones sociales o a su vida espiritual. En este último aspecto, hay que señalar que todos los sacerdotes participan de una espiritualidad básica común, consecuencia de su configuración sacramental con Cristo sacerdote y pastor. Dentro de esa genérica espiritualidad sacerdotal, la pertenencia y dedicación al servicio de una Iglesia particular tiene entidad suficiente para configurar un especial estilo de vida y de acción pastoral (cfr PDV, 31). Pero además, «en el caminar hacia la perfección pueden ayudar también otras inspiraciones o referencias a otras tradiciones de vida espiritual capaces de enriquecer la vida sacerdotal de cada uno» (PDV, 31), que quedan a la libre opción personal de los presbíteros. «En la medida en que la forma de espiritualidad pretendida se presente como dotada de una mayor durabilidad y comprenda más dimensiones de la propia vida, en esa misma medida la opción deberá ser tomada no tanto como iniciativa propia, cuanto como expresión de una oferta particular de Dios. De este modo, la libertad frente a los otros está puesta y fundamentada precisamente para garantizar la docilidad al Paráclito» 6. La obediencia canónica, en resumen, no entraña una actitud de mera pasividad, sino que se configura más bien como corresponsabilidad en el ministerio. La iniciativa personal debe impulsar al sacerdote en la búsqueda de un diálogo fraterno con el propio Obispo o con otros superiores inmediatos, siempre dispuesto, sin embargo, a someterse al juicio de los que ejercen la función principal en el gobierno del Pueblo de Dios 7. 4. Cfr PDV, n. 28 y el comentario de T. RINCÓN-PÉREZ, Sobre algunas cuestiones canónicas a la luz de la Ex. Ap. «Pastores dabo vobis», en «Ius Canonicum» 23 (1993), pp. 315-378. 5. Cfr J. FERRER ORTIZ-T. RINCÓN-PÉREZ, Los sujetos del ordenamiento canónico, cit., p. 189. 6. J.I. BAÑARES, Libertad y docilidad en la espiritualidad del sacerdote y de los demás fieles cristianos, en VV.AA., La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, Pamplona 1990, p. 729. 7. Cfr PO, 15; CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 24. 324 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 275 c. 275 § 1. Clerici, quippe qui omnes ad unum conspirent opus, ad aedificationem nempe Corporis Christi, vinculo fraternitatis et orationis inter se uniti sint, et cooperationem inter se prosequantur, iuxta iuris particularis praescripta. § 2. Clerici missionem agnoscant et promoveant, quam pro sua quisque parte laici in Ecclesia et in mundo exercent. § 1. Los clérigos, puesto que todos trabajan en la misma obra, la edificación del Cuerpo de Cristo, estén unidos entre sí con el vínculo de la fraternidad y de la oración, y fomenten la mutua cooperación, según las prescripciones del derecho particular. § 2. Los clérigos deben reconocer y fomentar la misión que, por su parte, ejercen los laicos en la Iglesia y en el mundo. FUENTES: § 1: PO 8; PAULUS PP. VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus, 24 iun. 1967, 79 (AAS 59 [1967] 688-689); RFS 3, 6, 46, 47; UT 912-913 § 2: PIUS PP. XI, Enc. Firmissimam constantiam, 28 mar. 1937 (AAS 29 [1937] 190-199); AA 25; PO 9 CONEXOS: cc. 225, 227, 278, 280, 287 § 1, 495, 555 §§ 2 y 3 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. En sintonía con lo dispuesto en los dos cánones anteriores, el que ahora comentamos continúa el desarrollo de las consecuencias que, para los clérigos, derivan de la comunión eclesial. El ministerio sagrado, en efecto, vincula no sólo con el Obispo, sino también con los restantes componentes de esa porción del Pueblo de Dios en la que el sacerdote ejerce su trabajo pastoral: el presbiterio y los demás fieles. El § 1 alude a los deberes de fraternidad y mutua cooperación entre los presbíteros. El texto conciliar de referencia es, sobre todo, el número 8 de PO, donde se indica que el fundamento de las relaciones fraternas entre sacerdotes encuentra un doble elemento. El primero es de carácter ontológico: la común participación del sacerdocio de Cristo; el segundo, de orden más bien existencial, fruto de la radicación del sacerdote en una concreta realidad eclesial, que da lugar a un espontáneo sentido de pertenencia al presbiterio 1. El primer elemento tiene un valor preeminente, por cuanto refiere a la raíz sacramental, en torno a la que debe girar cualquier reflexión sobre el sacerdocio y que especifica un conjunto de vínculos y de relaciones propias de 1. Cfr JUAN PABLO II, Audiencia general, 1.IX.1993, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 3.IX.1993, p. 3. 325 c. 275 Libro II. Pueblo de Dios los presbíteros no reducibles a las que genera el bautismo. El segundo, en cambio, remite a la fraternidad y cooperación mutua como expresión de la unidad de misión. En efecto, aunque los presbíteros «se entreguen a diversas funciones, desempeñan, con todo, un solo ministerio sacerdotal para los hombres. Para cooperar en esta obra son enviados todos los presbíteros, ya ejerzan el ministerio parroquial o interparroquial, ya se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ya realicen trabajos manuales, participando, con la conveniente aprobación del Ordinario, de la condición de los mismos obreros donde esto parezca útil; ya desarrollen, finalmente, otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado. Todos tienden ciertamente a un mismo fin: a la edificación del Cuerpo de Cristo, que, sobre todo en nuestros días, exige múltiples trabajos y nuevas adaptaciones. Es de suma trascendencia, por tanto, que todos los presbíteros, diocesanos o religiosos se ayuden mutuamente para ser siempre cooperadores de la verdad» (PO, 8). La interpretación conjunta de los textos conciliares atinentes al acceso al presbiterio diocesano permite concluir que la regla de la pertenencia no es la incardinación sino la función pastoral en favor de la diócesis, mediante tareas ministeriales de genérica cooperación pastoral o de ayuda apostólica especializada 2. El motivo teológico fundamental por el que deben integrarse en el presbiterio de la Iglesia particular todos los sacerdotes que contribuyen a la edificación de aquella portio populi Dei se encuentra en el reconocimiento de que, en esta última, la Iglesia una y católica vere inest et operatur (CD, 11) y de que la Iglesia particular es imago de la Iglesia universal (cfr LG, 23) 3. De tal principio se desprenden importantes consecuencias en el plano jurídico. Una de ellas es el derecho de elección, tanto activo como pasivo, de los sacerdotes no incardinados en la diócesis que ejerzan alguna labor pastoral en beneficio de la misma (sean seculares o miembros de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica) 4; otra derivación de este criterio definidor de la pertenencia al presbiterio, y por lo que aquí concretamente más interesa, es la extensión, en su mayor amplitud, del deber de la fraternidad y cooperación sacerdotal. El c. 275 § 1 se destina a la estricta formalización del deber y, con la parquedad propia del lenguaje jurídico, omite en este lugar cualquier referencia a los medios exigibles para su observancia. PO se detiene en este aspecto y recuerda, en primer lugar, las genéricas obligaciones que derivan de la práctica de la caridad, especialmente con los sacerdotes necesitados. A continuación 2. Cfr CD, 34; PO, 8; y AG, 20. Así se ha recogido, por lo demás, en el propio CIC, c. 478 § 1,2º. 3. Entre la doctrina más reciente, cfr A. CATTANEO, Il presbiterio della Chiesa particolare, Milano, 1993. 4. Cfr c. 478 § 1,2.º; y en el mismo sentido CpC, Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros, 31.I.1994, n. 26. 326 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 275 señala la conveniencia del recurso a otros medios de carácter específico. Así, por ejemplo, se habla de las reuniones sacerdotales, de la oportunidad de llevar alguna especie de vida común y del fomento diligente de las asociaciones sacerdotales (cfr PO, 8). La puesta en práctica de tales medios cae dentro del ámbito de otros derechos o deberes de los clérigos formalizados en cánones posteriores. Teniendo en cuenta que la obligación principal del sacerdote consiste en su propia santificación, la fraternidad sacerdotal encontrará cauces privilegiados de expresión en el plano espiritual. De este modo, la práctica de la corrección fraterna —cuyo ejercicio es particularmente necesario en favor de quienes atraviesan momentos de dificultad en su ministerio (PO, 8)—, la dirección espiritual, la administración de los sacramentos, en especial el de la reconciliación, son medios sumamente eficaces para reforzar los comunes vínculos fraternos. Las orientaciones más recientes del magisterio eclesial subrayan decididamente la conveniencia del recurso a estos medios: «Para contribuir al mejoramiento de su propia vida espiritual, es necesario que los presbíteros practiquen ellos mismos la dirección espiritual. Al poner la formación de sus almas en las manos de un hermano sabio madurarán —desde los primeros pasos de su ministerio— la conciencia de la importancia de no caminar solos por el camino de la vida espiritual y del empeño pastoral. Para el uso de este eficaz medio de formación tan experimentado en la Iglesia, los presbíteros tendrán plena libertad de elección de la persona a la que confiarán la dirección de la propia vida espiritual» 5. 2. En la sintética afirmación del § 2 de este canon, se encuentran implicadas importantes cuestiones de la teología del laicado que el Concilio Vaticano II ha destacado con gran vigor: las relaciones entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial, la corresponsabilidad de los laicos en la edificación de la Iglesia o la libertad de los laicos en lo temporal, por citar algunas. PO, en su número 9, considera las relaciones de los presbíteros con los laicos a la luz de la comunidad viva, activa y orgánica que el sacerdote está llamado a formar y guiar. Por eso, recomienda a los presbíteros que reconozcan y promuevan la dignidad de los laicos, conforme a su condición de hijos de Dios y al carácter peculiar de su vocación en la Iglesia, que tiene, de manera especial, la finalidad de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios» (LG, 31). La participación de los laicos en el triple oficio sacerdotal, profético y real de Cristo se produce suo modo, según su propia condición eclesial caracterizada por su índole secular. De aquí se sigue que «el campo propio de su actividad evangelizadora —como señaló Pablo VI— es el dilatado y complejo mundo de la política, de la realidad social; y también de otras realidades par5. CpC, Directorio..., cit., n. 54. 327 c. 275 Libro II. Pueblo de Dios ticularmente abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y de los adolescentes, el trabajo profesional, el sufrimiento. Cuantos más laicos haya compenetrados con el espíritu evangélico, responsables de estas realidades y explícitamente compenetrados en ellas, competentes en su promoción y conscientes de tener que desarrollar toda su capacidad cristiana, a menudo ocultada y sofocada, tanto más se encontrarán estas realidades al servicio de Dios —y por tanto de la salvación en Jesucristo—, sin perder ni sacrificar nada de su coeficiente humano, sino manifestando una dimensión trascendente, a menudo desconocida» (EN, 70). Este luminoso texto del magisterio reciente ilustra, en perfecta sintonía con el Concilio, la trascendencia de la misión apostólica de los laicos, a quienes corresponde de manera operativa producir el crecimiento del reino de Dios en la historia y constituirse en el cauce a través del cual la Iglesia actúe como principio vital de la sociedad humana. La disposición normativa que comentamos —desde la perspectiva de los clérigos, como corresponde al lugar sistemático que ocupa— tiende a la protección del derecho de los laicos a desempeñar la sublime misión que Dios les confía y que tiene un carácter esencial en la Iglesia 6. Este canon justifica su presencia sin dificultad, si se tiene en cuenta que el ocultamiento, en la teología y en el Derecho de la Iglesia, de la potencialidad del apostolado de los laicos ha dado lugar a la manifestación de indeseables formas de clericalismo. No resulta completamente ajeno a lo que acaba de decirse el fenómeno, actualmente en franco retroceso, de la dedicación de los clérigos a oficios seculares. Esta eventualidad se configura hoy como una hipótesis del todo extraordinaria. El Directorio de 31.I.1994 llama la atención acerca de las nuevas formas de clericalización del laicado, que se producen cuando se pretenden confiar funciones verdaderamente pastorales a los laicos. «Esta actitud —puede leerse— tiende a disminuir el sacerdocio ministerial del presbítero; de hecho, sólo al presbítero, después del Obispo, se puede atribuir de manera propia y unívoca el término pastor, y esto en virtud del ministerio sacerdotal recibido con la ordenación. El adjetivo pastoral, pues, se refiere tanto a la potestas docendi et sanctificandi como a la potestas regendi. Por lo demás —continúa el Directorio—, hay que decir que tales tendencias no favorecen la verdadera promoción del laicado, pues a menudo ese clericalismo lleva a olvidar la auténtica vocación y misión eclesial de los laicos en el mundo» 7. Los presbíteros deben respetar la debida libertad de los laicos, estimando que «presidir la comunidad no significa dominarla, sino estar a su servicio» 8. 6. Cfr JUAN PABLO II, Audiencia general, 22.IX.1993, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 24.IX.1993, p. 3. 7. CpC, Directorio..., cit., n. 19. 8. Cfr ibidem. 328 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 275 Los laicos, de este modo, adoptarán, a la luz de los principios enunciados por el magisterio, las decisiones que en conciencia juzguen más convenientes en relación con la política, la economía, la cultura o los problemas concretos de su vida profesional o social. «La existencia, también entre los católicos, de un auténtico pluralismo de criterio y de opinión en las cosas dejadas por Dios a la libre discusión de los hombres, no sólo no se opone a la ordenación jerárquica y a la necesaria unidad del Pueblo de Dios, sino que la robustece y la defiende contra posibles impurezas» 9. En lo que afecta al ejercicio del apostolado, los laicos no necesitan el mandato de la jerarquía —aunque puedan recibirlo para determinadas tareas—, sino que son invitados a que «emprendan sus obras por propia iniciativa» (PO, 9; cfr CD, 37), conforme a su radical condición de cristianos. Función del sacerdote será suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, así como valorar todos los carismas que el Espíritu ofrece a los creyentes para la edificación de la Iglesia (cfr PDV, 74). «Más concretamente —añade el Directorio—, el párroco, siempre en la búsqueda del bien común de la Iglesia, favorecerá las asociaciones de fieles y los movimientos que se propongan finalidades religiosas, acogiéndolas a todas y ayudándolas a encontrar la unidad entre sí, en la oración y en la acción apostólica» 10. «Entre los dones que se hallan abundantemente en los fieles, merecen especial cuidado aquellos por los que no pocos son atraídos a una vida espiritual más elevada» (PO, 9). El presbítero, como servidor de todos, debe mostrarse sensible a lo que Juan Pablo II denomina «las nuevas exigencias de los laicos, que tienen más deseos de seguir el camino de la perfección cristiana que presenta el Evangelio» 11. En consecuencia, sigue el Pontífice, «hay que recomendar vivamente a los presbíteros un nuevo reconocimiento y una nueva entrega al ministerio del confesonario y de la dirección espiritual» 12. 9. Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, Madrid 1977, p. 34. 10. CpC, Directorio..., cit., n. 30. 11. JUAN PABLO II, Audiencia general, 22.IX.1993, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 24.IX.1993, p. 3. 12. Ibidem. 329 c. 276 276 Libro II. Pueblo de Dios § 1. In vita sua ducenda ad sanctitatem persequendam peculiari ratione tenentur clerici, quippe qui, Deo in ordinis receptione novo titulo consecrati, dispensatores sint mysteriorum Dei in servitium Eius populi. § 2. Ut hanc perfectionem persequi valeant: 1.º imprimis ministerii pastoralis officia fideliter et indefesse adimpleant; 2.º duplici mensa sacrae Scripturae et Eucharistiae vitam suam spiritualem nutriant; enixe igitur sacerdotes invitantur ut cotidie Sacrificium eucharisticum offerant, diaconi vero ut eiusdem oblationem cotidie participent; 3.º obligatione tenentur sacerdotes necnon diaconi ad presbyteratum aspirantes cotidie liturgiam horarum persolvendi secundum proprios et probatos liturgicos libros; diaconi autem permanentes eandem persolvant pro parte ab Episcoporum conferentia definita; 4.º pariter tenentur ad vacandum recessibus spiritualibus, iuxta iuris particularis praescripta; 5.º sollicitantur ut orationi mentali regulariter incumbant, frequenter ad paenitentiae sacramentum accedant, Deiparam Virginem peculiari veneratione colant, aliisque mediis sanctificationis utantur communibus et particularibus. § 1. Los clérigos en su propia conducta, están obligados a buscar la santidad por una razón peculiar, ya que, consagrados a Dios por un nuevo título en la recepción del orden, son administradores de los misterios del Señor en servicio de su pueblo. § 2. Para poder alcanzar esta perfección: 1.º cumplan ante todo fiel e incansablemente las tareas del ministerio pastoral; 2.º alimenten su vida espiritual en la doble mesa de la sagrada Escritura y de la Eucaristía; por eso, se invita encarecidamente a los sacerdotes a que ofrezcan cada día el Sacrificio eucarístico, y a los diáconos a que participen diariamente en la misma oblación; 3.º los sacerdotes, y los diáconos que desean recibir el presbiterado, tienen obligación de celebrar todos los días la liturgia de las horas según sus libros litúrgicos propios y aprobados; y los diáconos permanentes han de rezar aquella parte que determine la Conferencia Episcopal; 4.º están igualmente obligados a asistir a los retiros espirituales, según las prescripciones del derecho particular; 5.º se aconseja que hagan todos los días oración mental, accedan frecuentemente al sacramento de la penitencia, tengan peculiar veneración a la Virgen Madre de Dios y practiquen otros medios de santificación tanto comunes como particulares. FUENTES: § 1: c. 124; PIUS PP. XI, Enc. Firmissimam constantiam, 28 mar. 1937 (AAS 29 [1937] 190-199); LG 28, 41; PO 12, 13 § 2, 1.º: LG 41; PO 12, 14, 18, 19; UT 913-915; DPME 109 § 2, 2.º: PIUS PP. XII, All., 24 iun. 1939 (AAS 31 [1939] 249); MD 562-566, 568-576; PIUS PP. XII, Adh. Ap. Menti nostrae, 26 sep. 1950 (AAS 42 [1950] 666-673); IOANNES PP. XXIII, Enc. Sacerdotii nostri primordia, 1 aug. 1959 (AAS 51 [1959] 545-579); DV 25; PO 14, 18, 19; SDO 26; RFS 53; UT 913-915 330 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 276 § 2, 3.º: c. 135; MD 581-583; PIUS PP. XII, Adh. Ap. Menti nostrae, 26 sep. 1950 (AAS 42 [1950] 669); SC 86-99; SDO 27; PAULUS PP. VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus, 24 iun. 1967, 28 (AAS 59 [1967] 668); PAULUS PP. VI, Const. Ap. Laudis canticum, 1 nov. 1970 (AAS 63 [1970] 534); IGLH 17, 29; UT 913-915 § 2, 4.º: c. 127; PIUS PP. XI, Const. Ap. Summorum Pontificum, 25 iul. 1922 (AAS 14 [1922] 420-422); PIUS PP. XI, Enc. Mens nostra, 20 dec. 1929 (AAS 21 [1929] 689-706); CD 16; PO 10; SDO 28; UT 913-915; DPME 110 § 2, 5º: c. 125; PIUS PP. XII, Adh. Ap. In auspicando, 28 iun. 1948 (AAS 40 [1948] 374-375); LG 66; PO 18; SDO 26; UT 913-915; PAULUS PP. VI, Adh. Ap. Marialis cultus, 2 feb. 1974, 43-51 (AAS 66 [1974] 153-160); IOANNES PAULUS pp. II, Ep. Novo incipiente, 8 apr. 1979 (AAS 71 [1979] 412, 415, 416) CONEXOS: cc. 278-279, 388, 429, 534, 904, 1173-1175 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. La obligación de buscar la santidad ocupa la primacía ontológica entre todos los deberes de los clérigos. El peculiar estilo de vida que configura el estatuto canónico de los sacerdotes se concibe como una derivación de la orientación radical de la vida del presbítero hacia la santidad, perfección de la caridad en el servicio a Dios y a los hermanos. A este principio responde la sistemática del Decr. Presbyterorum Ordinis y del propio CIC 83 1. Resultaría incorrecto infravalorar el carácter de las normas del CIC, reduciéndolas a prescripciones de índole moral. Son, por el contrario, verdaderas normas jurídicas promulgadas por el legislador supremo, que se fundan, en gran parte, sobre el Derecho divino. En tal sentido, el c. 276 establece un deber que tiene una vertiente jurídica y no solamente una dimensión moral. Las notas esenciales de la juridicidad de una obligación son dos. La primera es la externidad. El derecho —y el correlativo deber— nace y se desarrolla en una relación social, como algo que hay que dar y, por lo tanto, como algo comunicable. La segunda es la alteridad. El derecho es lo debido; el derecho propio de un sujeto se hace derecho precisamente en cuanto está en relación con el deber de otro. Pues bien, ambas notas aparecen en la obligación que se formaliza en el c. 276. Presenta una dimensión externa que se proyecta sobre unos sujetos titulares del derecho, que son los miembros del Pueblo de Dios y, en particular, los fieles a quienes el presbítero sirve con su ministerio. Así lo recuerda explícitamente el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros: «El cuidado 1. Cfr PO, cap. III: «Sobre la vida de los presbíteros»: I. Vocación de los presbíteros a la perfección (nn. 12-14); II. Exigencias espirituales propias de la vida de los presbíteros (nn. 1517); III. Medios para la vida de los presbíteros (nn. 18-21). 331 c. 276 Libro II. Pueblo de Dios de la vida espiritual se debe sentir como una exigencia gozosa por parte del mismo sacerdote, pero también como un derecho de los fieles que buscan en él —consciente o inconscientemente— al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro en quien se puede confiar en los momentos difíciles de la vida para hallar consuelo y confianza» 2. No contradice lo anterior el hecho de que la eficacia sacramental —consecuencia de la configuración con Cristo mediante el sacramento del orden— sea independiente en cuanto a sus efectos esenciales de la santidad del ministro. El empeño de santificación personal continúa siendo necesario para la realización de lo que podría denominarse la plenitud de eficacia del servicio ministerial. Tampoco se excluye esta obligación del ámbito de la juridicidad por razón de que no resulte coaccionable. Así sucede en muchas manifestaciones del deber jurídico. La coactividad es una nota común a muchos derechos, pero no es nota esencial del derecho: no son coaccionables aquellos que consisten en prestaciones personalísimas. Sin embargo, tales derechos no coaccionables son verdaderos derechos, porque son verdaderas deudas en justicia. 2. El c. 276 se hace eco de la profundización teológica del Concilio Vaticano II en torno a la vocación a la santidad de todos los fieles en la Iglesia. De ahí que elimine la referencia a la mayor santidad exigible a los presbíteros en relación con los seglares, de la que hablaba el c. 124 del CIC 17, en evidente contraste con la posterior afirmación conciliar de la llamada a la santidad de todos los fieles sin distinción (cfr LG, 40). El § 1 del canon que comentamos se expresa en términos de gran riqueza teológica, que remiten literalmente a PO, 12. El magisterio pontificio reciente sobre la santidad de los presbíteros ha encontrado una expresión particularmente elocuente en el n. 27 de PDV. «El Espíritu Santo recibido en el sacramento del orden —se lee en ese lugar— es fuente de santidad y llamada a la santificación, no sólo porque configura al sacerdote con Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia y le confía la misión profética, sacerdotal y real para que la lleve a cabo personificando a Cristo, sino también porque anima y vivifica su existencia de cada día, enriqueciéndola con dones y exigencias, con virtudes y fuerzas que se compendian en la caridad pastoral». La santidad sacerdotal se especifica, en primer lugar, en virtud del título, porque los presbíteros son llamados «no sólo en cuanto bautizados, sino también y específicamente en cuanto presbíteros» (PDV, 19). También son específicos y originales los modos como vive un presbítero su seguimiento de Jesucristo Cabeza y Pastor. El radicalismo evangélico característico de los sacerdotes es una exigencia «no sólo porque están en la Iglesia, sino también 2. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 39. 332 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 276 porque están al frente de ella, al estar configurados con Cristo Cabeza y Pastor, capacitados y comprometidos para el ministerio ordenado, vivificados por la caridad pastoral» (PDV, 27). Dentro de este radicalismo, y como manifestación del mismo, «se encuentra un rico florecimiento de múltiples virtudes y exigencias éticas, que son decisivas para la vida pastoral y espiritual del sacerdote, como, por ejemplo, la fe, la humildad ante el misterio de Dios, la misericordia, la prudencia» (PDV, 27). El radicalismo evangélico propio del presbítero no entraña superioridad en relación con otros modos cristianos de vivir la santidad ni asimilación al radicalismo específico de la vida religiosa. Los consejos evangélicos que debe practicar no se limitan a los tres clásicos de pobreza castidad y obediencia, aunque también ha de vivir estas virtudes, conforme a su particular posición en la Iglesia, como expresiones privilegiadas de su seguimiento radical de Jesucristo, Cabeza y Pastor, Esposo y Siervo (cfr PDV, 28-30). La temática referente a la espiritualidad sacerdotal presenta claras conexiones con la relativa a la santidad. En los debates conciliares sobre PO se planteó profusamente, aunque no se diera una respuesta en términos definitivos. Existe una espiritualidad sacerdotal básica que se funda radicalmente en la consagración y misión que confiere el sacramento del orden. Ésa es la línea argumentativa de PO en sus nn. 12-14, que presenta la unidad de vida como el ideal al que debe orientarse la conducta sacerdotal. Además, «es necesario que el sacerdote tenga conciencia de que su ‘estar en la Iglesia particular’ constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana» (PDV, 31). La condición de incardinado se presenta, de este modo, con una potencialidad suficiente 3 para hacer de ella un camino de santidad. La suficiencia, sin embargo, no implica exclusividad: «En el caminar hacia la perfección pueden ayudar también otras inspiraciones o referencias a otras tradiciones de vida espiritual capaces de enriquecer la vida sacerdotal de cada uno y de animar el presbiterio con ricos dones espirituales» (PDV, 31). 3. El § 2 del c. 276 procede a la indicación de los medios para alcanzar la perfección 4. El precepto en su conjunto tiene un radical contenido jurídico, aunque los diferentes medios resulten urgidos de diverso modo. 3. Cfr T. RINCÓN-PÉREZ, Sobre algunas cuestiones canónicas a la luz de la Exh. Apost. «Pastores dabo vobis», en «Ius Canonicum» 65 (1993), p. 346. 4. La CpC, en el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, puntualiza la relación de medios adecuados para la vida espiritual del presbítero, y remite en cada caso a los textos del magisterio reciente. Conviene tener en cuenta el desarrollo que, sobre los aspectos particulares de la espiritualidad sacerdotal, lleva a cabo el citado Directorio, especialmente en su cap. II. 333 c. 276 Libro II. Pueblo de Dios El ejercicio del ministerio sagrado es el fin que se propone quien recibe el sacramento del orden y es también el ámbito natural de ejercicio de todas las virtudes sacerdotales. De ahí que el fiel cumplimiento de la tarea pastoral aparezca como presupuesto necesario de la santificación del sacerdote. El ministerio sacerdotal alcanza su punto culminante en la celebración de la sagrada Eucaristía 5. Por eso, el sacrificio eucarístico es «el centro y la raíz de toda la vida del presbítero» (PO, 14), y su celebración, el oficio principal. Este deber puede ser más perentorio como consecuencia de una obligación especial unida al cargo 6. Dos acciones son urgidas mediante el empleo de la expresión obligatione tenentur, utilizada en el CIC para cualificar los mandatos de mayor rango 7: el rezo de la liturgia de las horas y la asistencia a los retiros espirituales. La liturgia de las horas forma parte del culto público de la Iglesia 8 y su celebración constituye obligación grave de los clérigos, aunque el mandato no alcanza a todas las horas por igual; afecta principalmente a las horas de Laudes y Vísperas, «el doble quicio sobre el que gira el oficio cotidiano» (SC, 89), que no omitirán si no es por causa grave (cfr IGLH, 29). La norma codicial en esta materia —lo mismo que las disposiciones emanadas con posterioridad a la reestructuración de la liturgia de las horas realizada por el Concilio Vaticano II 9— se encuentra en perfecta continuidad con la normativa anterior y no modifica esa obligatoriedad (c. 135 CIC 17). El recurso a la epiqueya para omitir el rezo sólo cabe —según una respuesta de la SCSCD— en casos singulares de verdadera imposibilidad: «Formanda est enim sacerdotum conscientia, ut in casu singulari verae impossibilitatis sana aequitate, seu epieikeia, uti valeant» 10. Entre las causas excusantes se encuentra, por supuesto, la legítima dispensa, ya que la obligación de rezar el Oficio divino no es de ley natural o divino positiva, sino de ley eclesiástica. La posibilidad de conmutación de este deber por el rezo de otras oraciones cabe en la medida y el modo en que esté expresamente autorizado por el propio Ordinario. En términos de estricta obligación se formaliza también el deber de asistencia a los retiros espirituales 11. Esta prescripción debe interpretarse en el contexto del derecho y deber del sacerdote a la formación permanente. 5. Cfr LG, 28; cfr también CpC, Directorio..., cit., nn. 48-50. 6. Así, p. ej., el c. 388, referido a los Obispos; el c. 429, al administrador diocesano y el c. 534, al párroco. 7. Cfr, p. ej., c. 277 § 1, sobre el celibato de los clérigos; c. 1247, sobre la obligación de todos los fieles de participar en la Santa Misa los días de precepto. 8. Cfr CpC, Directorio..., cit., n. 50. 9. Cfr Const. Ap. Laudis canticum, 1.XI.1970, n. 8; IGLH, 29 (con las modificaciones introducidas en 1983), en «Notitiae» 206 (1983), p. 555. 10. «Notitiae» 249 (1987), p. 250. 11. Cfr CpC, Directorio..., cit., n. 85. 334 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 276 El c. 276 menciona aún otros medios que el sacerdote debe emplear en la tarea de la propia santificación. La oración mental, por la que «los presbíteros buscan y fervorosamente piden a Dios aquel espíritu de verdadera adoración (por el que) se unan más íntimamente con Cristo, mediador del Nuevo Testamento» 12; la recepción frecuente del sacramento de la penitencia «cuya práctica metódica permite al presbítero formarse una imagen realista de sí mismo, con la consiguiente conciencia de ser también él hombre frágil y pobre, pecador entre los pecadores y necesitado de perdón» 13; la devoción a la Santísima Virgen, que es para el sacerdote modelo perfecto de su vida y de su ministerio 14. 12. PO, 18; cfr también CpC, Directorio..., cit., nn. 38-42. 13. RP, 31. Cfr CpC, Directorio..., cit., nn. 53-54. 14. Cfr CpC, Directorio..., cit., n. 68. 335 c. 277 277 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Clerici obligatione tenentur servandi perfectam perpetuamque propter Regnum coelorum continentiam, ideoque ad caelibatum adstringuntur, quod est peculiare Dei donum, quo quidem sacri ministri indiviso corde Christo facilius adhaerere possunt atque Dei hominumque servitio liberius sese dedicare valent. § 2. Debita cum prudentia clerici se gerant cum personis, quarum frequentatio ipsorum obligationem ad continentiam servandam in discrimen vocare aut in fidelium scandalum vertere possit. § 3. Competit Episcopo dioecesano ut hac de re normas statuat magis determinatas utque de huius obligationis observantia in casibus particularibus iudicium ferat. § 1. Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres. § 2. Los clérigos han de tener la debida prudencia en relación con aquellas personas cuyo trato puede poner en peligro su obligación de guardar la continencia o ser causa de escándalo para los fieles. § 3. Corresponde al Obispo diocesano establecer normas más concretas sobre esta materia y emitir un juicio en casos particulares sobre el cumplimiento de esta obligación. FUENTES: § 1: cc. 132, 133 § 1; PO 16; UT 912-913 § 2: c. 133 § 3; PO 16 § 3: c. 133 § 3 CONEXOS: cc. 247, 291, 1037, 1087 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. En el § 1 de este canon se pueden distinguir dos distintos contenidos en torno al celibato de los clérigos. Primeramente, la formulación de la ley en sus precisos términos jurídicos, y, en segundo lugar, su calificación teológica. No corresponde a la índole de este comentario centrarse sobre los aspectos propiamente teológico-espirituales del celibato sacerdotal 1. Baste subrayar aquí la consideración que el celibato recibe en el § 1 del presente canon como 1. La literatura sobre el particular es muy abundante. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31.I.1994, nn. 57-60, ha expuesto una vez más, sintética y autorizadamente, la doctrina de la Igesia. 336 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 277 un don de Dios sumamente adecuado para quienes ejercen el ministerio sagrado, en atención a la profunda sintonía que guarda con su misión 2. El vínculo del celibato libremente asumido es signo de la realidad esponsal que se realiza en la ordenación sagrada y tiene prioritariamente carácter teologal y moral; pero además se encuentra «sancionado por un preciso vínculo jurídico, del que deriva la obligación moral de la observancia» 3. Merece un juicio favorable la recuperación de la expresión continencia perfecta y perpetua —de honda raigambre canónica— en lugar del término castidad —empleado en el c. 132 del CIC 17—, porque contribuye a destacar que la virtud conviene igualmente a todos los fieles en cualquiera de las condiciones de vida en que se hallen. Desde la perspectiva jurídica la ley del celibato produce los efectos siguientes: a) Genera el impedimento de orden sagrado con relación al matrimonio. La nulidad del matrimonio de los ordenados in sacris cuenta con una larga tradición en la Iglesia. Así se dispuso inicialmente en normas de Derecho particular, que posteriormente fueron recogidas por disposiciones pontificias y Concilios generales. El c. 1072 del CIC 17, por su parte, señaló de forma taxativa que «inválidamente atentan contraer matrimonio los clérigos que han recibido órdenes sagradas». En términos prácticamente idénticos se expresa el vigente c. 1087 (vide comentario). b) El ordenamiento canónico reacciona frente a la inobservancia de la ley del celibato con una serie de cautelas y sanciones. A tenor del c. 194 § 1,3.º, en efecto, el clérigo que atenta contraer matrimonio, aunque sea sólo civil, queda de propio derecho removido del oficio eclesiástico; la mencionada conducta genera asimismo una irregularidad para recibir ulteriores órdenes (c. 1041,3.º) o para ejercer las ya recibidas (c. 1044 § 1,3.º); y da lugar a la aplicación de la pena de suspensión latae sententiae (c. 1394). A la censura anterior puede añadirse, en caso de que aumente la contumacia y continúe el escándalo, penas expiatorias de privación ferendae sententiae facultativas, que pueden aumentar hasta llegar a la máxima, que es la expulsión del estado clerical. c) La ley del celibato es susceptible de dispensa, pero ésta no se sigue inmediatamente de la pérdida del estado clerical, sino que requiere tramitación separada y concesión especial en cada caso del Romano Pontífice. Este modo de proceder en cuanto a la dispensa del celibato ha sido tradicional en el Derecho canónico. Resultó modificado mediante las Normas de la SCDF, de 13.I.1971, en virtud de las cuales la reducción al estado laical se efectuaba por rescripto, que comprendía inseparablemente la pérdida de la condición clerical y la dispensa del celibato. Normas posteriores de la misma 2. Cfr CpC, Directorio..., cit., n. 60. 3. CpC, Directorio..., cit., n. 59. 337 c. 277 Libro II. Pueblo de Dios Congregación, de 14.X.1980, restablecieron la praxis anterior de tramitación separada de los dos tipos de solicitudes y la intervención especial del Romano Pontífice, que, finalmente, ha cristalizado en el vigente c. 291 del CIC. 2. La disciplina actual sobre el celibato en la Iglesia católica latina responde a una tradición antiquísima que remite al propio Cristo, si bien —como ha recordado Juan Pablo II— «Jesús no promulgo una ley, sino que propuso un ideal del celibato para el nuevo sacerdocio que instituía. Este ideal se ha afirmado cada vez más en la Iglesia. Puede comprenderse que en la primera fase de propagación y desarrollo del cristianismo un gran número de sacerdotes fueran hombres casados, elegidos y ordenados siguiendo la tradición judaica (...). Es una fase de la Iglesia en vías de organización y, por decirlo así, de experimentación de lo que, como disciplina de los estados de vida, corresponde mejor al ideal y a los consejos que el Señor propuso. Basándose en la experiencia y en la reflexión, la disciplina del celibato ha ido afirmándose paulatinamente, hasta generalizarse en la Iglesia occidental, en virtud de la legislación canónica. No era sólo la consecuencia de un hecho jurídico y disciplinar: era la maduración de una conciencia eclesial sobre la oportunidad del celibato sacerdotal por razones no sólo históricas y prácticas, sino también derivadas de la congruencia, captada cada vez mejor, entre el celibato y las exigencias del sacerdocio» 4. A esa congruencia alude el c. 277 cuando contempla el celibato como «un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres». El magisterio de la Iglesia es constante en la afirmación de que el celibato, aunque no pertenezca a la esencia del sacerdocio como orden (PO, 16), forma parte de la lógica de la consagración. Y se ilustra con razones como las siguientes: favorece «una adhesión más plena a Cristo, amado y servido con un corazón indiviso (cfr 1 Cor 7, 32-33); una disponibilidad más amplia al servicio del reino de Cristo y a la realización de las propias tareas en la Iglesia; la opción más exclusiva de una fecundidad espiritual (cfr 1 Cor 4, 15); y la práctica de una vida más semejante a la vida definitiva del más allá y, por consiguiente, más ejemplar para la vida de aquí» 5. La disciplina de otras Iglesias orientales, «que admiten al sacerdocio a hombres casados, no se contrapone a la de la Iglesia latina: de hecho, las mismas Iglesias orientales exigen el celibato de los Obispos; tampoco admiten el matrimonio de los sacerdotes y no permiten sucesivas nupcias a los ministros que enviudaron. Se trata, siempre y solamente, de la ordenación de hombres que estaban ya casados» 6. 4. JUAN PABLO II, Audiencia general, 17.VII.1993, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 23.VII.1993, p. 2. 5. Ibidem. 6. CpC, Directorio..., cit., n. 60. 338 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 277 3. El Concilio Vaticano II introdujo una modificación en el régimen del celibato de los clérigos mediante la admisión al orden de los diáconos de varones casados de edad madura (cfr LG, 29; SDO; AP). Se excluye para éstos, no obstante, la posibilidad de matrimonio posterior (cfr AP, 64). Los intentos de eliminar esa prohibición, durante los trabajos de elaboración del CIC, no tuvieron éxito y permanece el impedimento de orden para los diáconos viudos. 4. Los §§ 2 y 3 del c. 277 se refieren a las cautelas necesarias en el trato con personas que puedan poner en peligro la obligación de guardar la continencia o ser causa de escándalo para los fieles. «Está claro —recuerda el Directorio— que, para garantizar y custodiar este don en un clima de sereno equilibrio y de progreso espiritual, deben ser puestas en práctica todas aquellas medidas que alejan al sacerdote de toda posible dificultad» 7. Aunque el espíritu de la norma es el mismo que inspiraba el c. 133 del CIC 17, la referencia es ahora genérica y se remite la regulación pormenorizada, si fuera necesaria, a la legislación particular. Además de la alusión, ya contenida en el canon que comentamos, relativa a la prudencia en las relaciones con las personas cuya proximidad pueda poner en peligro la fidelidad a este don e incluso suscitar el escándalo de los fieles, el Directorio reclama no frecuentar lugares ni asistir a espectáculos o realizar lecturas que puedan poner en peligro la observancia de la castidad en el celibato. En el uso de los medios de comunicación social, como agentes o como usufructuarios —añade el mismo documento—, «observen la necesaria discreción y eviten todo lo que pueda dañar la vocación» 8. Los diáconos permanentes no casados se encuentran sujetos a la norma del c. 277 exactamente de la misma manera que los presbíteros, también en aquello que establece el § 2. Los diáconos casados, en cambio, no se encuentran obligados a la guarda de la continencia perfecta y perpetua y pueden proseguir con normalidad la vida conyugal. En ese supuesto, como es lógico, las prescripciones del § 2 habrán de acomodarse a sus particulares circunstancias de personas ligadas por el vínculo de la fidelidad matrimonial y, al mismo tiempo, por el de la consagración al ministerio. 7. CpC, Directorio..., cit., n. 60. 8. Ibidem. 339 c. 278 278 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Ius est clericis saecularibus sese consociandi cum aliis ad fines statui clericali congruentes prosequendos. § 2. Magni habeant clerici saeculares praesertim illas consociationes quae, statutis a competenti auctoritate recognitis, per aptam et convenienter approbatam vitae ordinationem et fraternum iuvamen, sanctitatem suam in ministerii exercitio fovent, quaeque clericorum inter se et cum proprio Episcopo unioni favent. § 3. Clerici abstineant a constituendis aut participandis consociationibus, quarum finis aut actio cum obligationibus statui clericali propriis componi nequeunt vel diligentem muneris ipsis ab auctoritate ecclesiastica competenti commissi adimpletionem praepedire possunt. § 1. Los clérigos seculares tienen derecho a asociarse con otros para alcanzar fines que estén de acuerdo con el estado clerical. § 2. Los clérigos seculares han de tener en gran estima sobre todo aquellas asociaciones que, con estatutos revisados por la autoridad competente, mediante un plan de vida adecuado y convenientemente aprobado así como también mediante la ayuda fraterna, fomentan la búsqueda de la santidad en el ejercicio del ministerio y contribuyen a la unión de los clérigos entre sí y con su propio Obispo. § 3. Absténganse los clérigos de constituir o participar en asociaciones, cuya finalidad o actuación sean incompatibles con las obligaciones propias del estado clerical o puedan ser obstáculo para el cumplimiento diligente de la tarea que les ha sido encomendada por la autoridad eclesiástica competente. FUENTES: § 1: PO 8; DPME 109c § 2: PO 8; UT 920 § 3: SCSO Resp. 8 iul. 1927 (AAS 19 [1927] 278); SCC Resp., 4 feb. 1929 (AAS 21 [1929] 42); SCSO Resp., 11 ian. 1951 (AAS 43 [1951] 91); UT 912913 CONEXOS: cc. 215, 223, 276, 279, 287 § 2, 298 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El derecho de asociación es un derecho natural, fundado sobre la dignidad de la persona humana y, por lo tanto, ejercible en la esfera jurisdiccional de la Iglesia. Todos los fieles «pueden dar vida a una asociación en la Iglesia en virtud de la confluencia de su libre voluntad, siempre que se persiga la consecución 340 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 278 de fines legítimos y, evidentemente, respetando la constitución jerárquica del Pueblo de Dios» 1. El § 1 reconoce genéricamente a los clérigos seculares el derecho a asociarse con otros para alcanzar fines que estén de acuerdo con el estado clerical 2. «Desde la antigüedad, muchos sacerdotes seculares han sentido la necesidad y conveniencia de valerse de ventajas personales derivadas del hecho de reunirse con otros en asociación para cultivar la vida espiritual, favorecer la cultura eclesiástica, ejercer obras de caridad y de piedad y para conseguir otros fines en plena conformidad con su consagración sacramental y su divina misión» 3. Junto a la esfera propia de la función ministerial, que genera un vínculo sacramental y jurídico de dependencia respecto del Ordinario propio en todo lo referente al cumplimiento de los encargos pastorales, coexiste un legítimo ámbito personal de autonomía, de libertad y responsabilidad personales. Así acontece, por ejemplo, en lo que se refiere al aspecto cultural, económico, social o espiritual. Esas esferas de libre actuación pueden resultar comprometidas mediante la voluntaria integración del clérigo en asociaciones eclesiales o civiles, siempre que —en este último caso— sus fines guarden sintonía con las exigencias de la condición clerical. El ejercicio del derecho de asociación no entra en concurrencia con la integración de los clérigos en el presbiterio diocesano, porque son realidades que actúan en planos diversos. El presbiterio, que es la primera forma de unión de los presbíteros (cfr PO, 8), no constituye asociación de clérigos, sino que es una forma de organización del ministerio que encuentra su causa en la incardinación 4. 2. El c. 278, aunque ampara el derecho de asociación de los clérigos en todas sus variedades, considera específicamente el fenómeno del asociacionismo de los clérigos seculares entre sí. Más aún, en sintonía con el texto conciliar del que trae origen (PO, 8) se interesa sobre todo —como se deduce del § 2— por aquellas asociaciones sacerdotales que fomentan la santidad de sus miembros a través del ministerio y la unión entre los sacerdotes y con el propio Obispo. Quedan fuera de su ámbito las formas asociativas que genera la vida consagrada, las sociedades de vida apostólica y las asociaciones clericales que hacen suyo el ejercicio del orden sagrado e incardinan a sus miembros en la misma 1. A. DEL PORTILLO, Le associazioni sacerdotali, en Liber amicorum Monseigneur Onclin, Gembloux 1976, p. 137. 2. Un estudio completo y actualizado de la materia en R. RODRÍGUEZ-OCAÑA, Las asociaciones de clérigos en la Iglesia, Pamplona 1989. 3. SCpC, Decl., 8.III.1982, I. 4. En ese sentido se ha pronunciado recientemente la CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 17. 341 c. 278 Libro II. Pueblo de Dios sociedad. Tampoco se refiere específicamente a aquellas asociaciones de fieles, públicas o privadas, en las que los clérigos trabajan junto con los laicos. Como se ha dicho más arriba, el c. 278 se ocupa de las asociaciones de clérigos destinadas a favorecer la santidad de sus miembros, precisamente en el perfecto cumplimiento de los deberes ministeriales inherentes al sacerdocio. Y esas asociaciones son las que merecen, como advierte el Concilio Vaticano II, un particular aprecio y una promoción diligente por parte de la Iglesia (cfr PO, 8) 5. La función de promoción, como sostiene del Portillo, resultará cumplida, de ordinario, mediante la simple conformidad de la autoridad eclesial con la iniciativa, «revisando los estatutos con la oportuna solicitud e indicando de modo constructivo las correcciones que parezcan verdaderamente necesarias; a ello podría añadirse, cuando se considere oportuno, la alabanza o la recomendación de la asociación» 6. Es también competencia de la Jerarquía la función de vigilancia —bien distinta de la intervención en el régimen interno de la asociación— que tiene por finalidad «evitar que la actividad de la asociación pueda atentar contra el bien común o hacer difícil el cumplimiento de las obligaciones propias de los clérigos, o ser causa de desviaciones en materia doctrinal (acerca de la naturaleza del sacerdocio ministerial, el fin propio de la Iglesia, etc.)» 7. 3. En esa misma línea de tutela del bien común se encuentra el mandato del § 3, mediante el que se prohíbe a los clérigos —el precepto de abstención entraña prohibición— constituir o participar en asociaciones cuya finalidad o actuación sean incompatibles con las obligaciones propias del estado clerical o puedan ser obstáculo para el cumplimiento de la tarea que les haya sido encomendada por la autoridad eclesiástica competente. El canon cumple el cometido propio de un texto jurídico, que no ha de limitarse a repetir las formulaciones del magisterio, sino que debe preocuparse de afrontar y resolver los más relevantes problemas que el fenómeno asociativo genera hoy en la vida de la Iglesia 8. El texto que comentamos es una aplicación del principio general de la limitación del ejercicio de los derechos en atención a las exigencias del bien común, al respeto de los derechos ajenos y al cumplimiento de los deberes respecto a otros, según lo que establece el c. 223 § 1. No nos encontramos, por lo tanto, ante una limitación de la libertad de los clérigos, sino ante un requerimiento de utilización de la libertad conforme a la condición jurídica subjetiva asumida como fruto, justamente, de la propia libertad. 5. Tal aprecio ha sido puesto una vez más de relieve por la CpC, Directorio..., cit., n. 29. 6. A. DEL PORTILLO, Le associazioni sacerdotali..., cit., p. 147. 7. Ibidem, p. 148. 8. Cfr G. FELICIANI, I diritti fondamentali dei cristiani e l’esercizio dei «munera docendi et regendi», en Les droits fondamentaux du chrétien dans l’Église et dans la société, Fribourg 1981, p. 237. 342 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 278 Una Declaración de la SCpC, de 8.III.1982, sale al paso de posibles abusos en el ejercicio del derecho de asociación de clérigos, que pueden conducir a la ruptura del vínculo de comunión eclesiástica. Se refiere a las asociaciones políticas y a las que pretenden agrupar a los diáconos y presbíteros en una especie de sindicato profesional 9. Las primeras se rechazan porque ponen en la sombra la misión sacerdotal y rompen la comunión eclesial; las segundas, porque conciben el ejercicio de las funciones del sacerdocio del mismo modo que una relación de trabajo, perdiendo las raíces sacramentales del ministerio, y se convierten en auténticos grupos de presión para obtener reformas inadecuadas o falsas en la misma estructura de la Iglesia o imponer los propios puntos de vista en aquello que concierne al trabajo pastoral que deben ejercer los ministros sagrados. El documento recuerda a la Jerarquía el derecho y el deber que tiene de vigilar, controlar, prohibir y sancionar con penas, incluso con censuras, a los clérigos que funden o tomen parte en este tipo de asociaciones 10. 4. Es evidente que el derecho de asociación se configura con carácter puramente instrumental respecto al ejercicio de aquel otro que, en cuanto fiel, también es propio del clérigo: el derecho a la propia espiritualidad. Desde este punto de vista —señala el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros—, «hay que respetar con gran cuidado el derecho de cada sacerdote diocesano a practicar la propia vida espiritual del modo que considere más oportuno, siempre de acuerdo —como es obvio— con las características de la propia vocación, así como con los vínculos que de ella derivan» 11. 9. Cfr A. DE LA HERA, El derecho de asociación de los clérigos y sus limitaciones, en «Ius Canonicum» 23 (1983), pp. 171-197. 10. Sobre las especialidades del derecho de asociación de los diáconos permanentes, cfr Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, de 22.II.1998, de la CpC, n. 11. El estudio de esas disposiciones se hace en el comentario al canon 288. 11. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, cit., n. 88. 343 c. 279 279 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Clerici studia sacra, recepto etiam sacerdotio, prosequantur, et solidam illam doctrinam, in sacra Scriptura fundatam, a maioribus traditam et communiter ab Ecclesia receptam sectentur, uti documentis praesertim Conciliorum ac Romanorum Pontificum determinatur, devitantes profanas vocum novitates et falsi nominis scientiam. § 2. Sacerdotes, iuxta iuris particularis praescripta, praelectiones pastorales post ordinationem sacerdotalem instituendas frequentent atque, statutis eodem iure temporibus, aliis quoque intersint praelectionibus, conventibus theologicis aut conferentiis, quibus ipsis praebeatur occasio pleniorem scientiarum sacrarum et methodorum pastoralium cognitionem acquirendi. § 3. Aliarum quoque scientiarum, earum praesertim quae cum sacris conectuntur, cognitionem prosequantur, quatenus praecipue ad ministerium pastorale exercendum confert. § 1. Aun después de recibido el sacerdocio, los clérigos han de continuar los estudios sagrados, y deben profesar aquella doctrina sólida fundada en la sagrada Escritura, transmitida por los mayores y recibida como común en la Iglesia, tal como se determina sobre todo en los documentos de los Concilios y de los Romanos Pontífices; evitando innovaciones profanas de la terminologia y la falsa ciencia. § 2. Según las prescripciones del derecho particular, los sacerdotes, después de la ordenación, han de asistir frecuentemente a las lecciones de pastoral que deben establecerse, así como también a otras lecciones, reuniones teológicas o conferencias, en los momentos igualmente determinados por el mismo derecho particular, mediante las cuales se les ofrezca la oportunidad de profundizar en el conocimiento de las ciencias sagradas y de los métodos pastorales. § 3. Procuren también conocer otras ciencias, sobre todo aquellas que están en conexión con las sagradas, principalmente en la medida en que ese conocimiento ayuda al ejercicio del ministerio pastoral. FUENTES: § 1: c. 129; PIUS PP. XII, Adh. Ap. Menti nostrae, 26 sep. 1950 (AAS 42 [1950] 692-693); CD 16, 28; PO 19; ES I, 7; SCpC Litt. circ., 4 nov. 1969, 5 (AAS 62 [1970] 125) § 2: c. 131; SCpC Litt. circ., 4 nov. 1969, 16-25 (AAS 62 [1970] 130-134); DPME 114 § 3: PO 19; DPME 114 CONEXOS: cc. 276, 278, 283 § 2, 555 § 2,1.º COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El título relativo a los ministros sagrados cuenta con un capítulo inicial (cc. 232-264) en el que se exponen con gran amplitud los contenidos sus- 344 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 279 tanciales del derecho y el deber de la Iglesia de formar a los clérigos. El c. 279, que ahora se comenta, formaliza el deber de los ya ordenados de continuar su formación mediante el estudio de las ciencias sagradas y los métodos pastorales. La formación permanente de los clérigos fue objeto directo de consideración en los decretos conciliares CD, 16, PO, 19 y OT, 22. Se ocuparon específicamente de la materia, además, varios documentos posteriores de desarrollo, entre los que destaca la Carta Inter ea, de la SCpC, de 4.XI.1969 1. RFS, por su parte, dedica los nn. 100 y 101 a la formación sacerdotal posterior al seminario. A esta relación de documentos hay que añadir ahora el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, que actualiza en su extenso cap. III (nn. 69-97) los aspectos fundamentales del tema que aquí se trata 2. El ministerio sacerdotal puede ser considerado desde su naturaleza genérica y común a las demás profesiones y, en tal sentido, reclama una continua actualización si se quiere estar al día y ser eficaz. Pero las razones humanas quedan asumidas y especificadas por las razones sobrenaturales, que encuentran su apoyo en la índole propia del ministerio sagrado como respuesta a una vocación de Dios en el sacerdocio (cfr PDV, 70). La formación permanente es fidelidad al ministerio sacerdotal y proceso de continua conversión 3. El don del Espíritu Santo, que sostiene al presbítero en esta fidelidad, «no excluye sino que estimula la libertad del sacerdote para que coopere responsablemente y asuma la formación permanente como un deber que se le confía» (PDV, 70). Este deber no es solamente expresión de su fidelidad a Cristo, sino también «un acto de amor al pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el sacerdote. Más aún, es un acto de justicia verdadera y propia: él es deudor para con el pueblo de Dios, pues ha sido llamado a reconocer y promover el derecho fundamental de ser destinatario de la palabra de Dios, de los sacramentos y del servicio de la caridad, que son el contenido original e irrenunciable del ministerio pastoral del sacerdote. La formación permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del pueblo de Dios» (PDV, 70) 4. 2. En sintonía con el razonamiento anterior, el c. 279 entiende la formación intelectual de los sacerdotes como una tarea encaminada, sobre todo, 1. AAS 62 (1970), pp. 123-134. 2. Cfr CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994. 3. Cfr SÍNODO DE LOS OBISPOS, Asamblea general ordinaria, La formación de los presbíteros en las circunstancias actuales, Propositio, n. 31, cit. en PDV, 70. 4. Cfr también CpC, Directorio..., cit., n. 69, que se refiere al derecho de los fieles a la «buena formación» de los sacerdotes. 345 c. 279 Libro II. Pueblo de Dios a prestar solidez a los principios de la recta doctrina católica, más que a tratar sobre cuestiones de interés pasajero o a debatir proposiciones de escuela 5. De ahí la mención expresa de los tradicionales lugares teológicos a los que remite el cultivo de la verdadera ciencia sagrada. En primer lugar, la sagrada Escritura, a cuya lectura asidua y diligente estudio deben dedicarse quienes se ocupan del ministerio de la palabra, para que ninguno de ellos resulte «predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios, que no la escucha en su interior» (DV, 25); a continuación, se mencionan la tradición y el magisterio de los Concilios y de los Romanos Pontífices. Se encarece, en relación con este último punto, que «los documentos del Magisterio sean profundizados comunitariamente, bajo una guía autorizada, de modo que se facilite en la pastoral diocesana la unidad de interpretación y de praxis que tanto beneficia a la obra de la evangelización» 6. No se intreprete lo anterior en el sentido de que la formación permanente haya de reducirse a la mera repetición de lo ya conocido, sino que debe orientarse a un verdadero enriquecimiento del saber teológico. Para que pueda lograrse esta finalidad en la práctica, las normas específicas sobre formación permanente de los clérigos indican a los Obispos la necesidad de que «escojan a uno o varios presbíteros de ciencia y virtud probadas para que, como moderadores de los estudios, promuevan y dirijan las lecciones pastorales y los otros medios que se consideren necesarios para fomentar la formación científica y pastoral de los presbíteros del propio territorio» (ES, I, 7). En la medida de lo posible, deben organizarse cursos especiales con vistas a la preparación de aquellos sacerdotes que serán adscritos a la formación e instrucción permanente de los demás, y con quienes el Obispo debe mantener una relación estrecha 7. 3. Aunque el c. 279 enfoca la formación permanente de los clérigos desde la perspectiva de la obligación que grava sobre ellos, es indudable que el cumplimiento de este deber implica a la vez el derecho del clérigo a disponer de los medios oportunos. A tenor del § 2 del canon, corresponde al Obispo legislar sobre la materia. No se aprecia un cambio notable respecto de la disciplina anterior en cuanto a los medios genéricamente considerados, entre los que se mencionan las lecciones de pastoral, así como también otras lecciones, reuniones teológicas o conferencias. La novedad se encuentra en la amplia remisión al Derecho particular para concretar el modo y los tiempos para la realización de estas actividades formativas. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros señala que los contenidos de esos encuentros de estudio deben establecerse en «un preciso plan de formación de la Diócesis que, de ser posible, se actualice cada año» 8. 5. 6. 7. 8. 346 Confirma este punto el Directorio..., cit., n. 77. CpC, Directorio..., cit., n. 77. Cfr Inter ea, n. 13. Desarrolla estos puntos el Directorio..., cit., especialmente en n. 90. CpC, Directorio..., cit., n. 79. P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 279 Las normas específicas sobre la formación permanente del clero ofrecen a título orientativo —y con terminología variable 9— los siguientes instrumentos de formación: a) cursos de perfeccionamiento, previstos en especial para los sacerdotes jóvenes, pero distintos del denominado año de pastoral 10; b) los cursos de estudio, celebrados en cortos períodos de tiempo —por ejemplo, durante una semana al año o un día al mes—, o impartidos, incluso, por correspondencia, en conexión con las facultades de ciencias eclesiásticas 11; c) las reuniones sacerdotales en grupos reducidos, particularmente aptas para la exposición de las lecciones de pastoral; d) las bibliotecas —libris probatae doctrinae instructae, advierte explícitamente la norma 12; e) los tiempos de vacaciones para ampliar estudios teológicos, canonísticos o pastorales, más propiamente llamados por el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros períodos sabáticos 13. La organización y desarrollo de la formación permanente de los clérigos puede ser prudentemente confiada por el Obispo a Facultades o Institutos teológicos y pastorales, al Seminario, a organismos o federaciones empeñadas en la formación sacerdotal, o a algún otro Centro o Instituto que, según las posibilidades y la oportunidad, podrá ser diocesano, regional o nacional. «En todo caso, debe quedar garantizada la correspondencia a las exigencias de ortodoxia doctrinal, de fidelidad al Magisterio y a la disciplina eclesiástica, la competencia científica y el adecuado conocimiento de las reales situaciones pastorales 14». La consideración de la formación permanente de los clérigos desde la perspectiva del Derecho, como apuntamos anteriormente, permite comprender que ésta debe ser ajena a cualquier intento de uniformismo. A la autoridad compete el deber de vigilancia y fomento, a fin de que no quiebre la comunión eclesial, pero sin lesionar los derechos del clérigo. Éste, en el aspecto de su propia formación, goza de legítimos ámbitos de autonomía que deben ser respetados. En este sentido, el legislador canónico sugiere el fomento de aquellas instituciones que ayudan a los sacerdotes en su vida espiritual, en su actividad pastoral y singularmente —en atención a la materia de la que se ocupa el do9. Cfr., en este sentido, Inter ea, nn. 19-25 y Directorio..., cit., nn. 81-86. 10. Sobre el año de pastoral, en cuanto importante medio de formación, cfr Inter ea, nn. 16-17 y Directorio..., cit., n. 82. 11. Se apunta la posibilidad de establecerlos como obligatorios después de transcurridos diez y veinticinco años de sacerdocio. Cfr Inter ea, n. 20. 12. Cfr Inter ea, n. 22. 13. Cfr CpC, Directorio..., cit., n. 83. Advierte sobre la necesidad de evitar la consideración del período sabático como un período de vacaciones o de reivindicarlo como un derecho. Vide sobre el particular comentario al c. 283. 14. CpC, Directorio..., cit., n. 81. 347 c. 279 Libro II. Pueblo de Dios cumento— en lo que atañe a su formación intelectual 15. Entre esas instituciones ocupan un lugar destacado las asociaciones de clérigos (cfr c. 278), una de cuyas finalidades tradicionales ha sido, precisamente, favorecer la cultura eclesiástica. La prudencia pastoral aconsejará la acomodación pertinente de las normas en el caso de situaciones especiales. El Directorio, en efecto, presta atención a determinadas circunstancias —juventud, madurez, ancianidad, crisis espirituales— que deben tenerse en cuenta en la formación permanente de los clérigos 16. 15. Cfr Inter ea, n. 25 y Directorio..., cit., n. 88. 16. CpC, Directorio..., cit., nn. 93-97. 348 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 280 c. 280 Clericis valde commendatur quaedam vitae communis consuetudo; quae quidem, ubi viget, quantum fieri potest, servanda est. Se aconseja vivamente a los clérigos una cierta vida en común, que, en la medida de lo posible, ha de conservarse allí donde esté en vigor. FUENTES: c. 134; PO 8; DPME 112 CONEXOS: cc. 275 § 1, 277-278, 533 § 1, 550 §§ 1 y 2 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. La fraternidad sacerdotal viene enunciada, tanto en el CIC (c. 275 § 1) como en los textos magisteriales de referencia (PO, 8), como un principio derivado de la ontología sacramental, pero cuya concreta actuación no se precisa. El ejercicio de la cooperación y de la mutua ayuda queda a la libre determinación de los clérigos, dóciles a la acción del Espíritu Santo, que fomenta el bien de la Iglesia y la santificación de los mismos sacerdotes. Hay, sin embargo, dos aspectos relativos a la comunión presbiteral que encuentran en el CIC una referencia específica: las asociaciones de clérigos y la vida común. Este último punto es objeto del vigente c. 280. 2. Son claras las ventajas que se siguen de esta práctica: alimenta el celo y el espíritu de caridad entre los sacerdotes; ofrece a los fieles un admirable ejemplo del desprendimiento de los ministros de Dios de los propios intereses y de la propia familia; y, finalmente, es un testimonio del exquisito cuidado con que quienes practican la vida común protegen la castidad sacerdotal. La recomendación a los sacerdotes de la vida común no es una novedad respecto de la disciplina anterior. El c. 134 del CIC 17, en efecto, aconsejaba su introducción y, donde estuviera ya en uso, su mantenimiento. Podrían multiplicarse las referencias del magisterio pontificio posterior. Pablo VI invitaba a los sacerdotes a formar entre sí «una cierta vida común toda enderezada al ministerio propiamente espiritual», así como «la práctica de encuentros frecuentes, con fraternal intercambio de ideas, de planes y de experiencias entre hermanos» 1. A los pocos años de la clausura del Concilio Vaticano II, el Sínodo de los Obispos reunido para reflexionar sobre el ministerio sacerdotal manifestó tam1. PABLO VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus, n. 80. 349 c. 280 Libro II. Pueblo de Dios bién su deseo de que «se promocione entre los clérigos una cierta comunidad de vida o algún tipo de convivencia» 2. En los términos empleados por el CIC y por los textos magisteriales para referirse a la vida común de los presbíteros, puede apreciarse una clara intencionalidad de evitar expresiones que remitan a la experiencia religiosa. La vida en comunidad, dentro de la misma casa y bajo una común disciplina, es rasgo específico de los institutos religiosos y puede también serlo de otros institutos de vida consagrada. Se trata de una forma de vida común de naturaleza diversa a la que se propone para los clérigos, que, en la mayoría de los casos, no tendrá forma institucional alguna. El razonable criterio general de que párrocos y vicarios se alojen en la parroquia —el párroco, en la casa parroquial—, cerca de la Iglesia (cfr cc. 533 § 1, 550 §§ 1-2), puede conocer variaciones, con el oportuno permiso del Ordinario (cfr cc. 533 § 1, 550 § 1), y siempre que se provea adecuada y eficazmente al cumplimiento de las tareas parroquiales. El criterio general cede, sobre todo, ante el legítimo deseo de habitar en una casa común de varios presbíteros (cfr ibidem). El criterio del CIC ha sido explicitado recientemente por el Directorio sobre el ministerio y vida de los presbíteros: «Es de desear —se afirma en ese documento— que los párrocos estén disponibles para favorecer la vida en común en la casa parroquial con sus vicarios, estimándolos efectivamente como a sus cooperadores y partícipes de la solicitud pastoral; por su parte, para construir la comunión sacerdotal, los vicarios han de reconocer y respetar la autoridad del párroco» 3. Las formas diversas de practicar la comunidad de vida enunciadas en los textos de los que trae origen el c. 280 —comunidad de casa, de mesa, de oración, de descanso— responden a la diversidad de situaciones en que se encuentran los clérigos, como consecuencia de las obligaciones pastorales. Durante al año sucesivo a la ordenación —denominado año pastoral—, se recomienda especialmente practicar alguna forma de vida común. «Este período de formación podría transcurrir en una residencia destinada a propósito para este fin (casa del clero) o en un lugar que pueda constituir un preciso y sereno punto de referencia para todos los sacerdotes que están en las primeras experiencias pastorales» 4. 2. Documenta Synodi Episcoporum, en AAS 63 (1971), p. 920. 3. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 29. 4. Ibidem, n. 82. 350 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 281 c. 281 § 1. Clerici, cum ministerio ecclesiastico se dedicant, remunerationem merentur quae suae condicioni congruat, ratione habita tum ipsius muneris naturae, tum locorum temporumque condicionum, quaque ipsi possint necessitatibus vitae suae necnon aequae retributioni eorum, quorum servitio egent, providere. § 2. Item providendum est ut gaudeant illa sociali assistentia, qua eorum necessitatibus, si infirmitate, invaliditate vel senectute laborent, apte prospiciatur. § 3. Diaconi uxorati, qui plene ministerio ecclesiastico sese devovent, remunerationem merentur qua sui suaeque familiae sustentationi providere valeant; qui vero ratione professionis civilis, quam exercent aut exercuerunt, remunerationem obtineant, ex perceptis inde reditibus sibi suaeque familiae necessitatibus consulant. § 1. Los clérigos dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución conveniente a su condición, teniendo en cuenta tanto la naturaleza del oficio que desempeñan como las circunstancias del lugar y tiempo, de manera que puedan proveer a sus propias necesidades y a la justa remuneración de aquellas personas cuyo servicio necesitan. § 2. Se ha de cuidar igualmente de que gocen de asistencia social, mediante la que se provea adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o vejez. § 3. Los diáconos casados plenamente dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución tal que puedan sostenerse a sí mismos y a su familia; pero quienes, por ejercer o haber ejercido una profesión civil, ya reciben una remuneración, deben proveer a sus propias necesidades y a las de su familia con lo que cobren por ese título. FUENTES: § 1: CD 16; PO 17, 20; ES I, 4, 8; UT 921; DPME 117 § 2: CD 16; PO 21; ES I, 4, 8; UT 921 § 3: SDO IV, 19-21 CONEXOS: cc. 191 § 2, 222, 230 § 1, 231 § 2, 263, 271, 274, 288, 418 § 2, 506 § 2, 1274, 1286 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. La compensación económica del trabajo, cuando éste impide realizar otras actividades remuneradas, es un derecho natural de la persona. En tal sentido, el Concilio Vaticano II reitera un principio acogido pacíficamente a lo largo de toda la historia de la Iglesia: «los presbíteros, por su dedicación al servicio de Dios en el cumplimiento del trabajo que se les ha confiado, merecen recibir una justa remuneración, porque ‘el obrero es digno de su salario’ (Lc 351 c. 281 Libro II. Pueblo de Dios 10, 7) y porque ‘el Señor dispuso que quienes anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio’ (1 Cor 9, 14)» 1. El fundamento del derecho radica en la misma condición de ministro sagrado, aunque nace inmediatamente del vínculo de la incardinación. Sin embargo, tanto el lenguaje conciliar como el propio del CIC omiten la referencia al término ius y prefieren otros, en apariencia menos comprometidos, como por ejemplo: aequam recipiant remunerationem; remuneratio ab unoquoque percipienda; o remunerationem merentur. Por el contrario, el CIC no tiene inconveniente en reconocer expresamente ese derecho —ius habent ad honestam remunerationem— en favor de los laicos que de modo permanente o temporal se dedican a un servicio especial de la Iglesia 2. No pretende desconocerse un derecho que, como acaba de decirse, tiene un contenido natural. Se quiere destacar que, aun cuando ordinariamente el trabajo ministerial es un presupuesto de la retribución, ésta no constituye la correspondiente contrapartida. Al derecho a ser dignamente sustentado que invoca el clérigo incardinado sigue una estricta obligación de justicia por parte de la autoridad competente; pero su efectivo ejercicio, en lugar de regirse por los principios de la justicia conmutativa, lo hace por los correspondientes a la justicia distributiva 3. El servicio eclesial de los clérigos es un ministerio y no una profesión. La formalización jurídica de esa relación difícilmente puede llevarse a cabo —sin producir su radical desnaturalización— mediante la aplicación de los principios del sinalagma contractual. «La correlación entre prestación y contraprestación —escribe Bertone— debe dejar paso al hecho de que el oficio eclesiástico se funda sobre una vocación eclesial y por tanto no puede colocarse al amparo de cualquier contrato de trabajo vigente en la comunidad civil» 4. 2. La disciplina vigente sobre la materia que aborda este canon ha sufrido una transformación de gran calado como consecuencia del impulso conciliar. Esta reforma no responde a principios economicistas, sino que obedece a razones profundas de naturaleza teológica y canónica. Fundamentalmente a dos, en mutua y estrecha relación: el cambio del régimen de incardinación de clérigos y el del sistema beneficial. a) En el CIC 17 la sustentación de los clérigos estaba ligada directamente al llamado título canónico de ordenación, entendiendo por tal el conjunto 1. PO, 20. Cfr CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 67. 2. Cfr c. 231 § 2. Sobre el particular, J. DE OTADUY, El derecho a la retribución de los laicos al servicio de la Iglesia, en «Fidelium Iura» 2 (1992), pp. 187-206. 3. Cfr T. RINCÓN-PÉREZ, en VV.AA., Manual de Derecho canónico, 2.ª ed., Pamplona 1991, p. 197. 4. T. BERTONE, Obblighi e diritti dei chierici. Missione e spiritualità del presbitero nel nuovo codice, en Lo stato giuridico dei ministri sacri nel nuovo Codex juris canonici, Città del Vaticano 1984, pp. 65-66. 352 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 281 de bienes y emolumentos mediante los que se cubría legítimamente aquella necesidad. El título ordinario era el de beneficio, mientras que los de patrimonio o pensión se consideraban subsidiarios. Finalmente, el título de servicio a la diócesis conservaba carácter supletorio. El instituto de la incardinación se limitaba a cumplir una función disciplinar, mientras que la determinación del servicio y la sustentación radicaban sobre el título. El desarrollo de la doctrina sobre la naturaleza universal del sacerdocio —según la cual todo presbítero es, por el sacramento del orden, ministro de Cristo y, en consecuencia, de la Iglesia universal (cfr PO, 10)— condujo necesariamente a la revisión de las normas sobre la incardinación. Ésta vino a contemplarse como una relación de servicio ministerial —que concreta la destinación universal implicada en la recepción del sacramento del orden— y no como un simple nexo disciplinar de sujeción a un territorio. De este modo, se hizo innecesario el título de ordenación: las funciones de servicio y de sustentación que justificaban su existencia son ahora asumidas inmediatamente por la incardinación 5. b) Así se entiende —y se trata del segundo punto relativo a la disciplina sobre materia económica en el que el Concilio se muestra profundamente renovador— la siguiente afirmación de PO, 20: «abandónese el llamado sistema beneficial, o al menos refórmese de manera que la parte beneficial o derecho a las rentas, de que esté dotado el oficio, sea considerado como secundario y considérese en Derecho más importante el oficio eclesiástico mismo, que, en lo sucesivo, debe entenderse como cualquier cargo conferido de modo estable para ejercerlo con un fin espiritual». En sintonía con el mandato conciliar, el c. 1274 ordena la creación en cada diócesis de un instituto especial que recoja los bienes y oblaciones para proveer, conforme al c. 281, a la sustentación de los clérigos que prestan servicio en la diócesis. El mencionado canon consigna expresamente que a tal instituto deben incorporarse las rentas e incluso, en la medida de lo posible, la misma dote de los beneficios, conforme a lo que al respecto disponga el Derecho particular. El deber de proveer al adecuado sustento de los ministros sagrados recae radicalmente sobre los fieles beneficiarios de su servicio (c. 222). Sin embargo, esta afirmación resulta tan genérica como decir —en el ámbito estatal— que los ciudadanos tienen obligación de retribuir a los funcionarios 6. El sujeto sobre el que grava la obligación de sustentar a los ministros sagrados es, sin lugar a dudas, la organización diocesana o, más precisamente, la persona jurídica en la que se produzca la incardinación. 5. Cfr T. RINCÓN-PÉREZ, Sobre algunas cuestiones canónicas a la luz de la Exh. Apost. «Pastores dabo vobis», en «Ius Canonicum» 65 (1993), pp. 341-342. 6. La comparación es de C. GULLO, Ministero sacerdotale e rapporto di lavoro, en «Il diritto di famiglia e delle persone» (1979), pp. 1158 ss. 353 c. 281 Libro II. Pueblo de Dios 3. Restan aún por tratar dos aspectos relativos a la remuneración de los clérigos de considerable interés jurídico: la determinación del sujeto del derecho y la medida de la retribución. Téngase en cuenta que la perspectiva general del Derecho común debe completarse, en este punto, con las previsiones del Derecho particular. Asimismo, pueden ser relevantes las normas del Estado —frecuentemente de naturaleza concordataria— sobre medidas de colaboración económica con la Iglesia 7. El c. 281 se refiere a los clérigos dedicados al ministerio eclesiástico. Lo ordinario será que los sacerdotes trabajen con plena dedicación, es decir, con aquella disponibilidad fundamental y permanente a las órdenes del Obispo diocesano que dimana de la propia ordenación sacerdotal y que es prioritaria frente a cualquier otra ocupación de índole no pastoral que el sacerdote pudiera ejercer. Existe una íntima relación entre el derecho a la remuneración y el deber de realizar los ministerios eclesiásticos. Se entenderá que el clérigo no observante de la obligación de disponibilidad formalizada en el c. 274 renuncia al derecho a la retribución. Pero si el incumplimiento o la suspensión del deber del ministerio se debiera a causas ajenas a la voluntad de clérigo no por ello desaparecería el derecho a la remuneración. La situación de los clérigos agregados a otras diócesis se rige, también en lo económico, según lo que disponga la convención escrita que manda establecer el c. 271. La mayoría de los diáconos casados estarán insertos en la vida común de las gentes y vivirán ordinariamente de su propio trabajo civil. Cuando sean invitados a limitar la actividad de su profesión civil para dedicarse al ministerio a tiempo parcial, el Obispo proveerá a su economía familiar en la medida en que fuera necesario. Si un diácono casado presta servicios a tiempo pleno en favor de la Iglesia merece, a tenor del c. 281 § 3, una retribución tal que pueda sostenerse a sí mismo y a su familia 8. Las normas de Derecho común se limitan a establecer de forma genérica que la retribución de los clérigos resulte conveniente a su condición, de manera que vivan con decoro y dignidad. Corresponde a las normas particulares diocesanas fijar las cantidades que hayan de percibir los sacerdotes. Si la Conferencia Episcopal ha determinado de modo vinculante alguna dotación básica mínima en favor de quienes prestan su servicio con plena dedicación, el Obispo, naturalmente, se encuentra obligado a respetarla. A esa cantidad base se sumarán los complementos necesarios para que la dotación sea congrua, atendidas las circunstancias de cada diócesis y de cada sacerdote. 7. En el caso español, el texto básico que afecta a esta materia es el Acuerdo sobre asuntos económicos, 3.I.1979. 8. Sobre el derecho a la rebribución de los diáconos permanentes y las cuestiones laborales implicadas. Cfr Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, de 22.II.1998, de la CpC, nn. 15-20. El estudio de esas disposiciones se hace en el comentario al canon 288. 354 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 281 PO, 20 propone que la remuneración de los sacerdotes sea «fundamentalmente la misma para todos». Sin embargo, toma también en consideración determinados factores como la naturaleza del cargo o las circunstancias de lugar y tiempo, para evitar «un excesivo igualitarismo que no se corresponde con los principios de la justicia distributiva, ni es necesariamente una expresión de la comunicación cristiana de bienes» 9. En algunas disposiciones de Derecho particular se señala que los sacerdotes que desempeñan sus actividades en instituciones no diocesanas con misión canónica percibirán sus honorarios a través del obispado. La indiscriminada aplicación de esta norma podría vulnerar la libertad que el ordenamiento canónico reconoce a los ministros sagrados en esta materia, o también desconocer situaciones jurídicamente protegibles. Si en un determinado territorio se estableciera tal norma con carácter general, habría de contemplarse, al menos, la posibilidad de autorizar a los clérigos para que perciban directamente su retribución de las instituciones donde trabajan, siempre que haya razones específicas de su misión pastoral. Las normas canónicas no aluden a la situación de los clérigos que desempeñan trabajos o profesiones civiles. Como es lógico, las actividades no eclesiásticas se rigen por su jurisdicción propia y no por la canónica. Sin perjuicio de que el clérigo, en virtud de su personal condición, mantenga la dependencia de su Ordinario y sea exigible que cuente con las debidas autorizaciones cuando el Derecho lo establezca. 4. En íntima conexión con el derecho del que nos venimos ocupando se encuentra otro, referido a las prestaciones de asistencia social en caso de enfermedad, invalidez o vejez, formalizado en el § 2 del mismo c. 281. El ordenamiento entiende que nos encontramos ante derechos —retribución económica y previsión social— que cuentan con idéntica fundamentación jurídica y motivación pastoral. El efectivo ejercicio del derecho reclama la creación, a tenor del c. 1274, de una institución que provea adecuadamente a la seguridad social de los clérigos, ya sea de carácter diocesano, interdiocesano o constituida para todo el territorio de una Conferencia Episcopal 10. La libre iniciativa de la autoridad eclesiástica puede buscar fórmulas complementarias de aseguración de los clérigos, de acuerdo con las posibilidades reales de actuación. Juan Pablo II —dicho sea a título de ejemplo— ha constituido en la Ciudad del Vaticano la fundación «Juan XXIII», a fin de promover la asistencia religiosa, moral y material de los sacerdotes ancianos, con referencia particular a los pensionistas de la Curia romana 11. 9. T. RINCÓN-PÉREZ, comentario al c. 281, en CIC Pamplona. 10. El precedente conciliar de estas disposiciones se encuentra en PO, 21. 11. Cfr AAS 80 (1988), p. 1619. 355 c. 281 Libro II. Pueblo de Dios De la exégesis literal de las normas canónicas sobre asistencia social hasta aquí citadas deriva la misma conclusión obtenida al tratar acerca del derecho a la remuneración: el legislador canónico evita el término ius y emplea otras expresiones —provideatur, fines obtineri possunt— que intentan alejar la pretensión de un estricto derecho sujetivo exigible frente a la autoridad eclesiástica. Aunque la ley canónica no haya formulado expresamente el derecho de los clérigos a la protección social, el CIC establece indudablemente la obligación de la Iglesia de proveer a esas necesidades. No deben desconocerse, al mismo tiempo, los deberes que a propósito de la materia recaen también sobre el Estado. Los clérigos no pierden, como es obvio, su condición de ciudadanos, título suficiente para recabar determinadas prestaciones sociales en caso de necesidad. La intervención estatal en esta materia responde, sencillamente, a la aplicación del principio de igualdad y no discriminación de los ciudadanos, en este caso por razones religiosas, reconocido en los Estados democráticos. 356 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 282 c. 282 § 1. Clerici vitae simplicitatem colant et ab omnibus quae vanitatem sapiunt se abstineant. § 2. Bona, quae occasione exercitii ecclesiastici officii ipsis obveniunt, quaeque supersunt, provisa ex eis honesta sustentatione et omnium officiorum proprii status adimpletione, ad bonum Ecclesiae operaque caritatis impendere velint. § 1. Los clérigos han de vivir con sencillez y abstenerse de todo aquello que parezca vanidad. § 2. Destinen voluntariamente al bien de la Iglesia y a obras de caridad lo sobrante de aquellos bienes que reciben con ocasión del ejercicio de un oficio eclesiástico, una vez que con ellos hayan provisto a su honesta sustentación y al cumplimiento de todas las obligaciones de su estado. FUENTES: § 1: c. 138; PO 16, 17; UT 914, 917 § 2: c. 1473; PO 17 CONEXOS: cc. 274, 281, 285 § 4, 286, 529 § 1, 1282 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. La renuncia a los bienes terrenos es una exigencia de Cristo dirigida a todos los fieles, que habrá de practicarse según la medida que corresponda a la condición de cada uno. Los presbíteros —si bien no asumen la pobreza con una promesa pública 1— «están invitados a abrazar la pobreza voluntaria, con lo que se identificarán más claramente con Cristo» (PO, 17). En sintonía con el espíritu de pobreza que debe animar el comportamiento sacerdotal, el c. 282 impone a los clérigos el mandato de la sencillez de vida, que «se traducirá en desinterés y desprendimiento del dinero, en la renuncia a toda avidez de posesión de bienes terrenos (...), en la elección de una morada modesta, a la que todos tengan acceso, en el rechazo de todo lo que es o, incluso, de lo que sólo parece lujoso, y en una tendencia creciente a la gratuidad de la entrega al servicio de Dios y de los fieles» 2. Hace también vivamente necesaria la práctica del desprendimiento de los bienes terrenos la disponibilidad para el ministerio sagrado, de la que trata, entre otros, el c. 274. Sólo la pobreza, en efecto, asegura al sacerdote su disponibilidad a ser enviado allí donde su trabajo sea más útil y urgente, aunque 1. Cfr CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 26. 2. JUAN PABLO II, Audiencia general, 21.VII.1993, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 23.VII,1993, p. 3. En términos muy parecidos se expresa el Directorio..., cit., n. 67. 357 c. 282 Libro II. Pueblo de Dios comporte sacrificio personal (cfr PDV, 30). O, por decirlo con palabras del Concilio Vaticano II, los sacerdotes, «usando de los bienes del mundo como si no los usaran, llegarán a la libertad de aquellos que, liberados de toda preocupación desordenada, se vuelven dóciles para escuchar la voz de Dios en la vida diaria» (PO, 17). La condición secular de los clérigos, con todo, implica que los presbíteros tengan bienes terrenos y que los usen. Es más, el mandato de la sencillez de vida se establece inmediatamente después del reconocimiento del derecho a la remuneración por el ejercicio del ministerio eclesiástico. Sin embargo, la retribución económica del servicio pastoral no responde exactamente al principio del equilibrio entre las prestaciones contractuales, en el marco de la justicia conmutativa (vide comentario al c. 281). Semejante concepción, legítima y vigente en la sociedad civil, podría generar dentro de la Iglesia una mentalidad reivindicatoria a ultranza de los derechos, extraña por completo al Evangelio. El derecho positivado en el c. 281 tampoco puede confundirse «con una especie de pretensión de someter el servicio del evangelio y de la Iglesia a las ventajas e intereses que del mismo pueden derivarse» (PDV, 30). 2. El § 2 del c. 282 extrae limpiamente la consecuencia de los principios que se acaban de formular, y que es ésta: la destinación al bien de la Iglesia y a obras de caridad de lo sobrante de aquellos bienes que reciben los clérigos con ocasión del ejercicio de un oficio eclesiástico, una vez que con ellos hayan provisto a su honesta sustentación y al cumplimiento de todas las obligaciones de su estado. No se puede hablar, sin embargo, de vinculación jurídica en este punto, toda vez que la entrega de los bienes sobrantes —y la calificación misma de esos bienes como tales— queda a la libre estimación del sacerdote. Por otra parte, la administración de los propios recursos económicos cae dentro del ámbito de la autonomía personal. La decisión mediante la cual el clérigo elija los fines eclesiales o las obras de caridad con las que desea colaborar no puede resultar mediatizada por ninguna instancia exterior, sea ésta el Obispo o la curia diocesana. Es necesario, por lo tanto, evitar aquellas prácticas que puedan recortar la libertad de los clérigos en este punto, como podría ser, por ejemplo, la imposición de percibir los honorarios a través del obispado cuando se desempeñan actividades en institituciones no diocesanas. Conviene advertir, en esta misma línea, que la uniformidad retributiva de todos los sacerdotes no es un principio inatacable, y que la justicia puede aconsejar que sea tomada en consideración, a efectos económicos, tanto la naturaleza del oficio como el trabajo efectivamente desempeñado por los sacerdotes. Un punto de conexión entre la actividad sacerdotal y los bienes terrenos —que implica además directamente a la virtud de la justicia— es el relativo a la administración de los bienes eclesiásticos. Ésta ha de realizarse según las normas canónicas y con la colaboración, en lo posible, de laicos expertos. Los clérigos deben destinar siempre esos bienes a los fines para cuya consecución le es 358 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 282 lícito a la Iglesia poseer bienes temporales, a saber: para la organización del culto divino, para procurar la honesta sustentación del clero y para realizar obras de apostolado o de caridad, sobre todo para con los pobres (cfr PO, 17). La última recomendación que se lee en el n. 17 de PO es la relativa a que eviten los clérigos todo lo que de alguna manera pueda alejar a los pobres. La caridad pastoral del sacerdote debe inclinarse hacia «la opción preferencial por todas las formas de pobreza —viejas y nuevas— que están trágicamente en nuestro mundo» 3 y «recordará siempre que la primera miseria de la que debe ser liberado el hombre es el pecado, raíz última de todos los males» 4. 3. CpC, Directorio..., cit., n. 67. 4. Ibidem. 359 c. 283 283 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Clerici, licet officium residentiale non habeant, a sua tamen dioecesi per notabile tempus, iure particulari determinandum, sine licentia saltem praesumpta Ordinarii proprii, ne discedant. § 2. Ipsis autem competit ut debito et sufficienti quotannis gaudeant feriarum tempore, iure universali vel particulari determinato. § 1. Aunque no tengan un oficio residencial, los clérigos no deben salir de su diócesis por un tiempo notable, que determinará el derecho particular, sin licencia al menos presunta del propio Ordinario. § 2. Corresponde también a los clérigos tener todos los años un debido y suficiente tiempo de vacaciones, determinado por el derecho universal o particular. FUENTES: § 1: c. 143; SCConc Litt. circ., 1 iul. 1926 (AAS 18 [1926] 312-313) § 2: PO 20 CONEXOS: cc. 265, 271, 395, 410, 533, 550, 1396 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El § 1 de este canon mantiene el deber que recae sobre los clérigos de residencia en la diócesis, tradicionalmente impuesto por el ordenamiento canónico. El c. 143 del CIC 17, en términos muy semejantes a los que emplea el actual c. 283 —pero, como veremos, con una fundamentación algo diversa—, establecía que «los clérigos, aunque no tengan beneficio u oficio residencial, no pueden abandonar su diócesis por tiempo notable sin licencia al menos presunta de su Ordinario». La cuestión de la que aquí concretamente se trata aparece actualmente influida por factores nuevos de tipo sociológico —como la movilidad creciente que exige la vida laboral y social— y, sobre todo, de carácter jurídico. Entre estos últimos cabe referirse a la creación de nuevas figuras canónicas en las que, felizmente, ha cristalizado la fuerte sensibilidad presente hoy en la Iglesia en favor de una mejor distribución del clero. Así sucede, por ejemplo, en el caso de la denominada agregación, regulada en el c. 271 para facilitar el traslado de clérigos a regiones que sufren de grave escasez de sacerdotes, o también en lo referente a la flexibilización del proceso de incardinación en una nueva diócesis. El tratamiento pormenorizado de estos temas puede encontrarse en los comentarios a los cánones correspondientes. Otro factor jurídico que incide sobre la regulación actual del deber de residencia de los clérigos es el nuevo sentido que se atribuye al instituto de la incardinación en cuanto tal. Como bien se sabe, durante siglos, la incardinación 360 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 283 se configuró esencialmente como vínculo de sujeción a un territorio. La permanencia en el lugar —minuciosamente regulada en el CIC 17 por la denominada ley de residencia— venía a ser un presupuesto para el ejercicio de aquella función de vigilancia que atribuía al Ordinario el vínculo de la incardinación, a la vez que la primera consecuencia de la existencia de ese vínculo. En la actualidad, el deber de residir en el lugar se estima, ciertamente, fundado sobre la incardinación, pero entendida ésta como relación de servicio pleno a la diócesis. De este modo, la residencia no se vincula conceptualmente al ejercicio de un oficio, sino a la pertenencia a la diócesis. Aunque el clérigo no desempeñara un oficio en la estructura jurisdiccional de pertenencia —una eventualidad siempre excepcional, teniendo en cuenta que la promoción a la órdenes sagradas responde al servicio ministerial y, además, que la efectiva realización del servicio es el más radical de los derechos del ordenado— también quedaría obligado por el mandato de residencia. La incardinación, por lo que se ve, cumple aún objetivos disciplinares. Aunque el deber de residencia se imponga a los clérigos con carácter general, hay prescripciones específicas referentes a oficios particulares. Así acontece en relación con el Obispo (c. 395), con el Obispo coadjutor y auxiliar (c. 410), con el párroco (c. 533) y con el vicario parroquial (c. 550). 2. Retornando al c. 283, advirtamos que la prohibición de ausentarse de la diócesis sin licencia del Ordinario se refiere a la salida durante un tiempo notable, que excede, obviamente, la ausencia de unos pocos días. La fijación del alcance del concepto indeterminado que se introduce corresponde hacerla al Derecho particular. Vigente el CIC 17, los autores mantenían sobre este punto disparidad de opiniones, oscilantes, por lo general, entre uno y tres meses (así, por ejemplo, Chelodi y Maroto para la primera posición y VermeerschCreusen para la segunda). La postura favorable a la ampliación hasta los tres meses tomaba como referencia el tiempo de vacaciones concedido a los titulares de determinados oficios. Resultando que, según el régimen vigente, el período vacacional tiende a reducirse a un mes, parece razonable concluir que ése sea el tiempo notable a efectos del c. 283. Ha de tenerse en cuenta que el incumplimiento grave del deber de residencia puede constituir delito a tenor del c. 1396. Para valorar la legitimidad de la presunción de la licencia del Ordinario, cuando resulte imposible solicitarla explícitamente, habrá que atenerse a la costumbre vigente y, en su caso, al criterio establecido por la autoridad diocesana. Como es obvio, las ausencias de los clérigos —por justificadas y autorizadas que sean— no deben alterar el régimen ordinario de dispensación de los servicios ministeriales, cuestión que habrá de ser contemplada por las oportunas disposiciones del Derecho particular. 361 c. 283 Libro II. Pueblo de Dios 3. El § 2 del c. 283 reconoce en favor de todos los clérigos —tomando a la letra las palabras de PO, 20— el derecho a tener todos los años el tiempo de vacaciones debido y suficiente. El Derecho universal establece el tiempo de un mes para determinados oficios: Obispos diocesanos (c. 395 § 2), Obispos auxiliares y coadjutores (c. 410), párrocos (c. 533 § 2), y vicarios parroquiales (c. 550 § 3). Al Derecho particular corresponde determinar el tiempo de vacaciones de los restantes sacerdotes y a la organización diocesana elaborar el adecuado programa de suplencias. Conceptualmente distinto del tiempo de vacaciones es el período sabático. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros señala expresamente, en efecto, que «sea cuidadosamente evitado el peligro de considerar el período sabático como un tiempo de vacaciones o de reivindicarlo como un derecho» 1. Los sabáticos son períodos «más o menos amplios —de acuerdo con las reales posibilidades— para poder estar por un tiempo más largo y más intenso con el Señor Jesús, recobrando fuerza y ánimo para continuar el camino de santificación (...). Para este fin, podrían tener una función notable los monasterios, los santuarios u otros lugares de espiritualidad, a ser posible fuera de los grandes centros, dejando al presbítero libre de responsabilidades pastorales directas» 2. La experiencia de las diócesis que se sirven de este medio es positiva 3, aunque su efectiva realización, como es fácilmente comprensible, entrañe notables dificultades y resulte de hecho impracticable en aquellas zonas donde mayormente se sufre la carencia de presbíteros. Aconseja el Directorio, por último, que estos períodos tengan una finalidad de estudio o de actualización en las ciencias sagradas, sin olvidar, al mismo tiempo, el fin de fortalecimiento espiritual y apostólico 4. 1. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 83. El subrayado es mío. 2. Ibidem. 3. Cfr ibidem. 4. Cfr ibidem. 362 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 284 c. 284 Clerici decentem habitum ecclesiasticum, iuxta normas ab Episcoporum conferentia editas atque legitimas locorum consuetudines, deferant. Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar. FUENTES: c. 136 § 1; ES I, 25 § 2d; SCConc Decr. Prudentissimo sane, 28 iul. 1931 (AAS 23 [1931] 336-337); SCSSU Monitum, 20 iul. 1949 CONEXOS: cc. 285 §§ 1 y 2, 929 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. La ley universal formulada en este canon se refiere al uso del traje eclesiástico en las comunes relaciones de la vida social, no en la celebración litúrgica —cuestión de la que se ocupan específicamente otras normas 1— o, expresado en términos más generales, en el ámbito del ministerio pastoral. El CIC, sin embargo, no impone a todos los clérigos un modo uniforme de vestir, sino que encomienda a la norma particular de las Conferencias Episcopales, de acuerdo con la legítimas costumbres locales, la determinación del tipo de traje eclesiástico que haya de emplearse en el ámbito territorial de su competencia. El uso de ese signo distintivo contribuye, por una parte, al decoro del sacerdote en su comportamiento externo o en el ejercicio de su ministerio, pero sirve, sobre todo, para poner de manifiesto en el seno de la comunidad eclesiástica el testimonio público que todo sacerdote debe ofrecer de su propia identidad y de su especial pertenencia a Dios 2. El mensaje del Evangelio que los clérigos están llamados a transmitir se expresa con palabras y también con signos externos, especialmente en el mundo de hoy que se muestra tan sensible al lenguaje de las imágenes. «En la sociedad actual —ha escrito Juan Pablo II—, en la que se ha debilitado pavorosamente el sentido de lo sagrado, la gente tiene necesidad de estos reclamos a 1. Cfr c. 929, sobre el uso de los ornamentos sagrados prescritos por las rúbricas al celebrar y administrar la Eucaristía; los ornamentos prescritos para cada celebración están descritos en los nn. 297 a 310 de la IGMR. 2. Cfr PABLO VI, Alocuciones al clero, 17.II.1969, en AAS 61 (1969), p. 190; 17.II.1972, en AAS 64 (1972), p. 223; 10.II.1978, en AAS 70 (1978), p. 191; JUAN PABLO II, Carta Novo incipiente, 8.IV.1979, en AAS 71 (1979), pp. 403-405; Alocuciones al clero, 9.XI.1978, en «Insegnamenti» 1 (1978), p. 116; 19.IV.1979, en «Insegnamenti» 2 (1979), p. 929. 363 c. 284 Libro II. Pueblo de Dios Dios, que no pueden ser olvidados sin un cierto empobrecimiento de nuestro servicio sacerdotal» 3. 2. Los sujetos obligados por la norma universal son los clérigos, excepción hecha, en virtud del c. 288 y siempre que el Derecho particular no establezca otra cosa, de los diáconos permanentes. Sin embargo —y como es obvio—, también estos últimos deben atenerse a las disposiciones sobre el modo de vestir en las celebraciones litúrgicas, en la administración de los sacramentos y en el ejercicio de la predicación. Si la norma particular limitara el alcance del mandato a sólo los sacerdotes, no estaría interpretando correctamente el texto codicial, que alude genéricamente a clérigos. En general, las Conferencias Episcopales han establecido el uso de la sotana o del clergyman. En una acertada visión de conjunto, informa Martín de Agar que algunos decretos de Conferencias Episcopales precisan, en efecto, detalles como el color, el cuello romano (Puerto Rico, República Dominicana), los motivos de esta prescripción (Argentina, Irlanda) o la advertencia de que el traje eclesiástico no exime del uso de los ornamentos prescritos para las ceremonias (Ecuador, Colombia). En algunos países está permitido el uso de otro tipo de vestimenta o signos eclesiales como el traje —digno, serio, oscuro...— con la cruz como señal de la condición clerical (Filipinas, Ecuador, Colombia, Escandinavia, Uruguay). A veces se ha tenido en cuenta a los clérigos religiosos estableciendo también el hábito de su propio instituto (Venezuela, Ecuador). La fuerza y el tono en que se establece la disciplina del traje eclesiástico son muy diversos: desde el claramente imperativo, típico del lenguaje legal, al meramente exhortativo o persuasivo. No puede olvidarse, con todo, que la competencia atribuida por el c. 284 a las Conferencias Episcopales es la de establecer el tipo de traje que se considera adecuado para un clérigo en aquel lugar, no la obligación de llevarlo, que se encuentra establecida en ese canon 4. El artículo 66 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 1994, vuelve sobre la cuestión del traje eclesiástico en los términos que, a continuación, resumidamente, se exponen 5: 1.º Recuerda, remitiendo a recientes enseñanzas del Magisterio pontificio, el fundamento doctrinal y las razones pastorales del uso del traje eclesiástico de parte de los sagrados ministros, como es prescripto por el can. 284; 3. JUAN PABLO II, Carta al Card. Vicario de Roma, 8.IX.1982, en «L’Osservatore Romano», 18-19.X.1982. 4. Cfr J.T. MARTÍN DE AGAR, Legislazione delle Conferenze episcopali complementare al CIC, Milano 1990, p. 8. 5. Cfr CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994. 364 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 284 2.º Determina el modo de ejecución de la ley universal: «cuando el traje eclesiástico es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos, y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio. La forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones del derecho universal»; 3.º Pide, con una categórica declaración, la observancia y la recta aplicación de la disciplina sobre el traje eclesiástico: «Por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente». Una Aclaración del Consejo para la interpretación de los textos legislativos, de 22 de octubre de 1994, ha señalado que los Decretos generales emanados por las Conferencias Episcopales como normativa complementaria de la ley universal —en este caso, el canon 284— deben ser interpretados a la luz de estas precisiones aprobadas por la misma Autoridad Suprema que ha promulgado el CIC. «De acuerdo con lo que prescribe el can. 32 —añade la mencionada Aclaración— estas disposiciones del artículo 66 del Directorio obligan a todos aquellos que son llamados a observar la norma universal del can. 284, o sea a los Obispos y a los presbíteros, no así a los diáconos permanentes (cf. can. 288). Los Obispos diocesanos constituyen, además, la autoridad competente para exigir la obediencia a tal disciplina y para remover las eventuales costumbres contrarias al uso del traje eclesiástico (cf. can. 392, § 2). A las Conferencias episcopales corresponde la tarea de facilitar a cada uno de los Obispos diocesanos el cumplimiento de este deber» 6. «Exceptuando las situaciones del todo excepcionales —concluye el Directorio ya citado—, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia» 7. 6. Aclaración del Consejo para la interpretación de los textos legislativos, de 22 de octubre de 1994, en Sacrum Ministerium, 1995, pp. 263-273. Por lo que se refiere al valor jurídico de las disposiciones del Directorio que determinan modos de ejecución de leyes universales (y, específicamente, del artículo 66), precisa que pertenecen a la categoría de los decretos generales ejecutorios (cfr c. 32 CIC). 7. CpC, Directorio..., cit., n. 66; Cfr PABLO VI, Audiencia general, 17.IX.1969, en «Insegnamenti» 7 (1969), p. 1065; Alocución al clero, 1.III.1973, en «Insegnamenti» 11 (1973), p. 176. 365 c. 285 285 Libro II. Pueblo de Dios § 1. Clerici ab iis omnibus, quae statum suum dedecent, prorsus abstineant, iuxta iuris particularis praescripta. § 2. Ea quae, licet non indecora, a clericali tamen statu aliena sunt, clerici vitent. § 3. Officia publica, quae participationem in exercitio civilis potestatis secumferunt, clerici assumere vetantur. § 4. Sine licentia sui Ordinarii, ne ineant gestiones bonorum ad laicos pertinentium aut officia saecularia, quae secumferunt onus reddendarum rationum; a fideiubendo, etiam de bonis propriis, inconsulto proprio Ordinario, prohibentur; item a subscribendis syngraphis, quibus nempe obligatio solvendae pecuniae, nulla definita causa, suscipitur, abstineant. § 1. Absténganse los clérigos por completo de todo aquello que desdiga de su estado, según las prescripciones del derecho particular. § 2. Los clérigos han de evitar aquellas cosas que, aun no siendo indecorosas, son extrañas al estado clerical. § 3. Les está prohibido a los clérigos aceptar aquellos cargos públicos que llevan consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil. § 4. Sin licencia de su Ordinario, no han de aceptar la administración de bienes pertenecientes a laicos u oficios seculares que lleven consigo la obligación de rendir cuentas; se les prohíbe salir fiadores incluso con sus propios bienes, sin haber consultado al Ordinario propio; y han de abstenerse de firmar documentos, en los que se asuma la obligación de pagar una cantidad de dinero sin concretar la causa. FUENTES: § 1: c. 140; SCConc Litt. circ., 1 iul. 1926 (AAS 18 [1926] 312-313); SCSO Decr. Suprema Sacra Congregatio, 26 mar. 1942 (AAS 34 [1942] 148) § 2: c. 139 § 1 § 3: c. 139 § 2; SCConc Resp., 15 mar. 1927 (AAS 19 [1927] 138); SCConc Decr. Cum activa, 16 iul. 1957 (AAS 49 [1957] 635), SCConc Notif., 15 feb. 1958 (AAS 50 [1958] 116); UT passim; IOANNES PAULUS PP. II, Ep. Magnus dies, 8 apr. 1979, 7 (AAS 71 [1979] 404) § 4: c. 139 § 3 CONEXOS: cc. 227, 286-289, 1399 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. Los cánones anteriores (273-284) contienen las fundamentales prescripciones positivas que configuran el particular estilo de vida que corresponde a los ministros sagrados. Los siguientes (cc. 285, 286, 287 y 289) agrupan las prohibiciones principales que afectan a la conducta clerical. 366 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 285 El conocimiento por vía negativa resulta en muchas ocasiones particularmente idóneo —también en el ámbito jurídico— para la comprensión de la realidad objeto de estudio. Mientras que el valor propuesto por la norma positiva puede lograrse a través de una pluralidad de conductas cuya exhaustiva consideración escapa, de ordinario, al intérprete del Derecho, la norma prohibitiva señala un desvalor concreto que se presenta, sin duda alguna, como límite infranqueable por la conducta justa. En este sentido, las prohibiciones o recomendaciones negativas cumplen un importante cometido en lo que hace a la determinación del estatuto de los ministros sagrados. Las conductas prohibidas a los clérigos se entiende que son propias de quienes ostentan la condición laical. Tales mandatos negativos pretenden salir al paso de la tendencia, siempre presente, a la laicización del sagrado ministerio. Como ha recordado Juan Pablo II, «nuestra tarea es la de servir a la verdad y a la justicia en las dimensiones de la temporalidad humana, pero siempre dentro de una perspectiva que sea la de salvación eterna» 1. Las variadas prohibiciones tipificadas en estos cánones pueden encontrar un encaje sistemático —más allá de su precisa ubicación legal, no siempre bien justificada— en un amplio marco de referencia constituido por los ámbitos siguientes: a) económico (cc. 285 § 4 y 286); b) político (cc. 285 § 3 y 287); c) militar (c. 289 § 1); d) social (c. 285 §§ 1 y 2). El carácter exegético de estos comentarios aconseja, sin embargo, ceñirse a la ordenación legal, aunque ello obligue a veces a un tratamiento fragmentario de las cuestiones. 2. Las primeras referencias del c. 285 —en los §§ 1 y 2— se destinan a las prohibiciones de orden social: las conductas que desdicen o resultan extrañas al estado clerical. Frente a los restantes supuestos en los que se señala de modo preciso el tipo de actividad reprochable, en estos casos la referencia es genérica y, en cierto modo, residual. El amplio título de conductas indecorosas o ajenas recoge todas aquellas que se estiman inapropiadas para los clérigos y no aparecen contempladas específicamente en las otras normas legales. Desdice de la condición clerical la conducta indecorosa, es decir, contraria a la dignidad y a la estimación social que merece el sagrado ministerio. El CIC 17 mencionaba a título de ejemplo la práctica de juegos de azar o de la caza, portar armas, frecuentar las tabernas o asistir a espectáculos, bailes y fiestas. 1. JUAN PABLO II, Carta Novo incipiente, 8.IV.1979, n. 7, en AAS 71 (1979), p. 404; cfr también, Discurso al clero de Roma, 9.XI.1978, n. 3, en «L’Osservatore Romano», edición en lengua española, 19.XI.1978, p. 11. 367 c. 285 Libro II. Pueblo de Dios El espíritu de la norma se mantiene en todo su vigor, aunque el CIC remita a las prescripciones del Derecho particular la determinación de las conductas rechazables. Es razonable suponer, en efecto, que las normas particulares se ajustarán mejor a las cambiantes circunstancias de cultura, lugar y tiempo. El canon, sin embargo, no emplaza a las Conferencias Episcopales para que dicten las normas correspondientes, como sucede en los cc. 276 y 284. La promulgación de tales normas queda, por tanto, a la libre decisión de la autoridad competente que, en ocasiones, será no tanto la Conferencia Episcopal cuanto cada Obispo en su diócesis. La profundización en el misterio de la Iglesia operada por el Concilio Vaticano II ha contribuido poderosamente al desarrollo tanto de la teología del sacerdocio como de la teología del laicado y, en consecuencia, a la precisión del lugar y funciones que a cada uno corresponde en el Pueblo de Dios. El adecuado entendimiento de la ontología del sacerdocio ministerial y de su finalidad sagrada conduce naturalmente a percibir lo que resulta ajeno a la condición específica de los clérigos. Al mismo tiempo «cuanto más se profundiza el sentido de la vocación propia de los laicos, más se evidencia lo que es propio del sacerdocio» (PDV, 3). Frente a indeseables formas de injerencia de los clérigos en la esfera secular, el Derecho reivindica la competencia de los laicos para actuar en ese ámbito «tratando y ordenando según Dios los asuntos temporales» y establece como del todo excepcional la dedicación de los clérigos a oficios seculares. Nada impide, por otra parte, que el legislador universal o particular se refiera específicamente a determinadas conductas para declararlas extrañas a la condición sacerdotal. Así sucedió en el caso de la prohibición a los clérigos y religiosos de ejercer el oficio de psicoanalista, ad mentem c. 139 del CIC 17 vigente en aquel momento y mediante monitum de 15.VII.1961, dado por la SCSO. 3. El § 3 del c. 285 prohíbe a los clérigos la participación en el ejercicio de la potestad civil. Esta norma, como se ha escrito con acierto, «encuentra su justificación doctrinal en la misma ontología del sacerdocio ministerial» 2 y, consiguientemente, en la misión propia de los ministros sagrados, consagrados por un particular sacramento y enviados para ser «dispensadores de los misterios de Dios» (1 Cor 4,1), «para predicar el Evangelio, apacentar a los fieles y celebrar el culto divino, como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento» (LG, 28). Tres notas merecen ser destacadas en el comentario de esta norma: a) Se trata de una ley universal; obliga, por lo tanto, a todos los sacerdotes de la Iglesia latina, seculares y religiosos, cualesquiera que sean las circunstancias personales y sociales en las que vivan y ejerzan su ministerio. 2. T. RINCÓN-PÉREZ, comentario al c. 285, en CIC Pamplona. 368 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 285 b) La prohibición se extiende al ejercicio de la potestad civil en todas sus formas: ejecutiva, legislativa y judicial. c) Además de tener un relevante contenido moral, el c. 285 § 3 configura una verdadera norma de Derecho imperativo, que va mucho más allá del consejo o de la recomendación. Así se desprende, sin lugar a dudas, del tono categórico de la prohibición y de la no consideración de la posibilidad de obtener licencia para actuar en sentido contrario. No guarda plena congruencia con lo anterior el hecho de que el ordenamiento no tipifique como delictiva la conducta contraria. Con más motivo si se tiene en cuenta que otras prohibiciones urgidas con menor insistencia —la de ejercer la negociación o el comercio, p. ej.— sí constituyen delito. Con todo, la violación de la norma del c. 285 § 3 puede dar lugar a sanciones penales por vía de precepto singular y también cuando se estime, a tenor del c. 1399, que lo requiere la especial gravedad de la infracción y urja la necesidad de prevenir o de reparar escándalos. 4. El § 4 contiene prohibiciones diversas de orden económico. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 1994, establece resueltamente, por su parte, que el sacerdote «se abstendrá de actividades lucrativas impropias de su ministerio» 3. La dedicación a ese tipo de tareas resulta poco congruente con la naturaleza espiritual del ministerio sagrado; asimismo, puede dar lugar a la desedificación de los fieles por lo que entraña de excesiva solicitud por los bienes temporales; y, además, supone asumir unos riesgos económicos que, en ocasiones, podrían alcanzar incluso a los bienes eclesiásticos. a) Queda prohibida a los clérigos la administración de bienes laicales, ya sea mediante la gestión de patrimonios pertenecientes a particulares o mediante el desempeño de cargos en empresas o sociedades civiles o en la administración pública. El requisito relativo a que la gestión entrañe rendición de cuentas parece exigir cierta habitualidad en la conducta, lo que deja fuera de la norma los actos ocasionales prestados a título de amistad o por motivo de urgencia para evitar un daño económico. Si la actividad desempeñada pudiera catalogarse como de verdaderos servicios profesionales la prohibición resultaría más bien de la aplicación del c. 286. Cabe, desde luego, la licencia del Ordinario para actuar en sentido contrario cuando haya una causa razonable y urgente. Normalmente tendrá carácter temporal, mientras se resuelva la situación de riesgo que propició la intervención o se encuentre una colocación favorable del negocio. La prohibición no alcanza a la gestión del patrimonio propio, cuestión que pertenece al ámbito de la autonomía privada del clérigo, siempre que no se convierta en actividad profesional, incompatible con el mandato del c. 286. 3. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 67. 369 c. 285 Libro II. Pueblo de Dios b) La prohibición impuesta a los clérigos de salir fiadores, incluso con sus propios bienes, se establece con un grado menor que la anterior. Basta la consulta al Ordinario propio antes de tomar la decisión pertinente. La fianza es el contrato por el cual se obliga uno a pagar o cumplir por un tercero, en el caso de no hacerlo éste. Se incluye en el ámbito de la conducta prohibida en este canon la emisión del aval mediante el que se afianza el pago de una letra. No existe en estos casos riesgo para el patrimonio eclesiástico, que es lo que justifica principalmente la intervención de la autoridad eclesiástica. Ésta mantiene, entonces, un interés solamente indirecto en la operación, en virtud del principio según el cual le corresponde velar por la digna sustentación del clérigo; pero merece, al menos, ser oída. c) El mandato de abstenerse de firmar documentos en los que se asume la obligación de pagar una cantidad de dinero sin concretar la causa cierra el § 4 del c. 285. Constituye una medida dirigida a limitar los riesgos del patrimonio eclesiástico, exigiendo a sus administradores una conducta cautelosa. 370 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 286 c. 286 Prohibentur clerici per se vel per alios, sive in propriam sive in aliorum utilitatem, negotiationem aut mercaturam exercere, nisi de licentia legitimae auctoritatis ecclesiasticae. Se prohíbe a los clérigos ejercer la negociación o el comercio sin licencia de la legítima autoridad eclesiástica, tanto personalmente como por medio de otros, sea en provecho propio o de terceros. FUENTES: c. 142; SCConc Decr. Plurimis ex documentis, 22 mar. 1950 (AAS 42 [1950] 330-331) CONEXOS: cc. 285, 288, 1392 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. Negociación es término genérico, mientras que comercio lo es específico. Este último se aplica, en el ámbito de las relaciones económicas, a las transacciones de cambio o trueque. Designa algo más que el puro hecho de la compra o de la venta, empleándose para denominar toda clase de intermediación que ofrezca como resultado final el poner a disposición de los demandantes los artículos producidos. Como caracteres tipificadores de la actividad comercial pueden señalarse los cuatro siguientes: a) ser intermediario entre productores y consumidores; b) ser intermediario mediante el cambio; c) el cambio ha de ser habitual para que asuma el carácter de profesionalidad; d) intención de lucro. Múltiples son las clasificaciones a las que puede sujetarse esta actividad. Atendiendo al objeto de sus operaciones cabe distinguir el comercio de mercadería, de dinero y de efectos. En el primer caso, si se pretende la reventa en la misma forma se trata de actividad puramente comercial; si se produce cierta transformación mediante trabajo sería negociación industrial. 2. El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros recuerda una vez más que el sacerdote ha de usar de los bienes «con sentido de responsabilidad, recta intención, moderación y desprendimiento (...) y por ello se abstendrá de actividades lucrativas impropias de su ministerio» 1. Para que tales actividades constituyan las sujetas a prohibición por el canon que comentamos es decisiva, por una parte, la presencia de la intención lucrativa, entendiéndose por tal aquella que pretende algo más que la normal conservación del propio patrimonio; y, por otra, la habitualidad, no siendo su1. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 67. 371 c. 286 Libro II. Pueblo de Dios ficiente para incurrir en la conducta prohibida la realización de actividades económicas ocasionales. Es necesario que esas prácticas conviertan al clérigo, a juicio de personas prudentes y desinteresadas, en comerciante. No cae dentro de lo impedido por el canon la inversión en bolsa del patrimonio personal, porque tales operaciones —según la común estimación de las gentes— no se reputan comerciales mientras no constituyan actividad profesional. Afecta a los clérigos la prohibición de negociar tanto por sí como por otros. Las razones de fondo que desaconsejan tales prácticas mantienen plenamente su vigencia, aunque se busque la colaboración de intermediarios para tratar de evitar en lo posible los efectos negativos que ordinariamente derivan de tal conducta hacia el plano pastoral. Advierte el canon, asimismo, que el fin bueno —el provecho de terceros— no justifica la dedicación a actividades comerciales. 3. Es posible la licencia de la legítima autoridad eclesiástica. Cabe imaginar, por ejemplo, el caso de la carencia total de recursos para subsistir por otros medios. A tenor de la amplia facultad que otorga el c. 87 al Obispo diocesano en materia de dispensas, será éste quien otorgará la correspondiente autorización. La infracción de la norma configura un delito tipificado en el c. 1392, gravado con una pena indeterminada. Este canon modifica el régimen introducido por Decreto de la SCConc, de 22.III.1950, que imponía la pena de excomunión latae sententiae reservada de modo especial a la Sede Apostólica —y en los casos más graves la pena de degradación— a los clérigos que incumplían la norma. 372 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 287 c. 287 § 1. Clerici pacem et concordiam iustitia innixam inter homines servandam quam maxime semper foveant. § 2. In factionibus politicis atque in regendis consociationibus syndicalibus activam partem ne habeant, nisi iudicio competentis auctoritatis ecclesiasticae, Ecclesiae iura tuenda aut bonum commune promovendum id requirant. § 1. Fomenten los clérigos siempre, lo más posible, que se conserve entre los hombres la paz y la concordia fundada en la justicia. § 2. No han de participar activamente en los partidos políticos ni en la dirección de asociaciones sindicales, a no ser que según el juicio de la autoridad eclesiástica competente, lo exijan la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común. FUENTES: § 1: PO 6; GS 91-93; UT 912-913; SE Convenientes ex universo, 30 nov. 1971 (AAS 63 [1971] 932-937) § 2: CI Resp. I, 2-3 iun. 1918 (AAS 10 [1918] 344); BENEDICTUS PP. XV, Ep., 12 mar. 1919 (AAS 11 [1919] 122-123); Sec Ep., 2 oct. 1922; SCR Litt. circ., 10 feb. 1924; SCConc Resp., 15 mar. 1927 (AAS 19 [1927] 138); UT 912-913 CONEXOS: cc. 227, 278, 285, 768 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El § 1 del canon establece el deber positivo y genérico de los clérigos de fomentar entre los hombres la conservación de la paz y la concordia. Especialmente debe ser así, como es lógico, en el interior de la Iglesia, donde los sacerdotes deben aparecer como hombres de paz, de comunión y de diálogo (cfr PDV, 18). «A ellos toca armonizar de tal manera las diversas mentalidades —enseña el Concilio Vaticano II—, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles. Ellos son los defensores del bien común, cuyo cuidado tienen en nombre del Obispo, y, al mismo tiempo, asertores intrépidos de la verdad, a fin de que los fieles no sean llevados de acá para allá por todo viento de doctrina, como recomienda San Pablo (Ef 4, 14)» (PO, 9). La misión de establecer con los hombres relaciones de fraternidad y de servicio se extiende a los hermanos de las otras iglesias y confesiones cristianas, a los fieles de otras religiones, a los hombres de buena voluntad, de manera especial a los pobres y a los más débiles, y a todos aquellos que buscan, aun sin saberlo ni decirlo, la verdad y la salvación de Cristo (cfr PDV, 18). 373 c. 287 Libro II. Pueblo de Dios La paz objeto de promoción —al decir del CIC— ha de ser precisamente aquella fundada sobre la justicia. Ello significa, por lo tanto, que al clérigo corresponde, «hacer todo lo posible en defensa de los derechos de la persona humana cuando éstos obedecen a verdaderas exigencias de justicia natural o positiva» 1. Ciertamente, «la misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan tareas, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina» (GS, 42). No serían calificables como injerencias políticas, en consecuencia, aquellas intervenciones de los clérigos sobre temas como, por ejemplo, la dignidad y libertad de la persona humana, las obligaciones que corresponden a los hombres unidos en sociedad o el modo de disponer los asuntos temporales según el orden establecido por Dios (cfr c. 768), si el motivo inspirador fuera realmente «ayudar a los seglares a formarse una recta conciencia propia» 2. 2. En contraste con la formulación genérica del parágrafo que acabamos de comentar, el segundo contiene un deber formulado negativamente en términos muy precisos: se trata de la prohibición dirigida a los clérigos de participar activamente en la política y en la dirección de actividades sindicales. La firme posición de la Iglesia en este punto responde a la profunda convicción de que ella, «por su universalidad y catolicidad, no puede atarse a las contingencias históricas» 3 y, como consecuencia, el estado de libertad fruto de la separación de la política activa, «conviene sumamente al sacerdote, portavoz de Cristo cuando proclama la redención humana y ministro suyo cuando aplica sus frutos en todos los campos y niveles de la vida» 4. Las actividades políticas y sindicales son cosas en sí mismas buenas, pero «son ajenas al estado clerical, ya que pueden constituir un grave peligro de ruptura de la comunión eclesial» 5. En atención al servicio que tiene que prestar al hombre y a la sociedad, el presbítero no puede dejar de interesarse por todas aquellas cuestiones relativas a la gestión pública, que entrañan inevitablemente una dimensión ética. El sacerdote, además, conserva el derecho a tener una opinión política personal y a ejercer en conciencia su derecho al voto. «En aquellas circunstancias en que se presenten legítimamente diversas opciones políticas, sociales o eco- 1. T. RINCÓN-PÉREZ, comentario al c. 287, en CIC Pamplona. 2. SÍNODO DE LOS OBISPOS, 1971, en «L’Osservatore Romano», ed. en lengua española, 12.XII.1971, p. 4. 3. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 33. 4. JUAN PABLO II, Audiencia general, 28.VII.1993, en «L’Osservatore Romano», ed. en lengua española, 30.VII.1993, p. 3. 5. CpC, Directorio..., cit., n. 33. 374 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 287 nómicas —señaló el Sínodo de los Obispos de 1971—, los presbíteros, como todos los ciudadanos, tienen el derecho de asumir sus propias opciones» 6. No es éste —como ninguno— un derecho ilimitado. La manifestación externa de las preferencias políticas personales puede verse razonablemente restringida por las exigencias de un ministerio pastoral que quiera llegar a todos, anunciar el Evangelio en plenitud y ser signo válido de unidad entre los hombres. Además, «en el ámbito de la comunidad cristiana, deberá tener respeto por la madurez de los laicos y, más aún, deberá empeñarse en ayudarlos a alcanzarla mediante la formación de la conciencia» 7. En todo caso, evitará presentar su opinión como la única legítima, considerando, conforme a las enseñanzas magisteriales, que «las opciones políticas son contingentes por naturaleza y no expresan total, adecuada y perennemente el Evangelio» 8; que «un partido político —como añade en la misma línea Juan Pablo II— no puede identificarse nunca con la verdad del Evangelio, ni puede, por tanto, ser objeto de una adhesión absoluta, a diferencia de lo que sucede con el Evangelio» 9. En lógica consecuencia, «el presbítero, testigo de las cosas futuras, debe mantener cierta distancia de cualquier cargo o empeño político» 10; tendrá presente ese aspecto relativo de la actividad política, «aun cuando los ciudadanos de fe cristiana constituyan de forma plausible partidos inspirados expresamente en el Evangelio, y no dejará de empeñarse en hacer que la luz de Cristo ilumine también a los demás partidos y grupos sociales» 11. 3. La norma jurídica extiende el alcance de la prohibición a la militancia activa en los partidos políticos. Entiendo que ésta no consiste sólo en el ejercicio de funciones directivas; debe incluir también la afiliación, cuyo simple conocimiento es susceptible de generar el rechazo que la prohibición canónica pretende precisamente atajar. El tratamiento que merece la participación de los clérigos en asociaciones sindicales es algo distinto. Lo que en este supuesto resulta vedado es, estrictamente, participar de forma activa en la dirección de esas organizaciones. «A los presbíteros que, en la generosidad de su servicio al ideal evangélico —enseña Juan Pablo II—, sienten la tendencia a empeñarse en la actividad política, para contribuir más eficazmente a sanar la vida política, eliminando las injusticias, las explotaciones y las opresiones de todo tipo, la Iglesia les recuerda que, por ese camino, es fácil verse implicado en luchas partidarias, con el riesgo de colaborar no al nacimiento del mundo justo al que aspiramos, 6. 7. 8. 9. 10. 11. SÍNODO DE LOS OBISPOS, 1971, cit., p. 4. JUAN PABLO II, Audiencia general, 28.VII.1993, cit. SÍNODO DE LOS OBISPOS, 1971, cit. JUAN PABLO II, Audiencia general, 28.VII.1993, cit. SÍNODO DE LOS OBISPOS, 1971, cit. JUAN PABLO II, Audiencia general, 28.VII.1993, cit. 375 c. 287 Libro II. Pueblo de Dios sino más bien a formas nuevas y peores de explotación de la pobre gente. Deben saber, en todo caso, que para ese empeño de acción y militancia política no tienen ni la misión ni el carisma de lo alto» 12. Es oportuno recordar también, con palabras del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, que la reducción de la misión sacerdotal «a tareas temporales —puramente sociales o políticas, ajenas, en todo caso, a su propia identidad— no es una conquista sino una gravísima pérdida para la fecundidad evangélica de la Iglesia entera» 13. 4. Cuando la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común lo exijan —añade el canon que comentamos—, podría excepcionalmente desaparecer esta prohibición. Es importante advertir, con todo, que la valoración de las circunstancias justificantes de la intervención política no queda al juicio personal del clérigo, sino que corresponde a la autoridad eclesiástica. Necesitaría, concretamente, el consentimiento del Obispo, consultado el consejo presbiteral y —si el caso lo requiere— también la Conferencia Episcopal 14. Se trata de una elemental medida de prudencia para evitar peligrosas sugestiones que pueden fácilmente tomar cuerpo al calor de la pasión política. 12. Ibidem. 13. CpC, Directorio..., cit., n. 33. 14. Cfr SÍNODO DE LOS OBISPOS, 1971, cit. 376 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 288 c. 288 Diaconi permanentes praescriptis canonum 284, 285, §§ 3 et 4, 286, 287, § 2 non tenentur, nisi ius particulare aliud statuat. A no ser que el derecho particular establezca otra cosa, las prescripciones de los cc. 284, 285 §§ 3 y 4, 286, 287 § 2, no obligan a los diáconos permanentes. FUENTES: SDO 17, 31 CONEXOS: cc. 276 §§ 2 y 3, 281, 284, 285 §§ 3 y 4, 286, 287 § 2, 1031 §§ 2 y 3, 1032 § 3 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El diaconado constituye el grado inferior en la jerarquía de la Iglesia. No otorga el sacerdocio jerárquico, sino que destina a determinados ministerios relacionados con el presbiterado y el episcopado (LG, 29). «Obispos, presbíteros y diáconos no son susceptibles de ser englobados en una categoría o tipo común por razón de sus poderes o funciones —advierte Hervada— pero sí en relación a aspectos fundamentales de su estatuto personal» 1. El sacramento del orden, en efecto, produce una consagración personal y una destinación a los negotia ecclesiastica que comporta un peculiar estilo de vida. A los diáconos, por lo tanto, corresponde en principio el estatuto especial de los clérigos establecido en los cc. 273 ss. La sujeción a ese estatuto es total en el caso de los diáconos que se destinan al presbiterado. El régimen personal de los diáconos permanentes —sean éstos jóvenes o varones de edad madura, célibes o casados— puede encontrar algunas excepciones, dentro siempre de las líneas esenciales del estatuto de los clérigos 2. Recientemente, el Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes ha reiterado estos principios 3. Es interesante observar a este propósito la estrecha sintonía existente entre las normas del cap. VI de SDO, y los cánones del CIC que se ocupan de los deberes de los clérigos: la veneración y obediencia al Romano Pontífice y 1. J. HERVADA, comentario al c. 207, en CIC Pamplona. 2. Como es bien sabido, la reforma de la disciplina sobre el diaconado y, en concreto, la reinstauración del diaconado permanente en la Iglesia católica latina tuvo lugar mediante el SDO. En España, la Conferencia Episcopal aprobó en su XXVII Asamblea Plenaria (2126.XI.1977) las «Normas prácticas para la instauración del Diaconado permanente en España», ratificadas en el art. 1,1 del primer Decreto general de la Conferencia. Cfr BCEe 3 (1984), p. 99. Las mencionadas normas aparecen publicadas en el Anexo I de ese Decreto, pp. 105-110. 3. Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes, de 22.II.1998, de la CpC. Sobre el valor jurídico de las normas del Directorio, vide supra, p. 318, nota 1. 377 c. 288 Libro II. Pueblo de Dios a los Obispos, el empeño por alcanzar la santidad de vida, de fomentar la propia formación espiritual y doctrinal, etc. Esa similitud de régimen nada tiene de extraño si se considera que los diáconos «actúan al servicio del misterio de Cristo y de la Iglesia» 4. La norma general restauradora del diaconado permanente en la Iglesia latina encarga al Ordinario del lugar la función de vigilar para que los diáconos no ejerzan artem vel professionem que resulte indecorosa o que impida el desempeño fructuoso del ministerio sagrado. A tenor del c. 285 § 1, habrán de abstenerse por completo de todo aquello que desdiga de su estado y también —según el § 2 del mismo canon— de aquellas cosas que, aun no siendo indecorosas, sean extrañas al estado clerical, dejando a salvo las excepciones que puedan seguirse de las normas generales o particulares. 2. El Derecho común sobre la materia está constituido, básicamente, por el c. 288, que aquí corresponde comentar. Como norma general, dispone que —mientras el Derecho particular no establezca otra cosa— no será de aplicación a los diáconos permanentes —pero sí a los diáconos candidatos al presbiterado, para quienes valen las normas previstas universalmente para los presbíteros— el deber de portar traje eclesiástico ni tampoco las siguientes prohibiciones que afectan a los clérigos: aceptar cargos públicos que lleven consigo una participación en el ejercicio de la potestad civil; aceptar la administración de bienes pertenecientes a laicos u oficios seculares; realizar operaciones que supongan riesgos económicos considerables; practicar la negociación o el comercio; y tomar parte activa en partidos políticos y en la dirección de actividades sindicales. La excepción de estas obligaciones no agota las especialidades del estatuto canónico de los diáconos permanentes. Hay que hacer referencia también a los matices particulares que adquieren determinados derechos cuando son ejercitados por estos sujetos. Me refiero sobre todo al derecho a la retribución y al derecho de asociación. El régimen especial que diseña el CIC es, como puede verse, de considerable amplitud en todas aquellas facetas de la vida del diácono permanente que entran en relación con la sociedad civil. Se mantienen íntegramente, en cambio, los deberes de tipo espiritual y ministerial. El alto grado de inserción en al ámbito temporal que el ordenamiento canónico común permite a los diáconos permanentes sugiere que éstos desempeñarán, de ordinario, una profesión civil. El c. 281 —sobre el derecho a la retribución económica de los clérigos— contempla esta posibilidad en relación con los diáconos casados. A propósito de la actividad laboral de los diáconos permanentes conviene hacer las precisiones siguientes: 1.ª Las excepciones admitidas —la práctica de una profesión que suponga ejercicio de poderes civiles o administración de bienes o ejercicio de cargos 4. SDO, cap. VI, 25. 378 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 288 con obligación de dar cuenta— no impide que el derecho particular, en determinadas circunstancias, establezca de modo diverso y considere estas actividades «inoportunas» 5. 2.ª Los diáconos permanentes tienen obligación de contar con el consejo del obispo en asuntos profesionales cuando éstos resulten difícilmente compatibles con la responsabilidad pastoral del propio ministerio. La autoridad competente, teniendo en cuenta las exigencias de la comunión eclesial y los frutos de la acción pastoral al servicio de ésta, debe valorar prudentemente cada caso, aunque se verifiquen cambios de profesión después de la ordenación diaconal 6. 3.ª En materia de administración de bienes, hay que tener en cuenta que las restricciones aplicables a los clérigos responden —prescindiendo ahora de otras motivaciones de índole espiritual y pastoral— a la mejor tutela del patrimonio de la persona jurídica eclesiástica a la que, frecuentemente, representan por oficio. Los diáconos permanentes no ostentan, de ordinario, la representación jurídica de la entidad eclesial en la que ejercen su ministerio y no se encuentran en trance de comprometer el patrimonio de la Iglesia. Por otra parte, al ocuparse del ejercicio de actividades comerciales, el Directorio recuerda expresamente que «será deber de los diáconos dar un buen testimonio de honestidad y de rectitud deontológica, incluso en la observancia de las obligaciones de justicia y de las leyes civiles que no estén en oposición con el derecho natural, el Magisterio o sean contrarias a las leyes de la Iglesia y a su libertad» 7. 4.ª No se contempla el ejercicio de una profesión civil en el caso de los diáconos permanentes pertenecientes a institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica 8. Los argumentos en favor de la militancia política activa o del liderazgo sindical por parte de los diáconos permanentes —eventualidad prevista en el canon 288— resultan menos convincentes que los anteriores, sobre actividades profesionales. Las elevadas funciones que la Iglesia les encomienda —como, p. ej., la predicación autorizada de la Palabra de Dios (cc. 757 y 767)— hacen sumamente desaconsejable que los diáconos aparezcan directamente implicados en el ejercicio del poder civil y en la confrontación política. El Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes ha precisado en un sentido fuertemente restrictivo el alcance de la excepción contemplada por el Derecho común. «El compromiso de militancia activa en los partidos políticos y sindicatos —dice literalmente— puede ser consentido en situaciones de particular relevancia para la defensa de los derechos de la Iglesia o la promoción del bien común, según las disposiciones adoptadas por las 5. 6. 7. 8. Cfr CpC, Directorio..., cit. n. 12. Cfr ibidem. Ibidem. Cfr Ibidem y c. 672. 379 c. 288 Libro II. Pueblo de Dios Conferencias Episcopales; permanece no obstante, firmemente prohibida, en todo caso, la colaboración con partidos y fuerzas sindicales que se basan en ideologías, prácticas y coaliciones incompatibles con la doctrina católica» 9. La recepción del diaconado inhabilita en todo caso para contraer matrimonio. Los jóvenes idóneos que reciben el tercer grado del sacramento del orden con intención de permanecer en él deben ser célibes y atenerse a la llamada ley del celibato, establecida en el c. 277 del CIC. Al mismo régimen se sujetan los varones célibes de edad madura que reciben el diaconado. Los casados —de entre estos últimos— pueden continuar la vida matrimonial, pero no contraer nuevas nupcias con posterioridad a la recepción del sacramento del orden. 3. Las peculiares condiciones de vida de los diáconos permanentes, en especial de los casados, obligará a la correspondiente adaptación de los deberes de los clérigos que el CIC sanciona. Así, por ejemplo, las recomendaciones de sencillez de vida (c. 282 § 1), del desprendimiento de los bienes (c. 282 § 2), de practicar una cierta vida común (c. 280), de no ausentarse de la diócesis (c. 283), no pueden generar el incumplimiento de otras obligaciones de estado. Los diáconos permanentes gozan de los derechos de los clérigos: al ejercicio de un ministerio en la Iglesia, a la formación permanente, a asociarse con otros clérigos, a la retribución, a la asistencia social, a las vacaciones. En materia retributiva se aplican, en principio, los criterios generales destinados al régimen de los clérigos, en virtud de los cuales «es del todo legítimo que cuantos se dedican plenamente al servicio de Dios en el desempeño de oficios eclesiásticos, sean equitativamente remunerados» 10. En consecuencia, los diáconos casados plenamente dedicados al ministerio eclesiástico sin recibir otra fuente de retribución económica, deben ser remunerados de manera que puedan proveer al propio sustento y al de su familia 11. En cambio, si reciben una remuneración por la profesión civil que ejercen o han ejercido, están obligados a proveer a sus propias necesidades y a las de su familia con las rentas provenientes de tal remuneración, tanto si desempeñan el ministerio eclesiástico a tiempo completo como si lo hacen a tiempo parcial 12. La gran variedad de situaciones —tanto personales como sociales y geográficas— en las que pueden encontrarse los diáconos permanentes, hace necesaria una amplia remisión al derecho particular en esta materia. El Directorio se refiere significativamente, asimismo, a eventuales acuerdos estipulados entre las Conferencias Episcopales y los Gobiernos de las naciones que resulten de aplicación al tema que tratamos. 9. 10. 11. 12. 380 CpC, Directorio..., cit., n. 13. CpC, Directorio..., cit., n. 15. CpC, Directorio..., cit., n. 18. CpC, Directorio..., cit., n. 19. P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 288 Entre múltiples vicisitudes que el derecho particular puede contemplar aparece, por ejemplo, la del diácono que, sin culpa, carece de trabajo civil y las obligaciones correspondientes de la diócesis. Puede también resultar oportuno precisar las eventuales obligaciones económicas de la diócesis con relación a la mujer y a los hijos del diácono fallecido. En todo caso, el Directorio establece con un adecuado criterio prudencial que, donde sea posible, «el diácono suscriba, antes de la ordenación, un seguro que prevea estos casos» 13. El principio general aplicable a los clérigos en materia asociativa incluye a los diáconos: no les está permitida la fundación, la adhesión y la participación en asociaciones o agrupaciones de cualquier género, incluso civiles, incompatibles con el estado clerical, o que obstaculicen el diligente cumplimiento del ministerio. Evitarán también todas aquellas asociaciones que, por su naturaleza, finalidad y métodos de acción vayan en detrimento de la plena comunión jerárquica de la Iglesia; además, aquellas que acarrean daños a la identidad diaconal y al cumplimiento de los deberes que los diáconos ejercen en el servicio del Pueblo de Dios; y, finalmente, aquellas que conspiran contra la Iglesia. Las asociaciones que pudieran contribuir a crear una especie de corporativismo diaconal son objeto de una prohibición específica, a la vista de la capacidad disolvente del genuino sentido ministerial de ese tipo de planteamientos. El Directorio se refiere, en concreto, a «aquellas asociaciones que quisieran reunir a los diáconos, con la pretensión de representatividad, en una especie de corporación, o de sindicato, o en grupos de presión, reduciendo su sagrado ministerio, en la práctica, a una profesión u oficio, comparable a funciones de carácter profano» 14. Pretende evitarse que el sagrado ministerio diaconal sea considerado como una prestación subordinada y que se introduzcan actitudes de contraposición respecto a los pastores, considerados como empresarios 15. Dentro aún del capítulo asociativo, el Directorio se ocupa de advertir que «los diáconos provenientes de asociaciones o movimientos eclesiales no se vean privados de las riquezas espirituales de tales agrupaciones, en las que pueden seguir encontrando ayuda y apoyo para su misión en el servicio de la Iglesia particular» 16. Se mantiene para los diáconos permanentes la prohibición de incorporación voluntaria al servicio militar y el mandato de valerse de las exclusiones previstas por la ley estatal para realizar ese servicio. La previsión codicial puede encontrar aplicación en el caso de los jóvenes idóneos y no en el de los varones maduros y menos aún en el de los diáconos casados. Más allá de la cuestión de la eficacia concreta de la norma, cabe deducir que la actividad militar es una de aquellas que se entienden extrañas al estado clerical, también en el grado de los diáconos. 13. 14. 15. 16. CpC, Directorio..., cit., n. 20. CpC, Directorio..., cit., n. 11. Cfr ibidem. Ibidem. 381 c. 288 Libro II. Pueblo de Dios No se olvide que es en el ámbito del Derecho particular donde se implanta el estatuto de los diáconos permanentes, y que pueden adoptarse prescripciones contrarias a la norma general del c. 288. Así, por ejemplo, mediante Decreto general de la Conferencia inter-territorial de Obispos católicos de Gambia, Liberia y Sierra Leona (ITCABI) se establece que «obligan a los diáconos permanentes las prescripciones de los cc. 284, 285 §§ 3 y 4, 286 y 287 § 2» 17. 17. Aprobado en octubre de 1985; cfr J.T. MARTÍN DE AGAR, Legislazione delle Conferenze episcopali complementare al CIC, Milano 1990, p. 287. 382 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos 289 c. 289 § 1. Cum servitium militare statui clericali minus congruat, clerici itemque candidati ad sacros ordines militiam ne capessant voluntarii, nisi de sui Ordinarii licentia. § 2. Clerici utantur exemptionibus, quas ab exercendis muneribus et publicis civilibus officiis a statu clericali alienis, in eorum favorem eaedem leges et conventiones vel consuetudines concedunt, nisi in casibus particularibus aliter Ordinarius proprius decreverit. § 1. Dado que el servicio militar es menos congruente con el estado clerical, los clérigos y asimismo los candidatos a las órdenes sagradas, no se presenten voluntarios al servicio militar, si no es con licencia de su Ordinario. § 2. Los clérigos han de valerse igualmente de las exenciones que, para no ejercer cargos y oficios civiles públicos extraños al estado clerical, les conceden las leyes y convenciones o costumbres, a no ser que el Ordinario propio determine otra cosa en casos particulares. FUENTES: § 1: cc. 121, 141; SCC Decr. Redeuntibus e militari, 25 oct. 1918 (AAS 10 [1918] 481-486); SCC Decl., 21 dec. 1918 (AAS 11 [1919] 6-7); SCC Resp., 28 mar. 1919 (AAS 11 [1919] 177-178); SCR Decr. Militare servitium, 30 iul. 1957 (AAS 49 [1957] 871-874) § 2: c. 123 CONEXOS: cc. 285 §§ 1 y 2, 287 § 1 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El servicio militar encuentra un tratamiento epecial en el cuadro de las actividades que se estiman inapropiadas para los clérigos. Debe incluirse, sin duda, entre las que se denominan extrañas a su condición de dispensadores de los misterios de Dios y verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, pero no aparece en la enumeración prohibitiva de los cc. 285 §§ 3 y 4, 286 y 287 § 2. En lugar del explícito mandato prohibitivo se señala, de forma muy matizada, la falta de congruencia entre la actividad militar y la condición clerical, y se insta a clérigos y a candidatos a órdenes sagradas a que no se presenten voluntarios al servicio de las fuerzas armadas. Es obvio que en este canon no se plantea, ni siquiera de forma implícita, la cuestión de la moralidad de la profesión militar en cuanto tal. La posición de la Iglesia en este punto es clara y no ofrece dudas. El servicio en las fuerzas armadas puede practicarse como contribución al desarrollo de la seguridad y de la libertad de los pueblos y a la construcción de la paz (GS, 79). La falta de congruencia que menciona el c. 289 se circunscribe exclusivamente a los clérigos, cuya misión obliga a presentarse como sembradores de 383 c. 289 Libro II. Pueblo de Dios paz y de concordia, a imitación de Cristo con quien se identifican sacramentalmente. 2. Detrás de la prescripción que nos ocupa se oculta, a mi juicio, un eventual conflicto entre el ordenamiento canónico y el estatal, que se salda en favor del segundo. El c. 289, en efecto, parece tener presente la realidad de aquellos países en los que existe un régimen de prestación militar obligatoria para todos los ciudadanos declarados útiles para el servicio. Los clérigos no pierden, por serlo, su condición de ciudadanos, y el Estado extiende sobre ellos sin cortapisa su competencia legislativa en tanto no aparezca una norma jurídica que admita un trato diferenciado. De este modo, aunque el ordenamiento canónico declare la incongruencia entre la prestación militar y la condición de ministro sagrado, la Iglesia se somete a la disciplina del Estado, aceptando la incorporación obligatoria de los clérigos al ejército, evitando poner a éstos en trance de incurrir, como consecuencia de su negativa, en un ilícito penal. El Derecho canónico se limita a prohibir la prestación voluntaria del servicio militar y a ordenar a los clérigos que se acojan a las exenciones del servicio previstas por el ordenamiento estatal. Con todo, cabe la licencia del Ordinario para actuar en sentido contrario en supuestos verdaderamente extraordinarios. Podría imaginarse el caso de quien considerase la prestación del servicio militar como un deber moral. Aun así, cabría el recurso a la defensa de la patria sin el empleo de armas, siendo ésta la conducta que más frontalmente choca con la condición clerical. En el capítulo de exenciones hay que mencionar, en primer lugar, las que puedan presentarse por vía concordataria para relevar a los clérigos de obligaciones militares. Por otra parte, y con carácter general, podría ser de aplicación al caso la figura de la objeción de conciencia, si encontrara en el país adecuada cobertura jurídica. En tal caso, bastaría que los clérigos manifestaran su resistencia, no necesariamente por experimentar aversión al empleo de las armas, sino por entender que la actividad militar no es congruente con la misión que desempeñan como ministros sagrados de la Iglesia católica. La cuestión puede tener su importancia a efectos de la prueba exigida a veces en los procedimientos administrativos encaminados a reconocer la condición de objetor. La legislación sobre objeción de conciencia plantea la dificultad, desde la perspectiva que aquí interesa, de que ordinariamente reclama una prestación sustitutoria. La actividad requerida podría apartar igualmente de su misión específica al ministro sagrado, a no ser que fuera permitida una prestación de tipo religioso. Curiosamente, en España, con notable antelación a la promulgación de la legislación sobre objeción de conciencia al servicio militar, se reconocía «como prestación social sustitutoria de las obligaciones específicas del Servicio Militar, la de quienes durante un período de tres años, bajo la dependen- 384 P. I, t. III, c. III. Obligaciones y derechos de los clérigos c. 289 cia de la Jerarquía eclesiástica, se consagren al apostolado, como presbíteros, diáconos o religiosos profesos, en territorios de misión o como capellanes de emigrantes» 1. Fuera de la excepción apuntada, el acuerdo español sobre asistencia religiosa a las fuerzas armadas y servicio militar de clérigos y religiosos establece, como principio, que éstos se encuentran sujetos a las disposiciones generales del servicio militar 2. Con todo, «a los que ya sean presbíteros, se les podrán encomendar funciones específicas de su ministerio, para lo cual recibirán las facultades correspondientes del Vicario General Castrense» 3. Además, «a los presbíteros a quienes no se encomienden las referidas funciones específicas y a los diáconos y religiosos profesos no sacerdotes, se les asignarán misiones que no sean incompatibles con su estado, de conformidad con el Derecho canónico» 4. Como puede comprobarse, la competencia sobre el régimen del personal eclesiástico en filas corresponde siempre a la autoridad militar. La posterior legislación unilateral de desarrollo del acuerdo español suavizó ese principio al establecer que «todos los presbíteros quedarán a disposición del Vicario General Castrense para ser empleados en cualquier destino de las Fuerzas Armadas donde lo requiera el servicio religioso, para lo cual recibirán las facultades correspondientes del Vicario General Castrense» 5. La importancia de la norma estriba, como es obvio, en el hecho de que es el Ordinariato quien propone el destino de los presbíteros, anteponiendo a cualquier otra consideración las necesidades del servicio pastoral. 3. Los clérigos han de valerse igualmente —a tenor del § 2 del c. 289— de las exenciones que les conceden las leyes, convenciones o costumbres para no ejercer otro tipo de cargos y oficios civiles públicos extraños al estado clerical, a no ser que el Ordinario propio determine otra cosa en casos particulares. No cabe interpretar la disposición canónica en clave de falta de ciudadanía sino, más bien, de dedicación a lo que constituye la propia y específica misión. Sin olvidar, por otra parte, que el ejercicio del ministerio sagrado, al servicio de todos los que lo soliciten, contiene en su propia entraña una importante dimensión de servicio social. 1. Acuerdo de 3.I.1979, entre el Estado español y la Santa Sede, sobre la asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas y servicio militar de clérigos y religiosos, art. V § 4. 2. Cfr ibidem, art. V. 3. Ibidem, art. V § 2. 4. Ibidem, art. V § 3. 5. Orden Ministerial, 38/1985, de 24 de junio, art. 4. «Boletin Oficial de Defensa», 6.VIII.1985. 385 cc. 290-291 Caput IV Libro II. Pueblo de Dios De amissione status clericalis C. IV. De la pérdida del estado clerical 290 Sacra ordinatio, semel valide recepta, numquam irrita fit. Clericus tamen statum clericalem amittit: 1.º sententia iudiciali aut decreto administrativo, quo invaliditas sacrae ordinationis declaratur; 2.º poena dimissionis legitime irrogata; 3.º rescripto Apostolicae Sedis; quod vero rescriptum diaconis ob graves tantum causas, presbyteris ob gravissimas causas ab Apostolica Sede conceditur. Una vez recibida válidamente, la ordenación sagrada nunca se anula. Sin embargo, un clérigo pierde el estado clerical: 1.º por sentencia judicial o decreto administrativo, en los que se declare la invalidez de la sagrada ordenación; 2.º por la pena de dimisión legítimamente impuesta; 3.º por rescripto de la Sede Apostólica, que solamente se concede, por la Sede Apostólica, a los diáconos, cuando existen causas graves; a los presbíteros, por causas gravísimas. FUENTES: 1.º: cc. 211, 1993-1998; SCDS Decr. Ut locorum Ordinarii, 9 iun. 1931 (AAS 23 [1931] 457-492) 2.º: cc. 211 § 1, 2198, 12.º, 2305, 2314 § 1, 3.º, 2343 § 1, 3.º, 2354 § 2, 2368 § 1, 2388 § 1 3.º: SCR Resp., 23 iun. 1954; EM IX, 1; PAULUS PP. VI, Enc. Sacerdotalis caelibatus, 24 iun. 1967 (AAS 59 [1967] 691); SCDF Normae, 13 ian. 1971 (AAS 63 [1971] 303-308); SCDF Litt. circ., 13 ian. 1971 (AAS 63 [1971] 309-310); SCDF Decl., 26 iun. 1972 (AAS 64 [1972] 641-643); SCDF Litt. circ., 14 oct. 1980 (AAS 72 [1980] 1132-1135); SCDF Normae, 14 oct. 1980 (AAS 72 [1980] 1136-1137) 291 Praeter casus de quibus in can. 290, n. 1, amissio status clericalis non secumfert dispensationem ab obligatione caelibatus, quae ab uno tantum Romano Pontifice conceditur. Fuera de los casos a los que se refiere el c. 290, 1.º, la pérdida del estado clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato, que únicamente concede el Romano Pontífice. FUENTES: c. 213 § 2; IOANNES PAULUS PP. II, Ep. Novo incipiente, 8 apr. 1979, 9 (AAS 71 [1979] 409-411); SCDF Litt. circ., 14 oct. 1980, 3 (AAS 72 [1980] 1133-1134); SCDF Normae, 14 oct. 1980, 1 (AAS 72 [1980] 1136) CONEXOS: cc. 247, 277, 292-293, 1009, 1012, 1024, 1026, 1037, 1087, 1317, 1364 § 2, 1367, 1370 § 1, 1394 § 1, 1395, 1708-1712 386 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical cc. 290-291 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. El ordenamiento canónico ha establecido tradicionalmente una neta distinción entre las dos situaciones jurídicas que a continuación vamos a tratar: la pérdida de la condición clerical y la liberación de las obligaciones contraídas junto con la recepción del sacramento. Puede decirse, en principio, que la relación entre ellas es de causa-efecto, aunque este último no se siga necesariamente de modo automático ni se produzca siempre en plenitud. Entre los deberes clericales, el celibato encuentra un régimen especial, como tendremos oportunidad de comprobar al referirnos al c. 291. Aunque la distinción conceptual entre pérdida de la condición clerical y liberación de las obligaciones sea nítida, es difícil —y a mi juicio perjudicial— exponer separadamente una y otra cuestión. De hacerlo se seguirían, como mínimo, indeseables reiteraciones. Éste es el motivo que ha aconsejado la exposición conjunta de la materia. 2. El capítulo relativo a la pérdida del estado clerical se abre —como lo hacía en el CIC 17 el título correspondiente— con la referencia a la doctrina del carácter sacramental, impreso en el alma de manera indeleble por la recepción del orden sagrado y del cual se sigue que éste no resulte reiterable ni anulable. La perspectiva de este estudio, sin embargo, no es la de la eficacia sacramental, sino la de la condición jurídica de quienes reciben el orden sagrado, que puede sufrir importantes modificaciones aun permaneciendo el sacramento en su plena realidad ontológica. En el lenguaje pío-benedictino se denominaba reducción al estado laical a lo que hoy llamamos, más equilibradamente, pérdida del estado clerical. Se evita de este modo la peyorativa referencia a la condición laical y se supera la implícita concepción estamental de la Iglesia contenida en esas palabras. El principio de igualdad fundamental de los fieles obliga a adoptar esta solución. Por las mismas razones, la antigua pena canónica de la degradación pasa a denominarse, de manera mucho más neutra, dimisión. El c. 290 contempla modos distintos de perder la condición jurídica de clérigo —el estado clerical, dice el texto, con expresión que resulta menos exacta— como consecuencia de la pluralidad de situaciones en que puede hallarse quien ostenta tal condición. La primera es la de quien no recibió válidamente el sacramento. En tal supuesto, la actividad jurídica se orienta a la prueba de que no existió ordenación válida por algún vicio sustancial en la administración o recepción del sacramento. El Derecho habilita a tal fin una doble vía, administrativa o judicial. Puede suceder que la pérdida del estado clerical tenga carácter penal, y 387 cc. 290-291 Libro II. Pueblo de Dios resulte impuesta ex officio; o también —y se trata de la tercera modalidad que tipifica el c. 290— que responda a una motivación pastoral y constituya una dispensa, otorgada mediante rescripto de la Sede Apostólica. Antes de detenernos en el análisis de cada uno de los supuestos recordemos lo dicho al inicio de este comentario: la tradición canónica ha distinguido siempre entre la pérdida de la condición jurídica de clérigo y la liberación de las obligaciones contraídas junto con la recepción del sacramento y, entre éstas, ha reservado un régimen especial para el celibato. 3. La declaración de invalidez del sacramento del orden no es acto discrecional de la autoridad, como sucede en otros supuestos, sino estricta obligación de justicia. Las causas contra la ordenación sagrada se consideran de interés público. «En ninguna de ellas —escribió León del Amo— se ventila el interés privado del clérigo. Todas afectan poderosamente al bien común, tanto por lo referente al estado personal de los ordenados, como por el escándalo que hay que evitar siempre y en todas partes» 1. El tratamiento procesal de esta materia encontrará espacio en los comentarios a los cánones correspondientes del Lib. VII, a los que ahora remitimos. Por nuestra parte baste recordar aquí que, a tenor del c. 1024, resultaría inválida la ordenación del incapaz, y, en virtud de lo dispuesto en el c. 1026, la de quien se encontrara en una situación de falta absoluta de libertad que anulara el acto humano e indujera a excluir la intención de recibir el orden sagrado. Sería igualmente inválida la ordenación de quien fingiera externamente a través de los ritos una intención interna inexistente 2. A las causas anteriores hay que añadir aún las referentes a la incapacidad del ministro de la ordenación (c. 1012) y a la inobservancia de los ritos esenciales (c. 1009). La sentencia firme de nulidad de la sagrada ordenación produce la pérdida de todos los derechos propios de la condición clerical y la liberación de todas las obligaciones, incluida la del celibato (c. 1712). 4. La pérdida de la condición jurídica de clérigo puede constituir una pena canónica —la dimisión o expulsión del estado clerical— aplicable frente a los siguientes supuestos delictivos tipificados por la ley universal: la apostasía, la herejía y el cisma (c. 1364 § 2); la profanación de las especies consagradas (c. 1367); la violencia física contra el Romano Pontífice (c. 1370 § 1); la solicitación (c. 1387); la atentación de matrimonio (c. 1394 § 1); el concubinato y otros delitos contra el sexto mandamiento (c. 1395). La expulsión del estado clerical no puede imponerse, según lo prescrito por el c. 1317, en una ley particular y, a fortiori, queda también vedada a 1. L. DEL AMO, comentario al Título «De causis ad sacrae ordinationis nullitatem declarandam», en CIC Pamplona. 2. Cfr T. RINCÓN-PÉREZ, Los sujetos del ordenamiento canónico, en VV.AA., Manual de Derecho canónico, 2.ª ed., Pamplona 1991, p. 563. 388 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical cc. 290-291 quien ostenta la potestad de régimen la imposición de esa pena mediante precepto. Unas normas de 1971 —de las que nos ocuparemos con detenimiento más adelante— sobre un nuevo régimen de reducción de los clérigos al estado laical 3, dedicaban el último de sus apartados a los casos en que se debía proceder de oficio a la reducción al estado laical. Se decía entonces que el régimen establecido para los sacerdotes que pedían espontáneamente la secularización había que aplicarlo, «observando las debidas proporciones, a aquellos casos en que, después de la necesaria investigación, se vea que algún sacerdote, por su mala vida, o por errores en doctrina o por otra causa grave, ha de ser reducido al estado laical y dispensado al mismo tiempo, por un sentimiento de compasión, a fin de que no se vea expuesto al peligro de la condenación eterna» 4. Actualmente, a tenor del c. 291, el criterio es otro, de manera que la pérdida de la condición clerical por la pena de dimisión legítimamente impuesta no lleva aneja la dispensa del celibato. 5. La antigua reducción al estado laical, a tenor del importante c. 214 del CIC 17, podía producirse legítimamente mediante rescripto de la Santa Sede, con la consiguiente pérdida de los oficios, beneficios, derechos y privilegios clericales y liberación de las correspondientes obligaciones, con la excepción de la ley del celibato. La reducción al estado laical en virtud de una dispensa sin obligación alguna del celibato ni de las horas canónicas sólo podía producirse, por vía judicial o administrativa 5, en el supuesto de que el clérigo hubiera recibido un orden sagrado coaccionado por miedo grave (se sobreentiende en la redacción del canon la validez del sacramento, a pesar de la disminución de la libertad) y después, libre del miedo, no hubiera ratificado su ordenación, al menos tácitamente por el ejercicio del orden. Probado el vicio de consentimiento, no se presumía el defecto de ratificación subsiguiente, que debía ser asimismo objeto de demostración. Con posterioridad a la promulgación del CIC 17, la praxis eclesiástica sobre la declaración de nulidad del orden sagrado y también sobre la dispensa del celibato fue sumamente rígida. En la práctica, esta última se otorgaba, aparte la explícita disposición legal del c. 214, sólo a quienes hubieran sido ordenados antes de la edad de la discreción, si al llegar a la edad conveniente no ratificaban las cargas propias del orden recibido. La Santa Sede, por otra parte, 3. Cfr SCDF, Normas para tramitar en las Curias diocesanas y en las religiosas las causas de reducción al estado laical con dispensa de las obligaciones anejas a la sagrada ordenación, 13.I.1971, en AAS 63 (1971), pp. 303-308. La misma SCDF publicó, con fecha 26.VI.1972, una Declaratio, especie de interpretación auténtica, referente a varios puntos de las normas de 1971. Cfr AAS 64 (1972), pp. 641-643. 4. SCDF, Normas para tramitar..., cit., VII. 5. Una Instrucción de la SCDS, de 9.VI.1931, estableció un procedimiento administrativo para la resolución de estos casos: cfr AAS 23 (1931), pp. 457-473. 389 cc. 290-291 Libro II. Pueblo de Dios dispensaba con relativa facilidad a los subdiáconos y, con mayor dificultad, a los diáconos; nunca a los presbíteros, salvo en los casos extraordinarios ya reseñados. «Para el fuero interno —escribe Colagiovanni— proveía la Sagrada Penitenciaría Apostólica que, con Decreto de 18 de abril de 1936, absolvía de la censura al sacerdote que había atentado matrimonio y admitía, remoto scandalo, a la recepción de los sacramentos, dummodo cum comparte tamquam frater et soror viveret. Pero, como se ve, no admitía la convalidación del matrimonio atentado» 6. En 1964, la SCSO publicó unas Normae ad causas parandas de sacra ordinatione eiusque oneribus 7. Las llamadas causas contra la sagrada ordenación continuaban en el ámbito de competencia de la SCDS; en estas disposiciones se establecían normas de procedimiento —de carácter judicial— para la concesión de las dispensas de las obligaciones anejas al sacramento. Se pretendía, principalmente, resolver el problema de aquellos sacerdotes de avanzada edad y cuya verdadera condición resultara conocida en su entorno, que desde mucho tiempo atrás vivieran en concubinato o hubieran atentado matrimonio civil. En tales casos se ofrecía la posibilidad de celebrar ante el Ordinario el entonces llamado matrimonio de conciencia. La misericordia de la Iglesia salía al encuentro de estos sacerdotes a la vez que se protegía y mantenía incólume la imagen del celibato eclesiástico. Las normas de 1964, aunque circunscritas a la solución de las situaciones verdaderamente irreversibles, tienen una particular relevancia porque dan lugar a la quiebra, por vez primera, del principio secularmente mantenido por la Iglesia de la imposibilidad de las dispensas de celibato a los presbíteros. Pablo VI, en la Enc. Sacerdotalis caelibatus (24.VI.1967), dispuso que, con miras a la concesión de las oportunas dispensas, se tuvieran en consideración, aparte la coacción por miedo grave, aquellos factores que disminuyan la libertad o la voluntariedad del ordenado adulto, aunque no hagan nula la ordenación: «otros motivos gravísimos —decía el Pontífice— que pueden dar lugar a fundadas y reales dudas sobre la plena libertad y responsabilidad del candidato al sacerdocio y sobre su idoneidad para el estado sacerdotal, con el fin de liberar de las cargas asumidas a cuantos un diligente proceso judicial demuestre efectivamente que no son aptos» (n. 84). La SCDF derogó las normas del año 1964 para dictar las de 13.I.1971 8. El nuevo procedimiento no tenía ya naturaleza judicial, sino que se trataba de una simple investigación para probar que las razones del peticionario eran verdaderas. No se ordenaba, por tanto, a demostrar la invalidez de la ordenación 6. E. COLAGIOVANNI, La procedura per la dispensa dagli oneri del sacerdozio e del diaconato, en VV.AA., I procedimenti speciali nel diritto canonico, Città del Vaticano 1992, p. 374. 7. Cfr X. OCHOA, Leges Ecclesiae, III, Roma 1972, n. 3162, cols. 4463-4469. 8. Cfr SCDF, Normas para tramitar..., cit. 390 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical cc. 290-291 o de las obligaciones asumidas, sino a la concesión de la dispensa de estas últimas. Las causas alegables ampliaban extraordinariamente el estrecho marco delimitado por el c. 214. Eran aceptadas tanto las existentes con anterioridad a la ordenación como las surgidas posteriormente. Entre las primeras se indicaban éstas: las enfermedades, la inmadurez fisiológica o psicológica, las faltas contra el sexto mandamiento durante el tiempo de formación en el seminario o en el instituto religioso, las presiones de parte de la familia y los errores de los Superiores, ya en el fuero interno, ya en el fuero externo, al dar el juicio sobre su vocación. Las motivaciones surgidas con posterioridad a la ordenación y alegables para la petición de la dispensa del celibato eran las siguientes: la falta de adaptación al sagrado ministerio, las angustias o crisis en la vida espiritual o en la misma fe, los errores acerca del celibato o el sacerdocio, las costumbres disolutas y otras semejantes 9. El régimen expuesto propició que se extendiera rápidamente una mentalidad que concebía la dispensa del celibato como un derecho del peticionario, con el consiguiente oscurecimiento del carácter causal de la institución. La Declaración interpretativa de 26.VI.1972 trató de corregir en alguna medida esos equivocados modos de interpretar la naturaleza de la dispensa advirtiendo que ésta «no se concede de manera automática, sino por causas proporcionalmente graves» y que «no basta aducir como causas ni el simple deseo de casarse, ni el menosprecio de la ley del sagrado celibato ni la atentación de matrimonio civil o la fijación de la fecha de la boda con la esperanza de obtener así más fácilmente la dispensa» 10. El aspecto más destacable de las normas de 1971, en la medida en que suponía un cambio radical de criterio con respecto a la permanente tradición canónica, era que la reducción comprendía inseparablemente la dispensa del celibato. Si el peticionario era religioso, el rescripto contenía también la dispensa de los votos; asimismo, en la medida en que fuera necesario, el mismo rescripto concedía la absolución de las censuras contraídas y la legitimación de la prole. En todo caso, la dispensa se reservaba al Romano Pontífice. Se planteó la posibilidad de aplicar a este supuesto el c. 81 del CIC 17, sobre concesión a los Ordinarios de la facultad de dispensar de las leyes generales de la Iglesia en algún caso particular, si mediara concesión explícita o implícita o resultara difícil el recurso a la Santa Sede y juntamente hubiera peligro de grave daño en la demora. La respuesta —en la Declaración de 26.VI.1972— fue negativa 11: «esta dispensa —puede leerse— está reservada única y personalmente al Sumo Pontífice». Por eso mismo, continúa el mismo texto, «el matrimonio celebra- 9. Cfr ibidem, II, 3, b. 10. SCDF, Declaratio..., cit., II. 11. Cfr ibidem, III. La Declaratio se apoyaba en el m.p. EM, n. IX, 1. 391 cc. 290-291 Libro II. Pueblo de Dios do sin la dispensa otorgada por la Sede Apostólica no tiene ninguna validez» 12. 6. El 14.X.1980 se aprobaron unas nuevas normas de la SCDF sobre tramitación de las dispensas del celibato sacerdotal 13, que son las actualmente en vigor. En la carta introductoria, dirigida a todos los Ordinarios locales y moderadores generales de institutos clericales, se afirma que la dispensa no debe interpretarse como un derecho que la Iglesia tendría que reconocer indiscriminadamente a todos sus sacerdotes; por el contrario, «lo que hay que considerar como un verdadero derecho es la oblación de sí mismo que el sacerdote hace a Cristo y a todo el pueblo de Dios, quienes, por tanto, esperan de él la observancia de la fidelidad prometida, aun a pesar de las graves dificultades que pueden surgir en su vida» 14. Especial importancia tiene el buen ejemplo y el testimonio de la fidelidad sacerdotal a la propia vocación hasta la muerte —añade Juan Pablo II— para los fieles unidos en matrimonio 15. Las normas vigentes retornan a la tramitación separada de las solicitudes de la dispensa del celibato y de la pérdida de la condición clerical. Este criterio ha cristalizado finalmente en el c. 291 del vigente CIC, cuya interpretación no ofrece ninguna duda: «Fuera de los casos a los que se refiere el c. 290,1.º (la declaración de invalidez de la sagrada ordenación), la pérdida del estado clerical no lleva consigo la dispensa de la obligación del celibato, que únicamente concede el Romano Pontífice». Además de esta importante modificación, las normas de 1980 introducen otra en relación con las causas alegables para la petición de la dispensa del celibato. Ahora, en lo relativo a las causas surgidas con posterioridad a la ordenación, sólo se toman en consideración las situaciones verdaderamente irreversibles (por matrimonio celebrado, hijos habidos, etc.) de sacerdotes de avanzada edad que hayan abandonado el ministerio desde mucho tiempo atrás y deseen arreglar su situación. Supone prácticamente la vuelta al criterio de 1964. Por lo que atañe a las causas existentes con anterioridad a la ordenación, sólo se estiman aquéllas en virtud de las cuales el sacramento no hubiera debido recibirse, quia scilicet vel debitus libertatis vel responsabilitatis respectus defuit 16. La falta de libertad o de responsabilidad, si fueran absolutas, originarían obviamente la nulidad de la asunción de las obligaciones, pero no se exige una total ausencia de voluntariedad para la concesión de la dispensa. 12. SCDF, Declaratio..., cit., III. 13. Cfr SCDF, De modo procedendi in examine et resolutione petitionum quae dispensationem a caelibatu respiciunt, en AAS 72 (1980), pp. 1132-1137. 14. Ibidem, p. 1133. 15. Cfr ibidem. 16. Ibidem, p. 1134. 392 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical cc. 290-291 También se estima que las causas existentes con anterioridad a la ordenación justificantes de la petición de la dispensa del celibato pueden proceder de los superiores, en el sentido de que no pudieron juzgar en el tiempo oportuno de forma prudente y adecuada sobre la capacidad real del candidato para llevar una vida consagrada al Señor con el celibato perpetuo 17. 17. Cfr ibidem. 393 c. 292 Libro II. Pueblo de Dios 292 Clericus, qui statum clericalem ad normam iuris amittit, cum eo amittit iura statui clericali propria, nec ullis iam adstringitur obligationibus status clericalis, firmo praescripto can. 291; potestatem ordinis exercere prohibetur, salvo praescripto can. 976; eo ipso privatur omnibus officiis, muneribus et potestate qualibet delegata. El clérigo que, de acuerdo con la norma de derecho, pierde el estado clerical, pierde con él los derechos propios de ese estado, y deja de estar sujeto a las obligaciones del estado clerical, sin perjuicio de lo prescrito en el c. 291; se le prohíbe ejercer la potestad de orden, salvo lo establecido en el c. 976; por esto mismo queda privado de todos los oficios, funciones y de cualquier potestad delegada. FUENTES: c. 213 § 1; UT 917; SCDF Normae, 13 ian. 1971, VI, 4 (AAS 63 [1971] 308); SCIC Decl., 15 aug. 1975; SCIC Notif., 20 aug. 1976; SCDF Normae, 14 oct. 1980, 5 (AAS 72 [1980] 1134) CONEXOS: cc. 277, 281, 291, 702, 976 COMENTARIO Jorge de Otaduy 1. Con la pérdida del estado clerical decaen inmediatamente —a tenor del c. 292— todos los derechos y deberes del clérigo, con la excepción del celibato. Asimismo, se produce la privación de todos los oficios, funciones y de cualquier potestad delegada. Los actos de potestad de jurisdicción que pretenda realizar, y los que guarden semejanza con ella, son nulos; las actividades propias de la potestad de orden, aunque ilícitas, resultan válidas. Estas prohibiciones cesan cuando se trata de absolver censuras y pecados, de cualquier tipo que fueren, en peligro de muerte. 2. Dentro de esta materia, el aspecto que merece una atención más pormenorizada es el referente al régimen de separación de las funciones que el clérigo secularizado venía realizando. Las disposiciones de la SCDF, de 1980 1, sobre tramitación de las dispensas del celibato, determinan los aspectos que aquí interesan, pero no propiamente en las normas procesales, sino en las contenidas en el texto mismo del rescripto de concesión de la gracia. Estas normas se inspiran claramente en la secc. VI de las promulgadas en 1971 sobre reducción al estado laical 2, que tra1. Cfr SCDF, De modo procedendi in examine et resolutione petitionum quae dispensationem a caelibatu respiciunt, 14.X.1980, en AAS 72 (1980), pp. 1132-1137. 2. Cfr SCDF, Normas para tramitar en las Curias diocesanas y en las religiosas las causas de reducción al estado laical con dispensa de las obligaciones anejas a la sagrada ordenación, de 13 de ene- 394 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical c. 292 taban concretamente acerca de las condiciones que habían de observarse en relación con quienes abandonan el ministerio. En algunos pequeños detalles corrigen su contenido. «El sacerdote dispensado —se lee en el n. 4 del rescripto— pierde, por ello mismo, todos los derechos propios del estado clerical, y todas las dignidades y oficios eclesiásticos y queda en adelante desligado de todas las obligaciones inherentes al estado clerical». Después de esta afirmación genérica, precisa el alcance de algunas prohibiciones relacionadas con la tarea propiamente ministerial y con otras actividades de gobierno, formación o enseñanza. a) En cuanto a lo primero, el dispensado queda excluido del ejercicio del sagrado ministerio. No obstante, puede absolver válida y lícitamente a cualquier penitente en peligro de muerte de toda clase de pecados y censuras. Se le prohíbe predicar la homilía así como ser ministro extraordinario de la sagrada Comunión. Desaparece la prohibición, indicada en las normas de 1971, de tomar parte activa en las celebraciones litúrgicas con pueblo en aquellos lugares en que fuera conocida su condición de sacerdote. En el ámbito pastoral, se encuentran impedidos para desempeñar cualquier tipo de officium directivum. Aun tomando la expresión en sentido estrictamente canónico, la notable amplitud del concepto de officium que recoge el c. 145 permite concluir sencillamente que el sacerdote dispensado no puede ejercer ningún cargo estable en la Iglesia. Estas normas, en sus versiones de 1971 y 1980, no han producido propiamente una innovación en el ordenamiento canónico; delimitan el criterio que siempre ha sostenido la Iglesia y que recordó una vez más Pablo VI mediante carta dirigida al Cardenal Secretario de Estado el 2.II.1970. El Pontífice se refería al deber de no admitir que el ministerio sacerdotal fuera ejercido por quienes hubieran perdido la condición clerical. «Apenas nos atrevemos a pensar —concluía— en las consecuencias incalculables que traería consigo para el Pueblo de Dios, en el plano espiritual y pastoral, una decisión diversa» 3. En cuanto a tareas de gobierno y formación, las normas de 1980 son tajantes en el sentido de no permitir a los secularizados desempeñar ningún cargo en seminarios ni en institutos a ellos equiparados. El reciente Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros señala, por su parte, que la caridad hacia quienes han abandonado el ministerio «no debe inducir jamás a considerar la posibilidad de confiarles tareas eclesiásticas, que pueden crear confusión y desconcierto, sobre todo entre los fieles, a propósito de su situación» 4. ro de 1971, en AAS 63 (1971), pp. 303-308. Para su interpretación, cfr SCDF, Declaratio, 26.VI.1972, en AAS 64 (1972), pp. 641-643. 3. El texto de la carta aparece recogido en «Vida Religiosa» 30 (1971), pp. 329-330. 4. CpC, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31.I.1994, n. 97. 395 c. 292 Libro II. Pueblo de Dios b) Por lo que se refiere a las tareas de enseñanza es preciso introducir mayores matizaciones. Las normas de 1980 mejoran, sobre las de 1971, la ordenación sistemática del conjunto. La competencia de la Jerarquía para determinar el régimen de la actividad de los sacerdotes dispensados en el sector de la enseñanza se justifica apelando a dos atendibles criterios: la naturaleza eclesiástica de la entidad en la que trabajan y la materia religiosa que imparten. En cuanto a lo primero, las normas distinguen entre centros dependientes y no dependientes de la autoridad eclesiástica. Es preciso entender, a mi juicio, que los primeros son todos aquellos dirigidos por personas jurídicas eclesiásticas públicas, no sólo los que autorizadamente, a tenor de los cc. 803 § 3 y 808, pueden usar el título de escuelas o universidades católicas. Pues bien, en estos centros, si son de grado superior, los sacerdotes dispensados no pueden desempeñar cargos directivos ni docentes. En los de grado inferior encuentran la misma prohibición inicial, aunque se contempla la posibilidad de que el Ordinario —según su prudente juicio, y con tal que no se produzca escándalo— admita proceder de otro modo, solamente en cuanto al desempeño de cargos docentes. En los centros no dependientes de la autoridad eclesiástica, sean éstos privados o estatales, la competencia de la Jerarquía sobre las actividades de los sacerdotes dispensados se reduce al control sobre las enseñanzas de tipo religioso. En los centros superiores no pueden impartir disciplinas teológicas ni otras cualesquiera íntimamente ligadas a ellas. La misma norma rige en los centros de grado inferior, con la salvedad de que puede alcanzarse la licencia del Ordinario que mencionamos más arriba. Es oportuno aludir a dos puntos que la Declaración de la SCDF, de 26.VI.1972, interpretó auténticamente en relación con las normas del año anterior y que pueden también ayudar al mejor entendimiento de las vigentes, de 1980. La primera de las puntualizaciones aludía a que con las palabras institutos similares (a las Facultades de Teología) deben entenderse facultades, institutos, escuelas, etc. de ciencias eclesiásticas o religiosas (p. ej., Facultad de Derecho canónico, de Misionología, de Historia de la Iglesia, de Filosofía o Institutos pastorales, de Pedagogía religiosa, Catequética, etc.). El segundo punto abordado por la Declaración de 1972 trataba sobre la determinación de las disciplinas conexas a las de carácter teológico que se prohíbe impartir a los dispensados. Señala, a título de ejemplo, la pedagogía religiosa y catequética. Para dirimir los conflictos que puedan plantearse acerca de la conexión entre una materia y otras resulta competente la CDF, con la colaboración de la CdIC. En materia relativa a la restricción de actividad docente a sacerdotes dispensados habrá que tener en cuenta como es lógico, además de las normas generales, lo que dispongan los estatutos de las entidades titulares de los servi- 396 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical c. 292 cios y las facultades reconocidas a los respectivos Ordinarios. Por lo que se refiere a los centros estatales, será preciso observar si existe alguna disposición concordataria —lo que no resulta infrecuente— que toque de algún modo problemas de esta especie, a propósito de la enseñanza de la asignatura de religión o de disciplinas teológicas en los centros públicos. 3. Hay un punto de considerable relevancia que no aparece tratado en la nueva regulación y que ocupaba el último párrafo de la secc. VI de las normas de 13.I.1971. Me refiero al tema de la ayuda espiritual y también material, en cuanto sea posible, que los Ordinarios competentes deben prestar a los sacerdotes secularizados 5. Con la pérdida del estado clerical decaen los títulos jurídicos que otorgan el derecho a la remuneración y a la previsión social. Por eso, la norma que comentamos imponía a la autoridad eclesiástica una obligación de actuar conforme a la equidad, pero no confería un título jurídico al dispensado para reclamar ninguna especie de indemnización. La fórmula delineada era semejante al subsidium caritativum que el ordenamiento canónico reconoce en favor de los que abandonan la vida religiosa y se encuentran en análoga situación de necesidad (c. 702). Tampoco sería jurídicamente exigible de la autoridad eclesiástica, por parte del secularizado, una pensión para atender las necesidades surgidas por enfermedad o vejez. En aquellos países en los que se ha procedido a la integración de los clérigos en el régimen estatal de la Seguridad Social, el problema encontrará posiblemente una rápida solución por esta vía. En esas circunstancias, sí que sería atendible la reclamación del sacerdote dispensado en caso de que la entidad obligada no hubiera satisfecho las cuotas correspondientes a la Seguridad Social mientras estuvo vigente la relación de servicio pastoral entre el clérigo y la autoridad eclesiástica 6. 5. Cfr SCDF, Normas para tramitar..., cit. 6. Me he ocupado extensamente del estudio de los problemas jurídicos —en la vertiente canónica y civil— que genera la actividad ministerial de los clérigos en Régimen jurídico español del trabajo de eclesiásticos y de religiosos, Madrid 1993. 397 c. 293 293 Libro II. Pueblo de Dios Clericus, qui statum clericalem amisit, nequit denuo inter clericos adscribi, nisi per Apostolicae Sedis rescriptum. El clérigo que ha perdido el estado clerical no puede ser adscrito de nuevo entre los clérigos, si no es por rescripto de la Sede Apostólica. FUENTES: c. 212 § 2; SCSO Litt. circ. et Normae, 2 feb. 1964; SCDF Normae, 14 oct. 1980, 6 (AAS 72 [1980] 1134-1135) CONEXOS: cc. 290-292, 690 COMENTARIO Jorge de Otaduy La doctrina del carácter sacramental impreso en el alma por medio del sacramento del orden da razón de lo establecido en este canon. La rehabilitación del clérigo, después de la válida recepción del sacramento y sucesiva pérdida de la condición canónica adquirida, no requiere nueva ordenación sino licencia de la Sede Apostólica. Cuando el clérigo peticionario, después de la notificación del rescripto de dispensa, manifieste la intención de perseverar en el ejercicio del sacerdocio, continúa suspendido de cualquier oficio, siendo así que con la notificación perdió ya la condición clerical. Podría, con todo, enviar a la Congregación una nueva solicitud para ser readmitido al estado clerical. La Congregación, después de un justo tiempo de prueba, y contando con el parecer favorable del Ordinario, decidirá sobre la oportunidad de presentar la nueva petición al Sumo Pontífice 1. La nueva adscripción entre los clérigos de quien fue secularizado no constituye un derecho, como tampoco lo es la sagrada ordenación ni la dispensa de las obligaciones asumidas por el sacramento. Desde un punto de vista práctico, el problema de la nueva adscripción entre los clérigos de los dispensados adquirió considerable relieve después de la promulgación de las normas de la SCDF, de 1971, sobre la entonces llamada reducción al estado laical 2. Estas disposiciones (vide comentarios a los cc. 290-292) establecían la concesión conjunta e inseparable de la pérdida de la condición clerical y de la dispensa del celibato, al tiempo que ordenaban rea- 1. Cfr SCDF, Declaración, 26.VI.1972, IV, en AAS 64 (1972), pp. 641-643. 2. Cfr SCDF, Normas para tramitar en las Curias diocesanas y en las religiosas las causas de reducción al estado laical con dispensa de las obligaciones anejas a la sagrada ordenación, 13.I.1971, en AAS 63 (1971), pp. 303-308. 398 P. I, t. III, c. IV. Pérdida del estado clerical c. 293 lizar una simple investigación —de carácter no judicial— con la única finalidad de comprobar si los motivos alegados por el peticionario eran verdaderos. La rapidez y facilidad con la que se tramitaban las peticiones y concedían las dispensas dio lugar a que «no pocos sacerdotes que habían introducido la demanda de dispensa a causa de una crisis repentina retiraban después la petición, cuando la petición estaba ya siendo considerada por la Congregación. «Otros, después de recibido el rescripto de concesión, movidos por la gracia y afligidos por los remordimientos de conciencia, no querían aceptarlo para conservar el ejercicio del sacerdocio» 3. Sin embargo, el rescripto que produce la pérdida de la condición clerical y concede la dispensa del celibato adquiere plena validez inmediatamente después de la notificación por parte del Ordinario, y no requiere la aceptación del solicitante. A la vista de estos hechos, la SCDF instó una vez más a los Ordinarios para que ofrecieran «paternal asistencia a los sacerdotes en situación de crisis vocacional, de modo que, en asunto de tanta importancia para su propio futuro y para el bien de la Iglesia, no actúen precipitadamente y no soliciten la dispensa sin graves y objetivas razones» 4. Se insistió, asimismo, en que los Ordinarios no tramiten las peticiones no suficientemente fundadas, «sobre todo cuando se trate de sacerdotes que recibieron la ordenación pocos años antes» 5. La readmisión del clérigo exige, como consecuencia de la imposibilidad de admitir clérigos vagos o acéfalos, la solución previa del problema de su incardinación. La Congregación resuelve las peticiones contando con la conformidad de los respectivos Ordinarios, que habrá de alcanzar también a este punto, que es uno de los fundamentales que, ante esta situación, se encuentran en juego. La prudencia de la Sede Apostólica conducirá a que la licencia no se otorgue mientras no hayan desaparecido las causas que motivaron la pérdida de la condición clerical. Así, por ejemplo, no se otorgará al clérigo que hubiera contraído matrimonio en tanto no se verifique la disolución de ese vínculo. 3. SDCF, Declaración, 26.VI.1972, I. 4. Ibidem. 5. Ibidem, II. 399