Revista Nodos. Nro. 3. - Junio de 2004 Director: Jorge Huergo www.revistanodos.unlp.edu.ar Algunas cuestiones sobre cierto tono de época Eva Da Porta Creo que estamos en un momento instituyente del campo comunicación/educación y cómo todo momento instituyente es profundamente político. Es político porque, como diría Ernesto Laclau, se trata de tomar decisiones en un terreno indecidible. Las decisiones, en este caso teóricas y conceptuales, que tomamos a la hora de trabajar esta articulación, no son ajenas al poder, a ciertos poderes que por funcionar en espacios académicos, no siempre se muestran como tales. La academia abre debates al interior de sus fronteras, pero una vez que las atraviesan pierden el tono agónico para convertirse en recetas o simplificador adoctrinamiento. Digo esto porque una “escena fundante” me acosa y es la de la docente desanimada/entusiasmada (no importa, ahora) que interpela al comunicador (universitario) sobre cómo trabajar con los medios en la aula. El vínculo social y pedagógico ya está estructurado. El comunicador sabe, la docente no. En los últimos años he visto innumerables tesis de comunicación que se proponen “prestar este servicio” a los docentes. Y así se diseñan, talleres de recepción crítica, sin haber pisado un aula, sin saber qué conocen los alumnos, cuáles son sus intereses, sus capacidades analíticas o sin preguntarse por la currícula deben dar los docentes. También se propone la producción de medios en la escuela sin preguntarse para qué, por qué, qué pueden querer comunicar docentes y alumnos o a qué públicos estarían dirigidos esos mensajes. Esta prepotencia comunicacional, no se cuestiona a si misma y da por sentado desde una óptica instrumental que es “bueno” y positivo trabajar con medios, “comunicarnos”, reproduciendo lógicas sociales y culturales sin cuestionamiento alguno e ignorando las propias lógicas de la escuela. Estas prácticas estudiantiles son unas, entre otras tantas, de las formas en las que se está institucionalizando el campo. Y aunque parezca poco importante, y casi anecdótico, habla no sólo de los imaginarios estudiantiles, sino de lo que los textos y los docentes universitarios les estamos enseñando. Pero este imaginario de servicio, además recoge 1 cierta “atmósfera”, que excede a la academia y proviene de la cultura misma que deposita en la comunicación un conjunto de representaciones complejas cargadas de valores redentores, de progreso y de proceso ineluctable. Estas operaciones de institucionalización están vinculadas, por un lado a preocupaciones teóricas provenientes del campo de la comunicación, mientras que las preocupaciones prácticas y de intervención social reconocen una impronta educativa. Si nos se problematiza este desequilibrio, es posible que se imponga cierto tono comunicacional hegemonizante sobre lo educativo, que además de ignorar su especificidad social, cultural y política termine por deslegitimar no sólo sus referentes empíricos, por caso la escuela, sino también sus referentes teóricos. Medios y escuela: un fantasma que asedia Comunicación y educación refieren rápidamente a la encrucijada medios/escuela y se constituye en un núcleo que no deja de interpelar. Ese cruce no es casual, obedece no sólo a demandas sociales de intervención sino también a la propia historia de las disciplinas que se fueron desarrollando conforme estos dos fenómenos iban adquiriendo centralidad social. Podríamos preguntarnos, entonces por la legitimidad y el reconocimiento social de ambas instituciones sociales para reconocer nuevamente ese desequilibrio. La escuela sigue siendo hoy una institución “necesaria”, los dispositivos de tecnodiscursividad no sólo son reconocidos como “necesarios” sino también son deseables. El deseo convoca utopías y las necesidades escatologías. La escuela está cargada de representaciones del fin, imaginarios de crisis terminal, de incompetencia, ineficacia y sinsentido. Pero el campo no se construye sólo de teorías, sino que se abona en imaginarios y sentidos comunes que se hace necesario cuestionar porque sino se naturalizan ciertos pensamientos que luego son la plataforma, el núcleo duro desde el cual pensamos proyectos de investigación y estrategias de intervención. En la articulación comunicación/educación hay cierto desajuste que es necesario considerar. Un diferencial de fuerzas, de legitimidades entre ambos términos, que termina por cristalizar un imaginario en el cual la comunicación vendría a ser la herramienta para salvar a la escuela de su crisis de legitimidad. Otra mirada comunicacional 2 Ahora bien, ¿es posible pensar que la comunicación puede articularse de otro modo con la educación y más particularmente con la escuela? Creemos que sí y que justamente su lugar debe ser el de dinamizar los procesos sociales que se desarrollan en las escuelas, el de repolitizar sus vínculos con la sociedad en tanto espacio privilegiado de constitución de identidades y espacio emblemático donde se expresan y se ponen en juego las exclusiones sociales y se manifiestan los antagonismos, si se los deja ver. Esta función crítica es muy necesaria en una institución como la escuela que nació con un mandato de unificar las diferencias y homogeneizar las identidades. La comunicación puede operar entonces como mensajero del “exterior constitutivo” de la escuela a cuenta de desarrollar y potenciar en su interior procesos y prácticas de puesta en evidencia, autorreflexividad y agenciamiento que le permitan reposicionarse en el espacio social y ser un agente de su transformación. El lugar de la comunicación en los escenarios escolares no puede remitirse al de ser mero vector de lo que ocurre afuera, extramuros. Debe poder plantear al interior de la escuela estrategias para abordar eso que viene, problematizándolo. Pero esto sólo es posible si se implica con la escuela, con su dinámica, sus actores, sus discursos, sus lógicas. Una mirada comunicacional puede introducir el conflicto social, la diversidad y las diferencias culturales, no sólo como fenómenos ajenos a la escuela, sino que puede ayudar a reconocerlos, como constitutivos de las identidades culturales, los vínculos sociales y los procesos de conocimiento que se plantean en la institución misma. Una mirada comunicacional que reconozca al poder como inescindible de lo social y a los procesos comunicativos como espacios de ejercicio del poder puede favorecer, desde la escuela, la búsqueda de formas de poder que profundicen la democracia. 3