Entre la espesa bruma de cumbres inhóspitas en las montañas del norte de Lugo se adivina la silueta de un gigante de las especies aladas europeas: el buitre leonado, quien, con cada vez mayor frecuencia, nos regala preciosas escenas en su vuelo. Este carroñero, indispensable en la cadena trófica de nuestros montes, era no hace muchos años, una especie en serio peligro de extinción. Actualmente, su población se encuentra en expansión y sus individuos se dispersan en busca de buenos comederos, y los sistemas montañosos de la Reserva Terras do Miño, lo son. Estas montañas son el escenario de un uso ganadero tradicional: la cría de caballos, que viven aquí en casi absoluta libertad. El caballo de monte gallego una raza de pequeña alzada, está perfectamente adaptado a la vida en este abrupto territorio dominado por los brezales. Empelado en el pasado para labores agrícolas, el caballo de monte gallego conserva hoy su utilidad como animal de montura y producción cárnica. Para estos animales, la libertad tiene un precio lejos de la protección directa del ser humano, los équidos salvajes soportan la presión del más poderoso depredador que habita el territorio: el lobo. El lobo encuentra aquí su sustento en la forma salvaje que no escasea, pero aprovecha en ocasiones la presencia de la ganadería mostrenca para apuntarse a una fiesta a la que nadie le ha querido invitar. Las manadas de lobos ocasionan daños en la cabaña equina con cierta regularidad. Una historia muchas veces repetida, reflejo de la ancestral y difícil relación entre los seres humanos y las criaturas salvajes que compiten por un mismo recurso. En muchos de los ríos y lagos de la Reserva podemos observar al “pez espinoso”, un curioso morador de las profundidades de agua dulce en grave peligro de extinción. Habita en muy pocas zonas de la península, aunque aquí está ampliamente representado. El macho del espinoso se revela como un excelente padre, construyendo el nido con materia vegetal y cuidando de la puesta, incluso después de que los huevos eclosionen. Auténticos generadores de vida, los humedales de la Reserva de la Biosfera Terras do Miño, albergan una gran variedad de especies que conforman un ecosistema complejo y dinámico. Numerosas aves elijen este enclave para sacar provecho de la abundancia de recursos que proporcionan los paisajes húmedos. Los anfibios, componente básico de la cadena alimenticia, están aquí bien representados. Entre la densa vegetación que se abre paso entorno a las masas de agua, se pasea la única especie de rana arborícola que se puede encontrar en la Europa Atlántica y Continental: “la ranita de San Antón”. Sus gráciles extremidades y sus dedos provistos de pequeñas ventosas adhesivas, denotan sus hábitos trepadores. Esta pequeña rana pasa, la mayor parte del tiempo fuera del agua, pero necesita de ella para completar su ciclo biológico. La basta planicie de la Terra Chá, fue colonizada en un pasado no muy lejano para la explotación agrícola y ganadera. El resultado de aquella colonización es un paisaje humanizado con extensos cultivos y pastos para el ganado. La ganadería, una de las actividades económicas más importantes para la zona, será potenciada por iniciativa de la Diputación Provincial de Lugo mediante la creación de un centro de recría con el que se conseguirá una cabaña ganadera de mayor calidad y significará un impulso económico para una actividad tradicional y sostenible dentro del territorio de la Reserva de la Biosfera Terras do Miño. Pero el ganado no es la única fauna que puebla estos campos, cada primavera las tierras de cultivo son visitadas por un ave que aún siendo común en los paisajes esteparios de la península ibérica, representa aquí, en este hábitat húmedo del noroeste, una exclusiva joya de la fauna alada: el sisón, así llamado por el sonido siseante que produce su vuelo, sólo cría aquí, en pequeños núcleos de baja densidad. Tras el periodo de cría, los paisajes de la Terra Chá quedarán huérfanos de la notable silueta de los sisones, que emprenderán un viaje migratorio hacia territorios desconocidos. Gran cantidad de cursos fluviales de distinto porte se deslizan por el paisaje chairego. En algunos de ellos es posible encontrar un molusco de agua dulce que en la actualidad, se debate entre la supervivencia y la extinción y que encuentra en este escenario, uno de sus últimos reductos: la madreperla o mejillón de río, sólo vive en las aguas continentales y europeas de la vertiente atlántica que gocen de un buen estado de conservación, en España sólo se encuentra en algunos cauces del noroeste. Las larvas de madreperla se fijan a las branquias de los peces, consiguiendo así desplazarse a lo largo de los cauces para crear nuevas colonia. La trucha común se presenta como la reina de los ríos de la Reserva. Los pescadores locales utilizan técnicas adaptadas al entorno y ejecutan los lances con una técnica conocida con el nombre de ballesta, con saltamontes o grillos como cebo, cimbreando la caña para potenciar la señales de vida del insecto, por lo que esta forma de pescar recibe el nombre de “floreo”. El arte de pesca más sofisticado que idearon los moradores de la Reserva, ha dejado una huella indeleble en el paisaje fluvial: los candiros, construcciones de piedra que cruzan el río de orilla a orilla, interponiendo así un obstáculo a salmones y lampreas, peces migradores, desaparecidos aquí mediado el siglo XX debido a la construcción de las grandes presas hidroeléctricas. En la actualidad aún es posible ver el uso de estos artefactos dedicados ahora exclusivamente a la pesca de la anguila.