COMENTARIO a Elegía Ramón Sijé

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COMENTARIO “A LA ELEGÍA DE RAMÓN SIJÉ” de Miguel Hernández
La muerte de su amigo Ramón Sijé fue una de las realidades más sentidas por el poeta. Esta elegía es un
canto a esa muerte, un canto a la amistad sentida y rota, puesto que fue un verdadero amigo y mecenas que lo
ayudó a integrarse en la vida literaria de Orihuela, y también despertó en él el amor por los clásicos. Miguel
Hernández convierte esa muerte en una de las elegías más celebradas de la literatura española. Se trata de una
elegía escrita el 10 de enero de 1936 y la escribió a los pocos días de morir su amigo incluyéndola en “El rayo
que no cesa” en el poema número 29.
Desde el punto de vista formal la elegía consta de 49 versos endecasílabos de arte mayor con rima
consonante y estrofas de tercetos encadenados excepto la última estrofa que es un serventesio y, aunque
rompe la estructura del libro al no ser un soneto, encaja perfectamente dentro de él por la temática, en este
caso el amor de amistad, representado en un momento dado también en el término “rayos” del verso 26 como
metáfora que expresa el dolor de la ausencia de su amigo, de la muerte del amigo ( “como el rayo”…) igual
que antes había expresado la ausencia del amor de la amada. Sin embargo vamos a notar una diferencia
semántica en el tema de la muerte. Si en los sonetos ésta se convierte en una liberación del mal que acosa al
poeta, en la elegía la muerte representa una realidad que no es posible aceptar, inaceptable. El poeta acaba
rebelándose contra esa muerte de forma rotunda como podemos comprobar en una primera lectura, pues el
poeta hace suya la muerte del amigo hasta el punto de identificarse con ella (“se me ha muerto…”) a través del
pronombre-dativo ético o de interés. También la expresión “con quien tanto quería” nos confirma la
comunión existente entre los dos amigos.
Pero ante la imposibilidad real de tal identificación, tras la muerte de su amigo expresada en el verso 11
como “hachazo invisible” o como “hachas estridentes” en el verso 26, el poeta comienza con el primer
terceto del poema a llorar la muerte ante la tumba de su amigo con un deseo manifiesto: ser el hortelano de la
tierra que ocupa. Estos primeros versos muestran un claro tono de resignación unida a ese deseo de crear un
huerto y fertilizarlo con los restos del amigo. Cabe destacar, en este sentido, la fuerza telúrica que nace de
ellos puesto que el amigo pasa ya a formar parte de la naturaleza, del reino natural al que tanto apego ha tenido
Miguel Hernández desde su juventud, y así lo manifiesta en ese deseo de unir sus restos, el corazón del amigo,
a las amapolas, a las lluvias y caracolas, así como a su propio dolor. Dolor que aparece con toda su intensidad
en el verso 8 “Tanto dolor se agrupa en mi costado/ que por doler me duele hasta el aliento” y que es fruto de
la muerte que aparece representada en los versos 10-12 bajo distintas imágenes: “manotazo duro”, “hachazo
invisible”, “golpe helado” imágenes referidas a lo cortante, punzante y seca que llega y puede ser la muerte,
además de su origen incierto y desconocido. Dicho dolor no tiene mayor extensión que la que produce en el
poeta desde una reminiscencia cancioneril y, posteriormente, propia de la lírica de San Juan de la Cruz. Nos
referimos a “la herida” que se produce en el poeta que no es sino imagen de la huella de la amistad existente
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entre ambos. En este sentido, la vida del propio poeta tiene menos valor que la muerte de Ramón Sijé, la siente
menos, afirma, agrandando si cabe, aún más, aquella herida, ese silbo vulnerado que podríamos decir
parafraseando otros versos que todos recordamos.
“No hay extensión más grande que mi herida” (vv. 13) dice el poeta y “siento más tu muerte que mi vida”
(vv15) reiterando su desconsuelo en las estrofas 7 y 8 introducidas por las anáforas “temprano” y “no
perdono” pues aumentan el disgusto del yo poético ante el acontecimiento de la muerte. En este sentido, en la
estrofa 7 es destacable el pleonasmo del verso 20 “Temprano madrugó la madrugada, así como la expresión
utilizada para referirse a la muerte, pues ésta “temprano levanta el vuelo” como si fuese un ave, un ave rapaz
que circunda al poeta como ocurre en el poema “Un carnívoro cuchillo”.
Apreciamos en estas estrofas ( de la 7 a la 11) cómo el poeta pasa de ser receptor del dolor y de la muerte a
ser causa y promotor de la misma hasta querer conseguir un auténtico cataclismo dramáticamente expresado
en la estrofa 9:
“ En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta”
Mediante recursos retóricos de aliteración, la “r” en las estrofas de la 9 a la 11, la anáfora en las 7,8 y 10 y el
polisíndeton en la 32 y 33, nuestro poeta se rebela contra la muerte expresando la urgencia de rescatar o
resucitar a su amigo y compartir su huerto y, además, lo hace con imágenes eminentemente expresivas
(“quiero… besarte la noble calavera”).
En la última parte de la elegía renace un nuevo tono de sosiego y placidez que hay que destacar. El poeta
asocia al amigo diferentes elementos de la naturaleza como “ abejas, terciopelo, almendras espumosas, rosa,
nata y compañero…” para, de este modo, llegar hasta la sublimación de la realidad en un proceso de
metamorfosis en el que el huerto, la higuera, las flores etc sean la reencarnación, la nueva vida del amigo ya
muerto. De los versos 34 a 42 se nota en este sentido un cambio del tiempo verbal que pasa ahora a los futuros
simples frente al presente de antes, en forma de reiteración léxica (“ volverás”, alegrarás..”) o de forma
metafórica(“ pajerearás”) poniendo así de manifiesto cierta esperanza en su deseo, en ese deseo sublimado y
transformado en pura naturaleza. Todo ello para volver en el verso 44 al presente de nuevo ( con el que deja de
soñar y de desear lo imposible) desde el que “ la voz avariciosa y enamorada del poeta llama al corazón del
muerto a un campo de almendras espumosas..” para finalmente requerirlo de nuevo “ a las aladas almas de las
rosas” y poder hablar con él como un amigo.
La voz lírica adquiere al final un tono tranquilo, de pura cotidianidad. El poeta desea seguir comunicándose
con su amigo y ésa es precisamente su nueva esperanza, que se puede resaltar en la epanadiplosis del ultimo
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verso, aunque nunca debamos olvidar que estamos ante una elegía, un canto a una persona muerta a la vez que
una muerte interior del poeta, el dolor que siente por esa persona.
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