MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS Vienen acumulándose sucesos, vienen dándose opiniones, vienen presentándose dictámenes en la misma Cámara de Representantes de los Estados Unidos, que están creando en la vecina república una atmósfera que nos es perjudicial, por cuanto quiere llevarse a la opinión pública, norma allí del gobierno, el convencimiento de que es justa, necesaria y útil la invasión de una parte del territorio mexicano. No fuera patriótico ocultar un peligro grave, en nuestro concepto, para la patria. En buen hora que un periódico oficial sea comedido hasta el exceso en sus manifestaciones; los periódicos que no tenemos esa traba, los que no somos en último caso más que la expresión de las ideas de los redactores, mantenidos por su identificación con las ideas de los lectores que sostienen el periódico, tenemos el deber de analizar, prever y señalar los medios de evitar los males que por apatía o aturdimiento pudieran sobrevenir a nuestra patria. No vamos ahora a analizar en conjunto, como pronto y sin perder tiempo lo haremos, todo lo que ha venido a formar un cuerpo compacto, alarmante por lo uniforme, de ataques a México. Hablaremos hoy brevemente, no del grave incremento que toman en la opinión americana las ideas hostiles a México, sino concretamente de la proposición presentada a últimas fechas a la Cámara de Representantes, al seno de la cual ha ido a hacerse sentir la mano de los especuladores que desean de una manera rápida, nuevo cuerpo donde ejercer su comercio y sus explotaciones. La cuestión de México como la cuestión de Cuba, dependen en gran parte en los Estados Unidos de la imponente y tenaz voluntad de un número no pequeño ni despreciable de afortunados agiotistas, que son los dueños naturales de un país en que todo se sacrifica al logro de una riqueza material. La Cámara de Washington había nombrado una comisión para el arreglo de las reclamaciones contra México, con motivo del abigeato. La comisión ha presentado dictámenes, y el presidente Schleicher ha dicho a la Cámara lo que sigue: Ahora es el momento a propósito para que el gobierno americano intervenga y arregle la cuestión del Río Grande. Fundo mi opinión en estos hechos: el gobierno de Lerdo no tiene autoridad sobre Tamaulipas ni sobre población alguna de la frontera, y no tiene un solo soldado sobre la línea divisoria, del lado de México. El gobierno de Díaz, que es el que está en posesión de ese lado del país, no está reconocido como tal gobierno por el de los Estados Unidos, y, de hecho, no es más que una chusma sin ley. Si las tropas de los Estados Unidos cruzan la frontera, no violan el territorio del gobierno legítimo de México, sino simplemente invaden un estado insurrecto que ha arrojado de sí los representantes civiles y militares del gobierno legítimo, y no es, en fin, un gobierno reconocido allí. Cualesquiera utilidades que surgieran de tal política, tendrían lugar con los rebeldes, y no con el gobierno mexicano reconocido, ni con sus tropas. Los revolucionarios no impiden el abigeato; al contrario, la presencia de las tropas de Díaz aumenta la demanda de carne para su mantención, dando así estímulo al abigeato. Hace un año, el gobierno de Lerdo dijo al ministro americano en México, que no se atrevía a dar permiso para que las tropas americanas cruzaran la frontera, porque sería derrocado. Ahora que ni Lerdo ni sus tropas están allí, no hay obstáculo contra la entrada de nuestras tropas en el territorio de México. En consecuencia, ahora es el momento de arreglar la situación de la frontera. La comisión propuso enseguida a la Cámara la aprobación de las resoluciones siguientes: Art. 1ro. El Senado y la Cámara de diputados, reunidos en Congreso, resuelven que, con el objeto de asegurar una protección más eficaz al país situado entre el Río Grande y el Río Nueces, en el estado de Texas, contra los ladrones de ganado, los malhechores y los asesinos que vienen de la orilla mexicana del Río, el Presidente de los Estados Unidos está autorizado a situar sobre el Río Grande, a partir de la embocadura de este río, hasta el límite Norte del estado de Tamaulipas, más allá de Laredo, dos regimientos de caballería para el servicio de campaña. Estas tropas vendrán a unirse a los regimientos de infantería necesarios para el servicio de las guarniciones. El efectivo de dichos regimientos de caballería se aumentaría hasta que cuenten con cien hombres por escuadrón, y este ejército se mantendrá por todo el tiempo que sea necesario. Art. 2do. En razón de la imposibilidad en que se encuentra el gobierno nacional de México para impedir las incursiones en Texas de las bandas armadas que vienen del territorio mexicano, el Presidente está autorizado, cuando lo juzgue necesario para la protección de los derechos de los ciudadanos americanos en la frontera de Texas, a ordenar a las tropas a que atraviesen el Río Grande y a que empleen los medios que juzguen propios para tomar posesión de los objetos robados y para detener las incursiones, teniendo cuidado en todos los casos de no causar ningún prejuicio a los habitantes pacíficos de México. Ni el tono portugués ni una ocultación cobarde, convienen en el análisis de todas estas cuestiones. Que los mexicanos saben morir, no vendría a enseñarlo al mundo una nueva invasión americana: los sabinos de Chapultepec tienen escrita en sus canas nuestra historia. Importa ahora estudiar la cuestión, conocer su grado de gravedad, esperar que la diplomacia pueda salvarnos de un conflicto, convencerse, en fin, de que aún es tiempo de evitar el progreso, por desgracia ya harto adelantado, de la opinión contraria a México en los Estados Unidos. Una vez presentado a la Cámara el dictamen de Schleicher ¿por qué los mexicanos residentes en Washington no se apresuran a refutar vivamente las inexactitudes en que ha pretendido fundarlo la comisión? Si la Cámara vota engañada, ¿no recaería alguna culpa sobre los que no intentaron todos los medios de prepararla contra el fraude que se hacía a su opinión, dándole como ciertas, inexactitudes tales como la impotencia del gobierno en la frontera, donde debe haber a estas horas cinco mil hombres de las fuerzas federales, y la ocupación de Tamaulipas por las fuerzas de Díaz, que según los mismos periódicos americanos, constan de mil hombres, y que no ocupan más que Matamoros? La prensa americana pretende hacernos daño: conviértase al inglés la prensa de México, y vayamos a decir la verdad en su mismo país, para que la opinión vacile y estudie, y no sin detenido examen, se pronuncie en contra nuestra. Esto urge: hay en los Estados Unidos mexicanos sobrado patriotas, sobrado inteligentes para hacer esta obra precisa, con toda la prontitud, el vigor y la actividad que para impedir un mal ya adelantado son ahora de todo punto necesarias. El mal principia a hacerse: se comienza a creer allí que una invasión a México es justa; se explota el sentimiento de honor patrio, y se aprovecha la exquisita sensibilidad mercantil del pueblo americano: se lleva ya a la Cámara este mal pensamiento, y se lleva engañándola, precisamente en el raciocinio capital en que descansa el dictamen cuya aprobación se pretende. Es fuerza acudir al remedio, con la misma energía, con la misma rapidez, con el mismo ardor con que se hace en la república vecina la propaganda contraria. Faltaba este título de gloria al funesto revolucionario Díaz: no ha visto, en su culpable obcecación, que las formas vedaban a los Estados Unidos la invasión en un pueblo que estaba en paz, que se acreditaba en el extranjero, que aumentaba en sus relaciones comerciales con ellos, regido por un gobierno perfectamente legal, y que ninguno de estos miramientos tendría el día en que una situación anormal, una nueva rebelión de la soldadesca, un nuevo crimen de la vanidad, ayudasen a fortalecer la opinión, en los Estados Unidos muy válida, de que México es un país ingobernable, y de que harían una obra humanitaria reduciéndonos por la fuerza a ser tributarios de la Gran República. ¿No se ha visto estallar la opinión enemiga de los periódicos de la América del Norte, opinión en secreto alimentada y con trabajo contenida, apenas llegó a Nueva York y a Washington la noticia de la ocupación de Matamoros y la rebelión de Díaz? ¿No dan lugar preferente en sus columnas los órganos más acreditados de la prensa a las noticias de México y a comentarios que nos son hostiles? La revolución ha venido a ser el pretexto tanto tiempo hace esperado, por la tranquila calma sajona, para preparar al pueblo limítrofe a un ataque armado contra México. ¿Y no se espanta la revolución, no pide perdón, no depone aterrada las armas, no cede en su empeño criminal cuando ve que por levantar a un hombre comienza desde sus primeros pasos comprometiendo la independencia del país? ¡Tal parece que la ambición ahoga en los hombres todo sentimiento levantado y generoso! No queremos nosotros creer que el gobierno americano tenga parte en todas estas gestiones que nos son desfavorables, porque visiblemente no han partido aún del gobierno. Aunque no lo obligase a esto la franqueza que en él suponemos, lo obligaría una hipocresía política que nos sería fatal, si con prudencia, tiempo y tacto no se procurasen aprovechar todos los obstáculos de forma, de manera de hacer, que a los Estados Unidos opone respecto a México su condición de país republicano, obrando contra otro país regido también por la república. Otra vez diremos que los Estados Unidos no pueden hacer alarde de fuerza y que han de obrar con calma y con astucia. Séanos lícito por hoy creer que aún no está aprobada la proposición de Schleicher; que esta no será más que un eco de los especuladores que están interesados desde hace mucho tiempo en una invasión de la frontera; que la hostilidad de la prensa depende de esta misma causa, allí tan fácil de explotar y de mover al capricho de los intereses personales, en fin, que lo que no es hasta ahora más que la opinión, no aislada por desgracia, de Sherman, Sheridan y Schleicher, no se convierta en un peligro cierto, en una invasión que por decoro y patriotismo resistiríamos, en una guerra de resultados desastrosos, en un instrumento del general Grant para asegurarse en la presidencia de los Estados Unidos. El señor Lerdo es, antes que todo, hombre de estado: creemos que lo distinguen una gran previsión y una innegable cordura; suponemos que, más aún que la revolución incidental que nos aflige, atenderá a conjurar el peligro que de un modo ya concreto se señala. Y para ayudar al ejecutivo en esta obra, para salvar a la república, para consolidar la existencia de la nación, cumplirá su deber todo el que no le oponga obstáculos, y será execrado por la patria todo el que en peligro de muerte hiere con el casco de sus corceles su seno amenazado. No hay revolución ni lerdismo; no hay generales ni hombres civiles; no hay rebeldes ni leales; no hay más que mexicanos que se agrupan alrededor del que defiende la salvación de la patria, y ciegos y traidores que adelantan hacia su ruina, engañosamente espoleados por los que quieren hacer de México un mercado donde asegurar su vacilante potencia mercantil. Revista Universal. México, 27 de abril de 1876.