damos llegar a poseerlas. Y también los ricos, que han tenido que aprender que sus riquezas no son tan valiosas en realidad, deberían alegrarse. Cómo quisiéramos que nuestros hijos pudieran tener una buena educación académica. Con cuánto orgullo el padre del universitario habla de los logros de su hijo. Lo triste es que se ha pasado por alto en casi todos los casos el hecho de que hay una educación mucho más valiosa. Y los hijos han ido creciendo sin recibirla. Esta educación es la espiritual, la que tiene que ver con el alma más que con el intelecto; la que tiene que ver con la dicha eterna más que con cierta seguridad en esta vida pasajera. La educación espiritual es la que verdaderamente capacita a la persona para enfrentarse a esta vida. El mandamiento es claro: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efes. 6.4), Y no menos clara es esta declaración del rey sabio: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él." (Proverbios 22.6). Es bueno que podamos dar una adecuada educación académica a nuestros hijos, pero es un crimen no darles la educación espiritual. La primera cuesta dinero, la segunda no. La primera no todo padre puede proporcionarla, la segunda sí. Aquella tiene cierto valor, ésta un valor incalculable. La educación espiritual libra al hombre de sufrimientos en esta vida, glorifica a Dios y "tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera." (1 Tim. 4.8). Seguramente es una cosa de verdadero valor. Es un hecho innegable que la gran mayoría de las personas, incluyendo a muchos ricos y educados, no sabe vivir, ni convivir. No sabemos cómo actuar en cada caso. Y esta falta de sabiduría nos hace sufrir y causar sufrimiento a otros. La sabiduría verdadera, la “que es de lo alto" (Sant. 3.17), es una cosa verdaderamente valiosa. ¿Cómo debo actuar en mi papel de padre, cónyuge, o ciudadano? ¿Como debo actuar en la desgracia o en la prosperidad? ¿Cómo debo actuar para que mi Señor sea glorificado? Son preguntas que todo ser humano pensante se hace. Sólo el necio no las formula en su corazón. Y estas preguntas, u otras parecidas, a veces se quedan sin respuesta o con una equivocada. La sabiduría verdadera no se adquiere con dinero. No es exclusiva de los ricos. La sabiduría necesaria para una vida plena y verdadera todos la podemos obtener. Dios nos la da en su bendita Palabra: “Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3.16 -17). ¿No es maravilloso que esté a nuestro alcance el poder tener la sabiduría que desciende de lo alto? Amigo lector, esto es algo verdaderamente valioso. ¡Y puede ser suyo y mío! Una de las cosas consideradas de más valor por todos es la felicidad. Y mientras que muchos creen que ésta se encuentra en la riqueza, el poder o los placeres, aquellos que han disfrutado de estas cosas, y han meditado en si ellas verdaderamente les han proporcionado felicidad, han reconocido que lo que han recibido no puede ser llamado felicidad. No es feliz una persona que no está verdaderamente contenta. Sólo quien está contento, tranquilo, sin ansias ni temor, puede saber lo que es la felicidad. Pues bien, estimado lector, el contentamiento —que es la verdadera felicidad— no depende de riqueza, pobreza, juventud, o vejez. El contentamiento es independiente de circunstancias exteriores. La felicidad se lleva por dentro y sólo es feliz de verdad el que confía en Dios y sabe qué El le ha perdonado. Solamente es feliz el que está haciendo las cosas como Dios quiere que las haga. El rey Salomón, que había disfrutado de riqueza, placeres, poder, etc. después de afirmar autoritativamente que "todo es vanidad", termina el libro de Eclesiastés diciendo: "El fin de todo el discurso oído es éste: Teme a Dios y guarda sus mandamientos porque esto es el todo del hombre." (12.13). No debe extrañarnos que el apóstol Pablo escriba a los cristianos un mandamiento que sólo los cristianos pueden obedecer, porque sólo ellos están capacitados para obedecerlo: "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!" (Fil. 4.4). Las cosas que son verdaderamente valiosas no tienen valor monetario. Tienen que ver con Dios y Su Palabra y pueden ser disfrutadas y tenidas por cualquiera. Usted puede ser dueño de ellas, y Dios quiere que lo sea ¿No le parece algo estupendo? Jorge Rodríguez G. Le invitamos a visitar la IGLESIA DE CRISTO CRIST O que se reúne en ¡Una calurosa bienvenida le espera! Mucha gente no estima las cosas que tienen verdadero valor. Y es que durante toda la vida se ha enseñado equivocadamente acerca de los valores. Es idea general la de que una buena cantidad en el banco, una bonita casa con buenos y cómodos muebles o un título universitario son las cosas valiosas. Que son valiosas, no ha de negarse; que no lo son tanto, en comparación con otras, es lo que queremos mostrar. Al fin y al cabo, poseedores de grandes fortunas se han suicidado y moradores de preciosas casas las han convertido en escenarios de actos que han acarreado infelicidad. Las cosas verdaderamente valiosas no pueden estimarse en pesos y centavos. Su valor no es monetario. La ignorancia, los sufrimientos, y las pasiones de muchos ricos muestran esta verdad. ¿Cómo podría el apóstol inspirado escribir de algo verdaderamente valioso las siguientes palabras? "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas..." (1 Tim. 6.17). Lo anterior debe ser motivo de esperanza para los pobres. Si para tener las cosas de verdadero valor no se necesita dinero, entonces los pobres tal vez po-