I.E.S. VILAMARXANT - LENGUA Y LITERATURA CASTELLANA 3º E.S.O. - LECTURA DE EL LAZARILLO DE TORMES - TRATADOS III Y IV MONOGRÁFICO II - MODELO 1 COMPONENTE 1 APELLIDOS: NOMBRE: GRUPO: FECHA: GRUPO: FECHA: COMPONENTE 2 APELLIDOS: NOMBRE: 1. La figura del escudero (o hidalgo, miembro de la nobleza inferior) cobrará una enorme importancia en la literatura española después de El Lazarillo de Tormes. Elabora un retrato del hidalgo, como tipo social pobre y fatuo, en la novela española posterior. Investiga la presencia de esta figura y los principales rasgos que la caracterizan en los denominados Siglos de Oro de la literatura española, sobre todo en obras como El Quijote (Miguel de Cervantes) o El Buscón (Francisco de Quevedo). 2. Después de conocer la vida de Lázaro con dos nuevos amos podemos reelaborar el retrato que hacíamos de él al principio. ¿Qué nuevos rasgos del joven hemos descubierto en estos dos tratados? Arguméntalos con ejemplos tomados del texto. 3. El escudero (o hidalgo) muestra en diversas ocasiones una preocupación enfermiza por la honra. Averigua qué importancia tuvo este valor en la época y analiza, con ejemplos tomados del texto, el conflicto que se presenta en este tratado entre el ser y el parecer, la verdad y las apariencias. ¿Se menciona en el tratado algún episodio concreto donde se manifieste la importancia que tenía este valor en la sociedad de aquel momento? ¿Crees que ese concepto de la honra sobrevive de algún modo en la época actual? Razona la respuesta. 4. Compara las maneras como se separa Lázaro de sus tres primeros amos (el ciego, el clérigo y el escudero). ¿Encuentras alguna progresión? 5. Resume y explica, dentro de su contexto narrativo, el episodio del muerto (1501 a 1579) 6. Rescribe el siguiente fragmento de la obra adaptando el lenguaje a la época actual, tal y como lo escribirías tú. Trata de adaptar tanto las expresiones como el significado original. Pág. 38, 1432 (Lázaro compara sus tres amos) Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad; y muchas veces, por llevar a la posada con que el lo pasase, yo lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvile el jubón y las calzas que a la cabecera dejo, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo. Este -decía yo- es pobre y nadie da lo que no tiene. Mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de lengua suelta, me mataban de hambre, aquellos es justo desamar y aqueste de haber mancilla.