TEMA 13. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y CAMBIOS SOCIALES EN EL SIGLO XIX 13.1. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS. PROCESO DE DESAMORTIZACIÓN Y CAMBIOS AGRARIOS. LAS PECULIARIDADES DE LA INCORPORACIÓN DE ESPAÑA A LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. MODERNIZACIÓN DE LAS INFRAESTRUCTURAS: EL IMPACTO DEL FERROCARRIL. Entre 1820 y 1868 se produce la lenta sustitución de la economía y de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, por el nuevo régimen capitalista y la nueva sociedad de clases vinculada al mismo. En el caso español el proceso se caracterizará por un desarrollo económico muy lento e insuficiente, con un desigual reparto de la riqueza y un mercado muy débil. A partir de los años 50 del siglo XIX comenzará el desarrollo del movimiento obrero español. Transformaciones económicas España realizará tarde, en relación a Europa, la transición productiva hacia el liberalismo económico. Las medidas liberalizadoras que pusieron fin al Antiguo Régimen, el proceso de “Desamortización” y cambios agrarios implícitos, se hicieron con un menor dinamismo en la península, y sin la posibilidad de que las clases medias burguesas pudieran participar de los mismos. En efecto, la Revolución Industrial en España fue tardía, lenta y circunscrita a los principales focos industriales del país: Madrid, País Vasco y Cataluña. Como han señalado en más de una ocasión los profesores Nadal y Fontana, entre otros, nunca se llegó a estructurar un mercado cohesionado, con una correcta definición de la oferta y la demanda, ni unas infraestructuras (Carreteras y medios de transporte) adecuados. Aunque la modernización de las infraestructuras se produjo, y el ferrocarril constituyó un revulsivo muy importante para el desarrollo industrial de la siderometalúrgica y otras industrias asociadas (sobre todo a partir del bienio progresista), no fue suficiente para conseguir el impulso definitivo que necesitaba el país, ni se pudo crear una sólida clase media que nos acercase al contexto de los países de la primera línea económica de Europa (Inglaterra, Francia, Alemania, etc.). Durante la revolución liberal se producen una serie de cambios y transformaciones económicas, de las cuales la más importante fue la desamortización (puesta en el mercado libre de las tierras vinculadas a la iglesia y a parte de los bienes del estado, ayuntamientos, etc.). Las medidas legales en este sentido comenzaron con la abolición de los “diezmos” y el “Régimen Señorial” y la libre comercialización de los productos agrarios. La desamortización, propiamente dicha, tiene en España un pequeño precedente a finales del siglo XVIII, cuando bajo el reinado ilustrado de Carlos IV, se ponen en el mercado los bienes de beneficencia de la iglesia para amortizar la enorme deuda del estado. Con el mismo objetivo financiero, pero ya dentro del liberalismo, se realizarán distintos intentos en el mismo sentido durante la guerra de independencia, incluida la del Rey José I Bonaparte, y durante el trienio liberal, que serán detenidas por la reacción absolutista de Fernando VII. Tras la muerte de Fernando VII, a partir de 1833, el ambiente se vuelve proclive a la desamortización como consecuencia del endeudamiento producido por la I Guerra Carlista. En este contexto se va a producir la primera de las dos desamortizaciones fundamentales del siglo XIX español. La llamada desamortización de Mendizábal de febrero de 1836. Se trató de una desamortización de gran envergadura que afectó al CLERO REGULAR (órdenes monásticas), en todo el territorio nacional. Todas las tierras vinculadas a las órdenes regulares de los monasterios se pretendían trasladar a manos privadas y crear amplio grupo de propietarios afectos a la causa isabelina. Con el dinero obtenido, el estado pretendía obtener recursos económicos para ganar la 1ª guerra carlista reducir la deuda pública. En la práctica se produjo poco beneficio para el estado y no se crea clase media que acceda a la propiedad. Junto a la de Mendizábal, la otra gran desamortización española del siglo XIX, fue la que conocemos como desamortización de Pascual Madoz, producida durante el bienio progresista en el año 1855. La desamortización de Madoz de 1855 desamortizó los bines del CLERO SECULAR (Parroquias urbanas y rurales) y los “bienes propios y baldíos” de los ayuntamientos. Este proceso desamortizador fue más ágil y eficaz para conseguir amortizar la deuda. Se consolida la oligarquía que accede a la tierra en detrimento de los campesinos, que no pueden acceder a la misma y miran con recelo el proceso desamortizador. En cuanto a los cambios agrarios propiamente dichos, en España no se consigue, como en gran parte de Europa, una renovación de los sistemas y las técnicas de cultivo que diera como resultado una mayor productividad (productos químicos, rotaciones de cultivos, etc.). Con la ganadería se produce algo parecido (además el textil del algodón sumerge a la industria de la lana española en crisis). Las continuas crisis agrarias recortan la capacidad de consumo de los campesinos, que se mantienen en la subsistencia y no participan del mercado. A partir de 1876, se produce una potenciación de algunos sectores productivos agrarios como es el caso de las producciones de cítricos, aceite y vino, pero sin trascendencia definitiva para la economía española. Desde el último cuarto del siglo XIX, triunfan las posiciones proteccionistas y se acentúa el estancamiento de la agricultura española. Por lo que se refiere a la Revolución Industrial, ya hemos apuntado que el caso español es un caso de incorporación tardía y débil al proceso industrializador europeo. Las dificultades geográficas del territorio peninsular influirán en este sentido (demasiadas montañitas…), además de la escasez y dispersión de las materias primas y las fuentes de energía tampoco ayudaba especialmente. Junto a ello hay que tener en cuenta el lento crecimiento demográfico español que no facilitaba una fuerte demanda para el mercado. Por si todo ello fuera poco, en España no había en el siglo XIX grandes capitales para invertir en la industria, de hecho los pocos que había se orientaban hacia la especulación financiera en la bolsa o la compra de tierras y deuda pública. Por ello la España del siglo XIX dependerá de capitales extranjeros para consolidar su proceso de industrialización, sobre todo en sectores clave como la siderurgia (industria del hierro), la minería y la construcción ferroviaria. Ello trajo como consecuencia que los beneficios saldrán fuera de nuestras fronteras. En todo este contexto, la perdida de las colonias fue muy negativo para la economía española y su incipiente industria. A mediados del siglo XIX en España no existe un mercado interior consolidado. Solo el sector textil catalán experimenta un cierto desarrollo industrial de consistencia. El sector siderúrgico no terminará de consolidarse, como consecuencia de la escasa demanda, de un carbón nacional caro y de baja calidad. Solo destacaron algo los altos hornos asturianos y sobre todo los altos hornos vascos, aunque sin poder competir a nivel internacional. La mayoría de la minería española del siglo XIX estará en manos extranjeras. Pese a todo el panorama anterior, el “boom ferroviario” español de mediados de los años 50 fue importante para la economía española. Se desarrolló en el contexto liberalizador del bienio progresista, en el que se aprueba la Ley General de Ferrocarriles de 1855 que impulsó la construcción y trazado de la red principal. El capital francés será el más importante, y el “boom ferroviario” generará una autentica euforia financiera. Entre 1855 y 1865 se construyen las principales líneas ferroviarias, pero los beneficios empresariales no redundan en la economía del país y hacia 1866, ante la falta de rentabilidad, el proceso de detiene. A partir de 1876, coincidiendo con la estabilidad política española de la Restauración de Alfonso XII, se produce un cierto desarrollo de la débil industria española. Ello coincide con unos años de relativa prosperidad económica internacional hasta 1890. Durante estos años podemos decir que se asienta el capitalismo industrial en nuestro país. Así mismo crecerán sobre todo la industrial textil catalana y la siderurgia vasca. Igualmente durante esos años se duplicarán las vías férreas, se mejorarán las carreteras y poco a poco se van difundiendo el telégrafo, el teléfono, la electricidad y los principios de lo que será la industria química y del cemento. Desde 1890, coincidiendo con la crisis económica internacional se impone el proteccionismo en el textil catalán y en el resto de la economía española. A lo largo del proceso industrializador de la España del siglo XIX el sector financiero no llegó a tener nunca un protagonismo decisivo, pese al marco jurídico aprobado durante el bienio progresista (“Leyes financieras y de Sociedades bancarias y crediticias”). Madrid, País Vasco y Cataluña serán los referentes financieros durante todo el este periodo. Por lo que se refiera al Estado español, como institución pública, tampoco fue capaz de proporcionar la cobertura necesaria para facilitar y consolidar el proceso de industrialización hispano del XIX. 13.2. TRANSFORMACIONES SOCIALES. CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO. DE LA SOCIEDAD ESTAMENTAL A LA SOCIEDAD DE CLASES. GÉNESIS Y DESARROLLO DEL MOVIMIENTO OBRERO EN ESPAÑA. La transición demográfica desde el Antiguo Régimen hasta el Liberalismo en España se realiza con extremada lentitud. En 1800 la población del país ascendía hasta unos 11 millones de habitantes, en 1900 la cifra llega hasta los 18 millones. En el contexto europeo fue un crecimiento escaso, y es paralelo a la escasa industrialización que experimentó España durante todo el XIX. El lento crecimiento de la población española a lo largo del siglo XIX se explica por las elevadísimas tasas de natalidad y mortalidad (más de un 35 por mil), junto a la continuación de epidemias e infecciones propias de una sociedad aún no industrializada. La sociedad española sufre la evolución desde el antiguo régimen hasta el capitalismo de la sociedad de clases. Esta evolución fue en el caso español especialmente traumática debido al escaso desarrollo de la revolución industrial en nuestro país, lo que impidió el desarrollo de las clases medias. A partir de la segunda mitad del siglo XIX aumenta la emigración de la población del campo a las ciudades como consecuencia del inicio del proceso industrial. Igualmente se acentúa desde estos momentos la emigración hacia Argelia y, sobre todo, hacia América Latina. La mentalidad de la sociedad española evoluciona también muy lentamente. Sigue conservando durante todo el siglo caracteres aristocráticos, que se funden con los clasistas propios de la sociedad capitalista. La falta de desarrollo económico impedirá el desarrollo de una amplia clase media burguesa española. La nobleza perderá los privilegios estamentales, pero monopolizará la propiedad de la tierra y los cargos más importantes de la administración del estado. Junto a ellos estarán los altos mandos del ejército y las jerarquías eclesiásticas. La alta burguesía, relacionada con la nobleza, está formada por terratenientes que se enriquecen con la desamortización, banqueros, financieros y dueños de fábricas. Todos ellos coincidían en mantener el orden y los planteamientos conservadores y reprimir cualquier posible tipo de protesta social. Por debajo estaban las clases medias, poco desarrolladas en la España del XIX. Muy heterogéneas, estaban formados por pequeños propietarios, mandos intermedios del ejército, pequeños comerciantes y empresarios, funcionarios y profesiones liberales. En el último escalón de la sociedad de clases capitalista, se encontraba en la España del siglo XIX los campesinos y trabajadores que poco a poco configurarán lo que conocemos como el sector obrero. Todos ellos sufrirán un deterioro progresivo de su situación, salvo en momentos puntuales como los inicios de la Restauración (1876-85), o los gobiernos de la Unión Liberal (1858-63). Antes, los gobiernos Isabelinos los habían marginado, tras el apoyo inicial de los comienzos de la revolución Liberal. Se levantarán en momentos concretos y puntuales, siendo reprimidos por la Guardia Civil y el ejército. La implantación del sistema liberal empeoró a corto plazo las condiciones de vida de obreros y campesinos. La desamortización les privó de las tierras (“comunes” y “baldíos”) de los ayuntamientos. En el caso de los artesanos, la eliminación de los “gremios” actuó en el mismo sentido. El movimiento obrero español aparece tardíamente como consecuencia del desfase económico e industrial. Los primeros núcleos aparecen vinculados a las grandes concentraciones urbanas (Madrid, Barcelona y Bilbao). Las vías de penetración de las ideas socialistas en España las encontramos en Cataluña, desde Francia e Italia. Hacia 1855, en pleno bienio progresista se produce la primera huelga general, coincidiendo con los inicios de la industrialización en nuestro país. En las grandes ciudades van surgiendo barriadas obreras en condiciones de insalubridad y sin ningún tipo de servicio social. Los habitantes de estos barrios trabajan en condiciones muy duras, con largas jornadas, sin derechos, sin seguridad, sin regulación en las jornadas de niños y de mujeres, con bajos salarios, y en condiciones miserables, que son foco de todo tipo de enfermedades. El analfabetismo es norma general en un ambiente en el que domina el paro, el hambre y la delincuencia. Poco a poco estos núcleos obreros de Madrid, Barcelona, Bilbao, etc., se van organizando. Durante el reinado de Isabel II se crean las primeras “Sociedades de ayuda mutua”, a partir de 1840, que intentan defender los intereses de este colectivo. En 1842, se produce una primera agitación obrera de importancia en Barcelona. Con los progresistas hubo un relativo entendimiento hasta el “Bienio progresista”. De hecho, en 1855, en pleno Bienio, se produjo la primera huelga general en la historia de España contra la política social de Espartero. Durante los años 50 y 60 el colectivo obrero profundiza y toma conciencia de clase a través de los famosos “Ateneos” existentes en las principales ciudades. Tendrán importante protagonismo en la revolución de 1868. No obstante todo lo anterior, el desarrollo fundamental del obrerismo en la España del siglo XIX, se va a producir a partir del último tercio del siglo XIX, bajo la directa influencia de los movimientos socialistas y anarquistas que, a través de Francia e Italia, desde toda Europa llegaban a España. En efecto, las frustraciones que para el movimiento obrero trajo la revolución de 1868, dio lugar a que dicho colectivo tomase posiciones más radicales, separadas ya de Demócratas y Republicanos. Buscarán su referente internacional dentro de la “Asociación Internacional de Trabajadores” (1ª Internacional, AIT), donde Marx y Engels establecieron los principios básicos de las reivindicaciones obreras, concretadas en el Marxismo Científico. Paralelamente van en aumento los conflictos y agitaciones en las calles. Se puede decir que durante el “Sexenio Revolucionario” se va a producir una concienciación y consolidación del movimiento obrero español que asimila las corrientes europeas al respecto. En España, sobre todo en Cataluña, las influencias de la 1ª Internacional (AIT), llegan en forma de Anarquismo revolucionario, ya que las tesis anarquistas de Bakunin, calaron con más fuerza que las del propio Marxismo de Carlos Marx. En efecto, por casi todo el territorio nacional, salvo en la capital, se van imponiendo las tesis anarquistas, partidarias de la revolución violenta en algunos casos. La proclamación de la I República implicó grandes movilizaciones obreras en nombre de la 1ª Internacional. La sección española de la AIT será declarada ilegal en 1874. Durante la Restauración el movimiento obrero obtiene su consolidación definitiva. La represión del gobierno irá en aumento, y parte de los anarquistas se deciden por la acción directa mediante numerosos atentados y huelgas revolucionarias. En 1879, la corriente socialista de Madrid, que defendía las tesis Marxistas frente a las anarquistas, fundará, a través de su presidente Pablo Iglesias, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). El PSOE estaba formado por trabajadores e intelectuales y preconizaba la abolición de las clases, la emancipación de los trabajadores, la abolición de la propiedad privada y la mejora de las condiciones de vida de todos los trabajadores. Poco después el propio Pablo Iglesias fundará el sindicato socialista de la “Unión General de Trabajadores” (UGT) en 1888. En 1890 se celebre por primera vez el 1º de mayo. A partir de ese momento, el PSOE comienza a obtener representantes políticos en las distintas elecciones. Las críticas a la guerra de Cuba hacen que los socialistas adquieran más popularidad. Paralelamente a los sindicatos de clase, aunque con bastante menos representación que estos, surgen en la España del último cuarto del siglo XIX, los llamados sindicatos “Católicos” o “amarillos”, que llegaron a tener cierta representación entre los trabajadores del campo, sobre todo en Castilla la Vieja y que se oponían al marxismo y al anarquismo. 13.3 TRANSFORMACIONES CULTURALES. CAMBIO EN LAS MENTALIDADES. LA EDUCACIÓN Y LA PRENSA Con el liberalismo asistimos a una transformación cultural, muy tímida al principio, que poco a poco va a producir un cambio en las mentalidades que se van acercando al pensamiento moderno europeo. En este sentido jugarán un papel fundamental tanto la prensa, como sobre todo la educación que, con la Institución Libre de Enseñanza a la cabeza (ILE), marcarán el camino a seguir por las mentalidades de las generaciones futuras. Desde el principio, el liberalismo, con el reconocimiento de la libertad individual, favoreció el desarrollo intelectual. Es en este contexto como debemos entender el florecimiento de la literatura romántica en los años 20 y 30 del siglo XIX español. Con la llegada de los moderados y el comienzo del reinado Isabel II, se restablece la censura de prensa y se impone la literatura moralizante. No obstante, durante el reinado de Isabel II se publicarán numerosos periódicos, aunque muchos de ellos se harán desde la clandestinidad y bajo la dirección de la oposición republicana. Desde el punto de vista de las corrientes de conocimiento, en el siglo XIX español confluyen el positivismo científico aplicado a las ciencias naturales y las matemáticas, con el “Krausismo” pedagógico racionalista de Sanz del Río, Rafael Altamira o el propio Giner de los Ríos, que veía en la educación el mecanismo fundamental para trasformar la anquilosada sociedad española. En todo caso la sociedad española del siglo XIX se caracterizó por sus altísimas tasas de analfabetismo y escaso interés por la cultura y la ciencia en general. Buen ejemplo de ello son las mujeres, cuyas tasas de analfabetismo llegaban hasta el 90%. El precario ambiente cultural de la España del siglo XIX, estará imbuido, salvo excepciones, por los principios de la religiosidad católica. Mucho más acentuado en el caso de las zonas rurales sometidas a la oligarquía y el caciquismo tradicionales. Por lo que se refiere a la educación en concreto, hay que esperar hasta la Ley Moyano de 1857, para establecer un sistema educativo reglado basado en tres niveles diferenciados (primaria, secundaria y superior). La falta de centros de enseñanza y la falta de profesorado hizo que solo los hijos de la burguesía y la aristocracia recibieran educación. Con el sexenio democrático el ámbito cultural y educativo reciben un impulso importante en medio de las libertades políticas de este periodo. Durante la Restauración se mantiene un elevado nivel de analfabetismo y la iglesia sigue controlando la mayor parte del sistema educativo. Será aquí, en plena restauración, donde un grupo de catedráticos de la Universidad Central de Madrid, creen la famosa Institución Libre de Enseñanza en 1876. La ILE fue un centro privado que trajo consigo una autentica revolución dentro del panorama educativo y cultural de la España de finales del siglo XIX. Este grupo de profesores creó un centro educativo privado, de carácter laico, al margen de los dogmas católicos imperantes en el momento, que puso en funcionamiento las teorías pedagógicas más avanzadas de la Europa de fines de siglo, con el racionalismo “Krausista” como punto de partida (formación integral, rigor crítico, curiosidad científica, etc). Entre los principales profesores de la Institución podemos destacar a Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Manuel Bartolomé Cossío, Rafael Altamira, etc.). En la ILE se formarán la mayor parte de los cuadros políticos del reformismo de la II República española. Por lo que se refiere a la prensa, pese a que en España la mayoría de la población no sabía leer, si que es cierto que tuvo un dinamismo interesante, sobre todo a en la segunda mitad del siglo XIX. La prensa será una buena aliada para difundir los ideales liberales que se instauraron a partir de 1833. Con Isabel II destacaron dentro de la prensa algunas publicaciones importantes como “La Época” y “La Iberia” Pero será sobre todo a partir del Sexenio Revolucionario cuando llegue a su máximo esplendor, tanto la prensa legal como la clandestina. En efecto, la constitución de 1869 permitía la libertad de prensa, lo que fue definitivo en este sentido. Aparecerán a partir de este momento, y ya en plena restauración, nuevos periódicos y revistas de gran interés como “El Imparcial” o “La ilustración española y americana”. En lo que respecta a la literatura asistimos a un periodo brillante entre 1833 y 1900. En primer lugar se desarrollará el movimiento romántico, con la exaltación de lo individual, del sentimiento, y autores como Larra, Espronceda, El Duque de Rivas, Zorrilla, Los hermanos Becquer, etc. A continuación se desarrolla el Realismo a lo largo de la década de los 60, con autores como José María de Pereda o, en sentido más crítico el propio Benito Pérez Galdós junto a Emilia Pardo Bazán, Clarín o Blasco Ibañez. La prolífera producción literaria termina en el siglo XIX con la famosa generación del 98, en medio de una ambiente de crítica ante el desastre colonial. Aquí destacan las conocidas obras de autores como Valle Inclán, Antonio Machado, Azorín Pío Baroja, etc. En lo relativo al arte destaca por su importancia sobre lo demás la arquitectura de finales de siglo, la arquitectura modernista catalana fundamentalmente, con Antonio Gaudí a la cabeza y obras fundamentales como el proyecto de la Sagrada Familia. En pintura se suceden la pintura de Historia, el Realismo y los ecos de las vanguardias postimpresionistas europeas al final de siglo, con pintores como Joaquín Sorolla o el joven Picasso que empieza a destacar.