1 RAMÓN DE MESONERO ROMANOS (1803-1882) El Romanticismo dentro de un orden Vida de un Curioso Parlante13 que pintaba costumbres y señalaba excesos Ramón de Mesonero Romanos es un autor que vivió y escribió en pleno Romanticismo, un contexto histórico y literario no tan plácido como podría hacer pensar una visión del término romántico superficial y peliculera, tan infundada como extendida. Aquel, como hemos visto en la introducción, fue un momento agitado de la historia y en él transcurrió la vida de este autor. Pero, como veremos a continuación, tuvo su particular manera de encajar y contrapesar la aceleración y los vaivenes de su tiempo, sobre todo en su infancia y su juventud. Recordemos que en esas etapas de su vida, en mayor o menor medida, se vio afectado por acontecimientos fundamentales de signo opuesto: la traumática guerra 13. El «Curioso Parlante» era el alias de Mesonero Romanos a la hora de firmar sus artículos de costumbres. 43 de la Independencia (1808-1814) y la esperanzadora primera Constitución española (Cádiz, 1812, en plena invasión napoleónica); la decepcionante vuelta de Fernando VII, con el «¡Vivan las caenas!» del absolutismo (1814) y el nuevo tiempo que auguraban la revolución liberal (1820) y el trienio liberal o trienio constitucional consiguiente (1820-1823); el retroceso político que supuso la invasión de los «cien mil hijos de San Luis» (abril de 1823), que marcó el final del régimen constitucional e impuso la Década Ominosa14 (1823-1833)... De estas convulsiones y aires de cambio, parece que los que más impactaron en el joven Ramón fueron los que implicó el trienio liberal, ya que, para defender dichos cambios y combatir contra los movimientos de sublevación absolutista, se alistó voluntario en la Milicia Nacional,15 con dieciocho años. También, con esa misma edad, publicó sus primeros cuadros de costumbres: Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821. Pero eso fueron «arrebatos de mozo», 14.Esta es la denominación que los libros de historia suelen dar a este periodo absolutista, y significa década «aborrecible, siniestra, fatídica, funesta...». 15. La Milicia Nacional fue una institución de defensa cívico-militar española, constituida por ciudadanos armados al margen del ejército regular. Surgió en el siglo xviii, durante la guerra de Sucesión, pero se consolidó durante la guerra de la Independencia, para luchar contra la invasión napoleónica cuando el ejército había quedado destruido. Fernando VII la disolvió, pero fue restaurada durante el trienio liberal. 44 ya que, tal como deja entrever en sus memorias, poco a poco fue evolucionando desde su liberalismo de juventud a un claro conservadurismo de madurez. Se diría que, desde su nacimiento (Madrid, 1803), en el seno de una familia acomodada, estaba predestinado a equilibrar las fuerzas contrapuestas que lo asediaban, y consiguió, a lo largo de su vida, no alterar el ecosistema de tranquilidad familiar en el que vino al mundo. Por ejemplo, su padre, Matías Mesonero, avivó la imaginación de su hijo al narrarle historias, anécdotas, leyendas o cuentos relacionados con su tierra natal, Salamanca, y así le inoculó el virus de sus aficiones literarias. Pero, por otra parte, al fallecer, en 1820, le dejó en herencia, como antídoto contra las preocupaciones, su próspero despacho de agente de Indias, uno de los primeros de la capital del reino. Este importante negocio, desde el que se gestionaban muchos trámites con la burocracia de la Corte y bastantes transacciones con las colonias españolas en América, le proporcionó unas relaciones y un patrimonio que le aportaron una notable consideración social y una vida desahogada económicamente y sin demasiadas inquietudes ni obligaciones laborales. Así pudo consagrarse a la literatura y aún le quedó tiempo para, desde su posición de pequeño burgués bien pensante, preocuparse por ayudar al progreso de la España de su época y, especialmente, de Madrid; no en balde suele decirse de él que, sobre todo, ejerció de «madrileño profesional». De esto también dan fe, desde el título, su obra más importante, Las escenas 45 matritenses –«madrileñas», diríamos actualmente–, y sus memorias, Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid. Allí había nacido y allí vivió sus más de ochenta años, salvo el tiempo que dedicó a sus numerosos y prolongados viajes. Pero también parece haber encontrado la fórmula para equilibrar posibles antagonismos entre lo propio y tradicional –que consideraba que era la esencia de la nación– y las influencias y puntos de vista extranjeros –que decía aceptar, siempre que no desfiguraran nuestra fisonomía genuina–. De hecho, sus visitas a diversas ciudades europeas despertaron en él inquietudes urbanísticas y de modernización que se esforzó por aplicar a su ciudad en los cinco años en que fue concejal de su Ayuntamiento. Para eso redactó textos como el Proyecto de mejoras generales o las Ordenanzas municipales, documentos que rigieron largo tiempo y que supusieron una auténtica remodelación del Madrid de la segunda mitad del siglo xix. Por su parte, la villa y corte reconoció su dedicación con diversos nombramientos y honores, entre los que destacan el de cronista oficial o el de bibliotecario perpetuo de Madrid. Cuando ostentaba este cargo, el Ayuntamiento adquirió su biblioteca por la entonces nada despreciable suma de 70.000 reales, que, todo hay que decirlo, no necesitaban ni el autor ni su familia. Pero también es cierto que, desinteresadamente, aceptó muchas obligaciones municipales y participó en multitud de sociedades, juntas y otros organismos 46 cívicos y fue promotor y fundador del Ateneo y del Liceo. Y en ese ámbito de las relaciones sociales, también fue miembro de tertulias y círculos literarios en los que confraternizaba con autores de la talla de José de Espronceda o Mariano José de Larra, entre otros románticos de espíritu ilustrado, artistas, dramaturgos y empresarios. Por su parte, el mundo de las letras lo premió con un sillón en la Real Academia de la Lengua Española, de la que Mesonero fue miembro de número durante más de treinta años. Era un reconocimiento que, como veremos en esta antología, no consiguieron otros autores ilustres, y menos aún autoras. Así sedestacaba su tarea como escritor costumbrista y autor de libros de viajes, además de estudioso enamorado del teatro, especialmente del barroco. En general, su popularidad era tanta que su muerte, el 30 de abril de 1882, fue todo un hito que, según cuentan las crónicas, conmocionó a la sociedad madrileña, por encima de las discrepancias ideológicas. Pero, a pesar de todo esto, según confesión propia, se consideraba «[...] un hombre que no ha figurado para nada en el mapa histórico ni político del país; no ha vivido lo que suele llamarse la vida pública; no ha entrado jamás en intrigas cortesanas ni en conspiraciones revolucionarias, no le fueron familiares ni los clubs tenebrosos ni los cubiletes electorales; no ha sido, en fin, ni orador parlamentario, ni tribuno de plaza pública, ni periodista de oposición ni de orquesta; ni, por consecuencia, ministro ni cosa tal; no ha probado el amargo pan de la emigración, ni el dulcísimo turrón 47 del presupuesto, ni firmado en toda su vida una mala nómina, ni recibido la más humilde credencial».16 En cuanto a sus preferencias literarias, también mostró una equidistancia acorde con su talante equilibrador; tanto es así que, por ejemplo, supo conjugar perfectamente su admiración por las obras de Leandro Fernández de Moratín –el autor más representativo del teatro español del neoclásico– con la defensa de la tendencia teatral anterior –la del Barroco– a la que el Neoclasicismo se oponía y menospreciaba. Por contraste, el Romanticismo, tanto el español como el europeo, reivindicó la dramaturgia de nuestro Siglo de Oro y volvió a poner en boga a sus autores más significativos: Tirso de Molina, Lope de Vega, Agustín Moreto, Calderón de la Barca, Francisco de Rojas Zorrilla... Mesonero Romanos contribuyó mucho en esta tarea reivindicativa con estudios y ediciones de buena parte de nuestro teatro clásico para la Biblioteca de Autores Españoles que, de 1846 a 1888, impulsó el editor e impresor Manuel Rivadeneyra. Su postura ante la irrupción de la estética romántica en España fue de aceptación relativa, a diferencia del también costumbrista Larra, que se la creía, la vivía y se comprometía con ella. Mesonero, desde su talante equilibrado, más que el Romanticismo, satirizaba y rechazaba sus exageraciones y desenfrenos, lo que él 16. Ramón de Mesonero Romanos. Memorias de un setentón natural y vecino de Madrid, escritas por El Curioso Parlante, (p. 12). Editorial Renacimiento, Madrid, 1926. 48 llamaba la «romanticomanía». Esta «manía», en la realidad, tuvo una de sus máximas representaciones en la persona y la obra de José de Espronceda, y Mesonero la encarnó en un sobrino ficticio, como veremos a continuación, en «El romanticismo y los románticos». En esa lectura, como en el resto de sus escritos, comprobaremos cómo este autor tan poco dado a los excesos desdeña rasgos creativos tan «románticos» como la invención y la fantasía. Prefiere pintar con sencillez y «merecer [la] benevolencia, si no por la brillantez de las imágenes, al menos por la verdad de ellas». Las pretensiones de sus Escenas matritenses, de las que forma parte el texto citado, eran más utilitarias, modestas y prácticas que las del romanticismo extremo. Obviamente mereció la benevolencia de sus lectores, pero además conquistó éxito y fama, que, en buena parte, debió a la gran vitalidad de que entonces gozaba la prensa periódica escrita. Como hemos dicho en la introducción, y por extraño que nos parezca actualmente, diarios, semanarios y revistas de periodicidad diversa –también los dominicales– proporcionaron el sustento económico y el trampolín de la popularidad a muchos literatos del siglo xix. Por este canal de difusión llegaron al gran público la mayoría de sus poemas, cuentos, leyendas, tradiciones españolas y biografías más o menos noveladas, novelas cortas, reseñas culturales, artículos de opinión... y, sobre todo, cuadros o artículos de costumbres. Aunque ahora este género literario tenga que cargar con la consideración de «menor», en su momento 49 constituía una de las secciones más entretenidas y demandadas en la mayoría de los periódicos. La temática costumbrista era tan imprescindible que, de su atractivo y de la popularidad de sus autores, dependía, en buena medida, lo que hoy llamaríamos «los índices de audiencia». En este sentido, «El Curioso Parlante», sobrenombre con el que Mesonero firmaba sus escritos, era una auténtica estrella y maestro genuino del costumbrismo. El cultivo de este género, además de época y espacios periodísticos, también lo compartió, entre otros, con dos costumbristas destacados: Serafín Estébanez Calderón («El Solitario») y Mariano José de Larra («Fígaro» y «El pobrecito hablador»). Con el primero fundó la revista literaria Cartas Españolas y el segundo lo sustituyó en el Diario de Madrid, cuando Mesonero emprendió uno de sus largos viajes al extranjero. Por su parte, nuestro autor fue colaborador y redactor en muchas revistas y periódicos y también fundó El Semanario Pintoresco Español (Madrid, 18361857). Este dominical literario e ilustrado, que daba a los artículos o cuadros de costumbres un gran peso, fue de los más representativos de aquel siglo y tuvo una gran proyección posterior. Por sus veintidós años de vida –inusuales en las publicaciones coetáneas–, recibió el calificativo de «patriarca de los periódicos españoles». Recordemos que los artículos, cuadros o escenas de costumbres eran típicos de la primera mitad del siglo xix español. Como su difusión habitual era la prensa, constituyen un subgénero literario-periodístico en el que se describen y comentan, a manera de ensayo, 50 usos y costumbres de los españoles de la época, así como del mundillo cultural y literario, fundamentalmente romántico. Para dar mayores visos de objetividad a lo observado en la realidad, Mesonero crea un personaje narrador, un álter ego, con funciones de testigo presencial que introduce, frecuentemente, pequeños relatos o tramas teatrales que ilustran los hechos y las posibles lecciones morales que de ellos se desprenden. Son historietas que, a pesar de ser inventadas, resultan verosímiles y que, además, reflejan un momento de transición social y política –del antiguo al nuevo régimen– y la crisis entre lo tradicional-local y lo nuevo-foráneo. Como decía Larra: «Ni ha dejado enteramente de ser la España de Moratín, ni es todavía la España inglesa y francesa que la fuerza de las cosas tiende a formar». Según los define en sus Memorias el propio Mesonero, sus artículos de costumbres son «rasguños17 en que pretendo bosquejar ligeramente o a la aguada,18 las costumbres y usos actuales de nuestra Capital».19 El objetivo era complacer a «una clase de lectores (no la menos racional, ni numerosa) que gusta más bien de la moral en acción que en discurso, y a quienes 17. Rasguño: Aquí significa ‘trazo o línea que señala los contornos de una figura’. 18.A la aguada: Pintura o dibujo hechos con colores disueltos en agua. 19.«El Curioso Parlante», artículo publicado en La Revista Española, n.º 2, 10 de noviembre de 1832, p. 13-14. 51 una narración sencilla, una pintura fiel o una crítica festiva, conmueve e interesa más que un sublime y metafísico discurso».20 Esa clase de lectores, que a su vez proporcionaba a «El Curioso Parlante» los personajes que protagonizaban sus cuadros de costumbres, era, mutatis mutandis, la clase media urbana a la que el propio autor pertenecía –comerciantes, propietarios, empleados, artistas, literatos...– y con la que se identificaba, porque la consideraba no solo representativa de su entorno más próximo, Madrid, sino de la «fisonomía particular» de toda España. Esta clase media, como el propio autor, no podía aceptar el absolutismo reaccionario, que se resistía a salir del Antiguo Régimen, pero tampoco podía propugnar la revolución burguesa. Por lo tanto, su opción eran las reformas del liberalismo moderado. Esta mentalidad conservadora, que hacía equilibrios por parecer centrista, la reflejaba el costumbrismo madrileñista de Mesonero Romanos, pero no encajaba con los planteamientos de Larra, que iba mucho más allá, como veremos en su biografía (p. 77) y hemos comentado en la introducción al hablar de los artículos de costumbres. De hecho, este último pintaba las costumbres castizas para europeizarlas y modernizarlas, mientras que Mesonero, en muchos casos, pretendía lo contrario, preservarlas, ya que temía su desaparición arrastradas por la modernidad que invadía el país con el Romanticismo. 20.Ibídem, nota anterior. 52