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VIERNES 4
21’30 h.
Entrada libre (hasta completar aforo)
EL MENSAJERO DEL MIEDO
(1962)
EE.UU.
126 min.
Título Orig.- The Manchurian candidate. Director.- John Frankenheimer. Argumento.- La novela
homónima de Richard Condon. Guión.- George Axelrod. Fotografía.- Lionel Lindon (B/N).
Montaje.- Ferris Webster. Música.- David Amram. Productor.- George Axelrod, John
Frankenheimer y Frank Sinatra. Producción.- Mirisch Corporation para United Artists. Intérpretes.Frank Sinatra (Bennett Marco), Laurence Harvey (Raymond Shaw), Janet Leigh (Rosie Chaney),
Angela Lansbury (madre de Raymond), James Gregory (senador John Iselin), Leslie Parrish (Jocelyn
Jordan), John McGiver (senador Thomas Jordan), Henry Silva (Chunjin), James Edwards (Melvin),
Khigh Diegh (Yeng Lo), Albert Paulsen (Zilkov). v.o.s.e.
2 candidaturas a los Oscars:
Actriz de reparto (Angela Lansbury) y Montaje
Música de sala:
El mensajero del miedo (The Manchurian candidate, 1962) de John Frankenheimer
Banda sonora original de David Amram
Según el guionista del film, George Axelrod, EL MENSAJERO DEL MIEDO “se convirtió
de un fracaso en un clásico, sin pasar por el éxito”.
La historia de “detrás” de esta película es famosa: a las grandes productoras les asustaba el
proyecto de llevar a la pantalla la novela de Richard Condon hasta que Frank Sinatra persuadió a
United Artists de que al presidente Kennedy le divertía esa novela; tras el magnicidio de Dallas,
Sinatra compró los derechos de la película y la retiró de la circulación durante más de 15 años.1
La historia de “delante” –el cabreo provocado por la película a diestro y siniestro- no lo es
menos: en París los comunistas organizaron piquetes contra ella; en el condado de Orange, la Legión
Americana se manifestó indignada; en España –convenientemente aligerada de la primera secuenciala crítica de tendencia cahierista la recibió muy mal porque la consideraba como un producto típico de
la llamada generación de la televisión, que para los papás-críticos del “Cahiers” galo era el perfecto
ejemplo del tipo de cine que siempre habían combatido y detestado.
Vista hoy, EL MENSAJERO DEL MIEDO es una obra magnífica, rotunda y fascinante, el
último -por no decir definitivo- thriller de la Guerra Fría, y el primer thriller político de la historia del
cine, la película creadora de ese subgénero que es el drama de política-ficción alimentado por la
paranoia de un mundo de sospecha generalizado en el que lo peor es siempre no sólo probable, sino
cierto.
Realizada en 1962, la película fue un accidente en la carrera de John Frankenheimer,
consecuencia directa de su despido de Desayuno con diamantes a causa de sus desacuerdos con la
actriz protagonista. Las presiones de Audrey Hepburn lograron finalmente su objetivo y
Frankenheimer fue sustituido por Blake Edwards. George Axelrold, que intervino en la película como
guionista adaptando la novela de Capote, consideró injusto ese despido y en la primera ocasión que se
le presentó -produjo con Sinatra el film aunque en los títulos de crédito aparezca el director en vez del
actor-, no dudó en proponer a Frankenheimer como realizador.
1
La retirada no solamente afectó a EL MENSAJERO DEL MIEDO, sino también a otro magnífico thriller protagonizado por Sinatra
titulado De repente (Suddenly, Lewis Allen, 1954), que trataba de la llegada de tres hombres a una pequeña ciudad de California para
disparar contra el presidente de los EE.UU. A esta retirada parece que contribuyó el hecho de que Lee Harvey Oswald había estado
viendo el film justo antes del asesinato de Kennedy.
A partir de la novela homónima de Condon –autor que más tarde adquiriría notoriedad por “El
honor de los Prizzi”, que serviría de base a la película de John Huston-, se relataba una historia de
política ficción, inaugurando una serie de films que aparecieron entre los años 1962 y 1965 y en los
que el análisis de la situación política norteamericana era común y prioritario. Así el film dirigido por
Frankenheimer se sitúa junto a títulos, como Tempestad sobre Washington (Otto Preminger, 1962),
¿Teléfono Rojo?, volamos hacia Moscú (Stanley Kubrick, 1964), Punto límite (Sidney Lumet,
1964), El mejor hombre (Franklin J. Schaffner, 1964), Estado de alarma (James B. Harris, 1965) o
la siguiente de Frankenheimer, Siete días de mayo (1964), obras en las que se abordan, desde
diferentes prismas, los bastidores del complejo sistema político entrelazado con el militar en plena
psicosis de Guerra Fría, y con el denominador común de un tono crítico contundente. La
Administración Kennedy permitió, e incluso se complació de que se pudieran realizar este tipo de
películas -Siete días de mayo contó no sólo con el beneplácito del presidente de los EE.UU. sino
incluso con su apoyo entusiasta-, una posición que no adoptarían sucesivas administraciones. Esta es
una buena muestra de la talla humana y profesional de John F. Kennedy, para quien su destino quiso
que el desenlace del film de Frankenheimer tuviera un cierto parecido con el suyo.
El carácter de película híbrida que posee EL MENSAJERO DEL MIEDO quizá proceda de
su peculiar posición de avanzadilla de un tipo de cine cuya comercialidad siempre estuvo puesta en
entredicho. No conviene olvidar que los films citados pertenecen a cineastas como Kubrick, Lumet,
Frankenheimer o Harris -el productor de las películas de Kubrick-, jóvenes rebeldes con fama de
intelectuales, y que en absoluto pueden considerarse como representativos del cine de Hollywood de la
época.
Sin duda uno de los pasajes más recordados del film corresponde a la visualización que hace
Frankenheimer de las pesadillas que sufren los personajes: el cineasta logra una hábil distorsión de la
realidad, nada enfática, mediante un magnífico travelling circular sobre los asistentes de lo que, a
simple vista, aparenta ser una aburrida reunión de un club femenino formado por orondas señoras con
pamelas que disertan sobre el cultivo de las hortensias, pero que poco después se revela en realidad, y
en el mismo plano, como una reunión de autoridades militares soviéticas y coreanas que asisten a una
conferencia sobre el resultado del lavado de cerebro del protagonista…toda una demostración de la
extraordinaria pericia y capacidad visual del director neoyorquino.
El maquiavélico plan para hacerse con el gobierno de Estados Unidos que plantea la trama del
film toma cuerpo mediante el sólido guión de Axelrod y la no menos sólida puesta en escena de
Frankenheimer que ordena las tomas en relación a la tensión psicológica de los personajes de Raymond
Shaw (Laurence Harvey) y Bennett Marco (Frank Sinatra).
Así resulta admirable la forma en que están narrados los asesinatos que comete Raymond: el del
editor Gaines, en un solo plano, eludiendo presentar directamente las imágenes, dado que resultan
innecesarias, y utilizando el cuerpo de Raymond para cubrir enteramente la pantalla; y los de los
Jordan, sintetizados en unos escasos planos-contraplanos, obedeciendo más al sentido de sugerir que
al de mostrar: la cámara se sitúa a nivel del suelo, y encuadra la mano insensible de Raymond,
sujetando el arma sin ninguna necesidad de enseñarnos el rostro del homicida; o el líquido fluyendo
del agujero que ha hecho la bala en el cartón de leche que tiene el senador en la mano. Igual de
brillante resulta la idea visual de que Marco localice a Raymond, en la convención, al darse cuenta de
que el único punto luminoso que hay en el estadio -durante la interpretación del himno nacional todas
las luces se apagan- sólo puede proceder del cuartucho desde donde este se prepara para disparar –idea
inspirada, según palabras del propio Frankenheimer, en Enviado especial (1940) de Alfred Hitchcock
y en esa escena en la que las aspas de un molino de viento giran en sentido inverso a las de los demás-.
En esta misma línea de sugerir mediante la planificación habría que destacar la presentación de
Chunjin (Henry Silva) en el campo de batalla coreano, rodada con uno de los habituales encuadres del
realizador poniendo a este personaje en primer término del encuadre, lo que insinúa el carácter poco
fiable de alguien que, a los pocos segundos, no tardará en revelarse como un traidor; la brusquedad e
incomodidad de las relaciones de Raymond con su madre (una espléndida Angela Lansbury -a la que
Sinatra no quería contratar-, cuya labor dota de una particular consistencia a su personaje) y con su
padrastro, el reaccionario senador John Iselin (un no menos excelente James Gregory), expresada en la
escena que comparten en el interior del coche; o la influencia manipuladora de la madre de Raymond,
visualizada a través de los diversos planos que la muestran mirando por un monitor de televisión, con
expresión complacida, la actitud de su marido durante una tumultuosa rueda de prensa.
La configuración del matrimonio Iselin es un elemento fundamental en EL MENSAJERO
DEL MIEDO. La madre de Raymond, una de las figuras femeninas más perversas que han aparecido
nunca en la pantalla, pasa de ser una fiel y ejemplar esposa a canalizar las aspiraciones de su marido,
deseables a cualquier precio. Por su parte el senador Iselin aparenta un vehemente político que esgrime
todo tipo de teorías sobre el peligro comunista, pero en el fondo no es más que un móvil para su propia
esposa.
Auspiciado por el clima favorable de la Administración Kennedy, Frankenheimer pudo
parodiar la persona del nefasto senador Joseph McCarthy en la figura del senador Iselin, haciéndose
partícipe del más absoluto rechazo al período de represión que vivió los Estados Unidos durante los
años cincuenta. Iselin escucha de su mujer frases como aquella en la que le pide “que no piense, que es
muy bueno para algunas cosas, pero no pensando”, o utiliza -al igual que hiciera el máximo
representante de la caza de brujas- cifras totalmente diferentes en cada declaración -57, 104, 207, 275-,
a la hora de señalar el número de comunistas infiltrados en el gobierno (hasta el punto que, de nuevo
su mujer, le aconsejará que memorice una sola cifra sencilla y él optará por la del número de salsas de
una conocida marca). Axelrod y Frankenheimer llegarán a disfrazarlo de Abraham Lincoln y a
mostrarlo devorando un trozo de pastel que representa a la bandera americana, y pondrán en boca del
senador Jordan una lapidaria sentencia a propósito de Iselin y su mujer: “si fueran agentes soviéticos
no podrían estar haciendo más daño a este país del que le están haciendo”.
Finalmente destacar también la historia de amor nada convencional de EL MENSAJERO
DEL MIEDO -como lo serán igualmente las de Siete días de mayo, Yo vigilo el camino y Los
temerarios del aire-, con la torpeza de Marco en su primer encuentro con Rosie (Janet Leigh), su
avergonzada huida y ella siguiendo sus pasos y tratando de tranquilizarle pasándole un cigarrillo ya
encendido, etc.
Texto:
Christian Aguilera, La generación de la televisión: la conciencia liberal del cine americano,
Ed.2001, 2000.
Tomás Fernández Valentí, “John Frankenheimer: un francotirador en Hollywood”,
rev. Dirigido, noviembre 2000.
Antonio Castro, “El mensajero del miedo”, rev. Dirigido, diciembre 2002.
José Luis Guarner, “El mensajero del miedo”, rev. Fotogramas, enero 1989.
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