MENTIRAS ARRIESGADAS Casimiro García-Abadillo El pasado miércoles se aprobó el nuevo sistema de financiación autonómica después de meses de negociación entre el Gobierno y la Generalitat de Cataluña. Es decir, el Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF) ha dado el visto bueno a un mecanismo que se sustenta en un acuerdo previo con el tripartito catalán. El Gobierno ha exhibido la aprobación del nuevo sistema de reparto de fondos como un éxito político, ya que ninguna comunidad autónoma ha votado en contra en el CPFF. Aunque esa cortina de humo propagandística no oculta el verdadero objetivo que se persigue en estos momentos con la reforma del sistema de financiación: garantizar la estabilidad política de Zapatero. Pero vayamos por partes y desbrocemos los argumentos truculentos que envuelven el acuerdo alcanzado el pasado 15 de julio. 1ª falacia: «Es el acuerdo que más garantiza la igualdad de los ciudadanos». La frase es de Elena Salgado, ministra de Economía, vicepresidenta segunda y, a la sazón, negociadora del acuerdo en nombre de Zapatero. Salgado pone el acento en la igualdad que garantiza este nuevo sistema en relación a los anteriores. Pero la ministra olvida que el acuerdo firmado en 2001 y vigente hasta ahora fue respaldado (sin ninguna abstención) por todas las comunidades. La Generalitat, entonces presidida por Pujol, reconoció que era un «buen sistema para Cataluña», que, por cierto, ha doblado sus ingresos en los últimos ocho años. El Gobierno, lo que ha pretendido ahora, es dar satisfacción a las reivindicaciones del tripartito, que exigía un porcentaje de cesión sobre los impuestos recaudados en Cataluña que supusiera que dicha comunidad pasara de ser donante a perceptora neta de fondos por parte del Estado. El Gobierno, por tanto, no sólo ha aceptado uno de los principios básicos del Estatuto (cuya constitucionalidad todavía está en el aire), como es el de la bilateralidad: primero se negocia con Cataluña; después, con el resto. Además, ha roto con la filosofía que ha inspirado el mecanismo de financiación de las autonomías desde que se aprobó la Constitución: su carácter redistributivo. Cataluña, cuya renta per capita está 17 puntos por encima de la media de España, recibirá cinco puntos de financiación por habitante más que la media. Es decir, que el nuevo sistema da más al que más tiene. Por tanto, es un sistema esencialmente injusto que generará agravios comparativos y disputas constantes entre comunidades. 2ª falacia: «Cataluña no ha recibido ni más ni menos de lo que le corresponde». Esta perla es atribuible al vicepresidente tercero, Manuel Chaves. El nuevo sistema no adjudica cantidades fijas a las autonomías, sino porcentajes sobre recaudación de impuestos, cuya cuantía varía cada año en función de la situación económica. Luego hay unos mecanismo correctores (fundamentalmente el Fondo de Garantía de Servicios Fundamentales), que sirven para asegurar la financiación de los servicios en cada comunidad, independientemente de su renta per cápita. Pero las regiones con mayor PIB recaudarán mucho más que el resto y, por tanto, si el crecimiento es mayor, también gozarán de más fondos que el resto. Dirán ustedes que eso ya venía pasando con el sistema vigente hasta ahora. Eso es cierto sólo en parte. Al recortar lo que se queda el Estado del IRPF (el porcentaje cedido pasa del 33% al 50%), IVA (el porcentaje cedido pasa del 35% al 50%) y de los Impuestos Especiales (el porcentaje cedido pasa del 40% al 58%), la capacidad redistributiva del Estado se reduce. Es decir, que con el nuevo modelo se ha dado un paso de aproximación hacia el sistema imperante en el País Vasco y Navarra, comunidades que gestionan sus propios impuestos. Este sistema es bueno para las regiones ricas, pero malo para las pobres. 3ª falacia: «En algunos territorios (Madrid) se han producido de manera irresponsable hogueras de catalanofobia». La paternidad de la afirmación le corresponde al conseller Castells y lleva implícito un cierto victimismo y, cómo no, la identificación del PP con ciertas tradiciones inquisitoriales. ¿Qué hubiera dicho Castells si el Gobierno hubiera negociado primero con Madrid hasta encontrar una fórmula a su gusto y después con el resto de las CCAA? Eso no es ni siquiera imaginable. Porque lo peor que tiene el sistema acordado no es que trate mejor a Cataluña que a Madrid (¿por qué la aportación de Madrid al Fondo de Garantía de Servicios triplica a la de Cataluña?), sino que establece un principio de supremacía de Cataluña sobre el resto. En ese sentido, también se rompe un principio vigente desde que se aprobó la Constitución. Ahora, la excepción ya no son sólo el País Vasco y Navarra, cuyos fueros están reconocidos por la Carta Magna, sino también Cataluña. Al margen de lo que diga el Tribunal Constitucional, el Gobierno ya ha dado validez al Estatut y lo ha hecho en su doble vertiente: de soberanía y económica. A diferencia de lo que pasó hace ocho años (cuando se aprobó el sistema vigente), la sensación que se ha generado es la de que unos ganan y otros pierden. El Gobierno, que ha sido incapaz de negociar un asunto de tanta relevancia con el principal partido de la oposición, no ha tenido inconveniente en pastelear el acuerdo con ERC, lo que ha sido utilizado por sus dirigentes para airear el triunfo en su «pulso al Estado». ¿Quien enciende las hogueras de la catalanofobia?: ¿El PP o ERC? 4ª falacia: «El déficit no aumenta. Los 11.000 millones deberían bajar el déficit autonómico. Por tanto, la suma es cero». De nuevo, triunfa Salgado. Pensar que las autonomías no van a aumentar su gasto y que van a reducir su déficit con el dinero extra que recibirán a partir de ahora no se lo cree ni la propia ministra de Economía. 5ª falacia: «El nuevo modelo crea el verdadero Estado de las autonomías». Ésta frase, claro, es de Zapatero. ¿Cómo no iba él a completar la Transición política creando, por fin, «el verdadero Estado de las autonomías»? Sí, ésta es la más divertida de todas las falacias. Porque nos hace creer que, hasta que él llegó, hemos vivido en un mundo de ficción. El Estado que de verdad crea este sistema es el del federalismo asimétrico definido por Maragall. Éste es el primer gran fruto político del promotor del Estatut.