la teología sacramental hoy

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MATTHEU J. O'CONNELL
LA TEOLOGÍA SACRAMENTAL HOY
No es fácil hoy precisar con toda exactitud el concepto de Sacramento. La vieja
definición de «signo eficaz de la gracia» se ha ido enriqueciendo de tal modo en los
últimos tiempos, que la teología sacramental se encuentra ahora en plena evolución. El
autor intenta esbozar sus líneas fundamentales.
The Sacraments in Theology today, Thought, 140 (1961), 40-58
El camino más sencillo para presentar los rasgos fundamentales de la actual teología de
los Sacramentos, será empezar por la descripción de los aspectos considerados
tradicionalmente en el estudio de los Sacramentos desde el Concilio de Trento hasta
nuestro siglo.
TRENTO Y SU REPERCUSIÓN POSTERIOR: EL ENFOQUE POLÉMICO
La estructura teológica tridentina fue fundamentalmente polémica contra los errores
reformistas, y esto ocurrió, sobre todo, en los capítulos tocantes a los Sacramentos. El
Concilio centró sus definiciones en torno a la eficacia sacramental objetiva (ex opere
operato) negada por los protestantes. Por esta razón los principios sacramentales,
presentados como un apéndice al decreto de la justificación, tienen un carácter
fragmentario y aislado. Este énfasis tridentino en la eficacia se hizo normativo para
todos los tratados sacramentales subsiguientes. Fue una lástima que los tratadistas no
incorporaran junto a la doctrina de Trento, otros aspectos de la teología sacramental;
que no profundizaran y desarrollaran lo que ya Santo Tomás, con una estructuración
riquísima, había expuesto en su Suma.
Sacramentos y canonismo
Este enfoque polémico puede producir la impresión de que las cuestiones sacramentales
son más propias de un canonista. La determinación exacta de la materia y forma
constituía el problema central. Cuál había de ser la intención del ministro, y en qué
consistía la naturaleza de la causalidad sacramental, eran cuestiones que ocupaban
largamente la atención de los autores. En cambio, apenas si consideraban el ser propio
de los Sacramentos como acciones simbólicas.
Paradojas
En este enfoque se daban algunas paradojas.
Cada Sacramento confiere una gracia sacramental específica. Pero como los teólogos
insistían exclusivamente en la producción de la gracia, y descuidaban el valor simbólico
de los Sacramentos, resultaba muy difícil explicar en qué consistía esta gracia
sacramental específica. Los teólogos la ponían en la gracia santificante común y algo
más. Este algo más era, para unos, el derecho a las gracias actuales necesarias para
cumplir los fines institucionales de cada Sacramento. Con esto convertían la gracia
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especifica en algo meramente jurídico, haciendo que el Sacramento confiriese un
derecho que en realidad se tenía ya por el Bautismo o cualquier justificación anterior.
Para otros éste algo más consistía en ciertos nuevos hábitos sobrenaturales. Pero estos
hábitos apuntaban a unos fines que no se distinguen de los que se alcanzan por las
virtudes teologales y morales y por la misma gracia santificante común.
Además, se atendía sólo al individuo (pues la eficacia santificadora del Sacramento
actúa directamente en él); y, sin embargo, no se decía prácticamente nada de su papel en
la acción santificadora del Sacramento (siendo así, que precisamente en dicha acción
santificadora es donde el individuo encuentra a Dios que reconcilia al mundo consigo
por medio de Cristo). Esta paradoja se explica porque al acentuar la eficacia objetiva del
Sacramento, el hombre que lo recibe era considerado sobre todo como sujeto pasivo, y,
como tal, no tiene por qué contribuir causalmente a su eficacia. Al sujeto sólo se le
exigían determinadas disposiciones e intención, como requisitos para la validez del
Sacramento.
Omisiones
Finalmente la actitud polémica de Trento provocó varias omisiones: se descuida el papel
de la Iglesia en la constitución del Sacramento, y la significación que en ésta tiene la
intención del ministro; ni se considera a los Sacramentos como expresión de la
comunidad de hombres que viven en Cristo, y como la continuación en el tiempo de la
voluntad salvífica de Dios.
HORIZONTES ACTUALES
En las últimas décadas, dos factores han llevado la reflexión teológica hacia estos
aspectos más o menos olvidados de la teología sacramental. Así se ha podido
reconquistar y desarrollar el punto de vista bajo el que los Padres veían los
Sacramentos.
Influencia del movimiento litúrgico
El primero de estos factores ha sido el movimientos litúrgico. Ya el mero contacto con
la liturgia lleva al teólogo a una fuente viva de datos fecundos para profundizar en el
estudio de los Sacramentos.
Así hemos caldo más en la cuenta de que los Sacramentos son, ante todo, acciones
simbólicas puestas cada vez por el ministro y el sujeto, mediante sus funciones
complementarias. En efecto: la eficacia de los Sacramentos es una realidad misteriosa; y
el teólogo, para desentrañarla, tiene que empezar por lo que le resulta más asequible:
por la acción simbólica y concreta que Dios ha constituido portadora de significado y
eficacia sobrenaturales.
Pero, sobre todo, el movimiento litúrgico ha puesto en primer plano la doble dimensión
eclesial de los Sacramentos. Por una parte, administrados por la Iglesia, expresan lo que
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Ella es. Por otra proporcionan al que los recibe un conjunto de situaciones eclesiales, en
las que él es santificado y por las que la Iglesia recibe su estructura jerárquica
(bautismo, orden) o en las que los misterios fundamentales de la vida de Cristo se
perpetúan en su Cuerpo Místico (Cristo como testigo, como víctima...).
Finalmente, el movimiento litúrgico ha subrayado que los Sacramentos son actos de
culto en los que Cristo es el sacerdote principal que santifica a los hombres,
incorporándolos a los misterios de su adoración al Padre en la Tierra.
Influencia del concepto actual de la gracia
El segundo factor en la renovación de la teología sacramental hace referencia a la gracia
y es consecuencia de la profundización en la teología del Cuerpo Místico. La gracia que
llega a nosotros es la gracia de Cristo por dos razones. Porque Él la mereció toda, y
porque Él es la causa ejemplar e instrumental efectiva - mediante los misterios de su
vida, muerte y resurrección-. Pero esta gracia no es una cosa. Más bien es la autoentrega
de Dios al hombre y la respuesta del hombre a esa nueva presencia de Dios que se le
entrega. Esta respuesta se verifica mediante la transformación de la persona humana por
su configuración con Cristo: pues así participa el hombre en la gracia y en la respuesta a
Dios de Jesucristo.
Teniendo en cuenta todo esto, podríamos decir que un Sacramento cristiano es una
acción simbólica por laque Cristo continúa en su Iglesia el culto perfecto de los
misterios de su vida terrestre; y por la que santifica a sus miembros configurándolos
consigo mismo y ordenándolos así dinámicamente a la visión de Dios.
Según esta definición, podemos elaborar una síntesis a partir del concepto de acción
simbólica, que sin perder ninguna de las conquistas de Trento y del período
subsiguiente, integre las aportaciones de los últimos tiempos.
Cristo, Iglesia, Sacramentos: realidad salvífica
Para entender los Sacramentos como acciones simbólicas cultuales y por ello
santificadoras hemos de considerar que la acción salvadora de Dios se realiza bajo el
velo de los símbolos creados en tres niveles conexos entre sí.
Primero: en Cristo el Verbo encarnado. La humanidad de Cristo por su unión al Verbo
es el signo visible y efectivo de la presencia de Dios-Salvador en el mundo, el
sacramento de una doble realidad: descenso de la gracia (como gratuita reconciliación
ofrecida por Dios), y adoración de la humanidad que se une a su Creador, aceptando en
Cristo, la alianza ofrecida por Dios. Esta respuesta a la invitación divina es perfecta de
parte de Cristo, y, por haber sido dada en nombre de todos los hombres, introduce a
éstos en su relación filial con el Padre.
Ambas realidades encuentran su expresió n más perfecta en el sacrificio de la cruz, que
es por eso el que más hace de la humanidad de Cristo un sacramento. En efecto, la cruz
es por una parte la más elocuente revelación del descenso de la gracia (pues en la cruz
Dios entregó a. su propio Hijo para que nadie pereciera); y por otra parte, es, además, la
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manifestación insuperable de la adoración de Cristo y de su aceptación de la alianza, al
sellarla con su propia sangre.
Segundo: en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. La salvación de cualquier ho mbre
depende de su unión a la humanidad de Cristo, realizada por la fe y la caridad. Para los
que con fe y amor convivieron con el Cristo mortal sobre la tierra, esta unión revestía un
carácter muy particular. La eficacia de su encuentro con Dios fue sacramental en un
sentido privilegiado de la palabra sacramento: llegaron al encuentro salvífico con el
mundo divino invisible no sólo en y por la creación visible de Dios, sino en y por la
creación visible asumida por la persona del Verbo del mismo Dios.
Un encuentro semejante es posible para las generaciones posteriores, por la Iglesia. Por
la unión que hay entre Cristo y su Iglesia corresponde a Ésta respecto de Cristo un papel
paralelo al que correspondió a la humanidad de Cristo respecto del Verbo. Por ello
puede decirse que la Iglesia es el sacramento y (en un sentido análogo de la palabra) la
encarnación de Cristo; signo visible de su presencia salvífica en el mundo, y del
cumplimiento de la redención a lo largo de la Historia; y a la vez, signo comunicador de
esta redención a los hombres. Resumimos con la frase de H. de Lubac: "La Iglesia es el
Sacramento de Cristo como Cristo es el Sacramento de Dios."
Tercero: en los Sacramentos. Para que esta efectividad que la Iglesia posee por su
propio ser llegue al individuo es necesario que se actualice. Esto se realiza de un modo
más pleno y. propio en los siete Sacramentos. En ellos el individuo encuentra a la
Iglesia, en la Iglesia a Cristo y en Cristo a Dios.
Y aquí hay algo que no debe ser pasado por alto. Como Cristo redimió y santificó a la
humanidad mediante su culto perfecto en la Cruz, así la Iglesia santifica ejerciendo sus
funciones cultuales.
Los siete Sacramentos forman parte de esta adoración pública de la Iglesia (que es la
adoración del pueblo de Dios en unión con Cristo Sacerdote). La Iglesia, en su liturgia,
visibiliza históricamente el culto de Cristo rememorando los misterios de su carne,
principalmente la muerte y la resurrección.
En una palabra: en los Sacramentos, Cristo simboliza y hace presentes (en la Iglesia y
por Ella) el amor y la obediencia que un día hizo visibles en la Cruz. Y ésta es la razón
por la que a través de los Sacramentos da Cristo los frutos de la Redención a cada
hombre particular, por medio del ministro de la Iglesia.
EN POS DE UNA TEOLOGÍA SACRAMENTAL MÁS COMPLETA
De todo lo dicho aparece claro que el punto de partida para una teología sacramental ha
de ser la naturaleza del Sacramento como actividad simbólica de la Iglesia.
Religión sacramental
Es un fenómeno actual, no solamente cristiano, el considerar el aspecto sacramental de
la religión. Las cosas y acciones materiales son el medio natural y espontáneo que
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utiliza el hombre para expresar sus experiencias religiosas internas y adquirir una plena
conciencia de ellas.
Cuando tal actividad es social resulta inevitable que se codifique y aparezca lo ritual en
el propio sentido del vocablo; pero no debe considerarse esta codificación como algo
arbitrario, de forma que ritual y espontaneidad individual deban necesariamente
oponerse. Pues ciertos gestos simbólicos y el uso simbólico de determinados objetos son
prácticamente universales al menos dentro de órbitas culturales muy extensas. La
moderna psicología ha mostrado además cuán profundamente arraigados están en el
hombre tales simbolismos.
Estas acciones simbólicas religiosas expresan el sentido de dependencia de un ser
supremo, que el hombre experimenta en sus varios aspectos de adoración, acción de
gracias, arrepentimiento, petición.
Signos de la fe eclecial
En la Iglesia estas acciones simbólicas son los Sacramentos. Por ellos la Iglesia expresa
su fe religiosa. En ellos perpetúa la adoración iniciada por Cristo, y a la vez reconoce su
dependencia total de Dios en la salvación de sus miembros. Así toda acción sacramental
es siempre una profesión de fe en Dios, que pide la santificación. Pues en la liturgia
cristiana fe no es otra cosa que la respuesta a la palabra de Dios que se revela a Sí
mismo, y lo que se pide en la fe es una unión santificadora con Dios en Cristo. Ahora
bien, precisamente para realizar esto se han instituido los Sacramentos. Este papel de la
fe en la acción simbólica, y todo lo ya dicho sobré ésta última, constituye la
infraestructura de la vida sacramental de la Iglesia en sentido estricto; y debe tenerse en
cuenta para entender los Sacramentos.
Símbolos de la gracia
Pero además los Sacramentos simbolizan la santificación interior que el hombre pide
por ellos, es decir, la gracia. Y ésta -según hemos dicho- es la transformación ontológica
de la persona humana por la configuración con Cristo.
Ahora bien, los Sacramentos no simbolizan la gracia de un modo intemporal, ni
proponiendo simplemente a la Iglesia algo que Ella ha de pedir, sino como símbolos
prácticos. Esto es, simbolizan la santificación, pero referida .a la intención divina de
santificar realmente a este hombre concreto, y de santificarle de acuerdo con el
simbolismo del rito, y en conexión con éste. Es decir, simbolizan infaliblemente a Dios
que ofrece su gracia en Cristo, y mediante ella santifica realmente al sujeto del
Sacramento por la acción de la Iglesia.
Esto, evidentemente, sólo es posible por la intervención de Dios en la institución del
Sacramento por Cristo.
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Institución por Cristo
Y ¿qué significa la institución del Sacramento por Cristo?
Tal institución no es un puro dato histórico, sin conexión con el Sacramento que se
celebra aquí y ahora. Tiene más bien, un doble aspecto. En primer lugar un aspecto
histórico-jurídico: la voluntad de Cristo de que ciertos ritos simbolicen y hagan de
mediadores de realidades que -de por sí- trascienden todo simbolismo natural. Esta
voluntad es continuada en la Iglesia y llega al ministro como norma de su acción.
En segundo lugar el aspecto de eficacia: la voluntad de Cristo actúa santificadoramente
en cada celebración sacramental. Y como la humanidad de Cristo adquirió su poder
salvador en Su muerte y resurrección, es en éstas donde se enraíza la infalible
significación y eficacia del rito sacramental.
Así, pues, la forma como fueron instituidos los sacramentos hace de rada acción
sacramental de la Iglesia una acción de Cristo. Y esto por dos razones. Primero por ser
una acción de culto del cuerpo místico cuya cabeza es Cristo. Y en segundo lugar por
ser un acto de santificación. Por eso hemos definido al Sacramento como una acción
simbólica de Cristo en la Iglesia y por Ella, en la cual Él configura consigo al miembro
de la Iglesia.
La Iglesia y el ministro
Queda también dicho antes que los Sacramentos son acciones que manifiestan
simbólicamente la disposición religiosa interna y así significan la santificación que el
hombre pide a Dios. Por eso, la unión de gestos, palabras y significado es, ante todo, la
manifestación externa de una actividad espiritual interior. Pero como el significado sólo
es accesible a la fe, y como los Sacramentos son ritos simbólicos de culto social, la fe
expresada en ellos es la fe de una comunidad, la Iglesia, cuya norma es la voluntad de
Aquél que concibió, determinó y reveló la significación sacramental. Y esta intención
de Cristo es la que mediante la fe de la Iglesia recibe en el rito una expresión sensible
que sólo puede comprender el creyente.
La Iglesia, a su vez, actúa por su ministro cuya intención tiene importancia por ser el
nexo entre el rito exterior y la fe de la Iglesia. Así una serie de intenciones intermedias y
subordinadas da sentido y eficacia sobrenatural al rito simbólico. Si el ministro no
necesita fe, sino sólo intención, es porque actúa simplemente como servidor de la
Iglesia realizando el rito simbólico que pretende Ella, cuya fe y amor no fallan.
El sujeto del Sacramento
La acción sacramental se dirige a un individuo concreto. Con ello, esta persona que
recibe el Sacramento entra a formar parte de la estructura sensible simbólica
sacramental. Y así como la acción del ministro debe exteriorizar y encarnar una
intención interna, así la misma acción en cuanto recibida por el sujeto, debe ser recibida
no de una manera material, sino sacramentalmente. Por esto la sumisión del sujeto a la
acción del ministro expresa simbólicamente su sumisión a la acción santificadora de
Cristo que llega a, él por la acción visible de la Iglesia. Con ello el papel del sujeto pasa
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a ser algo más que una mera disposición pasiva e interna. Si su sumisión no tiene este
valor simbólico, se falsea el signo sacramental y el trabajo santificador de Cristo y la
Iglesia se frustra.
El papel del sujeto en la acción. sacramental puede aclararse más todavía. Los
Sacramentos, por voluntad de Cristo, tienen un doble efecto sobrenatural: uno qué se
obtiene en todo Sacramento válidamente recibido (y que aparece claramente en el
carácter sacramental), y otro (la gracia), separable del primero. A estos dos efectos
corresponden en el sujeto dos grados de compenetración con la acción simbólica, que
hacen que el proceso sacramental completo pueda ser parcial o totalmente verdadero.
Supongamos, por ejemplo, que un hombre quiere recibir el sacerdocio sin las debidas
disposiciones. Este hombre, al someterse a la acción del ministro, encarna una intención
que tiene suficiente veracidad para que el Sacramento sea válido (por tanto, el
Sacramento será verdadero símbolo de la acción divina que imprime el carácter y le
comunica los poderes sacerdotales). Pero por ser un signo parcialmente falso y, por
tanto, incapaz de transmitir la gracia, el Sacramento queda imperfecto.
Validez y fe de la Iglesia
El que un Sacramento pueda recibirse válida pero infructuosamente es posible sólo por
la fe viva de la Iglesia. La Iglesia juega un papel esencial en el Sacramento. No sólo en
cuanto éste es descendentemente un símbolo de santificación del hombre por Dios, sino
también en cuanto se le considera ascendentemente desde el punto de vista del hombre.
La acción sacramental expresa la respuesta de la Iglesia a la condescendencia divina y
su aceptación de la salvación para tal hombre concreto. En este sentido toda salvación
está en manes del Cuerpo Místico.
Aparece esto muy claro en el caso del bautismo de los niños. Frente al principio
universal de que nadie puede salvarse si no cree, San Agustín, justificando el bautismo
de los que no han alcanzado el uso de razón, responde: "El niño cree en la persona de
otro, del mismo modo que en la persona de otro pecó" (Sermón 294.11;12). Tanto en la
condenación como en la salvación hay una solidaridad entre el linaje humano y una
cabeza: Adán para la primera y Cristo para la segunda (y ésta se actualiza para el
individuo concreto en el Cuerpo, Místico). El otro en el que cree el niño es, pues, la
Iglesia, que aplicándole su fe viviente hace posible que Dios lo santifique.
Es cierto que no puede la fe de la Iglesia santificar a un adulto que se cierra a la gracia.
Pero aun en este caso (conforme al ejemplo que hemos puesto arriba), la fe de la Iglesia
tiene cierta eficacia con solo que el adulto tenga una intención sacramental. Y Dios
responde a esta fe otorgando al sujeto aquel don sobrenatural preliminar (por ejemplo, el
carácter) por el que la Iglesia le recibe en una situación que reclama la gracia. Y en
efecto, tan pronto como el hombre se abra a la acción de Cristo, vendrá la gracia como
efecto del Sacramento recibido.
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CONCLUSIÓN
Los avances en Cristología y Eclesiología que han proporcionado un mejor
conocimiento de los Padres, y la profundización en la liturgia como expresión de la
Iglesia, no podían dejar de beneficiar a la teología sacramental, que se halla tan
íntimamente relacionada con la redención -realizada por Cristo mediante su
Encarnación- y con la Iglesia -presencia visible del mismo Cristo en el mundo-.
Así el concepto de Sacramento se ha hecho hoy mucho más rico. Como san Agustín y
sus coetáneos griegos, hoy consideramos otra vez los Sacramentos como acciones
simbólicas, preñadas de todas las antiguas aspiraciones y deseos del hombre religioso y
adoptadas por la voluntad creadora de Cristo para ser símbolos de la fe y esperanza
viviente de su Cuerpo Místico. En ellos Cristo ofrece al Padre, con la Iglesia, y por Ella,
la adoración redentora de la Cruz. En ellos simboliza y efectúa la santificación de los
hombres, uniéndolos a Sí mismo y a su Iglesia, y configurándolos consigo, Hijo e
Imagen del Padre.
En tal concepción de los Sacramentos hay indiscutiblemente mucho que requiere un
mayor estudio. Pero hay también mucho que ya parece traer consigo su propia garantía;
pues nos dirige plenamente hacia el centro de la vida cristiana: Cristo en su Iglesia.
Tradujo y condensó: ENRIQUE COMAS DE MENDOZA
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