angelus 07–08/2013 Carta pastoral de Mons. Félix Gmür para el 27 de enero (2) Diversidad de carismas – Los unos por los otros Todos los bautizados son capaces de participar en la obra (Construcción de la Iglesia) porque todos nosotros hemos recibido dones particulares. Pablo les llama carismas, dones de la gracia. Son aptitudes, dones, talentos y ministerios. No sólo era en Corinto, sino también en nuestras parroquias, en las misiones lingüísticas, comu­ nidades tanto pequeñas como grandes donde se encuentran personas con los carismas más variados. Es una bendición por la que nosotros podemos estar agradecidos. Es cierto que Corinto no era en absoluto un ejemplo de comunidad de creyentes. Había fre­ cuentes fricciones porque los unos se colocaban por encima de los otros seguros de que ellos eran la superioridad. Pablo se opone resueltamente a esta situación. Todos los carismas son preciosos, importantes y vitales. No hay dones de la gracia mejores ni peores y ninguno tiene más impor­ tancia que otro. Para explicar esto, Pablo utiliza la imagen del cuerpo y de sus miembros. Quiere así defender y hacer justicia a los que piensan tener dones menos importantes o ejercer ministerios de menos prestigio. No deben decirse: «yo no formo parte del cuerpo» (1Cor 12,15–16). Desde luego que forman parte. Al mismo tiempo Pablo exhorta a los que, por decirlo de alguna forma, saben más o tienes más capacidades, a los que se dan importancia y pretenden asumir funciones de mayor relevancia al insertarse en la comuni­ dad de creyentes. No deben pensar de los otros. «¡No os necesito!» (1Cor. 12,21). Al contrario, el cuerpo necesita de todos sus miembros: La Iglesia tiene necesidad de todos los carismas y ministerios. Por esta razón aprobamos con agradecimiento las visitas de los colaboradores en los domicilios, en los hospitales y en las residencias. Las ideas de grupos de niños y jóvenes son, por los tanto, un desafío para nosotros y nos confiamos a aquellos que ruegan a Dios en el silencio. Durante las ce­ lebraciones de las fiestas apreciamos el canto de la coral y contamos con la confianza de sacrista­ nes y conserjes. La diversidad de dones y de ministerios es una gran riqueza, es la condición básica de una Igle­ sia viva. Lo más determinante no es tanto la di­ versidad como la interacción. El cuerpo extrae su vida de la relación que tienen los miembros entre cuestión religiosa www.cathberne.ch/mcebienne • 9 Mons. Félix Gmür Foto: Niklaus Baschung sí. La Iglesia la extrae de las relaciones en las que los carismas y los minis­ terios de cada persona pueden iluminarla. La cooperación es el imperativo de este momento para la Iglesia que está en nuestra diócesis. Esto lleva consigo el res­ peto de nuestros propios dones y actitudes tanto como el respeto de los límites que tenemos a la hora de actuar. Necesitamos prestar atención a las opiniones, intenciones y funciones de los otros así como una benevolencia recíproca. Nos necesitamos los unos a los otros. Debemos poder contar los unos con los otros. Sólo así es viable el cuerpo. Sin la multiplicidad de miembros faltaría algo: los miembros que quieren estar solos nunca forman un cuerpo. Los carismas son regalos que Dios nos hace, no para nosotros mismos, sino para la edificación de la comunidad de los que creen en Él. Oración para la XXI Jornada Mundial del Enfermo Dios omnipotente y eterno, tú eres nuestro fundamento y nuestra fortale­ za, la Esperanza que nunca nos abandona, y el Amor que se dona en la Cruz y en la Resurrec­ ción de Jesús. Haz que tu Rostro brille en todos los enfermos, en los que sufren y en los moribundos, sé mi­ sericordioso con ellos. Sigue enviando buenos samaritanos que salven y curen a las personas enfermas, a los que sufren y a los moribundos, y asistan desinteresadamente a los más débiles. Santa María, Madre de Dios, hoy nos dirigimos a ti y te rogamos así: Tú conoces el dolor de los indefensos, cuando el sufrimiento no puede ser alejado. Con tu estar al pie de la cruz y tu padecimien­ to materno te has convertido para nosotros en salvación de los enfermos. Haz que tengamos la fuerza y el valor de mirar el Crucifijo, y que soportemos con valentía nuestros sufrimientos confiándonos en Él. Dios lleno de bondad, Padre nuestro, te damos gracias por los numerosos testigos ejemplares que han recorrido un camino de tri­ bulación y nos los has donado como nuestros intercesores. Te damos gracias por Santa Ana Schäffer, que fue sometida a duras pruebas desde su juven­ tud y permaneció enferma en cama debido a un grave accidente. Nos dirigimos a ti, Santa Ana Schäffer: A través de tus esfuerzos para alcanzar una amistad íntima con Jesucristo crucificado y re­ sucitado, lograste no sólo soportar tu pena sino que también te sacrificaste con Él por los de­ más que sufren, sobre todo por los que se sen­ tían privados de la esperanza. Por medio de tu intercesión, ayúdanos también a nosotros a abrazar nuestra vida incluso si es afligida por el dolor, a mirar con confianza a Je­ sús crucificado y a recorrer nuestro camino con la certeza de que el amor de Cristo es más fuer­ te que cualquier dolor, más fuerte que el mal y que la muerte. Dios lleno de bondad, Padre nuestro, te damos gracias por el Beato Papa Juan Pablo II. Siem­ pre estuvo al lado de los enfermos y fue incan­ sable defensor de la vida humana. Nos dirigimos a ti, Beato Papa Juan Pablo II: Haz que con la oración obtengamos la fuerza de la fe y la certeza de que no nos perderemos, y que con toda nuestra vida y nuestros padeci­ mientos estamos a salvo en las manos y en el corazón de Dios. Danos valor con tu ejemplo de la agonía, inclu­ so en las últimas horas de nuestra vida. Señor Dios, te damos gracias también por la Beata Madre Teresa de Calcuta, un verdadero ángel en las noches os­ curas de los margina­ dos y los moribundos. Papa Benedicto XV Foto: aa Nos dirigimos a ti Beata Madre Teresa que: confiando en el infinito amor de Jesucristo y en su sacrificio de muerte en la cruz, hiciste siempre que la luz de su amor penetrase en la oscuridad del sufrimiento. Obtén para nosotros la convicción de que noso­ tros mismos podemos ser luz para los que sufren. Haz que podamos irradiar la esperanza, y que también nosotros reconozcamos en el prójimo, enfermo y sufriente, el Rostro de nuestro Señor y le donemos nuestra pronta ayuda. Dios Uno y Trino, ahora nos entregamos en tus generosas manos paternas Confiamos en tu amor sin fin y que por ti estamos custodiados en los días buenos y en los malos, en la vida y en la muerte. Haz que, a través de nuestro dolor, se renueve nuestra fe y nuestra confianza en ti a fin de que todo el pueblo de Dios experimente la gracia de la redención. Ahora y siempre. Amén. Benedicto XVI