Limpiar los establos de Augias o la política educativa antisocial del PP Juan Yanes * El dinero de todos no pue de ir a lugare s donde s e tiene un co ncepto exclusivista de la educación. Sólo la enseñanza pública y laica, ofrece garantías de que esto no va a ser así. Gitanos, emigrantes, hijos de madres solteras, niños pobres y ricos, católicos, musulmanes o judíos, son acepta dos en las Escuelas Públicas por su condición de personas, no en función de sus apellidos, su s creencias o su capacid ad. Gustavo Martín Garzo Varios amigos, nada condescendientes con la LOGSE, ni con esa filantropía difusa que asimila lo público a la sopa boba de la beneficencia, empezaron a ver con cierto agrado algunas proclamas de la Sra. Ministra del ramo sobre la mística del esfuerzo en la educación. Están cansados de soportar fortísimas presiones en las aulas, en condiciones casi menesterosas, en edificios devastados por el ímpetu demoledor de los jóvenes. Cansados de luchar contra el permanente estado mendicante de la educación pública. Cansados del esfuerzo por mitigar su ruina definitiva. Pero se les está empezando a afilar la cara al leer la dureza y la impiedad de la letra menuda de la nueva Ley de Calidad de la Enseñanza que va a convertir a los centros públicos en auténticos recintos carcelarios y a ellos en obligados frenópatas. Mas, de las condiciones muchas veces extremas, en que el profesorado tiene que desarrollar su labor, no es responsable directa y única la LOGSE. En esa labor de quiebra de lo público concurren también las miserables políticas educativas de los descreídos gestores autonómicos, que tienen competencias plenas en educación, pero cuya única obsesión es el abaratamiento de los costes. Así, que visto lo visto, podemos empezar a ser optimistas con respecto al futuro del pesimismo: “en el camino de la abyección —le gusta decir al profesor Ignacio Sotelo— cabe siempre bajar un peldaño”. Pintan bastos ¿Qué está pasando? Pues pasa que después de seis años de gobierno triunfal de la derecha hemos despertado de un sueño viendo el entusiasmo con que el gobierno del PP, en un abrir y cerrar de ojos, se saca de la manga su “nueva” política educativa poniendo en jaque la totalidad del sistema educativo, esa criatura tan delicada y maltrecha. El fruto más reciente de este torbellino legislador es la llamada Ley de Calidad. Pero la repentina vocación restauradora del PP —en el más rancio estilo canovista— ha estado precedida por una sorprendente tramitación la Ley Orgánica de Universidades (LOU) que fue aprobada en medio de una virulenta e inusual campaña de descalificaciones propiciada desde las más altas instancias del Estado, sin prestar la más mínima atención al clamor de la calle en las mayores movilizaciones contra el desmantelamiento de la enseñanza pública conocidas en nuestra historia reciente. La LOU ha caído como una losa sobre la universidad española, sin el apoyo de un sólo y democrático claustro universitario, sin el respaldo de una sola y triste junta de gobierno, sin la anuencia de un sólo y magnífico rector. La segunda de las sorpresas ha sido la aprobación de una ignota Ley de Formación Profesional, precedida y seguida por la nada más absoluta, con la oposición frontal de todos los grupos parlamentarios que no dudaron en calificarla de “inservible, cicatera, retrógrada, franquista y anticonstitucional”, a excepción de Coalición Canaria, que habiendo votado en contra en el trámite de Comisión, permutó milagrosamente su voto en el Pleno. Mercantilismo rampante Con estos precedentes inquietantes, que auguraban lo peor, ahora le toca el turno al resto de la enseñanza no universitaria con una controvertida Ley de Calidad. La novedad del contenido de esta política sobrevenida, consiste en resucitar todos los cadáveres y arquetipos clasistas y elitistas que ha destilado nuestra infausta tradición de exclusión del pueblo de la cultura, privatizando todo lo privatizable, convirtiendo el sistema público en un sistema de segunda categoría, dando carta de naturaleza a la exclusión social y aderezándolo todo con reliquias incorruptas del nacional-catolicismo, de infeliz memoria, en versión actualizada de la Conferencia Episcopal. El sarampión legislativo del PP, lleva dentro algo más que una forma perversa de idiotizar a las futuras generaciones y negarles el futuro. Por dura que nos parezca la política educativa que despliega el PP, no sería suficiente analizarla en términos de maldad moral o de falta de sensibilidad social, que de todo hay. El PP hace política. Y la hace, de manera consecuente —no descubrimos nada al decirlo, aunque esta afirmación le pueda parecer inverosímil a los políticos e ideólogos de la derecha— desde el más puro economicismo y de acuerdo con los principios de la ortodoxia neoliberal que afectan a todos los ámbitos de la vida social. El monoteísmo del mercado, el pensamiento único, la mercantilización de la vida social, de la vida política, de la vida cotidiana, de las instituciones, de la cultura misma se infiltra por todos sus entresijos como la única posibilidad de supervivencia. El malogrado filósofo francés, Gilles Deleuze, afirmaba que lo único universal del mundo en que vivimos es el mercado y que “no hay un Estado universal porque ya existe un mercado universal cuyos focos y cuyas Bolsas son los Estados. No es universalizante ni homogeneizador, es una terrible fábrica de riqueza y de miseria. No hay un sólo Estado democrático —continuaba diciendo— que no esté comprometido hasta la saciedad en la fabricación de la miseria humana” (1995, p.270). En nuestro país, con mayor o menor desparpajo son las políticas neoliberales las que hacen furor. El discurso sobre la “flexibilización del mercado laboral”, no es más que un grosero eufemismo para referirse a las políticas de abaratamiento del despido y desregulación omnímoda del trabajo. El discurso sobre la “modernización y la competitividad”, nos remite al saqueo y la privatización feroz de las grandes empresas públicas (Iberia, Argentaria, Repsol, Telefónica, Endesa, Tabacalera...). Nada se escapa a la lógica del mercado: guerra al Estado, política monetaria a ultranza, absoluta prioridad antiinflacionista, sustitución de la política por el propio mercado, eugenesia social sobre los más débiles que supone la paulatina exclusión social y el progresivo deterioro social, reducción y privatización de los servicios públicos, redistribución al revés, Joaquín Estefanía dixit. La educación se constituye también en un mercado apetecido por las grandes multinacionales. Para Gérard de Sélys, autor de Tableau noir, appel à la résistance contre la privatisation de l'enseignement, “la educación es un negocio que mueve un billón de dólares. Según la OCDE este es el montante que los estados miembros gastan en educación. Tal “mercado” es contemplado con auténtica codicia, pues supone: 4 millones de enseñantes, 80 millones de alumnos, 320.000 establecimientos escolares (entre los cuales hemos de contabilizar 5.000 universidades y escuelas superiores, sólo en la UE) que están en el punto de mira de las grandes empresas. Estamos en el proceso del desmantelamiento del servicio público de enseñanza por las necesidades del Dios Mercado” (1998, p.14). La política educativa de nuestro país no es ajena a la marea neoliberal. (J. Torres Santomé, 2001a, 2001b) Entendida la educación como un negocio, como una inversión económica —con la bendición de las teorías del capital humano, convenientemente remozadas— es a todas luces un “negocio” ruinoso para el Estado. En consecuencia se va a favorecer la enseñanza privada y concertada que le sale más barata al Estado. La propia Ley contempla la subvención de la educación infantil de los centros privados. Así pues, junto a la conversión del sistema público en un sistema subsidiario del privado, está la progresiva disminución del gasto público para aliviar los costosos desembolsos que suponen el mantenimiento del sistema. Sólo resta, pues, vender como buena esta política antisocial, como algo ineluctable y lógico. Sólo queda la fabricación mediática del consenso, tarea a la que dedica su actividad la Ministra de Educación en una inmoderada campaña de desprestigio de la enseñanza pública basada en el hábil manejo de cuatro tópicos sobre la violencia escolar, la falta de disciplina y los altos índices de fracaso escolar de la enseñanza pública (A. Unceta, 2002). Darwinismo social, eugenesia educativa La Ley de Calidad ha sido cocinada en el más absoluto de los sigilos sacramentales. Propone, en esencia, un endurecimiento del sistema educativo acentuando todos los aspectos que tienen que ver con su carácter selectivo. La educación se convertirá en un laberinto donde el alumnado se pierde, en una carrera de obstáculos donde sólo un reducido grupo, “los mejores”, llegarán al final del trayecto. La Ley de Calidad va a limpiar de “basura” el sistema educativo, como limpiara Hércules en un santiamén las heces acumuladas en las establos de Augias. Y ya han entrado en circulación las nuevas palabras, que a modo de talismanes, van a conseguir la dolorosa operación quirúrgica: “evaluación”, “clientes”, “productos”, “competencia”, “rendimiento” y la reina de todas ellas “calidad”, palabras que esconden el veneno del economicismo y toda suerte de equívocos (A. Bolívar Botia, 1999a, 1999b). Palabras que sintetizan este proyecto peligroso para el porvenir de la educación pública y que vienen a sustituir aquellas otras de "equidad", "solidaridad", "igualdad de oportunidades", "democracia en la escuela", "justicia social". Reválidas, repeticiones de curso, itinerarios, grupos de refuerzo, evaluaciones externas a los centros públicos, primacía de los contenidos, disciplina, son manifestaciones de esa intensificación del carácter selectivo del sistema educativo que se nos viene encima. De vuelta de tuerca de los más burdos o de los más sutiles mecanismos de control. Esta reforma parece ser una especie de resurrección de fantasmas del pasado, una especie de cruzada cruel para eliminar de la faz del sistema educativo “noble” (léase, bachillerato científico tecnológico o humanista y de ciencias sociales; o los itinerarios de secundaria de orientación científico-humanista) al alumnado molesto, al alumnado con retrasos, a los llamados malos estudiantes, a toda suerte de discípulos díscolos y mandarlos a las tinieblas exteriores, a vías muertas o sin retorno (léase a “grupos de refuerzo”, itinerario técnico-profesionales). En resumidas cuentas, los buenos estudiantes, al bachillerato; los fracasados, a una desprestigiada formación profesional. Casualmente —¿o quizá no tan casualmente?—, el ejército de “alumnos basura” en todas las latitudes del globo, coincide con los hijos de las clases sociales más bajas, desfavorecidas, deprimidas, empobrecidas o como se las quiera llamar (A. Marchesi y E. Martín, 1998). Nos encontramos no sólo ante una reforma caprichosa, revanchista y mezquina de la derecha, sino ante una operación de cirugía social que lesiona los fundamentos mismos de la democracia y la equidad. Es decir, nos alejamos de una educación que, sobre la base de un tronco común e igual para todos, promueva el acceso de todos, sin exclusión, a la cultura y al ejercicio de la ciudadanía. Según la OCDE el nivel de estudios de nuestros jóvenes es significativamente inferior a la media de los países de la UE, estamos sólo por delante de Portugal y Luxemburgo. El 63% de los jóvenes de 22 años tiene estudios de bachillerato, mientras que la media de la UE es del 71%; entre 25 y 34 años los tienen sólo el 55% , mientras que la media de la UE es del 72%. Fácil es concluir que lo que necesita nuestro sistema educativo es un modelo de educación inclusivo y no selectivo y excluyente. Un sistema que ayude y anime a elevar el nivel cultural general de la población y no todo lo contrario, como parece promover la nueva Ley (J. Gimeno Sacristán, 2002). ¿Dónde están —nos preguntamos nosotros— los informes de organismos, libres de toda sospecha, que avalen la urgencia y la necesidad de las reformas? ¿Dónde el diálogo y la negociación con las organizaciones sociales?¿Dónde un libro blancos o negro que diagnostique las dolencias del sistema? ¿Dónde las comisiones de expertos, tan socorridas? ¿Dónde la fase de experimentación de los nuevos remedios, que una elemental prudencia aconseja, antes de poner todo patas arriba? Nada, en ningún sitio. Sólo hay prisa. Sólo propaganda, chismes, tertulias radiofónica, vanalización, titulares de prensa catastrofistas, ausencia absoluta de debate social. Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho Otro de los aspectos más ásperos e irritantes de esta contrarreforma en ciernes, es el que tiene que ver con la perpetuación de los privilegios de la Iglesia Católica en la enseñanza pública, en un Estado que formalmente se declara aconfesional. La Iglesia es la titular del más formidable aparato educativo que imaginarse pueda. Posee más de 7.000 centros que recorren todos los peldaños del sistema educativo: guarderías, centros de educación infantil, primaria, secundaria, y bachillerato, centros de formación profesional, de educación especial y centros universitarios (4 universidades y un centenar de escuelas universitarias distribuidas entre magisterio, ingenierías técnicas, enfermería o trabajo social) (J. Yanes, 1998). Mas, no bastándole esto, extiende sus tentáculos a toda la red pública, a todos y cada uno de los, aproximadamente, 21.500 centros no universitarios del país, donde mantiene, en condiciones laborales lamentables y preconstitucionales, un ejercito de catequistas a sueldo del Estado. Las políticas de privatización, de disminución del gasto público, de subsidiariedad y de selección social, favorecerán aún más descaradamente a la patronal confesional de la enseñanza privada. El Gobierno consigue con esto dos objetivos básicos: abaratar los costos y aplacar la insaciable voracidad de la Iglesia Católica. La consolidación de la enseñanza de la religión y moral católica como asignatura "evaluable y computable a los efectos de cálculo de nota media" que tiene como alternativa la formación en "valores cívicos, en la que estarán incluidos los constitucionales", según declaró la Ministra Pilar del Castillo en su presentación el pasado 11 de mayo, constituye otro de los asuntos más lamentables y cuestionados de esta Ley de Calidad. La Plataforma por la Escuela Pública, compuesta por organizaciones como CEAPA, CC.OO., UGT, CGT, STEs, MRPs y Sindicato de Estudiantes, decía en su Manifiesto por la Escuela Pública, que "la enseñanza religiosa debe mantenerse fuera del ámbito escolar, evitando las confusiones sobre la aconfesionalidad del Estado, en beneficio del respeto a la pluralidad de opciones ideológicas y religiosas". La Ley de Calidad va en la dirección contraria a una política educativa que “desarrolle —como dice la Declaración del Foro Muldial sobre Educación, febrero de 2002— el acceso igualitario a todos los niveles de la enseñanza, para que la educación sea un instrumento de justicia social y de emancipación de las personas y de los pueblos, que promueva la igualdad entre las mujeres y los hombres y entre las personas de diferentes orígenes sociales y generacionales”. Muchos de nosotros queremos un mundo así, abierto, justo, solidario, democrático. Tenemos una amarga experiencia de la escuela como máquina de destrucción personal y social. *Juan Yanes es profesor de la Universidad de La Laguna REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Bolívar, A . (1999a ): “La educa ción no es u n mercad o. Crítica de la Gestión d e Calidad Total”. Aula de innovación educativa, 83-84 (julio-agosto), 77-82. Bolívar Botia, A (1999b). “La calidad en educación: ¿qué alterna tivas tiene la «izquier da»?”. 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