El hombre, ¿malo por naturaleza? P. Fernando Pascual Durante siglos se han enfrentado dos visiones sobre el ser humano. Según la primera, el hombre sería malo por naturaleza. En cambio, para la segunda sería naturalmente bueno. Tras ciertos hechos, vistos o sufridos en primera persona, aumentan las posibilidades de admitir la primera alternativa: el hombre es un ser malo por naturaleza. Si nos ha engañado el que considerábamos como mejor amigo; si el jefe de trabajo que siempre nos sonreía luego nos clava una puñalada por la espalda; si el esposo que parecía ejemplar acaba de ser descubierto con su amante; si el joven que por la mañana iba a clases en las noches se dedica a asustar a la gente tranquila; si un adolescente que apenas sabe sobre la vida tiene a sus espaldas varios asesinatos... ¿no será que tenemos una naturaleza mala, que estamos hechos para la injusticia? Si, además, leemos testimonios como los de “Archipiélago Gulag”, donde se narra cómo políticos, jueces, militares, abogados, fiscales, funcionarios, llegan a niveles de perversión y de crueldad inimaginables. O, sin ir más lejos, si leemos relatos auténticos de crímenes ocurridos en nuestro propio país, en momentos de revueltas o simplemente por la fuerza de bandas asesinas que actúan sin ninguna compasión sobre seres indefensos... Entonces, es que el ser humano tiene un fondo perverso, es que somos malos por naturaleza. Quedarnos en lo anterior significaría olvidar miles y miles de gestos heroicos de personas de todas las clases, de religiones diferentes, de ideas incluso contrarias a las de uno, de cerca y de lejos, del pasado y del presente, que son capaces de ayudar al otro sin pedirle antes su carnet de identidad. En cada ser humano hay un corazón capaz de lo malo y de lo bueno, de lo mezquino y de lo grandioso, de lo egoísta o de lo generoso. Unos seres humanos levantaron campos y alambradas para destruir a un pueblo indefenso, mientras que otros seres humanos lucharon para romper las cadenas y para liberar a los oprimidos. También cerca, en mi barrio, entre mis familiares, encuentro de todo. Y, si me miro sinceramente en el espejo, reconoceré que en algunos momentos yo mismo he sido un egoísta y un cobarde, pero también respiraré hondo al ver que en otras ocasiones supe ofrecer gestos de afecto sincero y manos tendidas para reconciliarme con quienes alguna vez me hicieron daño. Así somos los seres humanos: ambivalentes. Incluso el que hoy parece tan bueno (y lo era) mañana sucumbe a la ambición y traiciona a su socio; mientras que un delincuente cargado de delitos un buen día decide recorrer el camino del bien y se convierte, entre sus compañeros de celda, en un auténtico amigo. Con palabras vibrantes, el psicólogo austríaco Viktor Frankl (1905-1997), que conoció en primera persona los horrores del holocausto nazi, dejó un testimonio escrito de la miseria y de la grandeza que conviven entre los hombres y mujeres del planeta. “Después de todo, el hombre es el ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en sus labios”. ¿Somos malos por naturaleza? Quizá sea mejor decir que somos, por naturaleza, seres abiertos a mil posibilidades y cambios. Decidir qué rumbo toman nuestra mente y nuestro corazón depende, si no hay serios problemas psicológicos, de cada uno. El bien y el mal están al alcance de todos. La opción de lo que uno llega a ser se fragua en las decisiones de cada día.