Jesucristo, nuestro gran sumo sacerdote El autor del libro de Hebreos se dirigía primeramente a los judíos de su época. Es cierto que escribe sobre verdades atemporales que son aplicables a todos nosotros, pero saber para quién escribía nos ayudará a comprender su mensaje. Se dirigía a judeocristianos que estaban experimentando las dificultades que suponía seguir a Jesús, y que echaban de menos el judaísmo. También escribía para judíos que habían oído el evangelio de Jesús y estaban considerando seguirle también. Por todo esto, Hebreos está repleto de términos religiosos que les eran familiares a los judíos del siglo I d.C. Uno de estos términos familiares era la palabra "sacerdote". En todos los demás libros del Nuevo Testamento solo aparece unas tres veces, pero en el libro de Hebreos aparece nada menos que 33 veces. Jesucristo se presenta no solamente como su sacerdote, sino como su gran y eterno sumo sacerdote. El sumo sacerdote de los judíos hacía la función de representante del pueblo ante Dios. La mejor ilustración de ello era el Día de la Expiación. Este día sagrado ocurría una vez al año. El sumo sacerdote entraba en la parte más sagrada del templo de Jerusalén. La parte posterior de esta estancia estaba separada del resto por medio de un pesado velo o cortina. Detrás del velo se hallaba el Arca de la Alianza. Este lugar albergaba la presencia de Dios. Se llamaba "el lugar santísimo". A nadie se le permitía pasar el velo y entrar en el lugar santísimo. Había una única excepción a esta restricción. Una vez al año, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote pasaba al lugar santísimo. Allí ofrecía la sangre del sacrificio de un cordero sin mancha. Mediante este sacrificio quedaban perdonados los pecados de los seguidores de Dios. 1 Hebreos 4:14-16 nos dice: Por lo tanto, ya que en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, aferrémonos a la fe que profesamos. 15 Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. 16 Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. En la persona de Jesucristo el pueblo tenía por fin su gran sumo sacerdote. Jesús es el hijo de Dios, enviado para salvarnos de nuestros pecados. Se hizo hombre y caminó sobre la tierra igual que nosotros para que pudiera ofrecerse en nuestro lugar y cumplir la pena por nuestros pecados. Al convertirse en humano como nosotros, estaba capacitado para ser nuestro sacerdote, nuestro representante ante Dios. Romanos 6:23 nos dice que la paga del pecado es muerte, y es eso exactamente lo que pagó Jesús. Aunque fue tentado en todo según nuestra semejanza, resistió sin pecado, y de esta manera obtuvo el derecho de convertirse en nuestro cordero sin mancha que se ofreció a sí mismo como sacrificio para que todo el que creyera en Él fuera perdonado y reconciliado con Dios. Por todo esto, Jesús es ahora tanto nuestro gran sumo sacerdote como nuestro cordero de expiación. El resultado de este hecho se aprecia claramente en los últimos momentos de vida de Jesús en la cruz, tal como queda descrito en Mateo 27:50-51: “Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu. En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.” Gracias a ello, ahora podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos. ¿Cómo puede ser? Nosotros, pecadores, enemigos de Dios, hijos de la rebelión... ¿estamos invitados a acercarnos a Dios santísimo? No nos equivoquemos. No es por mérito nuestro. No hay nada que podamos hacer para merecer o ganar el derecho a acercarnos a Dios. Es únicamente por la muerte y resurrección de Jesús. En Él somos perdonados e invitados a acercarnos a Dios en todo momento. Nos presentamos ante el trono de Dios para recibir su misericordia y gracia. Misericordia significa que no recibimos el castigo que merecemos. Gracia significa que recibimos la bendición de Dios que no merecemos. En lugar de recibir castigo, ser esclavos del pecado y hallarnos eternamente apartados de Dios en el infierno, recibimos el perdón, el poder de vivir una vida santa y la eterna comunión con Dios en el cielo. Dios no solamente nos invita a acercarnos cuando caminamos rectamente y está firme nuestra fe. La instrucción de Hebreos 4:16 es de acudir a Él cuando estamos menesterosos. En medio de nuestros fracasos y nuestro quebrantamiento, allí nos espera Dios con los brazos abiertos. 2 Esta invitación se extiende a todo el que se humilla ante Dios y lo busca. Ya no tenemos que afrontar la vida solos, porque Él está con nosotros. No tenemos que ser prisioneros de nuestras flaquezas, porque Él es fuerte. Ya no tenemos que ser esclavos del pecado, porque Él nos ha liberado. Nos invita a acercarnos a Él. Hoy ¿quieres acercarte a su trono y dejar a sus pies tu lucha, tus preocupaciones, tus dudas y preguntas, tu vida? Ahí es donde puedes experimentar la presencia de Dios. 3