T12//comportamiento TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 11 de mayo de 2013 Hoy escuchamos menos. Y no es un problema de oído, sino de atención. Los seres humanos estamos “programados” para detectar los cambios en el ambiente. Pero con la tecnología moderna, esos cambios aparecen simultánea y rápidamente, lo que atrapa una buena parte de la capacidad cerebral que solíamos ocupar en escuchar. TEXTO: Jennifer Abate C. ILUSTRACION:Marcelo Ecobar Estábamos hablando de... eh... mm... 20% disminuye la atención al escuchar a alguien si de pronto suena el celular, incluso si no contesta. B asta que el profesor termine una exposición para que, con espanto y al momento de abrir la ronda de preguntas, compruebe la frustrante verdad: ninguno de sus estudiantes lo estaba escuchando. Lo mismo que constata la mujer que descubre que su marido nunca prestó atención a su petición de sacar la basura o el cliente que espera a su consultor en un café del centro mientras él lo llama desde uno en Providencia. No importa el tópico ni la situación, todas dejan una impresión muy clara: hoy nos escuchamos menos que nunca. Pero para Bob Sullivan, autor del reciente libro El efecto planicie, no se trata de una creencia, sino de una certeza, probada a través de diversas investigaciones. “Es cierto”, dice a Tendencias, “hoy prestamos menos atención que nunca en la historia”. ¿La culpable del empobrecimiento de una de nuestras habilidades más básicas? La modernidad y su ritmo frenético. Según Susan Weinschenk, sicóloga y autora del libro Cómo lograr que la gente haga las cosas, nuestra actual forma de vida ha exacerbado al máximo una de las características distintivas de los seres humanos, que, desde el comienzo de la evolución, aseguró su supervivencia: la capacidad de detectar cambios en el medio ambiente en busca de posibles amenazas. La especialista dice a Tendencias que estamos ‘programados’ para prestar atención al cambio. “De este modo, cuando sientes una alerta, ya sea visual o auditiva, ésta inmediatamente atrapa tu atención”. Cuando esas alertas implicaban eventos aislados, como la irrupción de un tigre o la avanzada de una horda invasora en un poblado, el beneficio era altísimo. Pero ¿qué pasa hoy, cuando estas alertas vienen en cascadas interminables desde nuestros smartphones, en forma de notificaciones de Facebook, Twitter o mensajes de WhatsApp? Sencillamente, dice Sullivan, nos saturamos. Debido a la atención que prestamos a todos estos estímulos, cada vez nos queda menos capacidad cerebral disponible para prestar atención a lo que dicen los demás. De muestra, un botón. Según un estudio realizado por los investigadores Alessandro Acquisti y Eyal Peer, de la Universidad Carnegie Mellon, la atención a lo que otra persona está diciendo disminuye hasta 20% cuando suena el teléfono celular con una notificación. Más sorprendente aún, las habilidades de escucha se empobrecen en el mismo porcentaje cuando sólo estamos esperando que el teléfono suene con la alerta de un mensaje, sin que ésta se produzca realmente. No es que seamos ineptos, sino que frente a la continua urgencia, nos hemos acostumbrado a trabajar a máxima capacidad. En su libro, Sullivan explica que el cerebro humano puede decodificar hasta 400 palabras por minuto. Sin embargo, en promedio, una persona sólo habla unas 125 palabras en ese mismo tiempo, de modo que escucharla ocupa únicamente un tercio de la capacidad total. Ahí es cuando el cerebro enfrenta su disyuntiva: ¿qué hacer con todo el potencial restante? La respuesta parece práctica: ocuparlo en otra cosa. “Nos parece una gran pérdida de tiempo no ocupar toda el potencial. Hemos sido criados para aprovecharlo al máximo haciendo cualquier otra cosa mientras escuchamos a alguien”, dice Sullivan. Es precisamente por eso que la falta de atención a lo que dicen los demás aumenta a medida que crece el número de cosas de las que necesitamos ocuparnos. Ralph Nichols, un profesor de retórica de la Universidad de Minnesota, tenía la impresión de que sus estudiantes no lo escuchaban, así que decidió indagar en el tema. Le pidió a un grupo de profesores de colegio que, en la mitad de sus clases, abandonaran todo lo que estuvieran haciendo y les hicieran a sus estudiantes un breve test con una simple pregunta: ¿de qué estaba hablando el profesor antes de la interrupción? Sorprendentemente, 90% de los niños de primer y segundo año básico dio con la respuesta correcta. Sin embargo, en sexto, sólo 44% fue capaz de responder. Y en la enseñanza media, sólo uno de cada cuatro estudiantes logró acertar. Lógico, dice Sullivan: los más grandes tenían más cosas en las que pensar. “Los cerebros de los niños chicos están menos desarrollados, de modo que tienden a ser mucho más absorbidos por cualquier tópico. Los adultos, con todo ese poder cerebral extra, tienden a distraer- se mucho más fácilmente”. Parecido a una adicción La inhabilidad para escucharnos no proviene sólo de la costumbre, sino que se ve reforzada por fenómenos cerebrales incontrolables. Según Susan Weinschenk, cada vez que respondemos una alerta, un correo electrónico o un mensaje de texto, una pequeña cantidad de dopamina es liberada. Este neurotransmisor está involucrado en el circuito de la recompensa y es el responsable de que sigamos insistiendo en los comportamientos que nos otorgan la sensación de placer. La especialista asegura que por eso es fácil caer en lo que ella llama un “loop de dopamina”: “Escuchamos el sonido que advierte que nos ha llegado un mensaje de texto y nos sentimos llamados a revisar. Nos gusta. Se libera dopamina, la que nos hace buscar más interacción. Respondemos al mensaje de texto, lo que significa que la otra persona escribe de vuelta, lo que envía una nueva alerta y así seguimos, constantemente”. En esta dinámica, no distraerse resulta imposible. Según un estudio del Instituto de Siquiatría de la Universidad de Londres, al revisar el correo electrónico mientras se realiza cualquier otra tarea, incluido escuchar, el coeficiente intelectual decae en 10 puntos en lo que respecta a la labor principal. Eso, dice Sullivan, es el equivalente a no dormir durante 36 horas o al doble del impacto de fumar marihuana. Nada de raro que recordemos poco de lo que nos dicen. T