Palabras heridas Eduardo Caccia El lenguaje del mexicano es producto de su cultura, pero ésta es también consecuencia de su lenguaje. Palabras y actos nos definen. A quien dice lo que hace y hace lo que dice, le llamamos congruente, quien dice pero no hace, es un mentiroso, “no tiene palabra”, interesante expresión que eleva la palabra a nivel simbólico: tener palabra no es la capacidad de articular un vocablo sino la capacidad de cumplir una promesa o intención. Así, “romper la palabra” no es la partición silábica, sino rajarse, romper un trato. “Empeñar la palabra” no es la transferencia de domino, sino la hipoteca de la honra. ¿A qué viene el argumento? Estamos en un año decisivo para el país, el estado, el municipio, la inminente renovación de poderes implica la esperanza de mejores tiempos, pero también la oleada de mensajes políticos que están por inundarnos. Se nos viene un alud de palabras, mejor dicho, de promesas. La palabra, para la gran mayoría de políticos que piden nuestro voto, no es el depositario de una promesa sino el vehículo para acceder el poder (a sabiendas que no hay la mínima intención de cumplir y que no hay castigo por ello). Y como todos los candidatos van a prometer lo mismo (mejor seguridad, mejores empleos, bla bla bla), la pregunta fundamental en las próximas elecciones es: ¿a quién le creemos?, dicho de otra forma ¿quién tiene palabra y quién no? Hace poco comí con mi amigo, el “escritor fantasma” David Konsevik (ver MURAL 15-­‐Nov-­‐ 2010), quien para referirse a la enorme falta de cumplimiento de compromisos que vivimos en México (en contraste con otros países), evocó a Rafael Alberti, “están heridas de muerte las palabras”. Y tiene mucha razón. Una sociedad que no respeta su palabra, es una sociedad que no se respeta. Para el mexicano promedio, no cumplir con la palabra es parte del sistema. ¿A quién habría de sorprender si uno cumple con la palabra cuando los demás no lo hacen? Si como ciudadanos no honramos la palabra, ¿debemos esperar que los políticos sí lo hagan? Como muchas veces pasa, “el diablo está en los detalles”, son las pequeñas manifestaciones, actos aparentemente inocuos donde está la mala semilla. Algunos pensarán que exagero, no me sorprende. Decir “nos hablamos” cuando nos despedimos de alguien, sabiendo que no tenemos la intención de hacerlo, es no respetar la palabra. Contestar “claro, sí voy”, cuando no vamos a ir pero no queremos enfrentar la verdad para no herir, es no respetar la palabra. No cumplir con el pago pactado, no llegar a la hora convenida, no hacer la actividad con la que nos comprometimos, equivale a matar la palabra. México tiene una cultura de palabras heridas. En el banco moral del país, que se regrese un cheque por falta de palabra, es cotidiano. Hemos corrompido el lenguaje y tenemos que recuperar la palabra. El ejemplo será más poderoso cuando venga desde arriba, desde las esferas de autoridad y de poder. Me niego a creer en el retrato social que en una frase hizo el General Álvaro Obregón: “Nadie aguanta un cañonazo de 50 mil pesos”, por ello ahora que vamos a elegir gobernantes, una de las mejores pistas que podemos tener para no equivocarnos es poner atención no tanto en las promesas, sino en sus actos pasados. ¿Quién es el candidato que no acumula un halo de corrupción? ¿quién es el que ha sido congruente en la esfera pública y privada? ¿quién ha cumplido lo que prometió (desde lo grande hasta lo pequeño)? En otras palabras: ¿quién no ha herido de muerte sus palabras? Necesitamos creer en alguien que inspire confianza. Averigüemos su trayectoria personal, familiar, pública; su pasado habla mucho más que su campaña. Las palabras del poeta español parecen talladas para México: “Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, / lo desgraciado y muerto que tiene una garganta / cuando desde el abismo de su idioma quisiera / gritar lo que no puede por imposible, y calla. / Balas, Balas / Siento esta noche heridas de muerte las palabras.” La conducta se corrompe. Pero antes se corrompió la palabra. Busquemos al (o a la) de las palabras incorruptibles, vivas. En la palabra habita la esperanza. Si te gustó, escríbeme. Si no, también: ecaccia@mindcode.com Sígueme en Twitter: @ecaccia Visita mis páginas: http://www.mindcode.com http://www.eduardocaccia.com Eduardo Caccia ayuda a las empresas a innovar (vender más), a partir de entender el consciente y el subconsciente del consumidor. Really? Publicado en el periódico Mural, el 19 de Febrero de 2012.