(Mis primeras) : 50 HORAS DE MILI (Este RELATO, quiero dedicárselo a TODOS los Compañeros que hicimos la mili en el Sahara Español, pero muy especialmente para aquellos que su incorporación fue por vía marítima. Siempre me ha sorprendido las vicisitudes y angustias que muchos de ellos pasaron, primero en la travesía en barco, pero sobre todo el desembarco en anfibios a Cabeza Playa). ¡VA, por VOSOTROS! Este primer capitulo de “LA MILI DE VICENTE en el SAHARA Español” comenzó el martes 13 de Julio de 1.971 y aunque como dice el refrán: “Trece y martes ni te cases ni te embarques”, en esta ocasión para mí no valía ni refrán ni excusa alguna. A las 8 h. de la mañana monté en “las camionetas” camino Soria (todavía el grupo Gabinete Galigari no habían compuesto la canción), a las 10 h. debía presentarme en la Caja de Reclutas del Cuartel de Santa Clara para hacer los trámites de mi incorporación a filas como soldado del reemplazo 3º Llamamiento R/70. En el patio del acuartelamiento cerca de 400 mozos soñolientos y nerviosos, esperábamos a que se iniciara la ceremonia, a las diez en punto un capitán tomó la palabra y dándonos la bienvenida comenzó a leer el Código de Justicia Militar, muchos de aquellos artículos terminaban con “pena de muerte” (por dormirte en una guardia, por perder el arma, por pegar a un superior,……), terminado aquel rollazo un teniente chusquero, por lo veterano que era, con voz suave dijo: - A ver, los que van a ir a África, que formen a parte. De los aproximadamente medio millar, solamente nos agrupamos 8 reclutas (incluido uno con destino a la Policía Territorial del Sahara), nos nombraron a los primeros y nos dirigió unas palabras de ánimo aunque también de compasión: - “Hijos míos, el destino a dispuesto que vosotros seáis los representantes de una raza heroica en otro Continente que también es España, sed dignos portadores de nuestra nobleza, abnegación, caballerosidad e hidalguía virtudes del pueblo castellano. Sed soldados valerosos fieles a vuestros mandos y entre vosotros prodigad la fraternidad, la solidaridad y el amor de camaradería……….”. Acababan de dar las 11 h. y nos dejaron un par de horas libres para dar un paseo por la Alameda de Cervantes y tomar un bocadillo, a las 13 h. regresamos al cuartel allí un cabo se hizo responsable de nosotros para acompañarnos y llevarnos al nuevo destino, Madrid, camino de la estación de ferrocarril en un silencio casi sepulcral una fina lluvia hizo su aparición, los más románticos interpretaron que no había querido faltar a nuestra despedida y que también a ella se le caían las lágrimas. Una vez acomodados en el vagón del tren, como se respiraba un ambiente de nostalgia propuse a mis compañeros ¿Por qué no aparcamos esta melancolía y nos animamos un poco?, de mi petate saqué mi vieja armónica portuguesa y comencé a interpretar canciones del repertorio de las Tunas que invitaban a participar, enseguida contagié a mis camaradas de compartimiento y todos sin excepción comenzaron a cantar, después cada uno contó sus chistes preferidos, así que interiormente me sentí feliz por haber conseguido que reinara un aire musical, de cierto humor, de alegría e incluso también se unieron otros jóvenes viajeros y que ocupaban el mismo vagón, participando en nuestra particular y hasta entonces privada fiesta. Ya había anochecido cuando llegamos a la estación de Atocha -Madrid-, en los andenes nos esperaban algunos suboficiales, un sargento y varios cabos 1º, enseguida comenzaron a vociferar (como si fuéramos sordos) dando órdenes a tontas y locas, “a formar”, “descanso”, “a cubrirse”, “firmes”, “derecha”, “izquierda”………. Y así un montón de “palabrotas”. Allí nos fueron reagrupando a los reclutas provenientes de diferentes puntos de España, en nuestras caras se reflejaba un desconcierto total, formulándonos interiormente las mismas preguntas: ¿Pero estos “tíos” de que van, están locos? ¿Por qué nos gritan así? ¿Creen que ya venimos enseñados? Lo cierto es que la mayoría de los allí presentes teníamos cara de provincianos, de pueblerinos, de paletos, para muchos era la primera vez que habían salido de su aldea, (del cascarón de su casa), no habiendo viajado en tren y mucho menos haber estado con anterioridad en Madrid. Se supone, que cuando ya estábamos todos los esperados, a “paso de maniobra” nos llevaron a los aparcamientos donde estaban los camiones del Ejército provistos de bancos y arquillos aunque sin echar la lona, nos montamos y atravesando el centro y la periferia de la capital de España nos condujeron a una “lujosa residencia”, el viejo cuartel de transeúntes Wad Ras habilitado trimestralmente únicamente para la distribución de la tropa. Hacía una noche veraniega y como todavía íbamos vestidos de paisano durante el trayecto por las calles y avenidas de Madrid me vino a la imaginación una de esas escenas tan vistas en los reportajes de la II Guerra Mundial, cuando los nazis transportaban a los judíos, también en camiones, a los campos de concentración. Cuando llegamos al acuartelamiento, serían las 23 h., nos dijeron que el que tuviera hambre podía pasar por la cocina, posiblemente a comer los restos de la cena, nadie fue y preferimos terminarnos el bocadillo que aún guardábamos en el macuto. Nos alojaron en un amplio y destartalado dormitorio, en grandes hileras de cuatro estaban los catres, encima un colchón de tela de saco de arpillera relleno de paja, dos sábanas “morenas” (por su color) y una manta roída, las paredes sin pintar desde tiempos gloriosos aún quedaban dibujos y consignas de la década de los años 40. Me eché a dormir pensando en lo que se avecinaba, serian las 2 ½ h. cuando dieron las luces para que se vistieran los que ya llevaban una jornada de trámites y esa misma madrugada volarían a África. Mañana nos tocaría a nosotros, los recién llegados. A las 6 ½ h. tocaron diana, después de asearnos, nos dieron unas escobas para barrer todo el dormitorio, muchos de aquellos colchones estaban descosidos con grandes orificios y las pajas se habían salido dejando el suelo como un auténtico establo; después de desayunar un vaso de cacao con leche y bollo más escoba, había que dejar el patio de armas en estado de revista (estaba lleno de basura, de restos de bocadillos, de comida, de papel de envolver…..), terminada la faena nos entregaron la ropa militar, corte de pelo casi al cero, ducha y vacunación (una de ellas en la paletilla cerca de la columna vertebral), resulta curioso como cambiamos las personas pero vestidos de militar, con el pelo cortito y duchados no nos reconocían ni nuestros propios compañeros, nuestro nuevo aspecto invitaba a soltar una carcajada ¡Menos mal que no habíamos olvidado el reír! pero este sería el look para los siguientes 15 meses. Cuando llegó la hora de comer nos entregaron unas bandejas de acero inoxidable con 6 apartados, me sorprendió gratamente, pues no había visto hasta entonces tal utensilio, recordé a mis amigos universitarios ya que en alguna ocasión me habían contado que este era el sistema que se empleaba en los comedores de la Universidad; el rancho estuvo aceptable: patatas guisadas con carne, chicharro frito, pan y una manzana, para ser la primera comida que hacía a cuenta del Ejercito me pareció bien. Por la tarde estando firmes en unas largas filas, preguntaron: - Quien sepa escribir a máquina que salga de la formación. Dude unos instantes, pero ¿Qué me podía pasar? ¿Qué me pusieran otra vez a escobar?, me animé y me presenté a los mandos, no se trataba de ninguna broma y me llevaron a una mesa donde había una máquina de escribir y otro mecanógrafo; entre ambos confeccionamos por cuadriplicado las listas de embarque de pasajeros (de los soldados) que viajaríamos al día siguiente en cinco aviones, a cada recluta al mismo tiempo que anotabas su nombre y los apellidos le entregaban una placa (una chapa) y tres etiquetas con el mismo número de referencia, la placa metálica con una cadenita tipo rosario era para llevarla al cuello y las etiquetas para ponerlas, una en botón del bolsillo de la camisa, otra en la presilla del pantalón junto al cinto y la tercera en el petate, huelga decir que aquella medida era en previsión de identificar los cadáveres en caso de accidente aéreo. Dormimos muy poquito en los mismos colchones, quizá más flacos por la paja perdida, cumpliendo el horario como la noche anterior a las 2 ½ h. nos despertaron para trasladarnos a Getafe, comenzaba a amanecer cuando llegamos al aeropuerto allí en las pistas nos esperaban todavía mudos 5 aviones DC-4, pero anhelantes de hacer rugir sus motores. Estando en formación pasaron los rancheros repartiendo cacao con leche, un bollo, una onza de chocolate y una pastilla para el mareo (obligaban a tomarla en presencia del Cabo 1º y de los veteranos que distribuían el desayuno), mientras ingeríamos los alimentos los aviones comenzaron a calentar motores. Soñoliento por lo poco que había dormido durante los últimos días y un poco dopado por el efecto que me iba haciendo la pastilla que nos habían obligado tragar, subí al cuatrimotor situado en las pista de despegue en tercer lugar, sobre su lomo figuraba el número 13, esto hizo que respirara hondo y me aportara cierta tranquilidad, se trataba de una aeronave de carga utilizada para transportar material militar y excepcionalmente como en esta ocasión para llevar reclutas, en su interior solo había un gran banco de madera anclado en el centro de la panza y alrededor unas tiras de lona que hacían las veces de asientos, nos acomodamos en aquellas “marsupias” y aturdidos por el ruido de los motores despegamos. Cerré los ojos y en silencio recordé a dos mujeres, a mi madre ¡Cuantas lágrimas y oraciones le costó derramar durante mi alejamiento! y a la Virgen de Loreto, para que el viaje llegara a buen aeropuerto. El trayecto fue INVERNAL pese a estar a 15 de Julio, la puerta del avión no cerraba herméticamente y por seguridad estaba amarrada con una gruesa cuerda, en su contorno había grietas por donde entraba un frío gélido, helador (no se a que altura volaríamos), nuestro sentido de supervivencia comenzó a cavilar para mitigar aquella temperatura insoportable así que sacamos toda la ropa que teníamos en nuestros petates y nos la pusimos encima, los oídos comenzaron a dolernos por la diferencia de presión y a modo de turbante como si tuviéramos paperas o dolor de muelas nos enrollamos por la cabeza la ropa de paisano que aún conservábamos, alguien nos aconsejó ¡Tragad saliva! Recordé a Ulises, en el pasaje de la Odisea lo fatal que lo pasó soportando el canto de sirenas, a nosotros nos estaba ocurriendo algo parecido pero tiritando de frío, menos mal que aquel tormento solo duró algo menos de 6 horas. A medio día (hora local) los cinco aviones aterrizaron en el aeropuerto de El Aaiun e inmediatamente comenzamos a descender por las escalerillas, mis sufridos oídos durante todo el trayecto no podían dar crédito lo que escuchaban, una Compañía de la Legión con Bandera y Banda nos rendía honores de bienvenida al son del pasodoble de las Corsarias “Banderita” sus estrofas parecían escritas para la ocasión: “Allá por tierra mora/ allá por tierra africana/ un soldadito español/ de esta manera cantaba./ Como el vino de Jerez/ y un vinillo de Rioja,/ son los colores que tienen…..” Fue un recibimiento tan brillante y espectacular que lancé al aire esta pregunta ¿Tan importante somos? Subimos a los camiones del Tercio III, estos si que llevaban echadas la lonas para protegernos de un sol de justicia, me acomodé en la parte trasera de la caja del vehículo para poder contemplar el paisaje, desde el aeropuerto hasta nuestro definitivo destino el B.I.R. Nº 1 (Batallón de Instrucción de Reclutas) habría unos 26 Kms., una vez recorridos los primeros kilómetros por una carretera amplia y bien asfaltada tres detalles me llamaron la atención, el primero era que a lo largo de la carretera había buldózer con unas palas acopladas limpiando la arena de las cunetas, la segunda observación es que al atravesar una zona de dunas las crestas estaban ennegrecidas como de hollín ¿Tostadas por el sol, me pregunté interiormente?, el tercer detalle era contemplar en un paisaje totalmente desértico ver camellos sueltos trabadas sus patas ¿Pastando?, con el tiempo despejaría las tres incógnitas. Los camiones nos condujeron hasta una gran explanada, era el patio de armas del Campamento BIR Nº 1, aun no había abierto la portezuela trasera para descender, cuando oí pronunciar mi nombre: - ¡Vicente!, ¡Vicente! ……. Era la voz de un paisano soriano, se trataba de Teodomiro Manrique muy conocido en mi pueblo por ser un excelente jugador de fútbol del equipo local, un buen cantautor y con el título de Magisterio recién terminado; he de reconocer que aunque no nos conocíamos lo suficiente pronto se ganó la categoría de “AMIGO” en el más amplio sentido de la palabra (quizá el mejor que he tenido en todos los tiempos). Teo (para los amigos) era del reemplazo de Enero y en esos 6 meses de milicia acababa de ser nombrado Cabo 1º de Armamento, un puesto de cierta importancia en el BIR, lucía con orgullo sus recién estrenados galones, cuando descendí del camión nos fundimos en un abrazo y desde ese mismo momento su gran corazón se volcó dándome todo su apoyo psicológico y solidario para que en todo momento me sintiera arropado, protegido, acompañado y porque no enchufado, ya pisando tierra firme en medio de un gran follón me cogió del brazo y me sacó del grupo, diciendo: - Tú no formes, no les hagas caso, refiriéndose a los cabos y auxiliares, ven conmigo. Yo que seguía algo aturdido, me apartó de aquel barullo y me preguntó: - ¿A que Compañía quieres ir? Mi respuesta fue rápida: - Pues donde tú puedas influir y además viva bien. Voy a pensar en alto, yo he estado en la V Compañía, allí conozco al Sargento, a los Cabos (incluido el Furriel), a los Auxiliares, pero al Capitán, no, ha sido Teniente en la Legión y viene recién ascendido, este será su primer Campamento con Reclutas-pistolos. Sin más analizar, le dije: - Pues a la V Compañía (por aquello de que no hay quinta mala). Saltándose todo el protocolo, se presentó ante dicho capitán, diciéndole: - ¡Mi capitán, este soldado, es paisano mío y puede ser un buen fichaje! ¿Podría pertenecer a su Cía? - De acuerdo, Primero, que le tomen nota. Mientras los recién llegados estaban formados en filas interminables, a mí se me estaba tomando la afiliación. Cumplimentados los trámites, bajo un sol abrasador me acompañó hasta los barracones de la V Compañía, allí me presentó a los Cabos y a los Auxiliares anotando éstos mi nombre y dentro de sus atribuciones tener conmigo un trato especial. La V Cía. (me imagino que todas serían parecidas) se componía de 7 barracones de madera, 5 para la tropa con literas de 3 alturas donde nos hacinábamos unos 50 reclutas más el Auxiliar, los otros dos barracones uno era para los Cabos y el Furriel y el otro que hacía de almacén (estaba la carpintería/ebanistería y una pequeña biblioteca). Yo quedé instalado en el Barracón nº 55 quizá el de más solera de todo el BIR, al menos en ese reemplazo R70/3º llamamiento. VER RELATO: (Anécdotas reemplazo R/70-3º B.I.R. Núm 1.- V Compañía) -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. P. D. (Post Data ) Fuera de esas “50 primeras horas de mili”, quiero dejar constancia de una ingenialidad de una “Perogrullada”, como yo la he llamado y que nunca ni la había leído, ni nadie me la había “soplado” la idea es original: Los primeros días del campamento fueron confusos, todos estábamos muy desorientados, cada compañero era de diferente provincia, así que pronto me planteé que para no sentirme derrotado tenía que echarle imaginación e ir adaptándome poco a poco a las circunstancias. Una de esas genialidades o “perogrulladas” (jamás he contado esta “parida” hasta este momento) fue el acostumbrarme al horario de la milicia, pero no al establecido por los mandos, sino a uno muy personal, si la diferencia horaria con la Península era de una hora no solo no la corregí sino que además adelante el reloj dos horas más, de tal forma que la distorsión con el tiempo real eran 3 HORAS: -Cuando a las 7 h. de la mañana tocaban diana, en mi reloj marcaban las 10 h. - Cuando a las 13 h. tocaban fajina para comer, en mi reloj marcaban las 16 h. - Cuando tocaban silencio a las 22 h., mi reloj marcaba la 1 de la madrugada. Había adaptado o programado mi cerebro de tal forma que cuando mirara el reloj sin pensarlo me saltaran las siguientes conclusiones: - - Hay que ver lo que se trasnocha aquí haciendo el servicio militar (hasta la una de la madrugada en pie), pero claro mañana te puedes quedar “sobando” en la camita hasta las 10, así que no es de extrañar que luego comamos a las 4 de la tarde. Por eso una de las frases que acuñé fue: ¡VENGA MILI, QUE ESTO ES VIDA! J. VICENTE MARTINEZ del PINO