Internacional 21 Feb 2009 - 10:00 pm http://www.elespectador.com/impreso/articuloimpreso120183-el-camino-contra-los-genocidas De Milosevic a los Jemeres Rojos El camino contra los genocidas Por: Fernando Navarro /Especial de El País de España Los avances de la justicia internacional permiten que los responsables de asesinatos masivos no queden impunes. Esta semana comenzó el juicio contra cinco miembros de los Jemeres Rojos por el genocidio en Camboya. Foto: Reuters Turistas ante las víctimas del Jemer Rojo en el Centro del Genocidio Choeung Ek, en Phnom Penh, capital de Camboya. Como escribía Mario Vargas Llosa en El País, Leopoldo II convirtió a Bélgica en una gran potencia colonial sin disparar un solo tiro, pero llevando a cabo una verdadera masacre con la muerte de unos 10 millones de personas. Sobre los congoleños cayó un poder asfixiante que les privó de toda libertad y movimiento y se ejecutó una explotación brutal, donde había mutilaciones de manos y pies a niños y mujeres. Él inauguró esa atrocidad de amputar los miembros y se libró de toda justicia, pese a los llamamientos de grandes novelistas de la época, como Joseph Conrad o Arthur Conan Doyle. Tal vez ese aire de impunidad pasó en su día por la cabeza de Kaing Gueve Eav, conocido como Duch, pero la justicia internacional se ha movido más rápida de lo que a lo mejor nunca llegó a pensar este hombre de ahora 66 años, que fue comandante de la prisión de Tuol Sleng, por la que pasaron unas 15.000 personas para ser interrogadas, torturadas y ejecutadas. A diferencia de Leopoldo II, Duch se sentó estos dos días pasados en el banquillo como el primero de los cinco acusados de la exterminación de 1,7 millones de personas hace tres décadas en Camboya durante el brutal régimen de Pol Pot (19751979). En el siglo XX, unas 235 millones de personas murieron víctimas de conflictos armados, y de ellas, unos 115 millones lo hicieron por la represión de sus propios gobiernos. Dictadores y genocidas como Mao, Hitler, Stalin, Hussein, Mussolini, Ceausescu o Idi Amín, tienen en su haber una escalofriante cifra de millones de muertos por su opresión. Así sucedió también por la violencia de los Jemeres Rojos que, tras acabar con la dictadura del general Lon Nol (19701975), promovida por Estados Unidos, llevaron a cabo una eliminación masiva de personas, fundamentalmente de traidores o sospechosos de llegar a serlo. Con algunos de los Jemeres Rojos en las salas de vistas de un tribunal internacional, la voluntad política de entregar a los mandatarios que han atentado contra la humanidad por sus abusos y crímenes gana terreno. “La evolución de la justicia internacional y de las reglas del juego en las últimas dos décadas es para estar muy orgulloso”, asegura Vidal Martín, experto en Justicia Penal Internacional de la fundación de relaciones internacionales FRIDE. Gracias a estos avances, además, los crímenes contra las mujeres en situaciones de conflicto (violaciones, matrimonios forzados, explotación, etc.) se han convertido en una piedra angular de las acusaciones internacionales, mientras que forzar a los niños a coger un arma es un crimen contra la humanidad, cada vez más perseguido, como en el caso de la guerra de Congo. Caen los líderes políticos En 2001, La Haya solicitó la detención del ex presidente serbio Slobodan Milosevic, al que se le acusaba de crímenes contra la humanidad, de genocidio y limpieza étnica, pero que no llegó a ser sentenciado por morir en su celda de un infarto. Aún así, la justicia internacional daba un paso al frente y se marcaba un punto de inflexión, que también se extendería contra las atrocidades en Ruanda. Tal y como se ha visto en los últimos 15 años, los progresos han permitido de un tiempo a esta parte el enjuiciamiento de algunos de los personajes más despiadados en situaciones de emergencia humanitaria, como Radovan Karadzic, que perpetró la matanza de Sbrenica, o Charles Taylor, ex presidente de Liberia, por sus crímenes en Sierra Leona. El genocidio está tipificado desde hace 60 años, cuando en Nüremberg se procesó a la cúpula nazi por el Holocausto. Sin embargo, apenas dos décadas atrás hubiera sido impensable encausar a antiguos líderes políticos y jefes de Estado, en parte por la falta de voluntad local y maniobra de los mecanismos supranacionales. “Los tribunales internacionales tienen carácter suplementario. Las cortes nacionales y locales tienen más fuerza. El trabajo de los respectivos gobiernos y jurisdicciones nacionales es fundamental. Es a largo plazo. Necesitamos que sea serio y coordinado, para que sea una labor intensa y rápida”, afirma Vidal Martín. A veces los obstáculos llegan por otra vía. La Corte Penal no actúa por anteponer un acuerdo de paz o su consecución al mismo proceso judicial. “Es la discusión eterna: si el proceso de la justicia debe interrumpir un proceso de paz. Y esto es una traba. Porque la paz por cuestiones políticas puede ser más importante que el proceso de la justicia”, señala el experto de FRIDE. Sucede de esta manera, en parte, en el caso de El Bashir, presidente de Sudán, al que previsiblemente se le imputará por orquestar un genocidio en Darfur, pero se busca una fórmula diplomática para entregarlo. Aun con estas trabas, la justicia penal internacional avanza en su camino para enjuiciar a genocidas y asesinos. Y Vidal Martín añade otra función que tiene y que suele pasar desapercibida: “El tribunal internacional no sólo tiene un efecto directo de los altos responsables, sino que también, y casi tan importante, tiene un efecto disuasorio contra los genocidas en potencia. Saben que ahora sus crímenes no pasarán desapercibidos”. El infierno de Pol Pot El Jemer Rojo, dirigido por Pol Pot, gobernó Camboya desde abril de 1975 hasta enero de 1979, luego de derrocar al gobierno de Lon Nol. Pot, calificado como el más sanguinario militar de Camboya, impuso un régimen de terror en el país. Pol Pot buscaba establecer un Estado comunista agrario, por lo que la población era obligada a abandonar las ciudades para ir al campo. Pot abolió los tribunales de justicia, la moneda, los bancos y las iglesias. Las personas que resultaban un estorbo para su objetivo eran enviadas a centros de tortura y campos de la muerte, donde eran eliminados sistemáticamente. Durante los años que duró su régimen, 1,7 millones de personas fueron asesinadas. Pot murió en 1988, los pocos miembros que quedaban del Jemer Rojo desertaron, entregaron las armas por un indulto y viven libres. Fernando Navarro /Especial de El País de España | EL ESPECTADOR