La tristeza después de la muerte de un ser querido es una de las

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La tristeza después de la muerte de un ser querido es una de las experiencias más conocidas de la
humanidad. Si bien la pena y la ansiedad son más intensas en los primeros doce meses de duelo, es
frecuente que persistan cuatro o más años.
Para los deudos, el fallecimiento repentino de alguien cercano no es más dramático que para los
sobrevivientes de personas con enfermedades largas; éstos tienen mayores dificultades.
Existe controversia sobre los efectos del duelo en la salud física y mental. Algunos estudios demuestran
que se incrementan las enfermedades somáticas y es probable que la mortalidad sea más alta entre las
personas de edad que pierden al cónyuge. En cambio, si son jóvenes tienden a consumir drogas y a
presentar problemas orgánicos. Una posible explicación para estas complicaciones físicas es que con el
duelo se modifica el sistema inmunológico.
Entre los viudos de esposas que de cáncer a las mamás se ha encontrado una disminución de los linfocitos T
y B, junto con un cambio en sus funciones inmunológicas. Alteraciones similares han sido estudiadas en
pacientes con depresión. Existiría una relación entre la seriedad de la enfermedad depresiva y las
modificaciones en los linfocitos. También se ha sugerido que una actividad inmunológica disminuida a
continuación del fallecimiento de un ser querido puede jugar un rol importante en el desarrollo de células
cancerosas y en una menor resistencia a las infecciones.
A la luz de estos hallazgos el "morirse de pena" seria "morirse de pena por un déficit inmutativo". Nada
extraño.
Muchas depresiones se desencadenan con situaciones estresantes severas: duelo, cesantía, ruina,
separación. Por las razones anteriores, el duelo es un período que debe ser observado cuidadosamente,
pero que tampoco debe ser considerado una reacción anormal, incluso si aparecen síntomas como insomnio
o disminución de peso.
También es normal si existe culpa por lo que se pudo haber hecho o no se realizó con el ser querido. Igual
es lógico que uno desee haber muerto en lugar de la persona fallecida, como en un acto heroico.
No deberían haber dificultades en el desempeño social o estudiantil. En el duelo normal será suficiente la
compañía y apoyo de los parientes y amigos. Ocasionalmente, ayuda sicoterapéutica, pero nunca
utilización de sicofármacos.
Muy distintos son los síntomas de una evolución patológica del duelo: se compromete el concepto de sí
mismo, con disminución de la autoestima, autorreproches injustificados, culpa irracional, ideas suicidas.
Disminuyen ostensiblemente la actividad laboral y el rendimiento intelectual. Aquí no resulta conveniente
empatizar, encontrar que es comprensible estar triste, minimizar las dificultades del deudo apenado,
porque se pasará por alto que la persona afligida se ha enfermado de tristeza, o sea, que tiene depresión.
En estos casos se requiere clasificar el diagnóstico.
Pedro Retamal, médico siquiatra.
Revista Ya, Para abrir la mente
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