Que se cumpla tu deseo!

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“¡Qué se cumpla tu deseo!”
Lectio Mateo 15,21-28
Día Nacional de la Catequesis 2014
Uruguay
Pbro. Ricardo Ramos Blassi
“Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón”:
Después de la discusión con los fariseos venidos de Jerusalén y la enseñanza sobre
aquello que hace verdaderamente puro al hombre (Mt 15,1-20), Jesús deja Genesaret,
ciudad situada en tierra de Israel, y “se retiró al país de Tiro y de Sidón”: rechazado por las
autoridades religiosas él toma distancia dirigiéndose al norte, hacia territorio pagano, como
había hecho en su tiempo el profeta Elías (1Re 17,2-24).
“Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región”:
La mujer sale de los “confines”: “oríon” dice el texto griego, ‘los confines de la
tierra’. En primer lugar Jesús provoca la “salida” de esta mujer hacia él, desde esos
confines, límites de la tierra. Según el profeta: “El Dios eterno, el Señor, el creador de los
confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable. Él da
fuerzas al fatigado, y al que no tiene fuerzas, aumenta el vigor” (Is. 40, 29). Estos cofines
se refieren a un límite, una marca entre un territorio y otro, entre el territorio de la Promesa
y el pagano, el territorio de la vida y el de la muerte. La mujer entra en el territorio de la
Promesa porque Jesús ha sobrepasado el límite “a fin de iluminar a los que habitan en
tinieblas y sombras de muerte” (Lc 1,79). Como dice el salmista: “he visto el límite de
todo, lo perfecto: tu mandato se dilata sin término” (Sal 118, 96). La mujer se enfrenta al
límite del mal y de la muerte en vida (endemoniada) de su hija, se enfrenta al límite
regional, y se enfrenta al límite de no pertenencia al pueblo de la Promesa. Es a partir de la
conciencia de la muerte que el hombre se comprende y se relaciona con el mundo y con los
otros. Porque justamente en el poner un límite a la vida, la muerte le da forma y posibilidad
de sentido. “El que cree en mi aunque muera vivirá” (Jn 11,25); “…quien quiera salvar su
vida, la perderá” (Mt 16, 25). Vivimos en una sociedad que evita ‘sufrir’ los límites que
gracias a la técnica y al progreso médico trata de modificar las fronteras, los confines,
llevar cada vez más allá los límites; pagando el tributo televisivo de convertir a los
muertos en vivientes: los ‘zombis’ tan de moda en nuestros días. Pero no deja de ser un
emergente interesante para comprender lo que nos está pasando. Perdemos “umbrales” que
nos desafíen a ser nosotros mismos. Hablan hoy día los sociólogos de la sociedad “postmortal”. Si la muerte ya no es más memoria del límite, ella nos absorbe y nos convierte en
‘zombis’. Es importante recuperar la sabiduría que nace del reconocimiento del límite, no
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solo como fin, sino también como ‘confín’, ‘umbral’, y por esto posibilidad de un nuevo
inicio (L. Manicardi). Dice el Eclesiastés: “Hay un tiempo para nacer y un tiempo para
morir”; la medicina ha logrado la esterilización de la muerte y la ha convertido en un error
científico o de mala praxis (aunque en verdad muchas veces así suceda). Si la muerte no es
un fin, un confín, ¿qué nos puede hacer cambiar y qué nos puede hacer experimentar la
atracción del Señor que nos hace ‘salir’ de esos lugares…? Respuesta: El deseo de vida
plena.
“comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!»”:
El grito de esta mujer es la experiencia del límite que se hace súplica total. No es un
reclamo sino que pide el Don: ¡Hazme gracia! “Kyrie eleyson” decimos en la liturgia. Una
conciencia semejante la vemos en el rey de Nínive del relato de Jonás, hace lo que puede
para expresar su conversión: “¡Quién sabe! Quizá vuelva Dios y se arrepienta….”. Hace lo
que puede, pero espera el Don. Ella sabe quién es Jesús, descendiente de David, y sabe
quién es ella. Cristo en el evangelio de Mateo grita dos veces en la cruz (27,45; 50):
“dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu”. Ante el límite de la muerte triunfa el
Don.
“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”:
Es la realidad del hombre sin la esperanza de la Redención. La creación, el cosmos
se vuelve contra los hijos de Adán, que reconocen las tormentas dentro de sí gracias a las
tormentas del cosmos. La naturaleza le da experiencia y palabra exterior para conocer su
interior. Poseídos por el mal, la mentira y la desconfianza nos reconocemos atormentados.
Pero, no sólo está atormentada, sino que además es terriblemente. Si lo tormentoso está
relacionado al cosmos, esto ‘terrible’ tiene que ver también con los vínculos sociales
(pensemos en la ideología actual del terror) y que el profeta Jeremías vive en propia carne:
“Escuchaba las calumnias de la turba: « ¡Terror por doquier!, ¡denúncielo!, ¡vamos a
denunciarlo!» Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés
mío: « ¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!» (Jer. 20,10). Las
consecuencia del pecado de Adán están representadas en las tres expresiones:
“terriblemente” y la rotura de la relación con los demás, el fratricidio de Caín (Gn 4,8) y la
serie de venganzas de Lámek (Gn 4,24); “atormentada”: la tormenta cósmica permite una
imagen que revele la situación interior del hombre, pero es también el límite ante la
agresión del cosmos que sufre las consecuencia del pecado de Adán, se vuelve contra el
hombre y se resiste a su reinado. Por último: “demonio”: Jesús es acusado de
endemoniado (Jn 8, 48 ss) y explica muy bien qué significa una situación y otra en este
capítulo de Juan: “este era homicida desde el principio (…), mentiroso y padre de la
mentira” (Jn 8, 44). “el que nos acusaba ante Dios día y noche” (Ap 12,10). Es la
oposición total a Dios (en cambio Jesús honra a su Padre (v.49), contrario a la deshonra del
Hijo (v.49 c) y a la auto-glorificación (Jesús no busca su gloria) (Jn 8, 50). Pensemos
también que la tormenta nos remite sin duda al recuerdo de Jonás –querido para Mateo que
habla del “signo de Jonás”, así como la tormenta calmada-. En el libro de Jonás además de
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que el profeta sea enviado a tierra pagana –Nínive, así como Jesús está en tierra pagana en
nuestro relato- vemos la relación de una tormenta marina con la situación de desobediencia
del hombre, del profeta Jonás: “Pues el mar seguía encrespándose. Les respondió (Jonás):
“Agárrenme y tírenme al mar, y el mar se calmará, pues sé que es por mi culpa por lo que
les ha sobrevenido esta gran tempestad” (Jon. 1,12). También en contexto pagano, “en la
región de los gadarenos” (Mt 8,28 ss.), los demonios salen al encuentro de Jesús “y se
pusieron a gritar: « ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para
atormentarnos antes de tiempo?»”. Jesús mientras cumple su misión se sabe enviado a las
ovejas perdidas de Israel, cuando llegue su tiempo, su Pascua, entonces llegará el tiempo
de la misión a los paganos: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones…” (Mt 28,19).
En el evangelio de Mateo encontramos vinculados a los paganos, con las tormentas, los
demonios y todo esto porque no conocen la Torá, la Palabra de Dios, y los habitantes de
esas regiones estarían abandonados a sus propios deseos. Los cuales de alguna manera
cuentan para ir al encuentro de Jesús como ya veremos.
La situación de la hija de la Cananea es una imagen fuerte de lo que el papa
Francisco llama “las periferias existenciales”. Y en esta misma línea, nuestros obispos en
la Orientaciones Pastorales (2014-2019) nos invitan a: “Ir al encuentro de las personas
que están en «las Periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de
la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de
toda miseria». Las periferias las podemos comprender como confines de donde se sale a
causa de la presencia de Jesús y su Iglesia. Pero también, la iglesia aprende de la
maternidad de la madre cananea, a desear con todas sus fuerzas y gritar con y por los que
se encuentran en “sombras de muerte”, que son sus hijos. También la Iglesia aprende de
María, madre de madres: “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la
casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. (…) Como madre de
todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote
la justicia”, (EG 286).
“Pero él no le respondió nada”:
¡Sin duda que esto nos deja muy perplejos! Es un misterio grande este silencio del
Señor. Y por cierto un gran desgaste de energía –no sólo para la mujer que grita detrás de
él-, sino para el mismo Señor. Él no responde a la mujer ni a la intercesión de los
discípulos. ¿Qué sentido tiene? La primera lectura de la liturgia de hoy (Domingo XX, TO,
Ciclo A) nos da una clave preciosa y quizá nos ilumine esta “fatiga” de estos personajes.
Así habla el profeta Isaías: “Y a los hijos de una tierra extranjera […] yo los conduciré
hasta mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración;[…], porque mi
Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos” (Is 2,2 ). Se trata de una
ascensión, -pero en este caso existencial-, de subir un monte y esto ¡es arduo! El camino de
la salvación (via salutis), se dirige hacia la luz y hacia lo alto. Monte de purificación de
nuestros deseos, frente a una cultura de la “satisfacción”, el silencio del Señor nos hace
desear verdaderamente. Según nuestra imaginación comprobada por nuestra experiencia,
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cuanto más se sube hacia la cima más solos estamos. Más arduo se hace el camino
mientras el aire se hace sutil y el paisaje se hace más esencial y los encuentros se disipan
cada vez más a causa de la fatiga y de la preparación que toda seria ascensión comporta y
prevé (M. Semeraro). Si en vez leemos al profeta de las grandes esperanzas y de los vastos
horizontes –Isaías-, la sensación es exactamente la contraria: ¡más se sube y más se es ¡sí
mismo! Al que se humilla Dios lo enaltece. Ayudémonos con un ejemplo, recordemos al
así llamado “joven rico” (Mt 19,16-22). Era un hombre de deseos, pero de deseos
satisfechos y, justamente el Señor intenta de liberar su deseo hacia la vida eterna que sin
duda desea, pero ¿la desea en verdad? ¿Cuánta riqueza humana está dispuesto a invertir?
Todo está adormecido por la satisfacción, especialmente la de sí mismo: “lo he cumplido
desde mi niñez…”. Dice San Juan de la Cruz –justamente en la Subida al Monte Carmelo-:
“Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”, y explica: “En esta
desnudez halla el espiritual su quietud y descanso, porque, no codiciando nada, nada le
fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.
Porque, cuando algo codicia, en eso mismo se fatiga” (SMC, XIII, 11-13). Lo dice
admirablemente Gregorio de Niza: “Y aquel que sube no retrocede nunca, yendo de
comienzo en comienzo, por los comienzos que no tienen fin”. Podemos comprender que
los deseos de vida plena se potencian en el centro de la humildad (de ese abajamiento que
nos hace subir y de esa subida que nos hace profundizar, descender a nosotros mismos). La
‘fatiga’ del ‘no responder’ de Nuestro Señor, hace que nuestro corazón anhele el verdadero
reposo: “Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro” (S. Juan
de la Cruz, ibíd.). La oración colecta de hoy lo resume así: “infunde en nuestros corazones
la ternura de tu amor para que, amándote en todas y sobre todas las cosas…”.
Comprendemos la tristeza del joven rico, que a la primera exigencia se vuelve
atrás…y la audacia de la mujer cananea que sabe quién es y quién es al que le pide. Esta
libertad que le da la humildad hace que no afloje, que no se detenga ante nada, es como la
viuda ante el juez inicuo de la parábola (Lc 18,1-8), sigue adelante. Comenta San Efrén:
“El silencio de Nuestro Señor hace nacer un grito muy vehemente en la boca de la
Cananea. Él la rechaza por su silencio, y ella no se detiene; él la rechaza por su discurso, y
ella no se retira. Él honra a Israel que lo insulta, y ella no se pone celosa; por el contrario,
ella se humilla y exalta a Israel, diciendo: Los cachorros comen las migas que caen de la
mesa de sus amos, como si Israel fuera el amo de las naciones”.
“Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus
gritos». Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo
de Israel:
Los discípulos interceden ante Jesús por esta mujer, pero sus motivaciones no son
del todo claras…en el caso de ellos se parecen más al ‘juez inicuo que hace justicia a la
viuda para que no lo moleste más”. Algo así como ‘sacársela de encima’…piadosamente.
Jesús responde a sus discípulos explicitando el tenor de su misión: ‘a las ovejas - y
además- perdidas de Israel’: muy específico. Durante esta fase pre-pascual (V. Mora), él
no enviará a sus discípulos más que hacia estas ovejas y al interior solamente de los límites
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de Israel: “No tomen camino de gentiles ni entren en ciudad de samaritanos; diríjanse más
bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,5-6). Paganos y Samaritanos estarían
entonces excluidos del campo de esta misión. Con Cristo resucitado comenzará una fase
nueva: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…” (28,19). Mateo marca esta distinción también
con algo muy importante. Nuestro texto dice que los discípulos “se acercaron”. Este
acercarse de los discípulos lo vemos en todo el evangelio de Mateo (por lo menos quince
veces, incluso Judas para traicionarlo), el centurión que siendo pagano se acerca a Jesús, y
Jesús se admira de su fe la cual no encontró en toda la casa de Israel (8,5 ss.). Leprosos, los
discípulos de Juan, ciegos y cojos, enfermos (hemorroísa), fariseos, escribas y saduceos,
sacerdotes y ancianos, el joven rico, la madre de los hijos del Zebedeo, y por último la
mujer con el frasco de alabastro. Ahora bien, este verbo se le asigna a Jesús por dos únicas
veces en el evangelio de Mateo, en el Monte de la Transfiguración y en el último monte (el
séptimo), el de la ascensión: “Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «no tengan
miedo» (17,7), digamos que con este gesto los devuelve a la vida. Pero este acontecimiento
deberá permanecer en secreto hasta que él haya resucitado de entre los muertos (v.9). Y el
segundo: “Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y
en la tierra, vayan, pues….” (28,18). Es el Señor Resucitado que abre la misión a todas las
naciones, y recién ahí los discípulos serán enviados a sembrar su palabra. Ambos
acontecimientos se refieren a la “venida de Jesús” en un monte. A esta altura, una vez más
recurrimos a la oración colecta de la misa de hoy que nos ilumina plenamente, en ella
pedimos: “infunde en nuestros corazones la ternura de tu amor para que, amándote en
todas y sobre todas las cosas, alcancemos tus promesas que superan todo deseo”. Son
muchos y variados los deseos de los que se acercan a Jesús, como el de la mujer cananea,
de los mismos discípulos, pero las promesas del Señor superan todo deseo. Por esto los
grandes deseos como el de la cananea, se cumplen por la fe.
“Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»
El pedido ahora es más contundente, al igual que los magos de oriente en el inicio
del evangelio (Mt 2,11), se postra. Primero está el gesto y luego la súplica. “En el gesto lo
que se quiere expresar está presente. Los gestos son plenamente corpóreos, sin embargo
son plenamente espirituales; aquí no hay de hecho algo interior que se distinga del gesto y
se revele a través de este. Esto que el gesto expresa es todo su ser. Cada gesto es por eso al
mismo tiempo cerrado y esto de una manera misteriosa. Este revela en la misma medida en
que esconde algo de secreto. En efecto es el ser del sentido lo que resplandece en el gesto y
no el conocimiento del sentido” (G. Gadamer). En efecto, quien alza las manos en un gesto
de ofrenda se ofrece ya a sí mismo; quien canta o danza realiza a través del ritmo o de la
voz y del cuerpo las situaciones afectivas que, de otra manera, se debilitarían. Para no ser
mágico, el gesto orante tiene necesidad de la palabra haciendo una invocación, en nuestro
caso: “¡socórreme!”. Inversamente, para no ser una ilusoria captura del espíritu o un
recorrido abstracto y desesperado, el lenguaje reclama una anclaje y una epifanía física,
formada por este cuerpo opaco en el que se radica la vida y se manifiesta. Modelada por
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los amores y trabajos cotidiano, por los grandes deseos, y por esto alineada hacia el
encuentro con el Hombre-Dios en este mundo (M. de Certeau).
La postración es la cananea, en un doble reconocimiento de Jesús y de sí misma y
por eso agrega: “¡socórreme!”. Ahora toca su propio límite y lo rebasa con la súplica. Pero
esta oración no es hacia lo alto, sino que se reagrupa en torno a aquello que la inspira: una
concentración en la cual el deseo circunda físicamente su objeto sin poderlo alcanzar. Su
cuerpo encorvado sobre el piso es una gruta y está hecha para aquel Dios que nace en lo
secreto, pacificando el deseo sin saciarlo, tomando todo su ser sin pertenecerle. La imagen
de la montaña evoca tarde o temprano la imagen de la gruta, y en todo camino de
ascensión se necesita el recogimiento, así como la celebración cíclica –como el misterio de
la Pascua- que nos permita re-significar la vida. La gruta es lugar de regeneración, de
nuevo nacimiento, y por eso se alcanza la elevación desde las entrañas de la tierra al cielo.
El símbolo de la caverna se encuentra unido a aquel de la montaña, porque la
caverna tiene un hueco central que permite el pasaje al eje cósmico. Por eso simboliza el
centro espiritual –el centro de la humildad, como decíamos- del macrocosmos y del
microcosmos, aquel del mundo y aquel del hombre (J. Chevalier). Dios está más allá, por
encima de todo, “en el Cielo”; también está dentro, pero también está de frente, en el
encuentro cara a cara, y por esto hay prosternación. Es toda su verdad delante de Dios con
todo esto con que lo puede expresar, hace un hueco para Aquel que puso en un hueco a
Moisés para que no viera su Rostro y muriera (Ex 33,22). Los magos se prosternaron ante
el que estaba en un comedero de animales, esta mujer cananea se prosterna ante Aquel que
la puede hacer sentar a la mesa de los hijos. La caverna/hueco simboliza al hombre
totalmente pobre y vacío, totalmente sediento y hambriento de Dios; la Esposa del Cantar
de los Cantares se esconde en las encrespadas rocas (Ct 2,14). Tanto más es pobre, tanto
más será colmada: “Es cosa cierta…que la satisfacción, el apagamiento de la sed y el
contento serán proporcionados a la sed y al hambre que había en estas cuevas…” (S. Juan
de la Cruz)
Su gran deseo es ilustrado corporalmente, se hace una gruta para recibir el Don. La
cavidad no expresa una ausencia sino una aspiración, que se traducirá en certeza de fe (M.
de Certeau). Es la gran aspiración de plenitud de vida propia de todo hombre que viene a
este mundo, es apertura al infinito. El deseo en efecto es siempre deseo de cualquier cosa
que no está aún en mi plena posesión: que puedo ver u oír, pero que no toco, no como, no
estrecho…me prosterno y adoro. Su deseo esculpe y modela el cuerpo de la orante, y no al
revés, no es el cuerpo el que sirve a los deseos. “Y delante de ti está todo mi deseo. No
delante de los hombres, que no pueden ver el corazón, sino delante de ti está todo mi deseo
(…) y el Padre que ve en lo escondido te retribuirá. Tu deseo es tu oración” dice San
Agustín, y también: “tú, deseando la verdad y anhelando la vida, buscaste seguro el
camino para llegar a una y la otra”.
Hay otras dos mujeres en el Evangelio de Mateo que se postrarán a los pies del
Señor Resucitado, la tradición iconográfica pone en la misma postura a María Magdalena
en el jardín del encuentro (Jn 19,41; 20, 11-18), es decir, de la Iglesia Esposa con su Señor.
En este sentido Hipólito hace hablar a María Magdalena para explicar el gesto que realiza,
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(es decir el estrecharlo, tocarlo o postrarse a los pies en la iconografía): “No te dejaré hasta
que no te haya introducido en mi corazón, no queriendo ser separada del amor de Cristo.
Desde entonces, en realidad prepara una morada en sus entrañas, ella fortificó el amor de
Cristo”.
“Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la
mesa de sus dueños!»
Al fin Jesús responde, y si el silencio era desconcertante, no lo es menos su
respuesta. Tan desconcertante como el anuncio de la armonía final obrada por el Señor y
anunciada por el profeta Isaías: “el novillo y el cachorro pacerán juntos” (Is. 11,6). El
novillo símbolo religioso del sacrificio, de lo sacerdotal (y también de la fiesta por el
regreso y la reconciliación como en la parábola del padre misericordioso [Lc 15,23 ss.]),
los cachorros lo opuesto, como lo más profano. El cachorro es asimilado al novillo en una
nueva forma de alimentarse: “pacerán juntos”. Lo que alimenta al novillo alimentará al
cachorro. Los paganos se alimentarán de los ‘dones sagrados de tu Templo’.
Jesús sabe que esta mujer ama la vida, sabe que esta mujer tiene hambre, ¡si no, no
hablaría de pan! Ella no pidió de comer, pero lo deseó con todo su ser. Le alcanza unas
migas, al igual que aquel que le alcanza una sola palabra [preparación a la comunión en la
Eucaristía] (Lc 7,7) para que su criado se cure. Los hijos son los que se alimentan de toda
palabra que sale de la boca de Dios, los que conocen la Torá; los paganos son como
cachorros, no tienen la Ley, no conocen la voz del Señor. Pero un día pacerán juntos y
dirán; ‘en verdes pradera nos hace descansar’ (Sal 23,2) San León Magno dirá: “Feliz el
alma que aspira a este alimento y arde de deseo por esta bebida…si es encendida
enteramente del deseo de comer y beber la justicia…Si así hicieras, tus deseos se
cumplirán y poseerán por siempre aquellos bienes que ama”.
“Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese
momento su hija quedó sana”.
“Mujer”, la resonancia de esta expresión nos introduce por sí misma en el Paraíso,
en la abundancia de vino para las bodas (Jn 2), junto al árbol de la Cruz y de la Vida
(“Mujer, ahí tiene a tu hijo…” (Jn19, 25) en el Jardín del Resucitado: “Mujer, por qué
lloras…; a quién buscas” (Jn 20, 13; 15). Su fe le permite engendrar para la vida y no para
la muerte. Su hija vivirá, porque ha podido engendrar en la fe al Hijo por quien se vive. Al
mismo tiempo se cura su hija. Este ‘al mismo tiempo’ podemos entenderlo desde la
Historia de la Salvación entendida por los Padres, en que en el mismo día sexto en que
Dios crea al hombre, el mismo día cae y muere a la relación con Dios. Jesús morirá el
mismo día sexto -el viernes, a las mismas horas en que Adán desobedece, extiende su
mano contra el Creador y es expulsado por haber muerto la relación de alianza con su
Señor-. Así resuena en la antigua liturgia, en la Anáfora de las Constituciones Apostólicas:
“Tú en efecto por medio de Cristo plantaste un jardín en Edén, a Oriente […] y en él (a
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Adán) como en un fuego suntuoso lo introdujiste […]Y cuando hubo transgredido el
mandamiento y hubo gustado el fruto prohibido […] del jardín justamente los expulsaste;
todavía en tu bondad no despreciaste en manera definitiva aquel que moría […] Y después
de haberlo hecho dormir por un breve tiempo, con juramento lo llamaste a la regeneración
y habiendo disuelto el límite de la muerte, le anunciaste la vida en consecuencia de la
resurrección”. Cuando la muerte parece tomar definitiva posesión de la condición humana,
en aquel preciso instante el límite (oros) destinado a significar el dominio, es
definitivamente disuelto y su poder hecho vano, porque en el momento en que Adán cae
brilla ya el día de la resurrección de Cristo (C. Giraudo). En el momento en que la mujer
cananea se abre a la fe, resplandece en los límites de la muerte de su hija la resurrección de
Cristo. Todo sucede en un único día que es: hoy, y esto que era esperado para el final de
los tiempos se ha cumplido en Cristo, el mismo cumplimiento de los tiempos. Es el Hoy de
la liturgia, donde somos contemporáneos del acontecimiento Pascual. La Mujer cananea es
imagen de la Iglesia que engendra, que inicia como en una gruta, a los misterios de la vida
de Cristo que nos trae la Salvación y la Redención en el mismo lugar donde probamos los
límites y el último de todos, la muerte. Es la Mujer de las “periferias existenciales”.
“¡Qué se cumpla tu deseo!”:
Esta expresión traduce un término demasiado importante para dejarlo pasar:
“Genethéto”: ´hagase’, ‘qué se cumpla’. Es el mismo término que utiliza el escritor
sagrado del Génesis para la creación de la luz y del firmamento: “Genethéto fos” (Gn 1,3):
‘hágase la luz” y también: “Genethéto steréoma” [ouranón] (Gn 1,6) – “Hágase el
firmamento/cielo. Aquel que es el Astro Nuevo que ilumina nuestras tinieblas es capaz de
engendrar nuevas estrellas para la descendencia de Abraham: “Mira las estrellas, el
firmamento, puedes contarlas….? vendrán de todas las naciones, “te he constituido en
padre de muchas naciones” (Gn 17,3-5).
La estrella de los magos simboliza a Jesús: es sobre él que ella se detiene al inicio
del evangelio de Mateo (Mt 2, 1-2) y ella simboliza igualmente el Evangelio para las
naciones. El cielo está al servicio de Jesucristo y el mundo entero se convierte en el campo
del Evangelio. La estrella de los magos es un símbolo crístico. La estrella de los magos es
el símbolo de la plena luz del Evangelio que se levanta en Jesucristo para “todas las
naciones” (29,19) (V. Mora). Él es el Oriente de donde procede toda estrella (2,1), es Dios
de Dios, Luz de Luz, que nos hace ver la luz. Es Luz para alumbrar a las naciones paganas
y la gloria de Israel (Lc 2,32).
La mujer cananea es gruta donde Cristo nace por la fe, y es también estrella que
manifiesta dicho nacimiento. Es la irradiación de la Evangelización. Así el poeta R.M.
Rilke:
“Alzad los ojos, hombres. Hombres que estáis al fuego,
a quien conoce el cielo ilimitado, intérpretes
de estrellas, ¡ved aquí! Mirad; soy una nueva
estrella que se eleva. Todo mi ser se inflama
y con tal fuerza irradia, y tan enormemente
lleno de luz, que el hondo firmamento ya no
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me basta. Dejad que entre dentro de vuestro ser
todo mi resplandor: Oh, miradas oscuras,
corazones oscuros, y destinos nocturnos
de que estáis llenos”.
Este es también el testimonio de los textos litúrgicos bizantinos: “Haz nacido
escondido en una gruta, pero el cielo te ha anunciado a todos y ha puesto sobre ella una
estrella, oh Salvador”; “…la estrella te ha anunciado, Tú el Incontenible, que has
encontrado espacio en una gruta”. En la gruta de nuestros corazones, como en la gruta del
cuerpo adorante de esta mujer, cuyos deseos se cumplen por la fe. Dice el poeta:
“Semejante a la tierra es la casa del pobre: /el fulgor de algún futuro cristal/ya luz,
ya noche en su fuga vertical;/ pobre como la pobreza cálida de un establo,/ pero
tardes hay en que lo es todo, / y todas las estrellas salen de ella”. (R. M. Rilke).
“Él cuenta las estrellas y llama a cada una por su nombre” (Sal 147, 4-5; Is 40, 26).
Es una costumbre popular extendida el pedir tres deseos cada vez que vemos una estrella
fugaz…Sin embargo la única Estrella que es Cristo ha generado a tres magos deseantes de
encontrarlo y adorarlo, de ofrecer su dones, de alcanzar la vida. Cristo nos desea como
nadie, pues como nadie se ha vaciado de sí mismo, siendo Dios no vaciló en humillarse
hasta la muerte y una muerte de Cruz. Su deseo modeló su cuerpo crucificado, ya que no le
quitan la vida, sino que él la entrega y de esta forma, “los que estaban excluidos de la
ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la Promesa, sin esperanza y sin Dios en el
mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han
llegado a estar cerca por la sangre de Cristo” (Ef 2,23-13).
La mujer cananea por su gran deseo se acercó a Jesús como un pequeño cachorro,
terminando por la fe, comiendo en la mesa el alimento de los hijos.
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