Juan 13:1-15. Jesús lava los pies a sus discípulos. En este gesto de humildad, vemos reflejado, por un lado, el gran amor y ternura de Dios, que lo da todo hasta el extremo. Por el otro lado, notamos cómo Jesús nos enseña a amar, a su vez, entre los unos y los otros: mediante el servicio. No somos nosotros los que nos movemos en servicio, sino que Jesús mismo toma el primer paso y lava los pies de los discípulos. Luego ellos se lavarán los pies los unos a los otros, tal como Jesús les ha enseñado. La iglesia en el mundo, está para servir y dar su vida por los demás. Pero esto, no lo debemos pensar desde la perspectiva del deber, o de la Ley, sino desde el punto de vista de la fe, del Evangelio. Naturalmente, esto choca de frente con nuestras ilusiones egoístas y de poder, de nuestras pretensiones de escalar por encima de los demás sin medir las consecuencias. Es lo que le sucedió a Pedro, que trató de impedir que Jesús le lavara los pies. Por eso dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?". No podemos pretender seguir a Jesús, si no queremos lavar los pies de los discípulos, de nuestros hermanos en la fe. El ejercicio de la fe tiene lugar a través de actos de caridad, de servicio, de amor. Esta es la verdadera fe, la que confiesa a Jesucristo como Maestro y Señor, y que por lo tanto se mueve hacia el prójimo en amor, así como Jesús hizo y enseñó. De otro modo, nuestro propio cristianismo será un sinsentido, carente de valor para el prójimo y el mundo que nos rodea. Finalmente, lo que Jesús nos enseña en este pasaje bíblico, es que esos actos de amor y servicio, tienen lugar en el trabajo cotidiano, en la labor de todos los días. Son hechos "por lo bajo", y no para alardear. Un gesto, un abrazo, cocinar, barrer, dar la ofrenda, criar los hijos, estudiar, pagar los impuestos, son todos actos de servicio cotidiano poco valorados por la gente, incluso dentro de nuestra propia familia, pero que sin embargo son grandemente valorados y tenidos en cuenta por Dios, cuando nos impulsa la fe. Algún día, junto a Cristo, recibiremos la recompensa de la resurrección y la vida eterna, es decir, al igual que Jesús, "de pasar de este mundo al Padre". A.C.