REVISTA VEA No 868 JUNIO 1988 Horda indígena comienza a entrar a la civilización. Escribe: RODOLFO JIMENEZ – Fotos: CARLOS BELTRAN Los vecinos de Calamar, en el Guaviare, sustrajeron su vista de la pantalla del pequeño y caluroso salón en donde se proyectan películas como si se tratara, en realidad, de un cinema. Prefirieron observar los gestos y las actitudes adoptadas por el aluvión de indígenas que colmaban el recinto Abismados, sin darles crédito a sus ojos, los aborígenes completamente desnudos como siempre han venido estando, se hallaban absorbidos por el pedazo de tela en donde saltaban las imágenes más variadas y la ficción, de suyo, cobraba vida repentina, sorprendente. Comenzaba, así, la introducción de aquella horda nativa a la civilización, la misma que comenzaron repudiando en aras de la conservación de sus costumbres primitivas y aun cuando quizá no entendían nada de la trama a que correspondía la película que se deslizaba por el proyector, a veces esgrimían alguna sonrisa para pasar a describir en sus rostros muecas de consternación y hasta lágrimas en algunos pasajes. UN BENEFACTOR La iniciativa fue de Germán Duarte, el filántropo constituido en benefactor de la tribu, que en principio resultó inidentificable y que posteriormente fue encasillada, según los estudios antropológicos adelantados, dentro de la familia de los Nukaak. Es Duarte el mismo ciudadano que moviliza a los indígenas de un lado a otro, habituados como ya se encuentran a los resoplidos de los vehículos cuyos motores, al comienzo, les despertaban poco menos que pánico. Y es Duarte, igualmente, la persona que impide a como dé lugar que los compatriotas olvidados, aún sin taparrabos siquiera ni guayuco que les cubra sus vergüenzas, sean socorridos con bebidas espirituosas, aquellas que, al ser pasadas por su paladar, significaron su visible deleite ante los ocasionales anfitriones. MAQUILLAJE SI En desarrollo de aquella evolución de la agrupación en su giro hacia la civilización que aspira a abrigarlos —o a corromperlos— los indígenas, ahí sin prohibición alguna por parte de Duarte, han incursionado al mundo de la cosmetología, totalmente desconocido, casi que igualmente insospechado, para la más fulgurante imaginación que vibrara entre ellos. En efecto, un grupo de ociosos de Calamar, el pequeño poblado incrustado en el inmenso verdor de la selva oriental colombiana, en forma virtual secuestró a la que debería ser princesa de la horda indígena, al menos a juzgar pos sus lineamientos hermosos. "Es -cuenta uno de los habitantes de Calamar— una adolescente primorosa, de piel lozana, dentadura nívea y pareja, ojos claros que contrastan con una cabellera, abundante, color profundamente azabache". Otro manifestó: "Podría ser reina de belleza en cualquier lugar donde la pongan". "Es un ejemplar femenino de contornos espectaculares", dijo un tercero de los residentes en Calamar, quienes continuaron con la narración del capítulo que tuvo por protagonista a la más llamativa de las mujeres que, junto con los hombres, se pasean desnudas, como está referido, dentro del conjunto nativo. Esa indígena extrañamente bella, así como puede leerse, fue maquillada a la manera más moderna, con las más sofisticadas cremas y los menjurjes de mayor requiebro en la esfera de la libido de la vanidad femenina. ¿UN SECUESTRO? Todos, desde sus acompañantes hasta las autoridades de Calamar lo mismo que los vecinos, llegaron a alimentar sospechas de que la princesa había sido objeto de algún secuestro, quizá promovido o ejecutado directamente por algún enamorado con síntomas de frustración. La dama no aparecía en el momento en que la horda se disponía a retornar al interior de la selva, que continúa guardando sus desnudeces. Se hizo, a la manera de sus parientes, el correspondiente inventario de la agrupación y la princesa continuaba faltando en las cuentas del reconocido guía. La princesa de la agrupación se perdió y reapareció maquillada Las preguntas proliferaron acerca del paradero de la beldad, sin que de parte de nadie pudiera escucharse respuesta alguna al respecto. Fue hasta cuando en aquella tarde la luna comenzó a despuntar en el horizonte sin que se allegara información alguna en torno a la suerte corrida por la princesa, quien finalmente, en medio de singular alboroto, apareció para sorpresa y dicha tanto de sus familiares como de las autoridades y los vecinos del lugar. Pero, ¡oh sorpresa! la beldad, que lo era con mayor razón en aquellos momentos de beneplácito, reaparecía con el rostro inyectado de cremas, dibujado con carmines, decorado con polvos y colorines de las más refinadas marcas del mercado cosmetológico digno de la más elegante dama de la ciudad. El suceso tuvo lugar en Quinceletras, una especie de corregimiento, en uno de cuyos salones, para obtener tan exquisito efecto, permaneció recluida, o confinada, o secuestrada, la princesa indígena durante más de tres horas. SIN REPARO Faltaría una sorpresa más en aquel prolongado episodio, de contornos felices, y era la de que ninguno de los aparentes jefes de la horda se escandalizara con el acontecimiento. Por el contrario, hubo sonrisas de parte de los guías y caudillos del grupo, los mismos, que contra su actitud hosca del principio, cuando aparecieron en Calamar, parecían comenzar a aceptar la realidad de un mundo nuevo para ellos: El de la civilización, al que se disponen, por todos los indicios, a penetrar ya sin mayor resistencia, en ese giro, al parecer ineludible, del que se convierten en protagonistas los aborígenes de todo el mundo. Foto La horda de aborígenes salvajes que causó sorpresa y sensación en Calamar, dentro del territorio del Guaviare, continúa deparando sorpresas a la población y aun cuando sus integrantes siguen absteniéndose de aceptar ropas para cubrirse han comenzado a integrarse a la civilización.