conforme se avanza hacia el Sudoeste, existiendo ya diferencias perceptibles entre sus regiones extremas de El Rosario y Güimar. En conjunto, podemos considerarla como una zona de transición entre la i . y la 3. . En el Sur, y en general en las zonas privadas de los efectos del alisio, el problema es distinto. La escasez e irregularidad de las precipitaciones llegan a su máximo e impiden cualquier intento de repoblación artificial extensiva, al menos con los procedimientos ordinarios utilizados en la vertiente Norte. Sin embargo, en tales sitios existieron en tiempos magníficos pinares, de los que aún quedan importantes residuos (Vilaflor, Granadilla, Adeje, Guía) y numerosos vestigios salpicados por toda la zona. La actual presencia de estas masas parece desmentir nuestra afirmación sobre la dificultad de reconstruir su dominio primitivo a base de repoblacio­ nes artificiales. Sin embargo, no es así, pues al hecho mismo de estar presen­ tes hoy tales pinares se deben las condiciones de medio necesarias para su subsistencia; es decir, que ellos mismos están constantemente trabajando para hacer viable su continuidad, y al desaparecer el estrato arbóreo, total o parcialmente, desaparecen con él las posibilidades biológicas de su recons­ trucción. La existencia de un bosque, no siempre es simple consecuencia de los factores naturales de la localidad estrictamente considerados, sino que la propia vegetación arbórea forma parte integrante del medio en que vive, siendo su presencia indispensable en muchas ocasiones para que el mantenimiento del dominio resulte factible. La acción conjunta del relieve y superficie foliar de los árboles, que condensa gran parte del agua que ellos mismos necesitan, es, en el caso de estos montes de Tenerife, la causa princi­ pal por la que el pinar se autocapacita para subsistir. Y a se comprende que antes de las actuales circunstancias tuvo que haber otras que consintieron la primera implantación de los pinos, la cual se veri­ ficó, probablemente, en lucha con un medio en parte adverso, pugna en la que, desde luego, no intervinieron muchos de los enemigos hoy existentes y quizá favorecida por condiciones climatológicas distintas; la conquista fué, sin duda, resultado de un proceso muy lento y largo, en el que, aprove­ chando las contingencias más favorables de muy dilatados períodos de tiempo, se desarrollaron los primeros árboles, implantando así el dominio que mantienen hoy, por su propia presencia, en lugares que, por el simple estudio de las condiciones meteorológicas generales, resultarían inapropiados para ser asiento de una formación arbórea. En estos sitios, el repoblador ha de encontrarse en la desagradable si­ tuación de saber que podría existir perfectamente un bosque adulto; pero que ha de atravesar una etapa muy crítica en sus primeras edades, al pre­ tender establecerlo artificalmente. No son propios tales lugares para repo­ blaciones en masa de grandes efectos espectaculares y estadísticos, sino qus a a