EL AMOR EXISTENCIAL

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EL AMOR EXISTENCIAL O LA BÚSQUEDA DE
SENTIDO EN QUERER AMAR
Por Mauricio Toxqui
¿Cómo puede un hombre encontrarse en las puertas del abismo existencial más
espantoso y sentirse el más débil, el más humano, el más increíblemente
absurdo?
Y ¿cómo en cuestión de días, se torna en el más alegre, el más sabio, el más
sereno, el más maduro, estable, para volver al inicio?
El hombre tan fluctuante como fuera posible:
Tan sabio y tan necio,
Fuerte, el más fuerte pero débil,
Creyente pero incrédulo,
Teocéntrico pero humanista.
El hombre es una paradoja en sí mismo,
¿Cómo confiar en la paradoja?
¿Cómo tener certeza de las fluctuaciones humanas?
Vacío, absurdo, necedad es el hombre caído.
¿Cómo entonces confiarle este amor, que es un grito existencial? ¿Quién lo
oye?
Esta agonía paradójica, esta enfermedad ¿Cómo curarla?
El hombre está enfermo y en su enfermedad se degrada cada día un poquito
más.
El hombre es absurdo, no hay sentido para su existencia.
¿Para qué vivir? ¿Para qué emprender?
¿Para qué empeñarse en querer amar? ¿Amar a quién, si ni siquiera estamos
seguros de amarnos a nosotros mismos?
Ese amor existencial, que siempre o casi siempre es unilateral,
es una construcción abstracta y siempre o casi siempre no es recíproca.
Amor existencial ¿qué es eso?
Amor es, diría yo, un grito existencial que busca un eco, una respuesta,
pero sabiendo que no hay quien oiga, entonces es un absurdo.
Pero haciendo caso omiso a toda racionalidad (porque cansa), la mente
empieza a construir su propia realidad.
Me construyo, deconstruyo, y vuelvo a construir una realidad conveniente, mi
realidad.
Y entonces en mi pequeño mundito, en mi pequeña persona, ya me
contestaron.
No sucede nada pero, yo digo que mi realidad me beneficia.
Malabares semánticos, suavizar mi absurdo, curar mi vacío, curar mi soledad
con estructuras convenientes: Todo es conveniente a mis suspiros.
La caída, mi caída, me impide curarme del mundo y de sus frutos: los humanos.
Amor existencial, como tal, fragua la frustración.
Oigo las sandeces del mundo, la inmundicia intelectual y la porquería
populachera, finalmente todo se reduce a esto: El amor que quiere encontrar
su significado en el hombre es un absurdo, es una paradoja.
Pero el hombre cuyo significado lo encuentra en el Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob, puede entender, puede comprender, puede sentir y
puede hablar con significado.
Y aún esto no viene del hombre en sí, pero viene de Dios, de Yahvé, esto es, el
que existe, el que es, el que era y el que ha de venir.
Él, que es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
Él, que es la existencia, y quien da existencia,
Él, que imparte vida, porque él es la vida,
Él, que declara verdad, porque él es la verdad,
Él, que juzga, porque suya es la ley, de él emana, él la enuncia, él la diseña,
Él la da al hombre para que su conducta cobre significado y sentido.
Él, que es la existencia, cura mi existencialismo.
Él que es la luz, alumbra mis ojos.
Él que es tres personas, oye mi grito existencial.
Él que es la verdad, corrige mi error, fruto de la caída.
Él, que es tres personas que se aman y son uno, da significado a mi reiterativo
y casi patológico empeño por querer amar.
Él, quien diseñó al hombre a su imagen y semejanza y que le ha tatuado la
necesidad existencial de querer unirse a alguien, es quien le guía y ordena sus
caminos.
Él diseña, determina, predestina y finalmente cumple su voluntad, su propósito.
Él doblega la voluntad del humano, lo convence y al convencerle, le otorga su
paz.
Y al convencerle, le habla y ese anhelado eco existencial que sin él enferma al
hombre, por no haber respuesta en el hombre mismo, en él hay comunión, hay
diálogo, hay respuesta; la cual calma la desesperación, la cual cura el alma, y
cura el vacío y la nostalgia.
Usado con permiso
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