Carlos Pellegrini

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Carlos
Pellegrini
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Juan Viglione
Vivir para contarla
Aliado de la naturaleza
y la vida silvestre local, este
pueblo correntino de
los Esteros del Iberá logró
sobrevivir al desempleo
y superar el éxodo de los
jóvenes gracias al
turismo sustentable.
Un oasis de silencio en
medio de lagunas y
embalsados que recibe
20.000 viajeros por año.
Juan Viglione
Viajes
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Karina L. Spørring
Marisi López
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1. Las cabalgatas
son una de las
propuestas turísticas
más populares en
los Esteros del Iberá.
2. Calles de arena
y tierra, encanto
de un pueblo tranquilo y silencioso.
3. El yaguareté, un
felino que en el
pasado habitó estas
tierras y fue exterminado, podría
volver al Iberá gracias al trabajo de
la fundación CLT.
4. y 5. Los carpinchos
y chajás se dejan
ver fácilmente en la
Reserva Provincial.
Llegar de noche
Pronto serán las diez de la noche de un
lunes de septiembre, pero en cualquier día de la semana, en cualquier
estación del año, quien llegue al pueblo por estas horas puede ser testigo o
partícipe de una escena parecida a esta: ladra un perro a lo lejos y desde una
dirección incierta se oye el motor de
una lancha que navega lento por la
Pellegrini, pueblo modelo
El Parque Provincial Iberá está constituido por 482.000 hectáreas públicas
en el corazón de la Reserva Natural,
un espacio más amplio que abarca, junto
con terrenos privados, un total de
1,3 millones de hectáreas. Desde 2009
y por decreto, los límites del Parque
Provincial Iberá quedaron definidos
y hoy, en su área, está prohibida la caza,
la pesca extractiva o hacer grandes
cambios en el uso de la tierra sin una
laguna. En medio de la oscuridad, la
vía láctea parece un puñado de polvo
echado al aire y suspendido sobre un
fondo de telón azul. Los farolitos de pie
de cada cuadra apenas alumbran la
calle de arena y tierra. Una camioneta
se acerca hasta la puerta de una posada y de ella descienden cuatro viajeros
de unos 60 años cada uno. De allí bajan un bolso de mate, botas de goma,
sombreros. En el interior de la hostería
huele a comida casera y suena un chamamé. Quien llegue al pueblo por estas horas puede cenar, irse a dormir y,
al amanecer, sin exagerar, oír caer las
gotas de rocío.
Reinventarse
Esta historia podría haber sido como
la de otros pueblos rurales de la Argentina que alguna vez tuvo rutas, fábricas o trenes, que un día dejó de tenerlos y donde, poco a poco, sus jóvenes partieron hacia centros urbanos, hasta despedir al último habitante. Algo de eso ocurrió, en efecto, en
Colonia Carlos Pelleg rini: su gente
trabajó, hasta los años noventa, en estancias ganaderas y arroceras de la
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Gustavo Correa
evaluación previa del impacto ambiental.
A esta suerte de santuario ecológico
lo bordean diez localidades;
entre ellas, Pellegrini, pionera y modelo
de turismo sostenible en la región.
1. Tobuna, hembra de yaguareté donada
por un zoológico privado. 2. Especialistas de CLT trabajan en el cuidado
de venados de las pampas. 3. Una
pasarela de madera en la laguna Iberá.
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tierras en la zona vieron que los amigos y familiares q ue los v isitaban
quedaban extasiados con la cultura y
la vida silvestre del lugar y, a partir
del año 2000, empezaron a poner los
ladrillos de los primeros hospedajes.
Atraídos por la naturaleza salvaje y
también por la devaluación del peso,
llegaron alg unos ex tranjeros. Los
dueños de las posadas comenzaron a
contratar a sus vecinos para que trabajaran en las cocinas, la recepción,
zona; cuando esa producción dejó de
ser rentable, el trabajo mermó y los
pobladores empezaron a irse. Pero
g racias a esos volantazos insospechados que da el destino, cuando la
ruta nacional 14 había dejado de pasar
cerca del pueblo, cuando el precio del
arroz era tan bajo que no valía la pena
esforzarse en venderlo, cuando la
carne ya no se exportaba, inversores
privados de Buenos Aires que tenían
Fundación CLT
Karina L. Spørring
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nia Carlos Pellegrini, una de las puertas de entrada a los Esteros del Iberá,
en el centro noreste de la provincia de
Corrientes, la primera localidad dentro de esta Reserva Provincial de 1,3
millones de hectáreas que se volcó al
turismo y hoy vive de él.
Fundación CLT
L
as primeras señales de que
el destino está cerca aparecen al costado de la ruta.
Primero se ven alg una s
garzas, teros y otras aves,
como el ipacaá, q ue con sus picos
amarillos y sus colas negras en alto
van y vienen a través del camino. Luego se ve a una pareja de carpinchos y
a sus crías corriendo torpemente detrás. Luego, a un ciervo q ue cobra
magnificencia con la última luz de la
tarde iluminando de lleno su cornamenta. Ya van 120 kilómetros de ripio,
atrás quedó la ciudad de Mercedes y,
atravesada por un puente de metal y
madera, una laguna inmensa como un
mar tranquilo da paso al pueblo Colo-
Marisi López
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los servicios de limpieza, la jardinería.
A algunos les propusieron ser guías
baqueanos. Y una rueda impensada
empezó a g irar poco a poco. Hoy
existen allí unas veinte hosterías, cerca del 85% de los pelegrineros se dedican a actividades relacionadas con
el turismo y el municipio es el que tiene menor desempleo de toda la provincia. El turismo fue, para ellos, como haber visto una luz al final de un
triste túnel.
Los pioneros
Pedro Miño viste unas bombachas de
campo, una gorra con visera, un abrigo. Él conduce una camioneta y por
la radio suena un chamamé dulce y
bajito. Mientras lleva a cinco huéspedes hacia otra posada de donde saldrá una excursión, les muestra a los
Desde Pellegrini
hay muchos paseos
que se pueden
organizar, como salidas
de kayak, camping y avistaje de
vida silvestre. Otro opción puede
ser observar desde la pasarela de la laguna Iberá la fauna desde cerca.
pasajeros los principales lugares del
pueblo: a la derecha la comisaría,
unos metros más allá el hospital, en el
medio la plaza con una estatua del
general San Martín, más adelante la
Municipalidad. El resto son casas bajas, de una sola planta, techo de chapa o de paja, insertas en medio de un
terreno con árboles, f lores, gallinas,
perros, quizá también vacas y ovejas.
A los costados de las casas, antenas
de tevé satelital. En el frente, una casillita para el Gauchito Gil. Entre casa y
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casa, entreverados, hay hospedajes,
alg ún comedor, un bar, q uizás un
kiosco, una escuela con jardín, primaria y secundaria, y ranchos rectangulares con paredes de adobe y galería alrededor, herencia del pasado
g uaran í q ue impreg nó la reg ión.
Aquí no hay veredas y, entre los árboles de las calles, resaltan las manchas rosas de los lapachos en f lor.
“Acá hay más perros que personas”,
dice Pedro, de 24 años. “Pero poquito
a poco se va poblando”.
Pedro se va y deja a los turistas en manos de sus cuñados, Estrella Losada y
José Martin. José invita a los viajeros a
subir a otra camioneta que luce como
nueva y mientras tanto conduce al
grupo hasta la reserva natural privada de Cambá Trapo, un paraje a 14 kilómetros de Carlos Pellegrini.
“Carlos Pellegrini es un pueblo turístico nuevo. Hace diez años era un pueblo viejo, con viejos y niños. Los jóvenes se iban a trabajar a Entre Ríos o a
Buenos Aires, hasta que llegaron ustedes, los turistas, trajeron divisas y los
atrajeron” , relata José, q ue entre la
historia del pueblo entrevera la suya.
Él nació hace 39 años y se crió en medio del campo. Lagunas, bañados, esteros y embalsados, islas con sus yacarés, carpinchos, chajás, serpientes
curiyú o yararás fueron para él un paisaje cotidiano. Inquieto, José aprendió
palabras sueltas en inglés de un diccionario que compró por una revista
a una revendedora de cosmética femenina. Un día, mientras estaba en el
locutorio del pueblo, cruzó alg unas
de esas palabras con un turista norteamericano. Entre señas lo invitó a conocer su casa, a sus padres y a sus
hermanas. Fascinado con los pucheros que cocinaba la señora de Martin
y con las habilidades rurales de toda
la familia, el viajero se quedó una semana. Aquello fue para José una especie de laboratorio turístico: en poco tiempo, los dueños de las primeras
posadas lo empezaron a contratar para que llevara turistas a su hogar y les
mostrara la vida y las costumbres del
campo. Así, poco a poco, José amplió
su emprendimiento hasta convertirlo
en una empresa familiar. “Nos fue tan
bien q ue en 2009 nos encontramos
con la necesidad de tener nuestro
propio lugar”. Ya casado con Estrella,
José montó su primera hostería, la
Ecoposada del Estero, y este año abrió
la segunda, Huella Iberá.
Volver para quedarse
La camioneta con la que Diana Frete
llega hasta la posada de José y Estrella
es desproporcionadamente grande en
relación con su tamaño. Diana, de 26
años, que es concejal, empleada de la
empresa de energía local y miembro
de la asociación de guías de turismo
de Pellegrini, conduce desde el pueblo hasta el centro de interpretación
de naturaleza y la seccional de guardaparq ues. “Este es el lugar donde
comienza todo –cuenta, ya lejos del
vehículo inmenso y mientras camina
por una larga pasarela de madera que
se mete ent re juncos y pa stizales
unos metros adentro de la laguna–. En
el año 1983, la provincia decidió convertir a los Esteros del Iberá en Reserva Natural Provincial y propuso a los
antiguos cazadores que se convirtieran en guardaparq ues. Esta fue su
primera seccional.
En aquel entonces
eran cinco y, sin
saber si el salario
les iba a rendir como les rendía cazar, se pusieron la
cami seta” . Gracias a eso, al cuidado de los cazadores devenidos
en g uardianes de
la reser va, g ran
parte de la fauna
local que había sido diezmada comenzó a recuperarse. Pero entonces llegaron los
noventa, la falta de trabajo y la emigración hacia otras provincias. A fines
de la década, de 2000 personas que
había en Pellegrini, pasaron a ser menos de 700. “Después la emigración
paró. Y con la inversión en las posadas y el impulso del turismo la gente
empezó a tener trabajo acá, en la mano de obra de los hoteles, en la jardinería; las señoras de estos mismos albañiles iban a trabajar a las cocinas.
Algunos chicos volvieron”.
Otros ya no tuvieron necesidad de irse. Y el relato de Diana Frete se hace
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Astrid Sanguinetti
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La restauración
vívido cuando, cerca de las cinco de
la tarde, Fabián Quintana sube a un
grupo de viajeros a una lancha y lo
lleva a recorrer la laguna. Fabián tiene
30 años y hace trece que es guía. Experto, conduce despacio y reduce
aún más la velocidad si se acerca a un
yacaré, a una pareja de chajás con sus
pichones o a un ciervo que pasta entre los juncos. Habla poco, Fabián. Y
cuando comienza a caer la tarde, apaga la lancha y observa. No volverá a
ponerla en marcha hasta que la laguna se haya tragado al sol.
Hace un tiempo que en Carlos Pellegrini las palabras “conservación” y
“desarrollo local” son inseparables.
“Sin conservación no hay turismo”, dice Roque Boccalandro, guardaparque
de Iberá hace más de veintiún años.
Roque, nacido y criado en Pellegrini,
recuerda cuando la gente vivía de las
arroceras y el ganado, recuerda el
“éxodo” que convirtió a su localidad
en un “pueblo fantasma” y recuerda el
escepticismo con el que los pobladores miraban levantar las primeras hosterías. “Los veíamos poner los ladrillos
y decíamos: ‘¿Un hotel en Pellegrini?
¿Quién va a querer venir acá?”.
Los distintos ambientes
del Iberá permiten
albergar a una gran variedad de animales.
Conviven allí unas 125 especies
de peces , 40 de anfibios 63 de reptiles
y cerca de 360 de aves. También,
una enorme cantidad de mamíferos.
Y sin embargo, vinieron. Y la industria
del ecoturismo en los esteros, con el
av i staje de fauna como principal
atractivo, se fue haciendo cada vez
más grande. Hoy atrae a unos 20.000
turistas por año. Roque fue el maestro
de muchos jóvenes que, como Fabián
Quintana, actualmente trabajan en turismo sustentable.
Es la hora de la siesta y unos veinte
g uías y g uardaparq ues, entre ellos
Roque Boccalandro y Diana Frete, llegan a la Estancia Rincón del Socorro,
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la principal base de operaciones que
tiene en Iberá Con ser vation Land
Trust (CLT), la fundación que a mediados de los noventa compró 135.000
hectáreas de la Reserva Prov incial
con el objetivo de restaurar el ecosistema y luego donar las tierras al Estado para convertirlas en Parque Nacional o Provincial y así garantizar su
conservación. En Rincón del Socorro
los espera uno de sus biólogos para
contarles las novedades de los pro-
yectos de reintroducción de fauna
que la ONG lleva adelante con especies ya desaparecidas en la región,
como el pecarí, el tapir, el guacamayo, el oso hormiguero o el yaguareté.
También, mostrarles los corrales inmensos donde buscan que dos parejas de venados de las pampas se reproduzcan, para luego liberar a sus
crías. Ahora es momento de ir al medio del campo y acercarse a verlos. El
biólogo pide que vayan entrando a los
corrales en grupos de a siete personas, sin hablar para no asustar a los
animales. Los g uías se acomodan.
Con sus cámaras de foto en mano, esperan, en silencio, su turno. n
Por Carolina Cattaneo.
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